lunes, 27 de junio de 2011

LOS CUERPOS FICTICIOS DE LA BIOMEDICINA. NURIA GREGORI FLOR.

LOS CUERPOS FICTICIOS DE LA BIOMEDICINA. EL PROCESO DE CONSTRUCCIÓN DEL GÉNERO EN LOS PROTOCOLOS MÉDICOS DE ASIGNACIÓN DE SEXO EN BEBÉS INTERSEXUALES

NURIA GREGORI FLOR
Resumen


El nacimiento de un bebé del cual no se puede decir si es niña o niño con una simple inspección visual, supone la activación de una serie de resortes médicos y tecnológicos dirigidos a desvelar qué se oculta detrás de tal indefinición genital. Todos los esfuerzos dedicados a elaborar categorías, definiciones, criterios y protocolos para diagnosticar tal ambigüedad, así como el auge en investigación y desarrollo de nuevas tecnologías biomédicas para corregirla, revelan la inquietud que provoca dentro de nuestro orden sociocultural la ambigüedad y lo inclasificable en relación al sexo, al género y a la sexualidad. Los mandatos de un orden “monosexual” –la idea de que una persona sólo puede tener un único sexo/género y que este es estable para toda la vida- y del conocido como “dimorfismo sexual” –la creencia o convicción dominante en Occidente de la existencia de tan sólo dos sexos posibles, mujer y varón- obliga a confeccionar cuerpos ficticios que eliminan la verdadera variabilidad sexual humana. Será la institución médica y los profesionales médicos responsables de estos recién nacidos, los encargados de buscar qué sexo “verdadero” se esconde detrás de tanta ambigüedad, erigiéndose como responsables del proceso de sexuación en nuestra sociedad.


Palabras clave: Intersexualidad, asignación de sexo, identidad sexual/de género, proceso de sexuación, medicalización



Introducción






“La verdad biológica es, rara vez, una verdad completa y estable, sino fragmentaria y provisional”.
Gregorio Marañón, 1930







El siguiente artículo hace un recorrido analítico alrededor de la etiqueta diagnóstica o nosológica de “intersexualidad” o de “estados intersexuales”. Concretamente sobre los discursos médicos que nombran, definen y clasifican la intersexualidad, sobre los protocolos de diagnóstico y tratamiento de los denominados por la biomedicina bebés “intersexo”, así como las prácticas médicas sobre cuerpos “intersexo”. La información ha sido obtenida de manuales, artículos y revistas de divulgación científica especializados en endocrinología, ginecología, genética, urología y cirugía, y también de las entrevistas realizadas a profesionales médicos –de las especialidades de ginecología, pediatría endocrinológica, urología y cirugía- que trabajan actualmente en instituciones sanitarias españolas –hospitales, centros de salud y clínicas de carácter público o privado-, diagnosticando, y por tanto planificando acciones sobre personas que sitúan bajo la etiqueta de algún síndrome intersexual.
El foco de atención de este artículo se va situar en el ámbito de los presupuestos médicos sobre sexo, género y sexualidad presentes de forma más o menos explícita en los discursos y prácticas médicas existentes en los protocolos de diagnóstico y tratamiento de bebés intersexuales.
La historia del cuerpo intersexual, anteriormente conocido como hermafrodita, es la historia de un cuerpo vigilado, castigado y regulado, tal como indica Foucault (1998), por el hecho de ser diferente o inusual. En Vigilar y Castigar (1998), el autor explica cómo han cambiado las formas de castigo, pasando de una regulación del cuerpo más directa, cruenta y represiva para volverse, en manos de las instituciones, en concreto de la institución médica, en una forma de castigo más sofisticada e indirecta. Así, el cuerpo sexuado es sometido a esta nueva forma de poder que Foucault bautizó como “biopoder” incluso antes del nacimiento. El proceso de segregación entre “normales” y “anormales”, o lo que es lo mismo, entre “sanos” y “enfermos” o “patológicos”, comienza ya en el vientre materno mediante las técnicas de diagnóstico prenatal. Es difícil escapar al cerco creado por los circuitos institucionales médicos en los primeros años de vida: el seguimiento continúa en la sala de paritorio de cualquier hospital y con las revisiones periódicas realizadas en los servicios de pediatría de los centros de salud donde los programas de salud se preocupan por clasificar a los niños dentro de percentiles marcados para cada edad y sexo, de hacer cumplir el calendario vacunal vigente y de detectar cualquier “anomalía” o “problema” que pudiera aparecer. El diagnóstico está asegurado. Nadie es capaz de burlar la vigilancia institucional sobre el cuerpo en nuestra sociedad.

En este sentido, el cuerpo sexuado es blanco seguro del aparato biomédico. La institución homologada para legitimar el sexo de los individuos en nuestra sociedad es la institución médica y los profesionales médicos que trabajan en ella, y en consecuencia, los discursos que surgen de ella son cada vez más sociales e impregnan cada día más el imaginario social sobre el cuerpo, el sexo y la sexualidad.

¿Cómo y por qué somos intersexuales?







“Las fantasmagorías de la naturaleza pueden promover los extravíos del libertinaje”
Foucault (1985)







En cualquier definición de intersexualidad o de un estado intersexual de un manual o tratado de endocrinología pediátrica (Behrman, 1990; Argente, 2000), de ginecología (Botella Llusiá, 1993; Calaf, 2000) o de genética (Thomson, 2002), así como en las obtenidas en las entrevistas realizadas, va precedida de una explicación sobre cuál es el proceso normal de diferenciación sexual en los humanos y qué debemos entender como sexo biológico o constitucional. Siguiendo a Audí Parera (2002), la biomedicina ha distinguido clásicamente tres etapas o niveles de diferenciación sexual: el sexo genético -células 46 XX o 46 XY- , el sexo gonadal -ovarios o testículos- y el sexo genital -vagina, vulva, pene, próstata- que quedan determinados en el periodo fetal. Durante la infancia, pero sobre todo durante la pubertad y en el adulto, hay que añadir el sexo fenotípico -caracteres sexuales secundarios-, el psicosexual y el sexo social.
En este proceso fisiológico intervienen multitud de factores, enzimas y hormonas que como resultado de continuas reacciones químicas definirán sexualmente el nuevo ser. La forma en que la biomedicina explica este proceso nos remite a un delicado mecanismo de extremada complejidad en el cual cualquier fallo, por mínimo que sea, puede romper la cadena “normal” de formación de un supuesto dimorfismo sexual en humanos y aparecer un estado intersexual. Por ejemplo, dentro de esta lógica explicativa del proceso de sexuación humana, Calaf (2000) expone cómo las alteraciones producidas en el proceso de diferenciación sexual normal, a partir del sexo genético, pasando por el gonadal, al sexo genital o fenotípico, producen estados intersexuales o intersexos. Es decir, situaciones patológicas en las que el aparato genital externo evoluciona tan sólo de forma parcial hacia una diferenciación de tipo masculino, haciéndose difícil la atribución de un sexo social determinado (2000: 67). Piró Biosca por su parte, define los estados intersexuales como “resultado de errores en el desarrollo del feto, ya sea a nivel cromosómico, embriológico o por defectos bioquímicos” (2002: 129) y Gracia Bouthelier como “consecuencia de diversas alteraciones en la compleja fisiología que da origen a una buena formación tanto de genitales internos como externos” (2002: 83). Según esto, cualquier combinación posible que no responda a la secuencia prevista de diferenciación sexual entra en la esfera de lo patológico, de lo alterado o de lo erróneo.
De los discursos obtenidos a partir de las entrevistas a profesionales médicos se extrae que en muchas ocasiones, en la práctica clínica cotidiana, se empieza a hablar de intersexualidad simplemente cuando aparecen unos genitales que no responden a las expectativas morfológicas establecidas culturalmente para mujeres y para varones:

Una situación intersexual es aquel sujeto que nace y tú no puedes definir si es chico o chica o que hay razones para que tú no puedas, simplemente por los genitales externos, definirte hacia un lado o hacia otro. Eso ya a mí me parece suficiente como para definir una situación intersexual (Entrevista a NR, Enero de 2005).

En última instancia, la apariencia genital externa puede ser suficiente para hablar de intersexualidad, independientemente de que exista o no disfunción orgánica. La variabilidad genital en este caso se problematiza, y en consecuencia, se medicaliza. En cualquier caso, la explicación biomédica del proceso normal de diferenciación sexual y de los problemas o errores surgidos en esta secuencia, transforma la variabilidad sexual humana en estadios patológicos de ambigüedad genital producto de errores en el desarrollo1.







Protocolos médicos de determinación del sexo definitivo







“AC- ¿Es algo grave doctor?
D- No, no, en absoluto. Aunque habrá que intervenir, desde luego.
AC- ¿Intervenir?
D- Si, pero no se alarme; será muy sencillo.
AC- Perdone doctor, pero yo físicamente me encuentro muy bien. No veo la relación que…
D- Pues la hay. Claro que la hay. No se puede tener la mente enferma sin que el cuerpo lo este también. Y no se trata precisamente de una dependencia o interrelación, sino de una completa y total identidad.
AC- Le agradeceré que me hable sin rodeos. Yo soy una mujer fuerte, y valiente.
D- Ya lo sé. Y tiene razón en todo, excepto en una cosa: es usted fuerte y valiente, pero no es usted una mujer, no lo es.”
Jaime de Armiñan (1971) “Mi querida señorita”.







Podemos asegurar, que con anterioridad al trabajo del polémico pediatra psicoendocrinólogo John Money, no existían protocolos para el tratamiento de la intersexualidad tal y como es entendida desde la práctica médica actual. Sus protocolos surgieron en la década de los cincuenta partiendo de la teoría en la cual defendía que la identidad de género2 es neutral en el nacimiento y en la infancia temprana y que posteriormente se determina por los genitales y la crianza. Dicho de otro modo, que la identidad de género sería exclusivamente el producto de la crianza y de la socialización. Su tesis titulada Hermafroditismo: Una Investigación en la Naturaleza de una Paradoja Humana (1952) trataba sobre lo que él consideraba “experimentos de la naturaleza”, refiriéndose a los individuos que investigó como “individuos nacidos con un defecto congénito en sus órganos sexuales” (Money, 1982: 5). Para el autor, el hermafroditismo significa que un niño nace con su anatomía sexual impropiamente diferenciada, es decir, que está sexualmente inacabado (Money, 1982: 24).

En los años sesenta, los avances de la cirugía plástica combinados con esta teoría de "Genitales + Crianza" de la identidad de género de Money, aportaron una racionalización teórica que condujo a los médicos a recomendar la cirugía "correctiva" en muchos tipos de recién nacidos intersexo. La idea era que, una vez asignado médicamente el sexo del bebé, hacer que los genitales se vieran estéticamente correctos –ya fuera de niño o de niña-, y luego criarle en su correspondiente género, creyendo que crecería con la identidad de género asignada. Sin embargo, afirmaban que los dos años era la edad crítica en la cual se fijaba la identidad de género, sin posible vuelta atrás. El caso tratado por Money que monopolizó durante varias décadas la literatura médica sobre intersexualidad fue el conocido como caso John/Joan3. Este experimento sentó precedente para la realización de reasignaciones de sexo como tratamiento estándar en miles de recién nacidos con genitales “anómalos”. Su planteamiento liberaba, al menos en teoría, a los sujetos inmersos en la dificultad de llevar vidas de hombres y de mujeres sin poseer las “especificaciones biológicas” de su sexo.
A pesar de que en la actualidad los protocolos que John Money desarrolló son duramente criticados por el estamento médico, comprobaremos que paradójicamente, los discursos y protocolos actuales en España para situaciones intersexuales no se alejan tanto de sus orígenes. A día de hoy, los protocolos que se siguen en España para decidir el sexo definitivo que se asignará a un recién nacido intersexual responden, en mayor o menor grado4, a diferentes criterios: se considera la anatomía de los genitales externos, el cariotipo, el tipo de gónadas que presente –esto marcaría la capacidad reproductora futura-, los resultados endocrinológicos o respuesta hormonal, la capacidad funcional, las posibilidades de reconstrucción quirúrgica y la decisión o expectativas de los padres; aunque en última instancia, el propio criterio del profesional médico que está a cargo de esa persona, y dependiendo de la experiencia que tenga en situaciones similares, inclinará la balanza hacia lo “femenino” o hacia lo “masculino”.

A continuación nos detendremos en algunos de estos criterios con el fin analizar las asunciones sobre el sexo, el género o la sexualidad que subyacen en determinados discursos y prácticas médicas en el proceso de asignación de sexo en bebés intersexuales.







1. “El tamaño importa”: Sobre dimensiones y placeres







“I remember laying in bed late one night after my partner and I made love, my clitoris still feeling the warmth and wetness of the inside of her vagina. It felt good. But I wondered, “Am I the only woman who has done this? Am I the only woman whose clitoris knows the feeling of penetration?”
Kim (1999). “As is”, en Dreger (1999)







La anatomía o la morfología genital será el marcador primero y principal para decidir el sexo futuro del recién nacido. Son muchos los esfuerzos dedicados a definir lo que se considera normal o anormal en relación a los genitales externos, así como enorme es el abanico terminológico confeccionado para concretarlo. Pero, ¿qué forma y tamaño deben tener los genitales externos de un recién nacido para que sean considerados clítoris o por el contrario, pene?, ¿qué dimensiones debe albergar una vagina para que no se plantee una reconstrucción de la misma?
Por lo que se refiere a la forma, una estructura fálica precisa estar surcada por una uretra para que sea tipificada como pene y un clítoris, “para que no haya ninguna duda tiene que ser un clítoris que no se vea” (Entrevista a AS, Mayo de 2005). En cuanto al tamaño, son escasos y muy difusos los estudios sobre el tamaño normal de los genitales en un recién nacido, por lo que los criterios en los que se basan para actuar acaban fundamentándose en muchas ocasiones en la propia experiencia profesional:

A pesar de todo, uno dice, con todos los errores, que un pene de un niño debe medir 4 cm. medido como dios manda, como media. Un recién nacido a término son 3.5, más dos desviaciones estándar, que son más 0.8. Pues ya tienes el 4. Yo, para que los residentes se acuerden digo: Mirad, un pito que mide menos de 4, ¡ojo! Si un pito mide de 4 para arriba tranquilidad, que en principio no tiene que tener nada. (Entrevista a PE, Junio de 2005).








Esquema con las medidas aceptables médicamente para penes y clítoris (Kessler; 1998)


Si bien es cierto, que comparando los estudios existentes con los estándares sobre las medidas y morfologías normales de pene y testículos con los estudios sobre clítoris y labios, son más escasos y mucho más recientes estos últimos. En este sentido, la psicóloga social Suzanne Kessler, en su libro Lessons from the intersexed (1998) hace referencia al androcentrismo en el diagnóstico y tratamiento a intersexuales y plantea además hasta qué punto el hecho de que comiencen a estandarizarse estas medidas tiene un efecto contraproducente al inducir a aplicar cirugía “normalizadora” donde antes no se hacía. La autora también analiza la terminología y los presupuestos médicos en cuanto a la forma y el tamaño de los genitales, elaborando una gráfica en la cual presenta las medidas consideradas “normales” médicamente para penes y clítoris, así como aquellas medidas que entran dentro de un espacio de indefinición y que por lo tanto, hacen necesaria la intervención quirúrgica.
También existen criterios para evaluar los tamaños de la vagina, que se relacionan tal y como avanzaba Weeks (1993), con significados culturales sobre el grado de satisfacción sexual. El ideal sobre tamaños de vaginas habla de “vaginas que abrazan penes” (Entrevista a AM, Febrero de 2005) y de lugares estratégicos donde se sitúa el famoso punto G en la mujer. Según este presupuesto, el orgasmo femenino sólo se podría alcanzar a través del punto G que está situado al final de la vagina.
Muy lejos de lo que la naturaleza nos presenta, médicamente existen pocas posibilidades morfológicas para hablar de genitales “normales”. Sin embargo, es abundante la terminología elaborada desde la biomedicina para hablar de alteraciones o anormalidades genitales. Por lo que respecta a esta abrumadora terminología referida a la morfología genital nos podríamos cuestionar: ¿De qué hablan las historias clínicas y los manuales médicos sobre estados intersexuales cuando utilizan términos como “megaclítoris”, “micropene”, “hipertrofía de clítoris”, “microfalo”, “cuerpos cavernosos hipertrofiados”, “pseudopene”, “situación cliteroidea de 2cm”, “situación peneana de 4cm” o “clítoris peniforme”?. Aluden a ¿clítoris grandes en personas XX? ¿penes pequeños en personas XY? ¿Cómo nombrar a quien tiene un cariotipo XXXY?
En realidad, cuando utilizan toda esta extensa terminología, se puede estar hablando de la misma persona, pero en momentos distintos del proceso de sexuación –diagnóstico o tratamiento. Así por ejemplo, pueden utilizar el término “micropene” al analizar los genitales en el momento del diagnóstico -cuando se sabe que su cariotipo es XY-; pero una vez se haya tomado una determinación en cuanto al sexo que se le va a asignar a ese recién nacido, si la decisión es asignarla como niña, el micropene pasará a llamarse a partir de ese momento clítoris hipertrofiado (Fausto-Sterling, 2000).
Esta preocupación por nombrar lo que posteriormente será corregido tecnológicamente, así como cierta obsesión por la apariencia de los genitales externos evidenciada en estos protocolos diagnósticos falométricos, refleja una asociación entre genitales externos e identidad sexual. Es decir, que es imposible conseguir una identidad sexual “correcta” y “saludable” –una supuesta feminidad o masculinidad-, si no se poseen unos genitales externos que respondan a los parámetros establecidos médicamente, y que a su vez responden al estereotipo cultural existente sobre la morfología y aspecto de los genitales externos. Además, y en base a lo dicho, la asignación de sexo fundada en el tamaño y la forma de los genitales se basa, además de en el significado sociocultural de un rasgo físico -el tamaño del pene y el tamaño de la vagina-, en el presupuesto de complementariedad entre sexos, es decir, una sexualidad heterosexual y coitocéntrica.

2. Pruebas de “capacidad funcional”

“Es en el terreno del sexo donde hay que buscar las verdades más secretas y profundas del individuo; es allí donde se descubre mejor lo que somos y lo que nos determina”
Foucault (1985)

Estas pruebas diagnósticas tienen la finalidad de averiguar cual será el futuro comportamiento sexual de esos genitales. Para comprobar si un recién nacido será “funcionalmente sexual” en la edad adulta se realiza una prueba en la cual, a través de la administración de hormonas, se sabrá si un pene en la pubertad (cuando tenga influencia hormonal), tendrá una respuesta sexual y funcional. Esa adecuada “respuesta sexual y funcional” se traduce en un pene con capacidad de erección que pueda “penetrar” hasta alcanzar el fondo de saco de la vagina (lugar donde se presupone la existencia del punto G en la mujer). En función del resultado de estas pruebas, la decisión definitiva tendrá más o menos posibilidades de dirigirse hacia lo “femenino” o hacia lo “masculino”. Con este criterio diagnóstico se repiten los discursos que hablan de un tipo de sexualidad, que no se entiende sin penetración, y de unos presupuestos médicos sobre una sexualidad coitocéntrica y además heterosexual.

3. Las posibilidades de reconstrucción quirúrgica

“You cannot remove our existence by removing our anatomy”
Morris (2004)

Las posibilidades tecnológicas serán en muchos casos las que decidirán el sexo definitivo del recién nacido. A pesar de que los avances en cirugía urológica, fundamentalmente desarrollados a partir del tratamiento a personas transexuales, están modificando los criterios de asignación habituales que asignan “por defecto” el sexo femenino a bebés intersexuales, las respuestas no ofrecen titubeos: a día de hoy en España, no existen cirugías correctivas adecuadas para reconstruir penes mal inervados o demasiado pequeños, por tanto, siguen siendo las posibilidades tecnológicas las que establecen el horizonte de lo posible:
Si no hay posibilidades de construir un pene funcional se asigna como mujer […] Si es XY pero nunca vas a poder construir un pene funcional, tendrás que decidirte por asignar hacia el sexo femenino, porque en caso contrario cuando quiera tener relaciones sexuales se frustrará y será realmente dramático y traumático. Lo mismo si es al revés y no puedes conseguir una hembra funcional (Entrevista a AS, Mayo de 2005).
A pesar de que actualmente se trabaja en el perfeccionamiento de técnicas quirúrgicas como la faloplastia o la metodoioplastia –o técnica del micropene-, las limitaciones tecnológicas no representan del todo un obstáculo, ya que en el caso de decidir dirigir el desarrollo hacia lo “femenino”, se cuenta con poder inestimable de las hormonas que suplirán las limitaciones de la cirugía.

Las tecnologías biomédicas en el proceso de asignación de sexo: hormonoterapia y cirugía genital.
“- Interviewer: What causes sex?
- Dr. Arika Aiert: Well, soft pink lighting, a glass of wine, “If You Don´t Know Me By Now” on the CD, and a nice butch friend who doesn´t think I´m a Feminists Traitor because I wear dresses and heels. That usually does it. `Couse, that´s just me.
- Interviewer: Oops…I meant what determines sex?
- Dr. Arika Aiert: Oh! Surgeons determine sex.”
Kira Triea (1998) “Interview with Dr. Arika Aiert”

El ajuste de cuerpos intersexuales implica no sólo el diagnóstico, sino también intervenciones hormonales y quirúrgicas. Éstas van dirigidas a controlar cuerpos que dejados llevar por su propia naturaleza supondrían una amenaza para unos reducidos esquemas binarios de dos sexos/dos géneros. Ambos tratamientos, cirugía y hormonas, trabajan conjuntamente en el proceso de creación de cuerpos artificialmente sexuados.
La cirugía “correctiva” genital en bebés intersexo va dirigida a “normalizar” genitales que por su apariencia son etiquetados como “ambiguos”, “deformes”, “anómalos” u “ofensivos”, aunque en la mayoría de casos no sean en sí mismos dolorosos ni dañinos para la salud física. Los argumentos médicos utilizados para justificar las intervenciones sobre estos genitales intactos son la presión y angustia de los padres, la probabilidad esperada de que el niño sufra daño emocional debido al rechazo social y los problemas jurídico administrativos derivados de esta indefinición5.
Los genitales intersexuales son diamantes en bruto para los cirujanos. Con el bisturí pulen esos “micropenes” o esos “clítoris hipertrofiados” hasta conseguir esos cuerpos insumisos de los que hablan Silvia García Dauder y Carmen Romero (en prensa). Algunas de las técnicas quirúrgicas más recurrentes surgidas en las entrevistas fueron la faloplastia –para la “creación” de neopenes-, la clitorectomía –para la reducción de clítoris-, la vaginoplastia –para la “creación” de neovaginas-, y la clitoridoplastia –para la construcción de clítoris. En la actualidad en España, la faloplastia es una técnica que está perfeccionándose pero de la que no se garantizan buenos resultados y por lo tanto no se confía del todo: “Salvo esos casos concretos el hacer un pene que luego sea sexualmente activo es muy complicado, y las pocas veces que lo hemos hecho el funcionamiento ha sido más bien desastroso” (Entrevista a AM, Febrero de 2005).
Ya en 1982, John Money, al describir el Síndrome de Insensibilidad a los Andrógenos (AIS), hablaba de mujeres con cariotipo XY con tenían una vagina en fondo de saco que no poseía la suficiente profundidad como para permitir un coito satisfactorio, y que por lo tanto precisaba ser alargada quirúrgicamente a mediados de la adolescencia o después de ésta. La “construcción” de neovaginas es considerada en la actualidad una de las técnicas más fáciles en cirugía, aunque los logros médicos en esta especialidad concreta van dirigidos a abandonar técnicas más cruentas donde se precisa bisturí, por otras que podríamos llamar “técnicas de dilatación progresiva”. Según explicaciones de los informantes, pudimos saber que algunas de las neovaginas se construyen a partir del colon o de injertos de piel de la propia paciente. Afirmaban que la intervención era muy fácil, pero parece ser que el mantenimiento de esa intervención no lo es tanto, pues como expresaba un médico: “esa cavidad deberá dilatarse periódicamente para mantenerse en condiciones” (Entrevista a PE, Junio de 2005). Tal argumento hace plantearse a los profesionales médicos retrasar la intervención justo hasta el momento de la adolescencia en la cual se cree que la niña empezará a tener apetencias sexuales:
[…] y morfológicamente ha quedado bastante bien. Y luego a partir de ahí, pues ya viene un poco la conexión una vez más con el equipo de cirugía para intentar hacerlas mujeres funcionales. Si efectivamente, como era el caso de esta niña era un XY, no tiene genitales internos de ningún tipo, y claro, no te queda más remedio que hacerle una neovagina. Entonces, en este caso en concreto, me estoy acordando por la última o la penúltima conversación que tuvimos con la madre, estuvimos comentando este caso, la niña ya tiene 12 o 13 años y claro, estuvimos comentando con la madre que hay que hacerla niña funcional, hay que hacerle una vagina funcional […] Es la madre la que, con las conversaciones que tenga con la hija es cuando deciden cuando hay que hacerle, porque una vez que hayas hecho una neovagina, hay que usarla. Si no, muchas veces se atrofia, o se… Es complicado. Debe mantenerla en condiciones, tienen que usar dilatadores o rollos de estos. Entonces es preferible cuando la niña, digamos por sus apetencias, va a tener relaciones sexuales, es cuando ya se hace la operación; se hace la neovagina para que la use (Entrevista a PE, Junio de 2005).
Así, la intervención quirúrgica –o vaginoplastia- proporcionará un espacio receptor, en primer lugar, para un objeto llamado tallo de Hegar6, que se introducirá diariamente en esa cavidad y la mantendrá permeable y dilatada; y en segundo lugar, pasará el relevo a un pene que culminará la función dilatadora. El tallo de Hegar, utilizado en la biomedicina también para el tratamiento de la vaginitis, es una técnica muy valorada por muchos profesionales médicos porque según ellos es inocua, es decir, evita las “incómodas” cirugías y complicaciones de las mismas como infecciones, hemorragias, etc. Todo este proceso, en resumen, presupone evidentemente varias cosas: el momento en el cual comenzará a tener relaciones sexuales; el tipo de relaciones sexuales que va a tener esa niña y la frecuencia con la que tendrá esas relaciones heterosexuales coitales, pues supone que si no es penetrada periódicamente acabará atrofiándose ese tejido. En cualquier caso, la finalidad de estas técnicas es construir una vagina de dimensiones suficientes para crear mujeres funcionales, es decir, mujeres que dispongan de una vagina con capacidad para albergar un pene.
En el caso de que la decisión sobre el sexo definitivo haya sido mujer, y las dimensiones de lo que sería su futuro clítoris se consideran demasiado grandes, éste también es manipulado y en su caso “reducido” y “(re)construido” a gusto del cirujano a través de las técnicas conocidas como clitorectomía y clitoridoplastía. Sin embargo, uno de los informantes me explicaba como estas técnicas no están exentas de riesgos y contradicciones. Por ejemplo, el reducir mucho el clítoris supone eliminar “su órgano sexual de más satisfacción”; pero el no hacerlo ha originado, en muchos casos, que “cuando se hincha en las relaciones sexuales, como no tiene espacio para hacerlo, las chicas se quejan de unos dolores púbicos terribles” (Entrevista a NR, Enero de 2005).
Según lo planteado, las personas que han pasado por los quirófanos para construir penes o clítoris estándar estarán destinados a dormir todas las noches con un pene en el interior, hasta que un pene sustituya al tallo de Hegar; a sufrir unos dolores terribles debido a una praxis imperfecta, o en última instancia –y parece ser que éstas son las más afortunadas-, a hipotecar su clítoris para prevenir posibles complicaciones.
La utilización de estas técnicas quirúrgicas de forma indiscriminada ha sido muy criticada desde diferentes ámbitos, especialmente desde el activismo político intersex surgido entre otras cosas como respuesta a estas prácticas. Así por ejemplo, la directora de la Intersex Society of North America (ISNA), Cheryl Chase, critica duramente estas “correcciones genitales occidentales”, tachándolas de “normalización violenta” y poniéndolas al mismo nivel que las ablaciones genitales no occidentales:
Mientras desde el primer mundo se critica a los otros salvajes tradicionales que bajo el pretexto de rituales culturales perpetúan formas de violencia contra los cuerpos y la sexualidad de las mujeres, se olvida que la ciencia occidental también genera rituales culturales que incitan y promueven violencias corporeizadas con iguales pretensiones de producir individuos socio-sexualmente ajustados: «“su” amputación de genitales es un ritual bárbaro; el “nuestro” es científico. El suyo desfigura; el nuestro normaliza lo desviado» (Chase, 2005).
Complementariamente o de forma independiente a la cirugía, las hormonas trabajan moldeando ese cuerpo que será mostrado públicamente, y como decía Moisés Martínez (2005) refiriéndose al tratamiento en casos de transexualismo, “ellas son las verdaderas responsables de la transformación física”. Para casos de intersexo, las hormonas serán la vigilancia más eficaz sobre unos cuerpos que conforme se acercan a la adolescencia podrían resultar peligrosos para el mantenimiento del orden sexuado. Se argumenta cómo el efecto de las hormonas sobre los caracteres sexuales secundarios7 eliminará cualquier signo de ambigüedad y por lo tanto garantizará una identidad de género futura acorde con el sexo decidido al nacer; siendo éstas, el mejor seguro de vida para una identidad sexuada “única” y “verdadera”. Así, el poder de las hormonas se sobreestima de tal forma que se presupone que conseguirán una identidad de género acorde con los genitales creados:
Casi siempre lo hemos hecho una niña, independientemente del cariotipo, ya te digo, el caso que ahora tenemos es un XY […] Y a partir de ahí lo que hacemos es empezar a dar pequeñas dosis de estrógenos, sensibilizar el estado general del resto del organismo con discretos niveles de hormonas femeninas y cuando llega, se acerca la pubertad –incluso creo que tengo fotos de uno de estos casos, es una, fenotípicamente, morfológicamente es una chica, y además guapa. Quiero decir, que es rubia, pelo largo y tal. Quizá luego te encuentras con una estructura, un poquito, un poquito esquelética, masculina, pues son niñas con hombros un poco anchos pero que pasan completamente desapercibidas.- Y es en el momento de la pubertad en la que cargamos la mano en la dosis de estrógenos, generalmente si podemos, 17b estradiol que es la hormona femenina fisiológica, y si no, pues con lo que puedes, pues el 17b estradiol no está comercializado en España (Entrevista a FA, Noviembre de 2004).
La hormonoterapia, es decir, la administración de hormonas en dosis cada vez más altas es la baza tecnológica con la que cuenta la biomedicina para evitar sorpresas inesperadas. Al hablar de estas sorpresas inesperadas, nos referimos a lo que un informante llamaba “la madre del cordero” (Entrevista a AS, Mayo de 2005) cuando llega la pubertad; ya que después de haber asignado un sexo determinado, las gónadas pueden entrar en funcionamiento y dirigir el desarrollo físico hacía el sexo contrario al asignado y esperado. Los efectos de la química hormonal se sobrevaloran en tal medida, que tal y como leemos en el fragmento de entrevista anterior, pueden “crear” no sólo mujeres, en este caso, sino que además mujeres que representan ideales de feminidad en nuestra sociedad: “guapa, rubia, de pelo largo”. De este modo las hormonas se convierten en una fuente constante de vigilancia de la identidad sexual “verdadera”, aunque para que éstas no sufran en su trabajo ningún sabotaje, los protocolos exigen la extirpación de todo el tejido gonadal que no corresponda con el sexo asignado. Por ello, una de las normas básicas después de decidirse por un sexo u otro, es: “eliminar quirúrgicamente los restos de tejido gonadal del otro sexo –excepto en el síndrome de Morris8 en el que no es aconsejable” (Entrevista a FA, Noviembre de 2004). Estas cirugías tienen el pretexto de borrar toda huella posible del otro sexo, que con la pubertad pudiera empezar a actuar y romper esa supuesta identidad de género estable que de forma ideal se habría conseguido: “nos es muy fácil dar estrógenos, es muy fácil. Entonces, quitas las gónadas, vas haciendo una pequeña impregnación a partir de los 5-6 años y cuando llega la pubertad, le metes estrógenos a toda caña y ya está” (Entrevista a FA, Noviembre de 2004).
Para los médicos, el daño emocional producto del rechazo social que pudiera ocasionar el poseer una apariencia corporal sexuada poco habitual o una anatomía inusual es mucho mayor que el posible daño físico derivado de efectos iatrogénicos de la cirugía plástica, así como los efectos secundarios del tratamiento hormonal. Como Kessler (1998) explica, la intervención médica está justificada a favor de producir individuos socialmente ajustados: “un problema estético-social se «cura» médicamente”.
Según esto, la labor médica tiene como fin responder más a unas necesidades sociales que realmente a lo que es la patología en sí, y por ello las decisiones y acciones tomadas no son cuestionadas y además son reconocidas, entrando decididamente en la esfera de lo sagrado.

“Errores” en el proceso de asignación de sexo

“But my good woman, you are a man”.
Alice Dreger, (1998)

Tal como avanzábamos en apartados anteriores, según los postulados de Money, la identidad de género se fija antes de los dos años. Por lo tanto, y siguiendo este modelo, los genitales deberían modelarse quirúrgicamente antes de los 18 meses en recién nacidos intersexuales, ya que el aspecto de los genitales se relaciona directamente con el grado de ajuste social-sexual. De las respuestas ofrecidas por los informantes se extrae que sitúan el momento de la primera intervención quirúrgica, si es posible, sobre el primer año de vida, aunque de forma más general, antes de su ingreso institucional, es decir, cuando tengan que empezar el colegio y se vean los genitales con otros niños. En cualquier caso, se considera que “es algo que no puede demorar” (Entrevista a NR, Enero de 2005):

Hay que definirlo antes de que fije el sexo psicológico. ¿Cuándo fija el sexo psicológico? Meses de vida. Un chico se empieza a identificar como chico o como chica, por lo tanto ya es el momento. Segundo, otro momento importante: cuando empieza a ir a la escuela. Cuando empieza a ir a la escuela él se mira, y hace pis como chica en su orinal o como chico hace de pie cuando tiene un año o dos. Bueno, ya tiene que saber cómo es: y si hace un pis como varón empiezan a ir las cosas mal, y si hace pis de pie como chica también las cosas empiezan a ir mal. Son pequeñas chorradas, pero si conviene dejar claras desde el principio: que el chico tenga una buena identificación sexual (Entrevista a NR, Enero de 2005).

Esta premura a la hora de “normalizar” los genitales externos entra en contradicción cuando los profesionales médicos entrevistados plantean las dificultades con las que se encuentran para que la persona se identifique física y psíquicamente con el sexo asignado. En su discurso hay un factor que por ahora escapa al control médico, concretamente el momento en el cual se fija la identidad sexual en los humanos. Muchos son los estudios e hipótesis que sitúan la formación de una supuesta identidad sexual verdadera y de la orientación sexual –homosexual o heterosexual- en el periodo o vida fetal: “la construcción de la identidad de género es anterior al cuerpo y por lo tanto en la reasignación del sexo pueden haber problemas” (Entrevista a TS, Diciembre de 2004). Este planteamiento, dicen, está haciendo reconsiderar los criterios de facilidad o posibilidades de reconstrucción quirúrgica. Así por ejemplo, Piró Biosca (2002) plantea como ha constatado que la impregnación hormonal del cerebro fetal condiciona la orientación sexual definitiva del individuo. Lo ejemplifica aludiendo a estudios realizados a niñas9 diagnosticadas con Hiperplasia Suprarrenal Congénita (HSC) en los cuales argumentan como estas niñas en la infancia tienen un comportamiento similar a los varones de su edad y que en la edad adulta hay un incremento de la bisexualidad o de la homosexualidad en estas pacientes. Otros argumentos relacionan la diferencia entre sexos o la existencia de la homosexualidad con conformaciones neuronales y cerebrales: “tú tienes un hipotálamo distinto al mío. Tú tienes ciclos, porque tu hipotálamo es bifásico […] Yo tengo un hipotálamo unifásico, no puede ser igual. Otra cosa es que lo podamos demostrar, pero eso no puede ser” (Entrevista a AM, Febrero de 2005).
Todos estos esencialismos que rodean el discurso biomédico referente a las diferencias entre sexos o a la orientación sexual ayudan a los propios profesionales médicos a justificar los “errores” o “equivocaciones” que cometen en el proceso de asignación de sexo en recién nacidos intersexo. Por ejemplo, cuando un profesional médico dice que el resultado de la asignación de sexo fue desastroso, normalmente después de que los padres u otro profesional tomará una decisión diferente a la suya en cuanto a la asignación del sexo de su hijo, se refiere a:

1º Que la identidad de género con la cual se identificó esa persona era distinta a la del sexo que se le asignó:
Las llamadas feminización testicular –ya se llaman mal- bueno, normalmente por muchas razones médicas el sexo cromosómico XY, se educan como mujeres, ahí es donde vamos a tener un problema seguro. Decíamos y es verdad, nos lo decían, cuando éramos estudiantes o cuando éramos médicos más jóvenes, decían que la educación era lo fundamental y que por lo tanto educando durante toda la infancia como fémina, como mujer, pues no iban a tener problemas, pero si estamos viendo que los problemas sexuales, y sobre todo estos XY y luego al final aceptan su rol varón. […] Hombre, se dice que cuando el cerebro se impregna de testosterona que es la hormona que en un momento determinado va a poner en marcha todo el camino de varón, y si falla, es por lo que ya se pasa prácticamente a mujer, genitalmente, en este aspecto de genitales ambiguos, pero por lo visto, una vez impregnado el cerebro de testosterona, ya es, vamos, predomina mucho los síntomas, y eso es lo que estamos ocurriendo por muchas razones (Entrevista a AS, Mayo de 2005).

2º Que generó una orientación sexual homosexual:
[…]¿Cuánta más homosexualidad hay en un sujeto intersexual? ¿Por qué está marcado? ¿Está marcado por las hormonas intraútero? Un feto femenino con una hiperplasia suprarrenal que ya está lleno de andrógenos intraútero, su hipotálamo también está lleno de andrógenos ¿Da igual que una niña que no está llena de andrógenos? ¿Esa tendencia a la homosexualidad que estas niñas tienen con mayor penetrancia que una mujer normal, estará condicionado por la impregnación hipotalámica y cortical del andrógeno fetal? ¿O del andrógeno postfetal? (Entrevista a NR, Enero de 2005).

La ecuación sexo-género-deseo-prácticas sexuales vuelve a dotarse de sentido con este planteamiento biomédico, pues como afirman Romero y García Dauder (en prensa), desde la biomedicina se considera que una identidad de género saludable es aquella que se corresponde con una anatomía externa, independientemente de que haya sido conseguida mediante cirugía y hormonas; como una sexualidad heterosexual coitocéntrica, que en el caso de varones implica poder penetrar y en las mujeres desear ser penetradas. Cuando esta fórmula no reproduce esta esperada coherencia, aparece en boca de los médicos la afirmación de que ha habido un error en la asignación:
Realmente es muy difícil y luego se dan muchos casos que la identidad sexual es errónea y, o se sienten hombres o se sienten atraídos por personas de su mismo sexo, no tienen una identidad sexual clara, pero realmente no se puede saber la cantidad de influencias hormonales durante el periodo de gestación que se tuvo y que actuaron (Entrevista a SL, Mayo de 2004 ).
El periodo fetal queda asumido como el momento crítico y definitorio, que partiendo de una estructura cromosómica en interacción con todo un potente artefacto químico, dispondrá nuestra esencia futura, una esencia a la que siempre estaremos sujetos. La principal paradoja radica en que, gracias a la perspectiva biologicista médica sobre la formación de la identidad sexual durante el periodo intraútero, el aparato biomédico puede eludir cualquier posible responsabilidad en el caso de ser denunciados por error médico en la asignación de sexo en bebés intersexuales. Lo que no es demostrable no es denunciable, y en este caso, los límites de la ciencia aparecen como justificación ante posibles errores.

Conclusiones: legitimando seres interestructurales

“Muchas veces me pregunto la de vidas que habré cambiado. Que existiera un antes y un después de entrar yo en la habitación y después de salir.”
Entrevista con SL, 28 de Mayo de 2004.

En los discursos biomédicos sobre diagnóstico y tratamiento de bebés intersexuales, conceptos como los de sexo, género, identidad sexual, identidad de género, orientación sexual o prácticas sexuales, se acaban confundiendo. Pero, donde no hay lugar a duda, es que cualquier combinación posible responde a un modelo sexual normativo que presupone una “coherencia con el hecho sexual”, es decir, la necesidad/obligatoriedad de poseer un solo sexo biológico que sea coherente con una identidad de género y con un rol de género, y que a su vez genere un deseo heterosexual.
Esta secuencia es el resultado de una serie de presupuestos sobre sexo, género y sexualidad que de forma más o menos explícita nos hemos ido encontrando en el análisis de los discursos y protocolos médicos de asignación de sexo en bebés intersexuales. A modo resumen, esos presupuestos pueden verse en la TABLA 1.
PRESOCIAL
Condición intrínseca, biológicamente determinada. No es necesario hacer ningún esfuerzo especial ni consciente para conseguir niños que se eduquen como hombres y niñas que se eduquen como mujeres.
COMPLEMENTARIEDAD
El hombre y la mujer son dos polos, no existe el uno sin el otro, se presuponen el uno al otro, pero son mutuamente excluyentes. Las divisiones sociales, laborales o de otro tipo se consideran complementarias.
ECUACIÓN SEXUALIDAD=PROCREACIÓN
La relación entre hombres y mujeres es crucial para la supervivencia de la especie, por tanto la diferenciación estará biológicamente predestinada. Para unos es considerado un “mandamiento divino” y para otros como “propiedad inherente”.
ATEMPORALIDAD
La condición de hombre o mujer en el nacimiento no está sujeta a cambios.
ECUACIÓN APARIENCIA GENITALES EXTERNOS=IDENTIDAD SEXUAL
La masculinidad y feminidad presente y futura puede deducirse de una inspección (superficial) de los genitales externos.

Presupuestos médicos sobre sexo/género/sexualidad10.


La biomedicina, así como los profesionales médicos que trabajan en ella, se constituyen como el brazo ejecutor de unos mandatos socioculturales que en nuestra sociedad naturalizan la diferencia sexual, focalizándola y definiéndola por sus funciones reproductoras y sus órganos diferenciales. Pero, ¿qué sucede cuando la apariencia genital es distinta al estereotipo que tenemos interiorizado sobre la misma? ¿podemos seguir hablando de mujeres y varones? ¿de dónde surgen las medidas que nos alertan de la diferencia? ¿cómo hablar de heterosexualidad u homosexualidad si no puedes clasificar a alguien como mujer o varón? Y en esta línea, ¿cómo hablar de identidad de género? ¿cómo hablar de masculinidad o feminidad? ¿y de roles de género?
Todas las categorías conocidas que definen el sexo, el género y la sexualidad en nuestra sociedad entran en crisis cuando se trata de hablar de intersexualidad. La existencia “liminar” dentro de este esquema de las personas intersexuales nos obliga a revisar estos conceptos para, en primer lugar, deconstruirlos, y a continuación redefinirlos. Para ello se vuelve imprescindible retomar los clásicos debates sobre la dualidad y polarización entre conceptos como cuerpo/mente, sexo/género, naturaleza/cultura, genética/ambiente o innato/adquirido, los cuales presuponen una “esencia” detrás de cualquier determinante cultural.
Así, si eliminamos el velo de lo patológico que rodea la intersexualidad, considerándola no sólo no patológica, sino saludable, se puede constituir como concepto transgresor en la creación de identidades fluidas, y al mismo tiempo, constituyendo un modelo teórico que desafía límites y estructuras fijas. De este modo, la realidad de las personas que han sido diagnosticadas y tratadas como intersexuales dejaría de ser historias que hablan de silencio, agonía, culpa, vergüenza y ocultamiento, para constituirse como el lugar de la reflexión, de la contestación, de la resistencia, y en definitiva, del cambio social.
Lo interesante de la intersexualidad es que en la medida en que es útil para argumentar esencialismos, se constituye por otro lado como concepto con un gran potencial deconstructor. Las categorías surgidas desde posiciones de poder –en este caso la institución biomédica-, al cambiar de contexto adquieren nuevos significados, y depende de quien se apropie de ellas, pueden resignificarlas creando fisuras en modelos hasta el momento inamovibles. La categoría médica de los estados intersexuales está siendo reapropiada y resignificada en nuevos espacios, formando parte entre otros de nuevos discursos feministas o de los estudios y movimientos queer, transgénero o intersex. Estas nuevas propuestas cuestionan la supuesta objetividad científica y al mismo tiempo atacan las clásicas asunciones y modelos de género y sexualidad, defendiendo una realidad sexual que de hecho es intersexual.
A pesar de las aparentemente pocas posibilidades de escapar de las estrechas barreras y normas que definen lo normal en relación al cuerpo y al sexo, podemos plantearnos que todo aquello que supone un peligro, que provoca contradicciones y dudas, finalmente supone una esperanza. Una esperanza de abolición de verdades estables y absolutas, y de posibilidades de consolidación de nuevas identidades fluidas y críticas. Sin embargo, son muchas las preguntas que nos dejamos en el camino: ¿Cómo autorrepresentarse? ¿Cómo huir de la fijación de estereotipos? ¿Cómo romper binarismos? ¿Cómo utilizar el lenguaje? ¿Cómo visibilizarse? ¿Cómo ser en el mundo?


1 Los estados o síndromes intersexuales que surgieron de forma más recurrentes en las entrevistas son diagnósticos de “Síndrome de insensibilidad a los andrógenos” (AIS) –más conocido como “Síndrome de Morris”, “Síndrome de feminización testicular” o “pseudohermafroditismo masculino”_, “Hiperplasia suprarrenal congénita” (HSC) –“síndrome adrenogenital” o “pseudohermafroditismo femenino”- y casos de hipospadias –abertura de la uretra con una ligera desviación de la punta del pene, en el tronco o en la base de éste.
2 John Money introdujo conceptos como el de “identidad de género” y el de “rol de género”: definió la identidad de género como “la afinidad, unidad y persistencia de la individualidad de uno mismo como hombre o mujer, en mayor o menor grado, ya que es experimentada en la conciencia y la conducta. El rol de género es todo lo que una persona dice y hace para indicar al ego el grado en que uno es masculino o femenino (o, raramente, ambivalente); incluye, pero no se restringe, a la excitación y respuesta sexual. La identidad y rol de género son los dos lados de una moneda, y por tanto inseparables. La identidad de género es la experiencia privada del rol de género, y el rol de género es la manifestación pública de la identidad de género” (Gooren, 2004).
3 Ver John Colapinto (2000). As nature made him. The boy who was raised as a girl. La historia se puede encontrar colgada en la red en castellano en la página de la Fundación para la Identidad de Género: http://figinternet.org/mod-subjects-printpage-pagid-65-scope-all.html (Consultada el 10 de Enero de 2006).
4 El seguimiento de unos protocolos estandarizados depende en gran medida de la existencia de una infraestructura que permita la creación de equipos multidisciplinares, que disponga de especialistas con experiencia en el diagnóstico y tratamiento de la intersexualidad o de que se cuente con el dispositivo tecnológico necesario para realizar determinadas pruebas diagnósticas e intervenciones quirúrgicas. Evidentemente, esto no es posible en hospitales pequeños de ámbito comarcal.
5 El tiempo para inscribir a un recién nacido en el registro civil es de un mes después del nacimiento, y no se puede hacer sin asignar un sexo –mujer o varón- al mismo. Del mismo modo ocurre con otro tipo de documentos tales como el DNI o pasaporte: no existe una tercera casilla o más para un tercer sexo o varios.
6 El tallo de Hegar consiste en unos dilatadores con forma de cilindros metálicos de punta semirroma, con un calibre que va de 1 a 25mm, y con los que a través de la inserción periódica en la vagina, ésta se hace permeable y dilatada.
7 En el caso de las hormonas masculinas producirán modificaciones en el timbre de voz, en el desarrollo y la distribución del pelo, desarrollo de la musculatura, crecimiento de la laringe o alargamiento del clítoris. Por lo que respecta a las hormonas femeninas provocarán, entre otras cosas, un crecimiento mamario y una redistribución de la grasa.
8 Hay argumento médicos que desaconsejan extirpar las gónadas en personas con Síndrome de Insensibilidad a los Andrógenos (AIS) porque según algunos autores en la pubertad hay una conversión de hormona femenina que resulta interesante desde el punto de vista funcional.
9 En este caso hablan de “niñas” porque su cariotipo es XX.
10 Para elaborar este esquema he utilizado el artículo de Louis Gooren (2004). El transexualismo, una forma de intersexo.

Los productos puros enloquecen (James Clifford)

Los productos puros enloquecen
James Clifford
Introd. de “Dilemas de la Cultura. Antropología, literatura y arte en la perspectiva posmoderna”, Gedisa, Barcelona, 1995, [The Predicament of Culture, 1988].
En otros tiempos éramos los dueños de la tierra, pero desde que llegaron los gringos nos hemos convertido en verdaderos parias…
Esperamos que llegará el día en que comprendan que somos sus raíces y que debemos crecer juntos como un árbol gigante con sus ramas y flores.
Francisco Servin, Pazi-Tavytera, en el Congreso Indígena, Paraguay, 1974.
En algún momento hacia 1920, en un suburbio de Nuerva Jersey de la ciudad de Nueva York, un joven médico escribió un poema sobre una chica a la que llamó Elsie. La veía trabajando en su cocina o en el lavadero, ayudando a su esposa en la limpieza de la casa o con los niños. Algo en ella lo desconcertaba. Parecía resumir todo lo que había alrededor: su familia, su práctica profesional como novato, su arte, el mundo moderno que los envolvía y los apresaba en su movimiento tambaleante.
El poema que William Carlos Williams escribió era un torrente de asociaciones que empezaban con una famosa afirmación:
Los productos puros de América
enloquecen
y continuando casi sin tomar aliento…
gente de las montañas de Kentucky
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en el saliente extremo norte
de Jersey
con sus lagos aislados y
sus valles, sus antiguos nombres
de sordomudos y ladrones
y la promiscuidad entre
hombres “a los que el diablo se lleve” que tomamos
ferrocarriles
por puro afán de aventura
y a los jóvenes desgreñados, bañados
en la mugre
de lunes a sábado
para ser trampeados esa noche
con cacharros
de imaginación que no tienen
tradiciones campesinas para darles
carácter
y sólo confusión y alarde
puros harapos, sucumbiendo sin
emoción
salvo un terror aterido
bajo algún cerco de cerezo
o viburno
que ellos no pueden expresar
A menos que ese matrimonio
tal vez
con una pizca de sangre india
arroje a una niña tan desolada
tan rodeada
de enfermedad y asesinato
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que sea rescatada por
un agente
criada por el Estado y
enviada a los quince años a trabajar
bajo una dura presión
en una casa del suburbio
la familia de algún doctor, alguna Elsie
agua voluptuosa
que expresa con rotos
sesos la verdad sobre nosotros,
sus grandes
desgarbadas caderas, sus pechos sueltos
listos para la barata
pedrería
y los jóvenes ricos con ojos hermosos
cuando de repente la furiosa descripción toma otro rumbo:
como si la tierra bajo nuestros pies
fuera
un excremento de algún cielo
y nosotros degradados prisioneros
destinados
al hambre y a comer porquería
mientras que la imaginación tiende
al ciervo
que va por los campos de la varilla de oro
en el calor agobiante de setiembre
De algún modo
parece destruirnos
Son sólo manchas aisladas que
algo
está despidiendo
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Nadie
para atestiguar
y ajustar, nadie para conducir el automóvil
Estos versos surgieron durante la elaboración del tratado dadaísta de Williams sobre la imaginación, Spring & All (1923). Espero que puedan servir como pretexto para este libro, una forma de arrancar con un dilema. Llamamos al dilema modernidad etnográfica; modernidad puesto que la condición de desarraigo y movilidad que enfrenta es un destino crecientemente común; etnográfica porque Williams se encuentra descentrado entre tradiciones dispersas. “Elsie” representa a la vez una ruptura cultural local y un futuro colectivo. Para Williamos la historia de ella es ineludiblemente la de él, la de todos. Al contemplar las “grandes caderas desgarbadas y los pechos caídos” siente que todo está cayendo, en todas partes. Todos los lugares hermosos, primitivos, están en ruinas. Una especie de incesto cultural, una sensación de historia de fuga impregna e impulsa el torrente de las asociaciones.
Este sentimiento de pérdida de autenticidad, de la “modernidad” que arruina cierta esencia o fuente, no es nuevo. En The Country and the City (1973) Raymond Williams encuentra que e una “estructura de sentimiento” reiterativa, pastoral. Repetidamente a través de los milenios el cambio se configura como desorden, los productos puros enloquecen. Pero la imagen de Elsie sugiere un nuevo giro. Hacia la década de 1920 se ha vuelto imaginable un espacio verdaderamente global de conexiones y disoluciones culturales: las autenticidades locales se encuentran y confunden en escenarios urbanos y suburbanos efímeros; escenarios que incluirán los vecindarios de inmigrantes de Nueva Jersey, expansiones multiculturales como Buenos Aires, los municipios de Johannesburgo. Mientras que William Carlos Williams invoca los productos puros de América, el “nosotros” que viaja a los tumbos en el automóvil sin conductor es claramente algo más. El modernista etnográfico busca lo universal en lo local, el todo en la parte. La famosa elección de Williams de un habla norteamericana (y no inglesa), su poética basada en lo regional y su práctica médica no han de separarlo de los procesos humanos más generales. Su cosmopolitismo requiere un giro perpetuo entre los afectos locales y las posibilidades generales.
Elsie perturba el proyecto, porque su existencia misma sucita incertidumbres históricas que socavan la posición segura del
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médico-poeta modernista.[1] Su respuesta ante el desorden que ella le presenta es compleja y ambivalente. Si las tradiciones auténticas, los productos puros, están cediendo en todas partes ante la promiscuidad y la falta de propósito, la opción de la nostalgia no tiene encanto. No hay retorno, no hay esencia a redimir. Aquí y en todos sus escritos, Williams evita los reclamos pastorales y folkloristas comunes entre otros liberales de la década de 1920, y exhorta, preserva, colecciona, una verdadera cultura rural en lugares amenazados como los Apalaches. Tales autenticidades serían en el mejor de los casos purificaciones estéticas artificiales (Whisnant, 1983). Tampoco se inclina Williams por otras dos formas comunes de enfrentar el ímpetu de la historia. No evoca a Elsie y a la idiocia de la vida rural para celebrar un futuro progresista y tecnológico. Comparte su destino, porque ahí realmente “no hay nadie que conduzca el automóvil”, una situación aterradora. Tampoco se resigna Williams con tristeza a la pérdida de las tradiciones locales en una modernidad entrópica, visión común entre los profetas de la homogeneización cultural, quienes deploran los trópicos arruinados. En cambio afirma que “algo” está siendo “despedido” aunque sólo sean “manchas aisladas”.
Vale la pena detenerse en la discrepancia entre este “algo” emergente y disperso y el automóvil en que todos “nosotros” viajamos. ¿Es posible resistir el impulso del poema, su precipitada inevitabilidad? Hacerlo no significa tanto ofrecer una lectura adecuada (de una secuencia poética abstraída de Spring & All), como reflexionar sobre diversas lecturas, diversas “Elsies” históricas. Que esta figura problemática, con su “pizca de sangre india”, su desgarbada forma femenina, su desarticulación, represente a los grupos marginados o silenciados en el Occidente burgués: los “nativos”, las mujeres, los pobres. Hay violencia, curiosidad, piedad y deseo en la mirada del poeta. Elsie provoca emociones muy mezcladas. De nuevo una mujer, posiblemente con el cuerpo de color, sirve como sitio de atracción, repulsión, apropiación simbólica. Elsie vive sólo para los ojos de los hombres privilegiados. Es una confusión inarticulada de orígenes perdidos, y no va a ninguna parte. Williams lo evoca con enojo, con una débil simpatía, y luego convierte todo esto en historia moderna. Tras dos tercios del poema, el relato personal de Elsie se desvía hacia lo general; su propia senda por la cocina suburbana se desvanece. Ella, Williams, todos nosotros estamos atrapados en el ineludible impulso de la modernidad.
Algo similar ocurre siempre que pueblos marginales entran
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en un espacio histórico o etnográfico que la imaginación occidental ha definido. “Al entrar en el mundo moderno” sus historias distintas se desvanecen con rapidez. Barridos en un destino dominado por el Occidente capitalista y por diversos socialismos tecnológicamente avanzados, estos pueblos repentinamente “atrasados” ya no inventan futuros locales. Lo que es diferente en ellos permanece aferrado a los pasados tradicionales, estructuras heredadas que resisten o ceden ante lo nuevo pero no pueden producirlo.
Este libro propone una visión histórica diferente. No contempla un mundo poblado por autenticidades en peligro, productos puros que siempre enloquecen. Más bien deja espacio para vías específicas a través de la modernidad; un reconocimiento anticipado por la pregunta discrepante de Williams: ¿qué es lo “despedido” por historias individuales como la de Elsie? ¿Son las “manchas aisladas” chispas que se extinguen? ¿Nuevos comienzos? ¿O…? “Componer (No ideas / sino cosas). ¡Inventar!” Este fue el lema de Williams (1967: 7). En Spring & All el futuro humano es algo que debe crearse de modo imaginativo, y no simplemente soportarse: “La nueva forma tratada como realidad en sí misma… Para entrar en un nuevo mundo y tener ahí libertad de movimiento y novedad” (1923: 70, 71). Pero ahora deben formularse preguntas geopolíticas a cada poética inventiva de la realidad, incluso la exigida por este libro: ¿La realidad de quién? ¿El nuevo mundo de quién? ¿Dónde exactamente se sitúa alguien para escribir “como si la tierra debajo de nuestros pies/ fuera excremento de algún cielo/ y nosotros… destinados…?”.
Las personas y las cosas están cada vez más fuera de lugar. Médico-poeta, trabajador de campo, Williams observa y escucha a inmigrantes de Nueva Jersey, trabajadores, mujeres dando a luz, adolescentes de rostros granujientos, casos mentales. En sus vidas y palabras, encontradas a través de una privilegiada observación participante, tanto pética como científica, encuentra material para su escritura. Williams se mueve libremente en las casas de sus pacientes, manteniendo una distancia médico-estética (aunque algunas veces con gran dificultad, como en las secuencias de “cosa hermosa” de Paterson, libro 3). El encuentro con Elsie es algo diferente: una extraña perturbadora aparece dentro del espacio doméstico burgués. No se la puede mantener a distancia.
La invasión de una persona ambigua de origen cuestionable anticipa desarrollos que serían ampliamente evidentes sólo des-
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pués de la Segunda Guerra Mundial. Las relaciones coloniales serían cuestionadas en profundidad. Después de 1950 los pueblos en cuyo nombre habían hablado durante mucho tiempo etnógrafos, administradores y misioneros de Occidente empezaron a hablar y actuar con más fuerza por sí mismos en un escenario global. Fue cada vez más difícil mantenerlos en sus lugares (tradicionales). Distintos modos de vista destinados alguna vez a fundirse en un “mundo moderno” reafirmaron su diferencia, en formas novedosas. Percibimos a Elsie de modo diferente a la luz de estos desarrollos.
Leyendo contra el impulso del poema, desde nuevas posiciones, podemos preguntarnos: ¿Qué se hace de esta niña después de su faena en la cocina de Williams? ¿Debe simbolizar ella un punto muerto? ¿Qué prefigura Elsie? Como mujer: su cuerpo desgarbado es símbolo de fracaso en un mundo dominado por la mirada del varón, o por la imagen de una forma femenina poderosa y “desordenada”, una alternativa para las definiciones sexistas de la belleza. Como producto impuro: esta mezcla de orígenes es un alma perdida y desarraigada o una nueva persona híbrida, menos doméstica que el hogar de la familia suburbana por la que pasa. Como india norteamericana: Elsie es el último remanente no asimilado de los tuscaroras que, de acuerdo con la tradición, se asentaron en las colinas de Ramapough del norte de Nueva Jersey, o representa un pasado norteamericano nativo que se está transformando en un futuro inesperado. (Durante la última década un grupo de la estirpe de Elsie que se llamaba a sí mismo la Tribu Ramapough ha afirmado activamente una identidad india).[2] La asimilación de Williams de su sirvienta simbólica a un destino compartido parece ahora menos definitiva.
“Elsie”, leída a fines del siglo XX, es a la vez menos específica y menos determinada. Sus posibles futuros reflejan un conjunto no resuelto de desafíos a las visiones occidentales de la modernidad, desafíos que resuenan por todo este libro. En gran parte, Elsie permanece aquí todavía en silencio, pero su perturbadora presencia -una pluralidad de temas emergentes- puede sentirse.[3] Ha pasado el tiempo en que autoridades privilegiadas podían rutinariamente “dar voz” (o historia) a otros sin temor a contradecirse. “El gran aforismo de Croce de que toda historia es historia contemporánea…” (Jameson 1981: 18). Cuando las narraciones dominantes de la identidad occidental son cuestionadas, el tema político de la historia como emergencia se torna ineludible.
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Juliet Mitchell escribe en Women: The Longest Revolution (1984): “No creo que podamos vivir como seres humanos sin asumir una historia; para nosotros es principalmente la historia de ser hombre o mujer bajo el capitalismo burgués. Al desconstruir esa historia, sólo podemos construir otras historias. ¿Qué somos nosotros en el proeso del devenir? (pág. 294). No estamos todos juntos en el automóvil de Williams.
*
Sólo una de las posibilidades que surgen de Elsie, la que está conectada a “su pizca de sangre india”, se explora en este libro. Durante el otoño de 1977, en el Tribunal Federal de Boston, los descendientes de los indios wampanoag que vivían en Mashpee, “Ayuntamiento Indio del Cabo Cod”, fueron citados para probar su identidad. Para establecer un derecho legal de demandar por las tierras perdidas, se pidió a estos ciudadanos del moderno Massachusetts que demostraran una existencia tribal continua desde el siglo XVII. Sin embargo, la vida en Mashpee había cambiado radicalmente desde los primeros contactos de los Peregrinos ingleses en Plymouth y los hablantes de la lengua massachusetts de la región. ¿Eran los demandantes de 1977 los “mismos” indios? ¿Eran algo más que una colección de individuos con diversos grados de linaje norteamericano nativo? Si eran diferentes de sus vecinos, ¿cómo se manifestaba su diferencia “tribal”? Durante un juicio prolongado que tuvo amplia publicidad, decenas de indios y blancos atestiguaron sobre la vida en Mashpee. Historiadores profesionales, antropólogos y sociólogos subieron al estrado como testigos expertos. La amarga historia de los indios de Nueva Inglaterra fue relatada con el mayor detalle y discutida con vehemencia. En el conflicto de las interpretaciones, los conceptos mismos de “tribu”, “cultura”, “identidad”, “asimilación”, “etnicidad”, “política” y “comunidad” fueron sometidos a juicio. Estuve sentado durante la mayor parte de los cuarenta días de la discusión escuchando y tomando notas.
Me pareció que el proceso -más allá de cuestiones políticas inmediatas que estaban en juego- era un experimento crucial de traducción transcultural. Los indios modernos, que hablaban con acento de Nueva Inglaterra sobre el Gran Espíritu, tenían que convencer a un jurado blanco de Boston de su autenticidad. El proceso de traducción estuvo cargado de ambigüedades, porque todos los límites culturales en cuestión parecían borrosos y cam-
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biantes. El juicio planteó problemas de largo alcance sobre modos de interpretación cultural, modelos implícitos de totalidad, estilos de distanciamiento, relatos de desarrollo histórico.
Comencé a contemplar tales cuestiones como síntomas de una profunda crisis poscolonial de la autoridad etnográfica. Si bien la crisis se había sentido con mayor intensidad en los discursos antes hegemónicos de Occidente, las cuestiones que plantea son de significación global. ¿Quién tiene la autoridad para hablar por la identidad o la autenticidad de un grupo? ¿Cuáles son los elementos esenciales y los límites de una cultura? ¿Cómo chocan y conversan el yo y el otro en los encuentros de la etnografía, en los viajes, en las modernas relaciones interétnicas? ¿Qué narrativas de desarrollo, pérdida e innovación pueden explicar la presente gama de movimientos locales de oposición? Durante el juicio estas cuestiones adquirieron una urgencia más que teórica.
Mi perspectiva en el tribunal fue oblicua. Había concluido recién una tesis de doctorado en historia con un fuerte interés por la historia de las ciencias humanas, en particular la antropología cultural. En la época del juicio estaba reescribiendo mi disertación para publicarla. La tesis era una biografía de Maurice Leenhardt, misionero y etnógrafo en Nueva Caledonia francesa y etnólogo en París (Clifford 1982a). ¿Qué podía estar más lejos de los indios de Nueva Inglaterra? Las conexiones resultaron ser estrechas y sugestivas.
En Melanesia Leenhardt se involucró profundamente con grupos tribales que habían experimentado un ataque colonial tan extremo como el infligido en Massachusetts. Se preocupó por los problemas teóricos y prácticos del cambio cultural, el sincretismo, la conversión y la supervivencia. Como muchos indios norteamericanos, los kanakos de Nueva Caledonia, derrotados militarmente, tenían instituciones “tribales” que les fueron impuestas como un sistema restrictivo de reservación. Ambos grupos harían acomodaciones estratégicas con estas formas extremas de gobierno. Los norteamericanos nativos y los melanesios sobrevivirían a períodos de cambio y reanimación. Durante los últimos cien años los kanakos de Nueva Caledonia se las arreglaron para encontrar formas distintas y poderosas de vivir como melanesios en un mundo invasor. Me pareció que los mashpee estaban luchando por una meta similar, reviviendo e inventando maneras de vivir como indios en el siglo XX.
Sin duda lo que oí en el tribunal de Nueva Inglaterra influyó
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en mi sentido de la identidad melanesia, algo que llegué a entender no como una supervivencia arcaica sino como un proceso en marcha, cuestionado en lo político e inconcluso en lo histórico. En mis estudios de las instituciones etnográficas europeas he cultivado una actitud similar.
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Este libro trata de las concepciones y prácticas de Occidente. Se las muestra, sin embargo, respondiendo a fuerzas que desafían la autoridad e incluso la futura identidad de “Occidente”. La etnografía moderna aparece en diversas formas, tradicionales e innovadoras. Como práctica académica no puede ser separada de la antropología. Vista de modo más general, es un conjunto de diversas maneras de pensar y escribir sobre la cultura desde el punto de vista de la observación participante. En este sentido más amplio un poeta como Williams es un etnógrafo. También lo son muchas de las personas quienes los científicos sociales han llamado “informantes nativos”. En última instancia mi tema es la situación profunda de descentramiento en un mundo de distintos sistemas de significados, un modo de estar en la cultura mientras se mira a la cultura, una forma de autoconformación personal y colectiva. Este dilema, no limitado a investigadores, escritores, artistas o intelectuales, responde a la superposición sin precedentes de tradiciones propia del siglo XX. Una “etnografía” moderna de coyunturas, que se mueve constantemente entre culturas, no aspira, como su alter ego de Occidente, la “antropología”, a examinar toda la gama de la diversidad y el desarrollo humano. Es una forma perpetuamente desplazada, con enfoque regional y amplitud comparativa a la vez, una forma de residir y viajar al mismo tiempo en un mundo donde las dos experiencias son cada vez menos distintas.
Este libro migra entre las perspectivas local y global, y recontextualiza sin cesar su propio tema. La Parte I enfoca las estrategias de la escritura y la representación, estrategias que cambian históricamente como respuesta al cambio general que se ha dado desde el alto colonialismo posteriores a la década de 1950. En estos capítulos trato de demostrar que los textos etnográficos son orquestaciones de intercambios multívocos que ocurren en situaciones políticamente cargadas. Las subjetividades producidas en estos intercambios a menudo desiguales (ya
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sean de “nativos” o de observadores participantes de visita) son dominios de verdad construidos, ficciones serias. Una vez que se ha reconocido esto, surgen diversas posibilidades inventivas de representación etnográfica poscolonial, algunas de las cuales se examinan en este libro. La Parte 2 muestra a la etnografía en alianza con el arte de vanguardia y la crítica cultural, actividades con las que comparte procedimientos modernistas de collage, yuxtaposición y extrañamiento. Lo “exótico” está ahora cerca. En esta sección pongo a prueba también los límites de la etnografía occidental mediante formas autorreflexivas de escritos de viajes, explorando las posibilidades de una “poética del desplazamiento” del siglo XX. La Parte 3 se dirige a la historia de la actividad del coleccionismo, particularmente la clasificación y presentación del arte “primitivo” y las “culturas” exóticas. Mi objetivo general es desplazar cualquier régimen trascendente de autenticidad, al argumentar que todas las colecciones autorizadas, ya sean hechas en nombre del arte o de la ciencia, son históricamente contingentes y sujetas a reapropiación local. En la sección final del libro trato de explorar la forma en que las experiencias históricas no occidentales (las de los norteamericanos nativos “tribales” y “orientales”) están encerradas por los conceptos de tradición continua y sujeto unificado. Sostengo que la identidad, considerada etnográficamente, debe ser siempre mixta, relacional e inventiva.
La identidad del sujeto surge como un complejo problema cultural en mi tratamiento de dos refugiados políglotas, Joseph Conrad y Bronislaw Malinowski, polacos naufragados en Inglaterra y en el inglés. Ambos produjeron meditaciones seminales sobre las ficciones locales de la vida colectiva, y, con diferentes grados de ironía, construyeron identidades basadas en la aceptación de realidades y formas de expresión limitadas. Abrazando la ficción seria de “cultura”, escribieron en un momento en que la idea etnográfica (relativista y plural) empezaba a alcanzar su valor moderno. Aquí y en algún otro lugar del libro trato de historizar y ver más allá de este valor y trascenderlo, tendiendo a una concepción que pueda preservar las funciones diferenciadoras de la cultura, sin dejar de concebir la identidad colectiva como un proceso inventivo discontinuo, a menudo híbrido. La cultura es una idea profundamente comprometida, de la cual no puedo prescindir.
Algunos de los peligros políticos de las reducciones y esencias culturalistas se consideran en mi análisis de la obra poética de Edward Said, Orientalismo (1978a). Lo que allí surge es la posi-
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ción intrínsecamente discrepante de un crítico “oposicional” poscolonial, pues la construcción de esencias simplificadoras y dicotomías distanciadoras evidentemente no es un monopolio de los expertos orientalistas de Occidente. El propio Said escribe de maneras que simultáneamente afirman y subvierten su propia autoridad. Mi análisis sugiere que no puede haber suavización final de las discrepancias de su discurso, puesto que es cada vez más difícil mantener una pisición cultural y política “fuera” de Occidente, desde la cual se lo pueda atacar sin riesgo. Críticas como las de Said quedan atrapadas en el doble movimiento etnográfico que he estado evocando. Basadas en lo local y comprometidas en lo político, deben resonar globalmente; mientras se ocupan de profundos procesos poscoloniales, lo hacen sin visión de conjunto, desde una vocinglera perspectiva parcial.
Al intervenir en un mundo interconectado, uno es siempre en diversos grados “inauténtico”: atrapado entre culturas, implicado en otras. En razón de que el discurso en los sistemas de poder globales se elabora vis-á-vis, nunca se puede ubicar un sentido de diferencia o distinción en la continuidad de una cultura o una tradición. La identidad es coyuntural, no esencial. Said plantea estas cuestiones del modo más conmovedor en After the Last Sky, en una evocación reciente de “Vidas Palestinas” y de su propia posición entre estas (1986a:150): “Una parte de algo está destinada durante el futuro inmediato a ser mejor que su totalidad. Los fragmentos por encima de las totalidades. La incansable actividad nómade por sobre los asentamientos en el territorio ocupado. La crítica por encima de la resignación. El palestino como una conciencia de sí en una planicie desierta de inversiones y apetitos de consumo. El heroísmo de la cólera por encima de la escudilla del mendigo, la independencia limitada por encima del estatus de clientes. La atención, la vigilancia, el enfoque. Hacer lo que hacen losotros pero estar fuera de algún modo. Relatar la historia de usted por partes, tal como es”. Este trabajo apareció cuando yo estaba terminando mi propio libro. Así, la discusión del Orientalismo meramente anticipa la búsqueda actual de Said de formas no esencialistas de política cultural. After the Last Sky habita activamente la discrepancia entre una situación específica de exilio palestino y el rango de opciones más general porpio del siglo XX. Es como un palestino (y no sólo así) que Said acepta conmovedoramente “nuestros vagabundeos”, reclamando “el elemento secular abierto, y no la simetría de la redención” (pág. 150).
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Comparto esta sospecha de la “simetría de la redención”. Actos discutibles de purificación están implícitos en cualquier obtención de la tierra prometida, en el retorno a las fuentes “originales” o en la recolección de una tradición verdadera. Tales reclamos de pureza son subvertidos siempre en todo caso por la necesidad de representar la autenticidad en oposición a alternativas externas, a menudo dominantes. Así como el “Tercer Mundo” hace su papel en contraste con el “Primer Mundo”, y viceversa. En un nivel local, los isleños trobriandeses inventan su cultura, dentro de y contra los contextos de la reciente historia colonial y de la nueva nación de Papua-Nueva Guinea. Si su autenticidad es relacional, no puede haber esencia, excepto como invención política, cultural, como una táctica local.
En este libro cuestiono algunas de las tácticas locales de la etnografía occidental, que se concentra en modos redencionales de textualización y particularmente de recolección. Algunos capítulos analizan en cierto detalle los sistemas de autenticidad que han sido impuestos a las obras creativas del arte y la cultura no occidentales. Consideran las prácticas de coleccionar y autenticar en escenarios contemporáneos: por ejemplo la controversia que rodea una exhibición en el Museo de Arte Moderno en la ciudad de Nueva York por sobre las relaciones entre las artes “tribales” y “modernas”. ¿Cómo se han asignado a objetos exóticos valores como “arte” y “cultura” en los sistemas coleccionistas de Occidente? No sostengo, como lo hacen algunos críticos, que los objetos no occidentales se comprendan correctamente sólo con referencia a su medio original. Las contextualizaciones etnográficas son tan problemáticas como las estéticas, y por igual susceptibles de un tratamiento purificado y ahistórico.
Sigo el rastro de la historia moderna de las clasificaciones tanto estéticas como etnográficas en un escenario anterior, el París de vanguardia de las décadas de 1920 y 1930, un contexto radical que llamo surrealismo etnográfico. Dos museos influyentes, el Musée d´Ethnographie du Trocadéro y su sucesor científico, el Musée de l´Home, simbolizan modos distintos de “colección de arte y cultura”. Su yuxtaposición obliga a preguntarse: ¿de qué manera los mundos etnográficos y sus artefactos significativos se separan, se rescatan y se evalúan? Aquí la cultura aparece no como una tradición que debe resguardarse, sino como códigos y artefactos reunidos, simpre susceptibles de recombinación críti-
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ca y creativa. La etnografía es una forma explícita de crítica cultural que comparte perspectivas radicales con el dadaísmo y el surrealismo. En vez de consentir la separación entre el experimento de vanguardia y la ciencia disciplinaria yo reabro la frontera, sugiriendo que la división moderna del arte y la etnografía en instituciones distintas ha restringido el poder analítico de esta última y la vocación subversiva del primero.
Desde 1900 las colecciones completas de “Mankind” se han vuelto institucionalizadas en disciplinas académicas tales como la antropología y en museos de arte o etnología. Un restrictivo “sistema de arte-cultura” ha llegado a controlar la autenticidad, el valor y la circulación de los artefactos y los datos. Al analizar este sistema propongo que cualquier colección implica una visión temporal que genera rareza y mérito, una metahistoria. La historia define qué grupos o cosas serán redimidos del pasado humano en desintegración, y cuáles serán definidos como agentes dinámicos o trágicos de un destino común. Mi análisis tiende a presentar la contingencia política local de tales historias y las colecciones modernas que ellas justifican. El espacio queda despejado, tal vez, para otras alternativas.
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Este libro es un objeto etnográfico empalmado, una colección incompleta. Consiste en exploraciones escritas y vueltas a escribir durante un período de siete años. Su propio momento histórico ha sido marcado por rápidos cambios en las condiciones (científicas, estéticas y textuales) que gobiernan la representación transcultural. Escrito desde un “Occidente” cuya autoridad para representar una historia humana unificada es ahora desafiada ampliamente y cuya misma identidad espacial es cada vez más problemática, las exploraciones reunidas aquí no pueden -no deberían poder- sumarse a una concepción sin fisuras. Su parcialidad es evidente. Los capítulos varían en la forma y el estilo, reflejando diversas coyunturas y ocasiones específicas de composición. No he intentado reescribir los ensayos ya publicados para producir una cobertura coherente. Además, he incluido textos que irrumpen activamente en el tono dominante del libro, esperando manifestar de esta manera la retórica de mis versiones. Prefiero cuadros agudamente enfocados, compuestos de manera que se muestren el marco y la lente.
La etnografía es una actividad híbrida, y de tal modo aparece
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como escritura, como tarea de coleccionista, como poder imperial, como crítica subversiva. Visto de modo más amplio, quizá, mi tópico es una forma de viaje, un modo de entender y rondar en un mundo diverso que, desde el siglo XVI, se ha vuelto cartográficamente unificado. Una de las principales funciones de la etnografía es la “orientación” (un término que quedó desde el tiempo en que Europa viajaba y se inventaba a sí misma respecto de un “Oriente” fantásticamente unido). Pero en el siglo XX la etnografía refleja nuevas “prácticas espaciales” (De Certeau 1984), nuevas formas de residir y circular.
Este siglo ha visto una drástica expansión de la movilidad, incluyendo el turismo, el trabajo migratorio, la inmigración, el crecimiento urbano. Cada vez son más las personas que “permanecen”, con la ayuda del tránsito masivo, los automóviles, los aviones. Poblaciones extranjeras han venido a permanecer en ciudades de los seis continentes, mezclándose casi siempre en modas parciales, específicas. Lo “exótico” está incómodamente cerca. Recíprocamente, no parecen quedar lugares distintos en el planeta donde no se pueda sentir la presencia de los productos, los medios y el poder “modernos”. La vieja topografía y las experiencias de viaje han estallado. Uno ya no se aleja de casa seguro de encontrar algo radicalmente nuevo, otro tiempo, otro espacio. La diferencia se encuentra en la vecindad contigua, lo familiar aparece en los extremos de la tierra. Esta des-”orientación” se refleja a través de todo el libro. Por ejemplo, la etnografía académica del siglo XX no aparece como la práctica de interpretar formas de vida distintas y totales, sino como una serie de diálogos, imposiciones e invenciones específicos. La diferencia “cultural” ya no es más una estable y exótica alteridad; las relaciones yo-otro son cuestiones de poder y de retórica más que de esencia. Se ha puesto en duda toda una estructura de expectativas acerca de la autenticidad en la cultura y el arte.
Las nuevas relaciones de desplazamiento etnográfico fueron registradas con precoz claridad en los escritos de Victor Segalen y Michel Leiris. Ambos tendrían que desaprender las formas que alguna vez organizaron la experiencia de los viajes en el tiempo, cuando “patria” y “exterior”, “yo” y “otro”, “salvaje” y “civilizado” parecían más claramente opuestos. Sus escritos traicionan cierta incomodidad con las narraciones de escape y retorno, de iniciación y conquista. No pretenden conocer un “exotismo” distante, recuperar sus secretos, describir objetivamente sus paisajes, costumbres, lenguajes. Por todas partes que van registran encuen-
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tros complejos. En palabras de Segalen, el nuevo viajero expresa “no simplemente su visión, sino, a través de una transferencia instantánea y constante, el eco de su presencia”. China se vuelve un espejo alegórico. El trabajo de campo de Leiris en un “Africa fantasma” lo lanza de retorno a una inexorable autoetnografía; no una autobiografía, sino un acto de escribir su existencia en un presente de recuerdos, sueños, política, vida cotidiana.
Las identidades del siglo XX ya no presuponen culturas o tradiciones continuas. Por doquier los individuos y los grupos improvisan realizaciones locales a partir de pasados (re)coleccionados, recurriendo a medios, símbolos y lenguajes extranjeros. Esta existencia entre fragmentos ha sido descrita a menudo como un proceso de ruina y decadencia cultural, quizá con la mayor elocuencia por Claude Lévi-Strauss en Tristes trópicos (1955). En la visión global de Lévi-Strauss (ampliamente compartida hoy día) las diferencias humanas auténticas se están desintegrando, desapareciendo en una cultura expansiva de mercancías, para convertirse, en el mejor de los casos en “arte” o “folklore” coleccionable. La gran narrativa de entropía y pérdida en Tristes trópicos expresa una verdad ineludible y triste. Pero es demasiado pulcra, y asume una cuestionable posición eurocéntrica situándose al “final” de una historia humana unificada, reuniendo, rememorando, las historicidades locales del mundo. A lo largo de esta narrativa de la monocultura progresiva se puede vislumbrar una experiencia “caribeña” más ambigua. En mi versión, Aimé Césaire, un practicante de la política cultural “neologista”, representa tal posibilidad: la cultura orgánica reconcebida como un proceso inventivo o como una “intercultura” criollizada (Wagner 1980; Drummond 1981).[4] Las raíces de la tradición se cortan y se reanudan y los símbolos colectivos se enajenan a partir de influencias externas. Para Césaire la cultura y la identidad son inventivas y móviles. No necesitan echar raíces en tramas ancestrales; viven por polinización, por transplante (histórico).
La “basura” que un Occidente expansivo, de acuerdo con el desilusionado viajero de Tristes trópicos (pág. 38), ha arrojado a la cara de las sociedades del mundo aparece como materia prima, como un abono para nuevos órdenes de diferencia. También es basura. Los contactos culturales modernos no necesitan romantizarse borrando la violencia del imperio y las formas perpetuantes de la dominación neocolonial. La historia caribeña, de la cual Césaire deriva una “negritud” inventiva y táctica, es una historia de degradación, bufonería, violencia y posibilidades
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bloqueadas. Es también rebelde, sincrética y creativa. Esta especie de ambigüedad mantiene inciertos y abiertos los futuros locales del planeta. No hay narrativa maestra que pueda reconciliar las tramas trágicas y cómicas de la historia cultural global.
Es más fácil registrar la pérdida de los órdenes tradicionales de diferencia que percibir la aparición de otros nuevos. Tal vez este libro va demasiado lejos en su preocupación por los presentes etnográficos que se convierten en futuros. Su utópica y persistente esperanza de la reinvención de la diferencia corre el riesgo de subestimar los efectos destructivos y homogeneizadores de la centralización económica y cultural globales. Por otra parte, su supuesto occidental de que las afirmaciones de “tradición” son siempre respuestas a lo nuevo (de que no hay recurrencia real en la historia) pueden excluir las narrativas locales de continuidad y recuperación. No narro todas las historias posibles. Como dice un adagio igbo: “No te quedes en un sitio a ver una mascarada”.
Mi objetivo principal es abrir el espacio para futuros culturales, para el reconocimiento de lo que surge. Esto requiere una crítica de hábitos mentales y sistemas de valor de Occidente profundamente asentados. Soy escéptico en particular respecto de un reflejo casi automático (tal servicio de una visión unificada de la historia) que relega pueblos y objetos exóticos al pasado colectivo (Fabian 1983). Los órdenes inclusivos del modernismo y la antropología (los “nosotros” que viajamos en el automóvil de Williams, la Humanidad de la ciencia social de Occidente) siempre nos desplegamos en el punto final o en la frontera de avance de la Historia. Las tradiciones exóticas aparecen como arcaicas, más puras (y más raras) que las invenciones diluidas del presente sincrético. En esta configuración temporal una gran cantidad de creaciones del siglo XX pueden aparecer sólo como imitaciones de modelos más “desarrollados”. Las Elsies del planeta aún están viajando sin rumbo libradas a sí mismas.
En todo el mundo las poblaciones indígenas han tenido que habérselas con las fuerzas del “progreso” y la “unificación nacional”. Los resultados han sido a la vez destructivos e inventivos. Gran cantidad de lenguas, cosmologías y valores se han perdido, algunos literalmente asesinados; pero es mucho lo que simultáneamente ha sido inventado y revivido en contextos complejos y oposicionales. Si las víctimas del progreso y el imperio son débiles, rara vez son pasivas. Se acostumbraba suponer, por ejemplo, que la conversión al cristianismo en África, Melanesia, América Latina, o incluso en el Massachusetts colonial, conduciría a la
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extinción de las culturas indígenas antes que a su transformación. Ha ocurrido algo más ambiguo e históricamente complejo, que requiere que percibamos a la vez el final de ciertos órdenes de diversidad y la creación o traducción de otros (Fernández, 1978). Algo más que unos pocos pueblos “extintos” han retornado para obsesionar a la imaginación histórica de Occidente.[5] Es difícil, en cualquier caso, igualar el futuro del “Catolicismo” en Nueva Guinea con sus perspectivas actuales en Italia; y el Cristianismo Protestante de Nueva Caledonia es muy diferente de las diversas formas de Nigeria. El futuro no es (sólo) monocultura.[6]
Rechazar una metanarrativa progresiva o entrópica singular es negar la existencia de profundos procesos globales que operan de modo desparejo. El mundo está cada vez más conectado, aunque no unificado, en lo económico y en lo cultural. El particularismo local no ofrece escapes de estas implicaciones. Por cierto, las historias etnográficas modernas están condenadas tal vez a oscilar entre dos metanarrativas: una de homogeneización y otra de surgimiento; una de pérdida, otra de invención. En la mayoría de las coyunturas específicas ambas narrativas son relevantes, y cada una socava la pretensión de la otra de relatar “toda la historia”, cada una niega su visión privilegiada, hegeliana. Por doquier en el mundo las distinciones están siendo destruidas y creadas; pero las nuevas identidades y los órdenes de diferencia recuerdan más a la Elsie de Williams que a los idealizados indios norteamericanos “en extinción” de Edward Curtis. Las historias de las diferencias emergentes requieren otras formas de relatar: la poética impura de Césaire, las dispersas “Vidas Palestinas” de Said, la tradición reinventada de los Mashpee; no hay un modelo único. Este libro examina varias formas híbridas y subversivas de representación cultural, formas que prefiguran un futuro inventivo. En las últimas décadas del siglo XXI la etnografía empieza desde el hecho ineludible de que los occidentales no son los únicos que van a lugares en el mundo moderno.
¿Acaso los viajeros no se han encontrado siempre “nativos” del mundo? Extraña anticipación: los Peregrinos ingleses llegan a Plymouth Rock en el Nuevo Mundo sólo para encontrar que Squanto, un patuxet, acaba de regresar de Europa.
[1] “Elsie” también desplaza una tradición literaria. En los escritos de Occidente los sirvientes siempre han desempeñado la tarea de representar al “pueblo”: las clases inferiores y las razas diferentes. Outsiders domesticados de la imaginación burguesa, proporcionan con regularidad epifanías ficticias, escenas de reconocimiento, finales felices, trascendencias utópicas y distópicas. Bruce Robbins 1986, presenta un brillante análisis de este tema.
[2] El linaje norteamericano nativo de los montañeses aislados y endogámicos de Ramapough (“antiguos nombres”… del “saliente extremo norte de Jersey”) es discutible. Algunos, como el folklorista David Cohen (1974), lo niegan del todo, desentimando la historia de una rama tuscarora. Otros creen que esta población mixta (llamados anteriormente los Blancos de Jackson, basados en raíces negras, holandesas e inglesas) probablemente debe más a la sangre india delaware que la tuscarora. Cualesquiera sean sus raíces históricas, la tribu, tal como está constituida en el presente, es un producto viviente impuro.
[3] Los “nativos”, las mujeres, los pobres: este libro analiza sólo la construcción etnográfica del primer grupo. En los sistemas ideológicos dominantes del Occidente burgués todos están interrelacionados, y un tratamiento más sistemático que el mío lo haría evidente. Para algunos comienzos en este sentido, véase Duvignaud, 1973; Alloula 1981; Trinh 1987; y Spivak 1987.
[4] Para un trabajo reciente sobre la invención histórico-política de las culturas y tradiciones, véase, entre otros, Comaroff 1985; Guss 1986; Handler 1985; Handler y Linnekin 1984; Hobsbawm y Ranger 1983; Taussig 1980, 1987; Whisnant 1983; y Cantwell 1984. Los estudios familiares de “contacto y cultura”, “sincretismo” y “aculturación” reciben nuevo impulso de conceptos como “interferencia” e “interreferencia” (Fischer 1986: 219, 232; Baumgarten 1982: 154), “transculturación” (Rama 1982; Pratt 1987), e “intertextos interculturales” (Tedlock y Tedlock 1985).
[5] La vida tribal continuada de los indios de California es un caso a propósito. Incluso el más notorio de todos, la “extinción” genocida de los tasmanianos parece ahora un “evento” mucho menos definitivo. Después de haber sido diezmados sistemáticamente, con la muerte en 1876 de Truganina, el último especímen “puro” (que desempeñaba un papel mítico similar al de Ishi en California), la raza fue declarada científicamente muerta. Pero los tasmanios sobrevivieron y celebraron matrimonios mixtos con aborígenes, blancos y maoríes. En 1978 un comité de investigación informó que había entre cuatro y cinco mil personas elegibles para presentar reclamos de tierras en Tasmania (Stocking, 1987: 283).
[6] La investigación específica sobre este tema está siendo conducida por Ulf Hannerz y sus colegas de la Universidad de Estocolmo sobre “el sistema mundial de la cultura”. En una declaración previa Hannerz enfrenta el supuesto ampliamente difundido de que “la diversidad cultural está desapareciendo y la misma masa única de cultura estará pronto en todas partes”. Se muestra escéptico: “No creo que sea sólo mi prejuicio como antropólogo con un interés creado en la variación cultural lo que me hace difícil reconocer que la situación en Nigeria, por ejemplo, pueda ser algo como esto. La gente de mi pueblo favorito de Nigeria bebe Coca Cola, pero también bebe kutu; y pueden ver Los Angeles de Charlie como también los tambores hausa en los televisores que se difundieron rápidamente cuando llegó la electricidad. Mi sensación es que el sistema mundial, más que crear una homogeneización cultural masiva en una escala global, está reemplazando una diversidad por otra; y la nueva diversidad se basa más en relaciones mutuas y menos en la autonomía” (Hannerz, n. d.: 6).
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Fuente: http://tanlejostancercafilub.blogspot.com/2007/04/dilemas-culturales-james-clifford.html