lunes, 27 de junio de 2011

Cuando hablamos de metrópoli queremos decir… (CS Laboratorio)

Cuando hablamos de metrópoli queremos decir…
CS Laboratorio
Metrópoli no es sinónimo de gran urbe ni de centro capitalista. Es un esquema para describir la actual articulación entre la esfera económica y la política, la interpenetración entre explotación y dominio; en definitiva, el lugar (espacio y tiempo) en el que nos hallamos. Tanta metrópoli hay en el “centro” como en la “periferia”, en el “campo” como en la “ciudad”, en el “primer mundo” como en el “tercer mundo”. En el siguiente texto daremos vueltas sobre el concepto de metrópoli utilizando libremente otros textos ya editados o fotocopiados.
El desierto como metáfora de la metrópoli
El desierto nos rodea poco a poco, extendiendo ante nosotros una arena gris que no brilla bajo el sol. En los oasis, papeles, bolsas de plástico, latas… son arremolinados por el viento. El agua hedionda, cubierta de manchas de aceite, sirve para limpiar los coches. ¡Si por lo menos se pudiera uno perder! También esta posibilidad, resecada por el fuego que cae del cielo, está transida de vacío. Desprovistos de toda seguridad, un mar de arena que sin embargo no quiere tragarnos se mueve bajo nuestros pies. Como windsurfistas cada uno en su tabla sin tierra firme que pisar, las condiciones de vida se parecen cada vez más a las de las estaciones espaciales: nada de oxígeno para respirar, contactos físicos limitados, vida desexualizada, dificultad de comunicación, aislamiento social, sufrimiento psíquico… El ritmo de la cotidianidad es un entretejido de interferencias, continuidades y rupturas. El territorio no es una porción de espacio, es un campo de tensiones constantemente amenazado por la oscuridad. La destrucción de las formas tradicionales de subsistencia, la caída de los salarios, la emigración forzosa, el desempleo masivo, la desmantelación de la comunidad, la pérdida de las garantías sociales, la precariedad y todas las formas que hoy adopta la expulsión del territorio, entendiendo por territorio aquel lugar al mismo tiempo material y simbólico en el que podemos vivir y hacernos fuertes, nos encierra en ese desierto caótico, hecho de ruinas de sentido, de líneas que no van a ningún lado, de fragmentos que huyen unos de otros, como después de una gran explosión que ha oscurecido el mundo. Eso es la metrópoli.
Explotación y dominio
La metrópoli abarca todo el planeta, y al mismo tiempo es ridículamente pequeña. Así, cuando una fábrica se privatiza en China y se vende a un banco comercial de Nueva York, un puesto de trabajo bien pagado se suprime en Europa. Manteniendo altas tasas de desempleo en Europa, caen los derechos sociales en la antigua URSS. Al someter un acre de tierra a los proyectos de desarrollo del Banco Mundial para “pagar la deuda”, una casa ocupada se desaloja. Guerras, estallidos y revueltas se suceden en una desesperanzada lucha de control por ganar un territorio. En África se llamará “guerra tribal” o “lucha contra el apartheid”; en los Balcanes o en Oriente Medio se considerará un “problema de nacionalidad”; en el Mediterráneo se tratará de “controlar la emigración”. Pero esta “guerra por la tierra” tiene otros muchos nombres. Para los sindicatos la defensa de su territorio se llama “reparto del trabajo”. En los multimedia, la publicidad conquista continuamente territorio apresando imágenes y eslogans producidos por lo social. En las calles del centro de la ciudad la policía controla el territorio en nombre de la “lucha contra la delincuencia o la droga”, mientras que en los suburbios las asistentas sociales hacen lo mismo en nombre de la “integración social”… Aunque por todas partes la vida está salpicada por los mismos conflictos y la misma muerte, y aunque las relaciones de producción atraviesan la vida de todos, en la metrópoli esto no basta para dar un único sentido a todas nuestras vidas. Aunque nos sentimos cómplices de aquéllos que más allá del miedo y de la esperanza ocupan edificios, abren cárceles, queman bancos o asaltan supermercados sin una alternativa preestablecida, sentimos también que estas experiencias, felices excepciones, no se pueden sumar, ni totalizar, ni reunir, pues sus protagonistas son minorías que de ninguna manera podrían convertirse en mayorías. Eso es la metrópoli.
Lo nuevo y lo viejo
La metrópoli aparece como un resultado de la lucha de clases y, a la vez, como algo completamente nuevo que corta radicalmente con el pasado. Un resultado de la lucha de clases, porque es el desenlace de un enfrentamiento en el que la clase obrera ha sido derrotada. Pero también algo completamente nuevo que, partiendo de la caída de los grandes relatos que orientaban la historia hacia un final necesariamente revolucionario, libera infinitas posibilidades de vida. Lejos de una aceptación postmoderna de “lo que hay” que justifique el “todo vale” (todo son simulacros; todo son juegos de lenguajes; todo es intercambiable…), entendemos la metrópoli como el lugar donde se impone la explotación y el dominio, y también donde se producen luchas, resistencias, enfrentamientos y fugas que van más allá, y por tanto suponen una ruptura, respecto a una determinada manera (la manera “obrera”) de enfrentarse al capital.
El proceso de producción ha salido de las fábricas. Las relaciones de poder se extienden ahora a todo el territorio, que se convierte en una gran fábrica difusa. Una red de dominio soportada por el desarrollo tecnológico (informática, robótica, telecomunicaciones…) configura una nueva sociedad de control. En las formas de dominio que se desarrollan en la metrópoli van perdiendo relevancia los espacios de encierro tradicionales: fábrica, escuela, cárcel, hospital, familia, cuartel… espacios que indudablemente ejercían un secuestro del tiempo de vida pero al mismo tiempo ofrecían un terreno claro de enfrentamiento en el que era fácil distinguir el amigo del enemigo, producían identidades que permitían levantar banderas, cobijaban, daban seguridad… Por el contrario, en la metrópoli la gestión de la gobernabilidad combina una invitación continua a la participación responsable (todos somos responsables de todo) junto con una intensificación de la dualización y exclusión social (los pobres cada vez más pobres, los ricos cada vez más ricos). Es cierto que hay explotadores y explotados. Sí. Es cierto que hay opresores y oprimidos. Sí. Pero eso no lo explica todo.
Procesos en la metrópoli
Afirmamos que la lucha de clases se ha agotado. Agotamiento de la lucha de clases significa que las relaciones de poder ni derivan por entero, ni se agotan, por tanto, en las relaciones de producción. La pérdida de la centralidad de la clase obrera y la crisis de la identidad “trabajo” son una manera de nombrar el conjunto de transformaciones que han tenido lugar en la esfera de la producción, de la política, de la cultura… Enumeremos, a modo de síntesis, algunos de los procesos abiertos por estas transformaciones:
- Pérdida de la centralidad obrera. Reducción del número de obreros de “fábrica” en el conjunto de la fuerza de trabajo, reducción del peso del trabajo en la producción de valores, cultura, comportamientos colectivos, sentido… crisis del proyecto de emancipacion social. La lucha reivindicativa, separada de un proceso emancipatorio, raya en corporativismo.
- Lo social excede la clase social y se pone como multiplicidad. En la frase de Marx “Los individuos aislados forman una clase sólo en la medida en que han de emprender una batalla común contra otra clase”, se recoge el aspecto más importante que caracteriza a las clases sociales: no se definen desde una posición económica estática sino que forman una dualidad dinámica en la que progresivamente se van construyendo como tales. Es decir, las clases sociales no preexisten a la lucha de clases, sino que es justamente a la inversa. Porque hay enfrentamiento de clase es por lo que existen las clases sociales. Las clases sociales son el efecto y el agente de la lucha de clases. Por tanto, al hablar de clases sociales no estamos haciendo sociología, sino política. Al decir que lo social excede la clase social queremos decir que desaparece el metalenguaje de la revolución, que el crecimiento del contrapoder obrero (que forzosamente debe expresarse mediante un único lenguaje) queda oscurecido detrás de una dispersión de lenguajes, que lo social se disloca internamente y se proyecta como multiplicidad, y que en tanto que multiplicidad queda liberado de un criterio político restringido.
- El Estado se hace sistema. El Estado deja de ser instrumento de clase en el sentido de la tradición marxista. Ya no representa los intereses particulares de la “burguesía”, de “todos los burgueses”. Aunque sigue siendo Estado de clase en tanto que garantiza la hegemonía del mercado y de la forma mercancía: la mercantilización de la existencia incluso en contra de los intereses particulares del algún sector del capital. El Estado asume una intervención estabilizadora del sistema. No teme los conflictos. Su tarea es reconducirlos hacia un consenso que asegure la gobernabilidad social. Para el sistema, una demanda no es más legítima por provenir de una necesidad insatisfecha, por más dolor o sufrimiento que esta necesidad insatisfecha produzca. El derecho no viene del sufrimiento ni del dolor. Vendrá en todo caso de la posibilidad de que el tratamiento de este sufrimiento haga al sistema más funcional, más robusto, menos inestable. Es contrario a la fuerza regularse según la debilidad. Sin embargo a la fuerza le es propio suscitar demandas nuevas que puedan dar lugar a la redefinción de formas de vida cada vez más funcionales, para de esta manera secuestrar la vida y ponerla al servicio del poder. Por eso, no es de extrañar que algunas intervenciones de la administración se anticipen o incluso superen con creces las demandas sociales.
- Eclipse de lo político. La democracia representativa se pone como límite y culminación del progreso político. Las medidas legislativas de excepción se justifican por exigencias de seguridad. El estado democrático debe defenderse a sí mismo. La política parlamentaria se convierte en espectáculo de la política, y ya a nadie le interesa más que como mero espectáculo. La participación en la esfera de lo político se aleja del parlamento y se reconduce hacia lo social (ONGs en lugar de partidos políticos).
- Agotamiento de lo posible. La integración social ya no se produce mediante identidades fuertes y homogeneizantes. El sistema incita a un uso del espacio y del tiempo según caminos individualizantes: cada uno “elige su propio estilo de vida” según múltiples posibilidades de elección cuyo mejor paradigma es la publicidad. Tú eliges, por tanto te autoimplicas y te haces responsable. La metrópoli tiene la forma de un supermercado en el que hay múltiples posibilidades de elección. Tras la caída de los grandes relatos, los macroproyectos colectivos han dejado de ser atrayentes. Los objetivos vitales de cada cual pertenecen al ámbito de cada cual. Cada uno se ve remitido a sí mismo, y cada uno sabe que ese sí mismo es poco. El ofrecimiento continuo de infinitas posibilidades por parte del sistema no consigue ocultar el agotamiento de lo posible. Constatamos cada día el fin del posibilismo. Lo posible: la claudicación sindical, las ingenuidades ecologistas, la organización de campañas de concienciación, las victorias “morales”… lo posible es deprimente.
- No futuro. Ausencia de futuro, vivir al día, jugar con la vida en todas sus determinaciones tanto individualistas como autodestructivas o radicales. No habrá un mañana mejor. No hay transición posible hacia un futuro mejor, en términos de globalidad.
El trabajo no es lo que era
Para completar esta reflexión sobre la metrópoli reproducimos el guión de una entrevista autorrealizada que narra el proceso de pérdida de la centralidad obrera y el paso de la sociedad-fábrica (modelo de desarrollo capitalista de los años cincuenta y sesenta) a la metrópoli (que en el estado español coincide con la transición política).
¿En qué ha cambiado lo que entendemos por trabajo asalariado desde la segunda guerra mundial hasta ahora?
Después de la segunda guerra mundial, el modelo de desarrollo capitalista cambia completamente. De una subutilización del sistema productivo que generaba un paro constante, se pasa a una situación de pleno empleo. Por otro lado, las industrias de producción de bienes de consumo (coches, electrodomésticos…) se convierten en motores del desarrollo económico. En las fábricas se introduce la división del trabajo y el trabajo en cadena, con lo que desaparecen los oficios clásicos. Se genera un consumo masivo. Se configura así un modelo de desarrollo que se ha denominado la sociedad-fábrica.
¿Cuando se habla de sociedad-fábrica, qué se quiere decir exactamente?
Lo que se quiere decir no es tanto que la sociedad entera esté organizada como una fábrica, sino que la identidad trabajo (pertenecer a la clase obrera) se constituye en el auténtico punto de referencia para comprender y transformar la realidad. El conflicto social se organiza a partir de la dualidad capital/trabajo, y a partir de esta relación se comprende la realidad. La historia, la tecnología, el arte, la cultura, la salud… todo adquiere sentido únicamente a partir de esta dualidad que se proyecta en otras muchas: mayorías/minorías, ricos/pobres, buenos/malos, alienados/conscientes.
Por eso, cuando hablamos de sociedad-fábrica, no nos referimos a una sociedad con muchas industrias o con industrias muy grandes, sino que designamos el modo específico que la relación entre el capital y el trabajo adopta en los años cincuenta y sesenta, y que extiende las relaciones de producción a todo el territorio: el barrio, la escuela, el consumo, la sanidad, el tiempo libre… todo es en función de y para la fábrica. La sociedad-fábrica se articula en torno al conflicto entre el capital y el trabajo, y por tanto sitúa a la clase obrera en el centro de las relaciones sociales.
¿Cómo es esta clase obrera que está situada en el centro de los procesos productivos de mercancías, pero tambien es productora de cultura, de valores y de proyectos de emancipación?
Esta clase obrera, el obrero masa, presenta dos caras diferentes y contradictorias: por un lado es motor del desarrollo capitalista y por el otro es negación del sistema capitalista.
Es motor del desarrollo porque la lucha salarial redunda en un mayor consumo y, por lo tanto, favorece la acumulación capitalista. Pero sobre todo es motor del desarrollo porque con sus continuas demandas salariales obliga al capital a introducir continuamente innovaciones tecnológicas. Las huelgas obreras favorecen las innovaciones científico-técnicas que finalmente culminarán con la robotización masiva de la producción y con la expulsión de la clase obrera fuera de la fábrica. La clase obrera, con su lucha, obliga al capital a ser “progresista”.
Pero la clase obrera también es negación del sistema capitalista en cuanto se pone como poder que niega el sistema y que lucha por ampliar la esfera del no trabajo. Hablamos de autonomía obrera cuando la clase obrera se pone como negación del capital. La autonomía obrera se expresa en multitud de prácticas tales como el absentismo, el sabotaje, la autorreducción, la expropiación y tambien, por supuesto, la lucha salarial.
¿Estas dos tendencias, aparecen combinadas o bien se dan por separado?
En el seno del movimiento obrero, la tendencia reformista y la tendencia autónoma se combinan y se polarizan continuamente. El nacimiento y la historia de las Comisiones Obreras, por ejemplo, es la historia de esta problemática combinación.
Sin embargo, en el estado español podemos hablar de un auténtico ciclo de luchas autónomas, especialmente durante la transición democrática. Es un simplismo afirmar que la clase obrera sólo ha luchado por aumentos salariales. Los aumentos salariales se han reivindicado y se han conquistado, pero cuando la clase obrera se ha puesto como negación del capital entonces lo que se ha producido es una lucha directa entre dos poderes. Y ha sido entonces cuando el capital ha tenido que sacar a la calle a la policía, declarar el estado de excepción y, llegado el caso, directamente matar.
¿Cuál es la respuesta del capital frente a este contrapoder obrero que se pone como negación?
La respuesta por una parte es represiva: detenidos, despedidos… Por otra parte es integradora. Utilizando a los sindicatos se establecen pactos sociales, el más emblemático de los cuales es el Pacto de la Moncloa en 1977. Se legaliza el derecho a libre afiliación sindical y huelga, lo cual es una manera de controlar estos derechos que en la práctica ya se estaban ejerciendo.
Pero la respuesta más estructural se produce a través de la introducción de nuevas tecnologías que apartan a la clase obrera de esa posición central que tenía en la sociedad-fábrica. La producción en cadena es sustituida por la automatización y la robotización, que reducen enormemente no sólo la cantidad de puestos de trabajo, sino la posibilidad de que el trabajador o trabajadora pueda sabotear el proceso de producción. Se vuelve a utilizar el paro como un mecanismo de control sobre la clase obrera, los salarios bajan, las garantías sociales se pierden. Digamos que la clase obrera es expulsada de la fábrica y por tanto el modelo de la sociedad-fábrica llega a su fin. La clase obrera ha sido derrotada.
La palabra derrota parece bastante negativa. ¿Hay algún elemento positivo en esta derrota?
Por supuesto. Se ha producido la derrota de una determinada manera de enfrentarse al capital. A partir de esta derrota se abren nuevas perspectivas para el antagonismo social. Por ejemplo: ya nadie cree en un proyecto total de transformación de la sociedad, con lo que el valor de la unidad ha sido sustituido por el de multiplicidad. Como no hay un proceso unitario de acumulación de luchas, tampoco es posible articular una representación. Esto se ve muy claro en las okupas. Puede hablarse de casas okupadas, pero no de un movimiento de okupación. No hay unidad, sino multiplicidad. De manera que ya no es posible hablar de vanguardias que “van abriendo el camino que otros deben seguir”. La militancia como sacrificio es otro de los valores que ha sido derrotado.
El fin de la sociedad-fábrica supone un cambio de escenario total. Al nuevo escenario lo llamamos la metrópoli. Igual que la sociedad-fábrica no se refiere a una sociedad con muchas fábricas, tampoco la metrópoli se refiere a una ciudad muy grande, sino al terreno en el que nos encontramos con el poder y nos resistimos a él. La principal característica de la metrópoli es la ausencia de un proceso único y central que explique la realidad y nos permita transformarla.
__________
Fuente: http://www.sindominio.net/laboratorio/documentos/varios/metropol.htm

No hay comentarios:

Publicar un comentario