Pasando una vez el Cristo por el campo de las tumbas, encontró a un joven que estaba de rodillas y lloraba ante una cruz. Al verle Jesús, se compadeció de su dolor, y aproximándose le dijo: ¿Por qué lloras? Volvióse el joven, y extendiendo la mano respondió: -Mi madre está allí desde hace tres días. -No, hijo mío, tu madre no está ahí. -respondió Jesús- Ahí sólo se ha depositado el último vestido que abandonó; ¿por qué lloras, pues, sobre un despojo inservible? Levántate y marcha; tu madre te espera.
El doliente movió tristemente la cabeza y dijo: -No, esperaré aquí la muerte e iré a reunirme con mi madre. -¡La muerte espera a la muerte, y la vida va en pos de la vida! No entristezcas con un dolor egoísta y estéril, el alma de aquella que te ha precedido; no retardes su marcha hacia Dios con tu desesperación y tu inercia. Su amor vive aún en tu corazón, y no la habrás perdido si la haces vivir dignamente en tí. En vez de llorar a tu madre, resucítala. No me mires con admiración, ni pienses que me burlo de tu dolor. Aquella cuya pérdida lamentas está cerca de tí; uno de los velos que separaba vuestras almas ha caído; queda uno todavía, y, separados sólo por ese velo, debéis vivir el uno para el otro; tú trabajarás para ella y ella rogará por tí. -¿Cómo trabajaré para ella? respondió el huérfano. Ahora que está debajo de tierra, no tiene necesidad de nada. - Te engañas hijo mío, confundiendo el cuerpo con el vestido. Ella tiene ahora, más que nunca, necesidad de inteligencia y de amor en el mundo donde vive. Tú eres la vida de su corazón y la preocupación de su espíritu, y ella te llama en su ayuda. Para tener el derecho de descansar, es preciso trabajar. Si no trabajas por tu madre torturarás su alma. Por eso te dije: Levántate y anda; porque el alma de tu madre se levantará y marchará contigo, y tú la resucitarás en tí si haces fructificar su pensamiento y su amor. Ella tiene un cuerpo en la tierra: es el tuyo; tú tienes un alma en el cielo: es la suya. Que esa alma y este cuerpo marchen juntos y tu madre revivirá. Creeme, hijo mío, el pensamiento y el amor no mueren jamás, aquellos a quienes creeis muertos viven más que tú si piensan, y más todavía, si aman. Si la idea de la muerte te entristece y te espanta, refúgiate en el seno de la vida; allí encontrarás a todos aquellos que te aman. Los muertos son los que no piensan y no aman, pues trabajan para la corrupción, y la corrupción a su vez los consume. Deja pues a los muertos llorar por los muertos, y vive con y para los vivos. El amor es el lazo de las almas, y cuando este lazo es puro, es indestructible. Tu madre te precede; marcha hacia Dios, pero está encadenada a tí; y si tú te duermes en la pena egoísta, se verá obligada a esperarte y sufrirá. Pero yo te digo, en verdad, que todo el bien que
puedes hacer, le será tenido en cuenta a su alma, mientras que si haces el mal sufrirá voluntariamente la pena. Por eso te repito; si la amas, vive para ella. El joven, entonces, se levantó. Sus lágrimas cesaron de correr, y contempló la faz de Jesús con admiración, pues el rostro del Cristo estaba radiante de inteligencia y de amor, resplandeciendo la inmortalidad en sus ojos. Tomando al joven de la mano, Jesús le dijo: Ven. Le condujo enseguida sobre una colina que dominaba a la ciudad entera, y exclamó: ¡Mira el verdadero campo de las tumbas! Allá en esos palacios que entristecen el horizonte, hay muertos a los que es necesario llorar, más que aquellos cuyos restos yacen aquí, pues esos no descansan. Se agitan en medio de la corrupción y disputan su pasto a los gusanos; son semejantes a un hombre enterrado en vida. El aire del cielo falta a sus pulmones, y la tierra gravita sobre éllos. Están encerrados en las estrechas y miserables instituciones que han hecho para sí, como en las tablas de un féretro. Joven que llorabas y cuyas lágrimas secó mi palabra, llora y gime ahora sobre los muertos que sufren aún. Llora sobre aquellos que se creen vivos y que son cadáveres atormentados. A esos hay que gritar con poderosa voz: ¡Salid de vuestras tumbas! ¡Oh! ¿Cuándo resonará la trompeta del angel? El angel que debe despertar al mundo es el angel de la inteligencia, el angel que debe salvarlo es el angel del amor. La luz será entonces como el relámpago que brilla en Oriente y refulge al mismo tiempo en Occidente. A la voz de aquél, el cuerpo de Cristo que es el pan fraternal, será revelado a todos, y las águilas se reunirán alrededor del cuerpo que debe alimentarlos. Entonces el verbo humano, libertado de los intereses egoistas, se unirá al Verbo divino; y la palabra unitaria, resonando en el mundo entero, será la trompeta del angel. Los vivos se levantarán, los vivos a quienes se les habrá creido muertos y que sufrirán esperando la liberación, y todo lo que no es muerto se pondrá en marcha e irá delante del Señor; mientras que el viento barrerá las cenizas de los que ya no son. Joven, mantente dispuesto, y guárdate de morir. Vive para aquellos que amas, ama a aquellos que viven, y no llores por los que han subido un grado más en la escala de la vida; llora por los muertos. Tu madre te amaba; te ama por consiguiente, mucho más en este instante en que su pensamiento y su amor están libres de las pesadas barreras de la tierra. Llora por los que no piensan en tí y no te aman. Pues te digo, en verdad, que la humanidad solo tiene un cuerpo y un alma, y vive doquiera se trabaja y se sufre. Un miembro insensible al bienestar y al dolor de los otros miembros, está muerto y debe ser suprimido en breve. Dichas estas cosas, el Cristo desapareció de la vista del joven, quien, después de haberse quedado algunos instantes inmóvil, y como bajo la impresión de un ensueño, emprendió silenciosamente el camino de la ciudad, diciendo: Voy a buscar a los vivos entre los muertos. Y haré bien a todos aquellos que sufren sufriendo con ellos y amándolos, a fin de que mi madre lo sepa y me bendiga en el Cielo; pues ahora comprendo que el Cielo no está lejos de nosotros y que el alma es al cuerpo, lo que el cielo material es a la tierra.
El cielo que rodea y sostiene a la tierra se abreva en la inmensidad, como nuestra alma se embriaga de Dios mismo. Y los que viven en el mismo pensamiento y en el mismo amor, no pueden separarse jamás.
Publicado en "El Loto Blanco" (Diciembre 1917)
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