domingo, 19 de junio de 2011

El laboratorio italiano (Michael Hardt)

EL LABORATORIO ITALIANO.
Michael Hardt

En el tiempo de Marx, el pensamiento revolucionario recordaba tres directivas: la filosofía alemana, la economía inglesa y la política francesa. En nuestros días, al menos para quien tiene mi experiencia, permaneciendo dentro de la misma estructura Europea y Americana, debe decir que las directivas cambian y el pensamiento revolucionario alcanza a la filosofía francesa, la economía americana y la política italiana. Esto no quiere decir que los movimientos revolucionarios italianos hayan obtenido importantes hitos en los últimos decenios; sus derrotas, de hecho, han sido espectaculares casi tanto como las sufridas por el proletariado francés en el siglo XIX. Más bien, tomo el modelo político revolucionario italiano porque constituyó una suerte de laboratorio donde se han experimentado nuevas formas de pensamiento político que pueden ayudarnos a concebir la práctica revolucionaria hoy.

La diferencia del pensamiento italiano respecto al de otros países, sin embargo, no puede comprenderse sin haber entendido, de alguna manera, la diferencia señalada de los movimientos sociales y políticos italianos. La teorización, de hecho, en los últimos treinta años, ha cabalgado en la onda de los movimientos, emergiendo como parte de una práctica colectiva. Los escritos siempre han tenido una inmediatez política real: daban la impresión de haber sido realizados en momentos robados, semejantes a una noche profunda, a fin de interpretar la lucha política del día previo y preparar las luchas sucesivas. Durante mucho tiempo, muchos de estos autores eran por un lado teóricos, por otro continuaban diariamente con su militancia política activa.

A Althusser le gustaba citar a Lenin cuando afirmaba que sin teoría revolucionaria no podía haber práctica revolucionaria. Los italianos más sobre la relación opuesta: la teoría revolucionaria sólo puede tratar eficazmente las cuestiones que emergen en el curso de la lucha concreta y, consecuentemente, esta teorización sólo puede articularse a través de su actuación creativa a nivel práctico. La relación entre teoría y práctica sigue siendo una problemática abierta, una suerte de laboratorio para ensayar los efectos de nuevas ideas, estrategias y formas organizativas. La revolución no puede ser otra cosa que este proceso continuamente abierto de experimentación.

En los años sesenta y setenta, la práctica de la izquierda extraparlamentaria italiana, independiente y mucho más radical que el Partido Comunista Italiano, constituyó una anomalía comparándola con los otros países europeos y con respecto a EE.UU., por la inmensidad, la intensidad, la creatividad y la duración. Alguien ha dicho que mientras en Francia el 68 acabó en unos pocos meses, en Italia continuó durante diez años, hasta finales de los años setenta. Y la experiencia italiana no ha sido un débil eco personal de las de Berkeley en los 60 o el mayo parisino. Los movimientos, en efecto, atravesaron una serie de pasajes, caracterizados de experimentaciones en el campo de las formas democráticas de organización política y la teoría política radical.

Un primer periodo prolongado de luchas tuvo lugar entre los primeros años sesenta y el inicio de los setenta, una fase en la cual los trabajadores constituyeron el epicentro de los movimientos sociales. La atención de los estudiantes y los intelectuales revolucionarios, y una parte significativa de los militantes obreros vieron la lucha por el comunismo y por el poder obrero avanzar a través de las organizaciones políticas independientes, fuera del control y a menudo en oposición al Partido Comunista y a sus sindicatos. La teorización política radical más significativa de este periodo tuvo que ver con la autonomía emergente de la clase trabajadora respecto al capital, el poder de esta clase para generar y sostener formas sociales y estructuras de valoración independientes de las relaciones de producción capitalista y, análogamente, la autonomía potencial de la fuerza social del dominio del Estado. Uno de los slogan principales del movimiento fue “el rechazo del trabajo”, que no significaba un rechazo de la actividad creativa o productiva, sino más bien un rechazo del trabajo dentro de las relaciones de producción determinadas del capital. El anticapitalismo de los grupos de trabajadores y estudiantes se traduce directamente en una oposición generalizada al Estado, a los partidos tradicionales y a los sindicatos institucionales.

Otro momento pudo ser identificado, aproximadamente, en el periodo comprendido entre 1973 y 1979. En términos generales, el epicentro de las luchas radicales en este periodo se desplegó fuera de la fábrica y en la sociedad, no diluido sino intensificado. Más y más, los movimientos devinieron en una forma de vida. El antagonismo entre el trabajo y el capital, que se había desarrollado en el interior de la fábrica, investía ahora todas las formas de interacción social. Estudiantes, obreros, grupos de desocupados y otras fuerzas sociales y culturales experimentaban con nuevas formas democráticas de organización social y de acción política en redes horizontales, no jerárquicas. El movimiento feminista italiano jugó un papel significativo en este periodo gracias a su actividad centralizada principalmente en el referéndum sobre el divorcio y el aborto. Este es también un periodo en el cual grupos terroristas como las Brigadas Rojas surgieron del mismo sustrato social. No convendría, sin embargo, dejar que la dramática explosión terrorista -en particular el secuestro y asesinato, en 1978, de un político importante como Aldo Moro- eclipsara los desarrollos radicales en los campos social y político de una gran parte del movimiento de la izquierda. Dentro del espectro social había instancias de antagonismo político y formas difusas de violencia mezcladas con la experimentación social y cultural. La teoría política que emergía de estos movimientos intentaba formular nociones democráticas alternativas de poder e insistía sobre la autonomía de lo social contra el dominio del Estado y el capital. La autovaloración era el concepto principal que circulaba en el movimiento, y se refería a las formas sociales y las estructuras de valorización que eran relativamente autónomas y suponían una alternativa efectiva a los circuitos de valorización capitalista. La autovaloración era considerada la piedra sobre la cual construir una nueva forma de socialidad, una nueva sociedad.

A finales e los años setenta, el Estado italiano desencadenó una gran ola de represión. Los magistrados trataron de unir y perseguir a los grupos terroristas con la gama entera de los movimientos sociales alternativos. Miles de militantes fueron arrestados gracias a las leyes extraordinarias que permitían una larga detención preventiva sin necesidad de acusaciones precisas y consentían restablecer los procesos por mucho tiempo. A los jueces les fueron otorgados amplios poderes para condenar tan solo sobre la base de la asociación del reo al grupo político acusado de algún crimen. Un gran número de activistas políticos fueron forzados a la clandestinidad o al exilio, y así, al inicio de los años ochenta, la organización política de los movimientos sociales fue completamente destruida.

Al mismo tiempo, el capital italiano comenzó un proyecto de restructuración que, finalmente, destruiría el poder de la clase obrera industrial. La derrota a nivel simbólico tuvo lugar en 1980, en la FIAT de Turín, que había sido durante décadas el centro más importante del poder de los trabajadores. La dirección de la FIAT triunfó en reconstituir la trabajo de fuerza, expulsando decenas de miles de trabajadores, gracias a la informatización de la producción. Fueron los años duros, de “gran frío”, para los movimientos sociales, y también la teorización política radical vivió una suerte de exilio, como si estuviese oculta bajo tierra para resistir a periodo tan difícil. La economía italiana experimentó un nuevo auge en los años ochenta en grande parte debido a la nueva forma de producción difusa y flexible, como la caracterizada por el fenómeno Benetton. El sustrato social, no obstante, estuvo caracterizado por un nuevo conformismo, alimentado de oportunismo y cinismo. Marx habría podido decir que su querido topo se había refugiado bajo tierra, moviéndose en sintonía con los tiempos a través de pasajes subterráneos, esperando el momento justo para emerger.

Todos estos tres periodos - la intensa militancia de los trabajadores en los sesenta, la experimentación social y cultural de los setenta y la represión de los ochenta- habían hecho a Italia excepcional respecto a los otros países europeos y a los EE.UU. Los radicales fuera de Italia pudieron admirar la audacia y la creatividad de aquellos movimientos sociales y essersi rammaricati per la loro brutale disfatta, pero las condiciones de la práctica y el pensamiento revolucionario italiano parecían tan distantes que su lección no podía ser aplicada ni adaptada a otras situaciones nacionales. Convencidos, sin embargo, que en los años noventa -aunque los títulos de los periódicos, a veces dramáticos, a veces ridículos, hagan parecer la política italiana más y más excéntrica- la excepcionalidad italiana ha acabado, tal que ahora el pensamiento revolucionario italiano (así como los desarrollos reacccionarios) pueda ser reconocido como relevante por una parte más amplia del planeta en una manera nueva e importante. Los experimentos del laboratorio italiano son ahora experiencias sobre las condiciones políticas de una parte más y más grande del mundo.

Esta nueva convergencia de situaciones debería ser conectada a dos procesos generales. En parte es debida, sin duda, al proyecto de globalización capitalista, dentro del cual, en algunos sectores, el capital se está sustrayendo en todo el mundo de la dependencia de la actividad productiva a gran escala en favor de formas productivas que comportan, sobre todo, formas de trabajo inmaterial y cibernético, redes flexibles y precarias de ocupación y mercaderías siempre más definidas en términos de cultura y procesos mediáticos. En Italia, como en todas partes, el capital está afrontando la posmodernización de la producción. Al mismo tiempo, siempre a escala global, la política neoliberal (impuesta por el se necessario imposte del FMI y del BM) están empujando a la privatización de sectores económicos controlados por el Estado y al desmantelamiento de la estructura típica de la política social del Estado de Bienestar. Los gobiernos Reagan y Teatcher pueden haber indicado el camino, pero el resto del mundo lo está siguiendo a gran velocidad.

También en términos políticos y culturales está convergiendo con la de las otras naciones, a veces con saltos rápidos y dramáticos. Seguramente el cinismo, el miedo, el oportunismo, que recientemente han caracterizado la cultura de la izquierda institucional en Italia, representan algo que en los EE.UU. conocemos bien. Se podría decir que la condición de la política italiana se ha americanizado. Seguramente/Está claro, el rápido ascenso del magnate de los media Silvio Berlusconi como figura politica de relieve a mitad de los años noventa, proviniendo desde fuera y en oposición a la estructura política tradicional, no puede no parecer extrañamente familiar desde el punto de vista estadounidense. De cualquier modo, Berlusconi combina la eficacia política de un Ross Perot con la eficacia mediática de un Ted Turner. En todo caso representa un pequeño paso adelante en el desarrollo de una forma de gobierno - puede llamársela mediocrazia o telecrazia- que parte del nombramiento de un mal actor como presidente y llega al de un magnate de los media.

Además, la situación política italiana se aproxima a lo que Fredric Jameson ha identificado como uno de los aspectos característicos de la cultura de la izquierda U.S.A. en los últimos años: la situación de una teorización sin movimientos. Esto no quiere decir que actualmente una teorización radical debiera tener lugar sin referirse a la práctica política -la revolución, naturalmente, puede ser teorizada solo a partir de la interpretación y del incremento de las fuerzas inmanentes en el campo social realmente existente. Significa, más bien, que la teoría radical resulta privada de los movimientos coherentes y de los sujetos sociales colectivos consolidados que una vez animaron el terreno de la práctica revolucionaria. Los teóricos buscan ahora interpretar los prerrequisitos de las conciones emergentes o las fuerzas ascendentes de subjetividad política y comunidad por venir. En tales condiciones, la teorización política debería en general ser forzada a asumir un carácter más altamente filosófico o abstracto para recoger esta potencialidad. A un cierto nivel, entonces, la postmodernización de la economía y la americanización del campo social y cultural son las dos de caras de una convergencia general. Esta es la razón por la cual los experimentos llevados a cabo en el laboratorio italiano son ahora experimentaciones que vislumbran el futuro de todos nosotros.

La convergencia de las condiciones sociales, reduciendo la distancia de la excepcionalidad italiana, ha vuelto a Italia más similar a nosotros y esto convierte los escritos de los teóricos radicales italianos importantes para nosotros. Permanecen, sin embargo, diferencias importantes caracterizadas desde el tipo de pensamiento político, quizás debido a la riqueza acumulada por su excepcionalidad. En primer lugar, hay una teorización comunista ligada a la abolición del Estado que di rado encontramos en otras partes. El rechazo al Estado comporta también un ataque a la organización jerárquica de la estructura de partido, a los sindicatos y a toda forma de organización social. El antagonismo al Estado se convierte en el punto central de una insubordinación generalizada. La abolición del Estado, sin embargo, no significa anarquía. Fuera del poder constituido del Estado y sus mecanismos de representación hay una forma radical y participativa de democracia, una asociación libre de fuerzas sociales constituyentes, un poder constituyente. La autovaloración es un medio para comprender los circuitos que constituyen una socialidad alternativa, autónoma del control del Estado o del capital. Algunos de estos autores plantean un proyecto, por ejemplo, donde las estructuras sociales del Estado de Bienestar deberían transformarse de tal modo que las mismas funciones se sostengan más desde arriba sino desde abajo, como expresión directa de la comunidad. El esfuerzo para constituir una comunidad que sea democrática y autónoma , fuera de la representación política y de la jerarquía, es constante en estos teóricos.

Junto a la crítica radical del Estado hay una atención prolongada al poder del trabajo. Marx estaba de acuerdo con los economistas capitalistas sobre el hecho que el trabajo fuera la fuente de toda la riqueza, pero también la fuente de la socialidad misma, el material con el cual todas nuestras relaciones sociales son instituidas. De las tesis de estos teóricos italianos emerge la comprensión del modo en que la práctica trabajadora ha cambiado en los últimos años y como esta nueva forma de trabajo debe comportar una nueva y más grande potencialidad. Conceptos nuevos como “trabajo inmaterial”, “intelectualidad de masa” y “general intellect” tratan de aferrar las nuevas formas de cooperación y creatividad messe all’opera en la producción social contemporánea -una producción colectiva definida desde las redes cibernéticas, intelectuales y afectivo-sociales. La afirmación del poder del trabajo en estos autores, sin embargo, no debe confundirse con un simple reclamo para trabajar o disfrutar del mismo. Al contrario, toda afirmación del trabajo está condicionada primero por el concepto de “rechazo del trabajo” heredado del movimiento operario de los años sesenta. Los trabajadores radicales (en Italia como en cualquier parte) siempre han intentado salir del trabajo, de sustraerse a la explotación y la relación capitalista. Los movimientos sociales traducen todo esto en una forma de vida realizada en el campo del no-trabajo, fuera de las relaciones del trabajo asalariado. En los escritos contemporáneos tal tendencia es teorizada de modo más general como defección o éxodo de masas, fuga de las instituciones del Estado capitalista y de las relaciones del trabajo asalariado. La afirmación del trabajo, según estos teóricos, no se refiere entonces simplemente a lo que se hace cuando se trabaja por un salario, sino más en general al potencial creativo interno de nuestra capacidad práctica. Tales capacidades creativas en los más diversos sectores -producción material, producción inmaterial, producción de deseo, producción afectiva y così via- son el trabajo que produce y reproduce la sociedad. Las semillas de una sociedad comunista existen ya en las trayectorias virtuales que afirmadas potencialmente con este trabajo en nuevas articulaciones colectivas.

Lo que más atrae en estos teóricos italianos y en los movimientos ligados al mismo es su carácter alegre. Demasiado frecuentemente la cultura de la izquierda ha identificado la vida revolucionaria con la trayectoria estrecha del ascetismo, de la negación y pareja al resentimiento. Aquí, en vez, la búsqueda colectiva del placer está siempre en primera línea: la revolución es una máquina deseante. Quizá la razón está en que, aunque estos autores siguen muchos aspectos de la obra de Marx, raramente desarrollan su crítica de della merce [las mercaderías/del mercado] y la crítica de la ideología como temas centrales. Siendo seguramente conceptos importantes, entre ambos de estos análisis corren el riesgo de caer en una suerte de ascetismo que quisiera predicar la lucha revolucionaria sobre la base de una negación de los placeres que ofrece la sociedad capitalista. El camino que encontramos aquí, al contrario, no comporta negación alguna sino, desde luego, la adopción y la apropiación de los placeres de la sociedad capitalista por parte de todo nosotros, intensificándolos como riqueza colectiva compartida. Todo esto va más allá de la visión del comunismo como división igualitaria de la pobreza, y recuerda muy poco a las formas comunales precapitalistas. El comunismo surgirá más bien desde el corazón del capitalismo como una forma social que no sólo responderá a las necesidades humanas básicas de todos, sino acrecentarán e intensificarán nuestros deseos. Junto a la atención al regocijo hay también otro elemento que permea el trabajo de estos autores: un trato distintivo de optimismo, que a cualquiera podría parecer a primera vista ingenuo. En varios momentos de los años setenta, por ejemplo, sus escritos parecían como si la revolución fuese posible y bastante inminente. Incluso durante los períodos duros de la derrota y la represión política, la lectura era todavía optimista. En ensayos recientes, por ejemplo, la contrarevolución de los últimos años es interpretada como una inversión y un reinvestimento de las energías revolucionarias, como el negativo fotográfico de una revolución potencial. Estos autores proponen continuamente lo imposible como si fuese la única opción razonable. Pero esto, en realidad, no tiene nada que ver con el simple optimismo o pesimismo; es más bien una elección teorética o, mejor, una toma de posición sobre la vocación de la teoría política. En otras palabras, las tareas de la teoría política comportan efectivamente los análisis de la forma de dominio y explotación que nos afligen, pero la primera y más importante tarea es identificar, afirmar y satisfacer las demandas existentes del poder social que aluden a una nueva sociedad alternativa, a una comunidad que viene. La potencial revolución es siempre ya inminente en el espacio social contemporáneo. Así como estos autores están placenteramente libres de todo ascetismo, también están libres del disfattismo y del victimismo. Es nuestro deber traducir esto potencial revolucionario, tornando lo imposible real dentro de nuestros contextos.

Glosario

Poder constituyente. Con poder constituyente se alude a una forma de poder que continuamente crea y pone en movimiento un conjunto de estructuras jurídicas y políticas. Sus procesos permanentemente abiertos confliggono con el carácter estático y concluso del poder constituido. La dinámica revolucionaria del poder constituyente es esa misma constitución de una república; cuando las fuerzas revolucionarias se bloquean o se refrenan en estructuras constituidas, el momento constituyente ya ha pasado.

Exodo. En parte este término hace referencia al viaje bíblico de los Hebreos a través del desierto huyendo del ejército del Faraón. El éxodo puede ser mejor entendido, sin embargo, como una extensión del concepto de “rechazo del trabajo” a todo el conjunto de las relaciones sociales capitalistas, como una estrategia generalizada de rechazo o defección. La estructura del comando social lucha no con una oposición directa sino a través de la posibilidad de una línea de fuga. El éxodo es así concebido como una alternativa a las formas dialécticas de la política, donde demasiado frecuentemente los dos antagonistas bloqueados en la contradicción acaban por asimilarse el uno en el otro, como reflejos en un juego de espejos. La dialéctica política se construye por negaciones, el éxodo opera, más bien, a través de la separación. El Estado caerá, entonces, no gracias a un ataque masivo a su corazón, sino mediante un abandono de masas desde sus articulaciones, que vaciará sus capacidades de soporte. Es importante, sin embargo, que esta política basada en la separación constituye, simultáneamente, una nueva sociedad, una nueva república. Deberíamos concebir este éxodo, por lo tanto, como una retirada activa o una partida fundante, que repulsa el actual orden social y construye una alternativa.

General Intellect. Este término proviene de un paso específico de Marx, en el cual el mismo utiliza esta expresión inglesa (ver K. Marx, Lineamenti fondamentali della critica dell’economia politica, La Nuova Italia, vol.II, pag.4O3). Marx utiliza el término para referirse al saber social general o a la inteligencia colectiva de una sociedad en un determinado momento histórico. El capital fijo, en particular la maquina “inteligente”, puede, por lo tanto, incorporar este intelecto general así como los seres humanos. Justamente como la potencia colectiva de los cuerpos reagrupada conjuntamente es necesaria para alcanzar algunos objetivos de la producción (por ejemplo, para mover las enormes piedras de la Pirámide) así también la potencia intelectual colectiva es empleada directamente en la producción. Además, dado que la tecnología informática y la máquina cibernética han llegado a ser más importante como medios de producción, el intelecto general se convierte más y más no solo un recurso directo, sino la fuerza principal de la producción social.

Trabajo inmaterial. Los bienes en la sociedad capitalista devienen menos materiales, más definidos desde los componentes culturales, ligados a la información o al conocimiento, oppure desde cualidades relativas a los servicios y la asistencia. También el trabajo que produce este tipo mercancía ha cambiado de modo correspondiente. El trabajo inmaterial, por tanto, podría ser concebido como aquel trabajo que produce el elemento de información, de cultura o de cura de una mercancía. Una característica fundamental de la nueva forma de trabajo que esta expresión intenta aferrar es que este trabajo es siempre más difícil de cuantificar según el esquema capitalista de la valoración: en otras palabras, el tiempo de trabajo es más difícil de medir y menos distinguible del tiempo fuera del trabajo. Así, gran parte del valor producido hoy proviene de la actividad externa al verdadero y propio proceso de producción, que si svolgono dentro de la esfera del no-trabajo.

Intelectualidad de masa. Por intelectualidad de masa se entiende el saber colectivo y la potencia intelectual acumulada que se despliega horizontalmente en la sociedad. No se refiere a un grupo especifico o categoría de la población (como una nueva ‘inteligentsia’) sino, más bien, a una cualidad intelectual que define, en un grado más o menos alto, a la población entera. La intelectualidad no es un fenómeno limitado al individuo o al circulo interno de los intelectuales reconocidos; es un fenómeno de masa que depende de la acumulación social y procede de las prácticas colectivas y cooperativas. Gramsci decía que todos los hombres son intelectuales pero no todos tienen, en la sociedad, la función de intelectual. Hoy el conocimiento y la practica tecnico-cientifica está difundiendo e informando en grado sumo todos los aspectos de la vida. El capital ha aprendido de los análisis de Gramsci y lo ha aplicado al trabajo. La fuerza de trabajo postfordista produce siempre más sobre la base de su inteligencia colectiva, sobre su intelectualidad de masa.

Rechazo del trabajo. El rechazo del trabajo fue un popular slogan en Italia dentro de los grupos radicales de obreros ya en los años sesenta que se difundió en los movimientos sociales de los años setenta. Debe ser entendido, antes que nada, como oposición a la glorificación del trabajo que ha permeado algunas corrientes de la tradición socialista. (Pensemos, por ejemplo, en Stajanov, el mítico minero soviético que hizo el trabajo de muchos hombres por la gloria de su país). Para esos obreros, sin embargo, el comunismo no es absolutamente entendido como liberacion del trabajo, sino, más bien, como liberación [por el] dal trabajo. La destrucción del capitalismo comporta también la destrucción (no la afirmación) del trabajador en cuanto trabajador. El rechazo del trabajo no debe ser confundido como una suerte de negación de la capacidad creativa y productiva de cada uno. Es, más bien, el rechazo del comando capitalista cuya estructura y relaciones de producción enajena y dificulta e lega e distorce esta capacidad. Este rechazo, por tanto, es también una afirmación de nuestra fuerza productiva o de nuestra capacidad creativa externa o autónoma de las relaciones capitalista de producción.

Autovalorización. Marx comprende la valorización capitalista como el proceso a través del cual el capital crea plusvalor/plusvalía dentro del proceso de trabajo. «Si el proceso de creacion de valor dura sólo hasta el punto en el cual el valor de la fuerza de trabajo asalariado del capital es sustituido por un nuevo equivalente, es proceso simple de creación de valor; si el proceso de creación de valor dura más allá de ese punto, eso deviene proceso de valorización» (K. Marx, Il Capitale, libro 1, Editori Riuniti, 1989, pag. 229). Son, por tanto, el pluslavor y el plusvalor que se crea al definir el proceso de valorización. La valorización, de modo más general, se refiere también dentro de la composición social del valor que se basa en la producción y la extracción de plusvalor. Al contrario, la autovalorización (que encontramos en los Grundrisse) guarda una composición social alternativa del valor que no se funda sobre la producción de plusvalía sino sobre las necesidades y los deseos colectivos de una comunidad productiva. En Italia, este concepto ha sido utilizado para describir la forma, local y comunitaria, de organización social y del bienestar relativamente autónoma de las relaciones de producción capitalista y del control del Estado. En un marco más filosófico, la autovalorización está también concebida como el conjunto de los procesos sociales que constituyen una subjetividad colectiva alternativa y autónoma, dentro y contra la sociedad capitalista.

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