lunes, 27 de junio de 2011

Las minorías estaban cerradas por dentro (Cahiers de resistances)

LAS MINORÍAS ESTABAN CERRADAS POR DENTRO
Así pues, para nosotros se trata aquí de intentar clarificar nuestra concepción de lo minoritario y su relación con las minorías constituidas, reales, es decir, por hablar con propiedad, con las comunidades. Ya que: 1) hace falta, 2) no paran de contarnos tonterías sobre nuestros llamados «repliegues minoritarios», «afectaciones de marginales» y otros «esteticismos aristocráticos», 3) otra forma de objeción es sin embargo perfectamente válida: si una óptica minoritaria es al final la única que va a ser revolucionaria, entonces ¿cómo es que la mayoría de las comunidades minoritarias están cerradas todas por dentro, es decir, que son exclusivas, paranoicas, sobriamente cretinas y violentamente represivas (ir pues a divertiros jugando al espíritu libre en las comunidades judías, sindicales o campesinas)? Mucho más aún que en las esferas mundanas de los poderes del Estado, uno se siente allí «muy como en casa», superior, anclado en su identidad y en sus valores normativos.
Nuestra respuesta es de una claridad límpida que no se iguala más que a su fuerza de convicción:
1) No hay que confundir el compromiso minoritario con el principio de la más alta estupidez que se formula bajo la forma «todo es simple» o (variante) «nada es simple» o (otra variante) «hace falta de todo para hacer un mundo» o (antepenúltima variante) «el fascismo no pasará» o (penúltima variante) «no a la soledad de los grandes conjuntos» o (variante final) «viva la soledad de los grandes conjuntos».
2) Hay que tener siempre en cuenta a las potencias de tristeza.
3) etc., lo mismo al infinito…
¿Precisamos? precisemos, pues para eso estamos:
a) Lo minoritario en política no tiene nada que ver con su acepción cuantitativa o numérica: al contrario, lo minoritario es, con frecuencia, lo más numeroso; se define en relación a un poder instituido, no en relación a una ciencia estadística de la que se mofa; lo minoritario lleva pues en sí una figura de lo universal, pero la no-dialéctica de un universal con determinaciones parciales y plurales: el pueblo siempre es minoritario; un pueblo lo es a veces; el Estado o la Nación no lo son jamás. Lo minoritario no tiene pues nada que ver con un aristocratismo cualquiera (lo que sería más bien ridículo) o con una referencia cualquiera a la oposición mencheviques/bolcheviques (lo que sería más bien cómico).
b) Toda minoría es generalmente minoritaria en relación a la mayoría dominante (al Estado, a la Norma y a sus esbirros; esencialmente, la familia, la Iglesia y la Empresa capitalista) y mayoritaria en cuanto a su funcionamiento interno (organización como micro-Estado). En este sentido podemos decir que, como los servicios, está cerrada por dentro, no por fuera. Dicho de otra manera, lo que no tendría mucho sentido para los servicios, tampoco lo tiene para las minorías. No sé hasta dónde puede mantenerse la metáfora.
c) En este sentido, lo minoritario no es un victimismo en espera de una mayoría por conquistar, sino una afirmación de todo lo que hace la vida un poco más gozosa, es decir, que no busca convertir al otro. Su ley es: «abstente de juzgar». Lo minoritarío no tiene pues una estrategia de conquista o de evangelización de la mayoría pues sabe que constituye ya el número más grande. Por ejemplo, sabe que hay en la tierra más maricas que heteros, aunque sabe también que eso será demasiado largo de explicar porque, evidentemente, nadie ha visto nunca a un marica; no juzga pues, sino que preferirá siempre al que ve (y que es entonces un santo) al que hace estadísticas (y que es un hombre de poca fe). d) Lo minoritario comprende pues a todo el mundo; es lo mayoritario lo que no se parece a nada. Así, le gustaría decirle al cuadro superior, blanco, católico, heterosexual que no se parece a sí mismo y que le sería fácil devenir una mujer, un árabe o un gay; pero no lo dice porque lo minoritario se calla más que habla.
e) Así lo minoritario no es la minoría sino que se alía con esta bajo el modo del devenir en relación al ser: lo minoritario nunca es esto o aquello sino que se trata siempre de devenirlo. Rousseau, por ejemplo, era ferozmente minoritario, aunque su paranoia provocó un poco de lío; del mismo modo, el devenir judío actual de oriente medio se llama palestino; algunos de nosotros llamarán pues una «suerte moral» al nacer, en cualquier momento de la existencia (nunca hemos dejado de nacer o renacer), en una minoría, pues es más fácil devenir «bueno» cuando se es musulmán (en Francia) que católico (en Francia) –la suerte no es una cualidad–; otros, menos enfeudados a la Iglesia romana, católica y apostólica, preferirán hablar de «devenir minoritario y liberador «porque el todo no es estar en minoría o formar parte de una minoría sino devenirlo: funcionar de modo minoritario, es decir, tratar más de hacer compartir que de convencer, más de amar que de ser amado, más el ser otro que ser uno mismo. A partir de ahí, pero sólo a partir de ahí (y es por lo que el término de «minoritario» no tendría sentido si no remitiera de una manera u otra a las minorías constituidas), lo minoritario se mofa del calor de la piel, del sexo o simplemente del oficio; dicho de otra manera, todo hombre que rechaza por principio ser una mujer no sólo tiene malos principios sino que es un ser de poca fe.
f) Una minoría que funciona de modo mayoritario se le dice «captada por las potencias de tristeza», que se detallan como sigue: el goce del poder (que reposa más sobre el amor de la mirada del jefe que sobre el amor de ser jefe), la necesidad de identidad, la amargura, el resentimiento, la «necesidad-de-sentirse-muy-como-en-casa», el pequeño placer del trabajo bien hecho, el fantasma del control total, el embadurnarse en la verdad de lo cotidiano; no obstante, si no queremos hundirnos en la impotencia, hay que tener en cuenta la fuerza de una captación como esa, componerse pragmáticamente con ellas y no vacilar en jerarquizarlas, pues están agazapadas en cada uno de nosotros; por ejemplo más vale gobernar por la esperanza que por el miedo, más vale el humanismo a veces atontado (tipo derechos humanos) que la indiferencia de clase, más vale Stalin que Hitler (sin duda, la alternativa es muy pobre pero se plantea casi en cada acción concreta).
g) En fin, lo minoritario no sabría ser democrático de ninguna manera en la medida en que se opone tanto a la ley normativa de la mayoría como a la tiranía sorda del unanimismo; no es por ello antidemocrático en el sentido en que la democracia, que sin embargo se define nominalmente como el aplastamiento de la minoría, es pragmáticamente la defensa menos mala contra su aniquilación. En este sentido, aquel que considera sinceramente la democracia como un valor es sin duda intrínsecamente un cretino, pero lo minoritario se cuidará mucho de juzgarle como tal, de juzgarle a secas; tan sólo tratará de ver si, pragmáticamente, hace falta o no procurarle su apoyo.
El resultado de las carreras está claro: toda verdadera posición minoritaria es una posición comunista, aunque muchos de nosotros no estén convencidos de ello en absoluto y que la mayor parte de los cocos1 no tenga la menor idea de ello. Además, nosotros mismos no estamos seguros por completo de lo que entendemos por comunismo.
Al leer una precisión como esta, todo lector atento se habrá persuadido entonces de dos cosas:
a) Todo devenir revolucionario serio es de orden minoritario; todo ser serio es comunista.
b) La noción de minoritario es una noción abstrusa, aparentemente muy poco operativa y la gente que se reclama de ella se ven saliendo con el rabo entre las piernas.
Os proponemos pues un cuestionario de diez preguntas, por supuesto sin respuestas, para procurar no poner remedio (anhelo piadoso e idiota), sino al contrario, dejar el problema totalmente abierto:
¿Quién puede jactarse de escapar al pringue en lo cotidiano? ¿Y desde que punto de vista?
¿Tomar en cuenta a las potencias de tristeza significa necesariamente componerse con ellas?
En un grupo que no quiere funcionar de manera exclusiva ¿qué podemos hacer con los curas?
¿Podemos preferir el silencio al ruido?
¿Qué podemos pensar todavía del «odio de clase»?
¿Podemos definir una política concreta sin reconocer una potencia a lo negativo, al sufrimiento, a la frustación?
¿Cómo defender la existencia de espacios públicos (estilo parlamento o grupo-debate) que la mayoría del tiempo no sirven más que para la charla más estúpida?
¿Cómo rechazar la posición del intelectual monástico, rechazando a la vez el orden del rebaño?
¿Cómo tener una palabra popular que no sea simplemente retórica sin tomar al pueblo por imbécil?
¿Puede ser la televisión algo diferente de una droga dura?
Publicado en el núm. 5 de la revista parisina
Cahiers de resistances, abril-mayo-junio 1992

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