Biblioteca Evoliana.- Traducimos para la Biblioteca Evoliana este pequeño artículo publicado por Evola en el diario Roma el 16 de abril de 1972 e incluido en el libro "Ultimi Scritti", publicado por ediciones Controcorrente. El objeto del artículo es la polémica figura de Gurdjieff que ya había merecido un capítulo de "Rostro y Máscara del Espiritualismo Contemporáneo". Evola no atribuye a Gurdjieff un "marchamo" de "tradicionalidad", sino que simplemente comenta algunos elementos que diferencian la enseñanza del extraño gurú ruso de otras corrientes del neoespiritualismo contemporáneo. Hay algo válido en la enseñanza de Gurdjieff, dice Evola.
Es raro que aparezcan en nuestras época –donde corren el riesgo de ser confundidos con algunos mistificadores- personajes que digan muy a las claras, de forma inquietante, metafísicamente hablando, a lo que se ha reducido la existencia de la gran mayoría de personas.
A esta categoría pertenece, sin sombra de duda, el «misterioso Señor Gurjieff”, a saber Gerogej Ivanovitch Gurdjieff. El recuerdo de su presencia y de la influencia que ejerce está aún vivo, aunque haya muerto hace algunas décadas, tal como atestiguan las obras que le han sido consagradas e incluso las novelas donde figura con otro nombre. Louis Pauwels, autor de «El Retorno de los Brujos», ha podido escribir un volumen de 500 páginas, que se reedita constantemente, donde recogió un gran número de documentos, artículos cartas, recuerdos, testimonios, que tienen que ver con Gurdjieff. De hecho, la influencia de Gurdjieff se extiende a los medios más diversos: el filósofo Ouspensky (qui, a partir de su doctrina, escribía una obra titulada Fragmentos de una enseñanza desconocida, así como otra titulada La evolución posible del hombre, los novelistas A. Huxley y A. Koestler, el arquitecto “funcionalista” Frank Lloyd Wright, J.-B. Bennet, discípulo de Einstein, el doctor Wakey, uno de los mayores cirujanos neoyorkinos, Georgette Leblanc, J. Sharp, fundador de la revista The New Statesman: todos tuvieron con Gurdjieff contactos que dejaron huella profunda.
Nuestro personaje apareció por primera vez en San Petersburgo, poco antes de la Revolución de Octubre. No se sabe gran cosa de lo que hizo antes: él mismo se limitó a decir que había viajado por Oriente en busca de comunidades que guardaban el depósito de los restos de un saber trascendente. Pero parece que ha sido igualmente el principal
agente zarista en el Tíbet, país que había abandonado para retirarse al Cáucaso donde fue, siendo niño, según contaba, compañero de estudios de Stalin. En Francia, luego en Berlín, en Inglaterra y en los EEUU, se había consagrado a la organización de círculos que seguían sus enseñanzas, círculos titulados “grupos de trabajo”. Un editor francés que se retiraba de los negocios le ofreció en 1922 la posibilidad de hacer del castillo de Avon, cerca de Fonatinebleau, su "central" donde, en un primer tiempo, creó algo que tenía mucho de priorato y abadía. Entre los rumores que circulaban a propósito suyo, algunos concernían al dominio político. Gurdjieff habría tenido contactos con Karl Haushofer, fundador muy conocido de la "geopolitica", que ocupó un lugar de primer plano en el III Reich. Se pretende incluso que estas relaciones le habrían permitido elegir la cruz gamada como emblema del nacional-socialismo, cuya rotación se efectúa, no hacia la derecha, símbolo de la sabiduría, sino hacia la izquierda, símbolo del poder (tal como fue efectivamente el caso).
¿Qué anunciaba Gurdjieff? Un mensaje como mínimo desconcertante. Pocos hombres “existen”, pocos tienen un alma “inmortal». Algunos de ellos poseen el germen que puede ser desarrollado. Por regla general, no se posee un «Yo» desde el nacimiento, es preciso adquirirlo. Los que no lo logran se disuelven tras la muerte. "Una ínfima parte de ellos han alcanzado a tener un alma".
El hombre de la calle no es más que una máquina. Vive en un estado de letargo, como si estuviera hipnotizado. Cree actuar, pensar, pero en realidad es “actuado”- Son impulsos, reflejos, influencias de todo tipo los que actúan en su interior. No tiene “ser”. Las maneras de Gurdjieff no tenían nada de delicadas: "Usted no comprender, usted idiota completo, usted es un mierdoso», decía a menudo en su mal francés a los que se aproximaban a él. De Katherine Mansfield, muerta durante una instancia en su priorato de Avon en busca de la «vía», Gurdjieff déclaró: "Yo no conocerla", queriendo significar que la muerta no era nada, que no “existía”
La vía ordinaria es la de un individuo constantemente aspirado, o «abstraido”, enseñaba Gurdjieff. “Me “aspiran” mis pensamientos, mis recuerdos, mis deseos, mis sensaciones. Por la comida que como, el cigarrillo que fumo, el amor que hago, el buen tiempo, la lluvia, este árbol, este automóvil que pasa, este libro" Se trata de reaccionar. De “despertar”. Entonces nacerá un «yo» que hasta entonces no existía. Entonces aprenderá a ser, a ser en todo lo que hace y lo que siente, en lugar de no representar más que la sombra de sí mismo. Gurdjieff llamaba "pensamiento real», «sensación real», etc, a lo que se manifiesta según esa dimensión existencial absolutamente nueva que la mayoría de
las gentes no pueden ni siquiera imaginar.
Distinguía igualmente en cada uno la “esencia” de la “persona”. La esencia constituía su cualidad auténtica, mientras que le persona no es más que el individuo social, construido con todas las piezas, y exterior a estos elementos, frecuentemente ambas no coinciden: o se encuentran gentes cuya “persona” está desarrollada mientras que su “esencia” es nula o está atrofiada, y viceversa. En nuestro mundo, el primer caso prevalece: el de hombres y mujeres cuya «persona» está exacerbada hasta la desmesura mientras que su “esencia” se encuentra en estado infantil, cuando no está completamente ausente.
No es el lugar de evocar los procedimientos indicados por Gurdjieff para “despertar”, para anclarse en la “esencia”, para construirse un “ser”. Sea como fuere, el punto de partida sería el reconocimiento práctico, experimentado, de su propia “inexistencia”, este estado casi sonámbulo, el hecho de ser “absorbido” por las cosas, por nuestros pensamientos y nuestras emociones. Es igualmente a esto a lo que servía el «método del desorden»: poner en marcha la “máquina” que uno es para tomar conciencia del vacío que oculta. No hay que extrañarse si algunos de los que han seguido a Gurdjieff en esta vía han sufrido crisis extremadamente graves, perdiendo su equilibrio mental hasta el punto de huir del Priorato o recordar con terror semejantes experiencias donde tenían casi la impresión de vivir su propia muerte. En cuanto a los que han resistido y persistido en el “trabajo sobre sí mismos», según las enseñanzas de Gurdjieff, hablan de un incomparable sentimiento de seguridad y de un nuevo sentido dado a su existencia.
Parecería que Gurdjieff ejercía sobre cualquiera que se le aproximara, casi de forma automática y sin que éste lo quisiera, una influencia que podía variar desde efectos positivos o deletéreos según los casos. Está fuera de duda que poseía algunas facultades supranormales. Ouspensky cuenta que recurría a una ciencia aprendida en Oriente y de la que en Occidente apenas se conocía «más que una parte insignificante llamada hipnotismo. Gurdjieff podía ejercer algunas experiencias, separar la «esencial» de la «persona» en un individuo dado haciéndolo eventualmente aparecer al niño o al idiota que se ocultaba tras alguien evolucionado y cultivado o, inversamente, una “esencia” muy diferenciada al margen de la inexistencia de manifestaciones exteriores.
Entre los testimonios recogidos por Pauwels, hay algunos particularmente picantes relativos al poder, atribuido igualmente en Oriente a algunos yoghis (y evocado por un autor tan digno de fe como Sir John Woodroffe), de "recordar la mujer en la mujer". Una anécdota refiere que en New York, en un restaurante, una mujer, joven escritora muy segura de sí misma, se encontraba cenando con su compañero. Ella le muestra al
“famoso” Gurdjieff, sentado en una mesa cercana. La joven lo contempla con un aire de superioridad evidente, pero, al mismo tiempo, empieza a palidecer y a desfallecer. Esto no deja de extrañar a su compañero, que conocía su gran dominio sobre sí misma. Más tarde, ella cuenta: “¡Este miserable! He mirado a este hombre y él se ha dado cuenta de que la miraba. Entones me ha mirado fríamente y, en este momento, me he sentido violentada íntimamente con tal precisión que he experimentado un orgasmo!"
Gurdjieff apenas dormía unas pocas horas: se le llamaba «aquel que no duerme». Alternaba una forma de vida casi espartana con banquetes de opulencia ruso-oriental desaparecida desde hacía mucho. En 1934, fue víctima de un accidente de automóvil muy grave. Permaneció tres días en coma, pero recuperó el conocimiento pronto y pareció haber rejuvenecido, como si el choque psíquico, en lugar de lesionar su organismo, lo hubiera galvanizado. Numerosas episodios de este tipo se cuentan sobre él. Algunos los hemos podido oír directamente, por boca de algunos de sus discípulos que pertenecieron a un «grupo de trabajo» mexicano. Naturalmente, un proceso de «mitificación» es inevitable en casos de este tipo, y no es fácil distinguir lo real de lo imaginario. Gurdjieff no ha dejado casi escritos y lo que ha publicado es de una calidad bastante mediocre, pero es extremadamente frecuente que aquel que es “alguien” no tenga ni las cualidades, ni la preparación, para ser escritos: su enseñanza es impartida directamente y ejerció en mucho una innegable influencia. Tal como hemos dicho, a parte de la recopilación de testimonios realizada por Pauwels en su obra Monsieur Gurdjieff, hay que recurrir a Ousspensky para conocer sus enseñanzas
Gurdjieff murió a la edad de 83 años, en plena posesión de todos sus medios y diciendo irónicamente a los discípulos que lo asistían: “Os dejo un buen enredo”. Hoy, aún, no cesa de ser citado y, como se ha dicho, aquí y allí, en Inglaterra, en Francia y en África del Sur, los restos de los grupos que se habían constituido bajo su influencia, aun subsisten.
[Diario Roma, 16 de abril de 1972]
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