La separación consumada
“Y sin duda nuestro tiempo… prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser… lo que es ’sagrado’ para él no es sino la ilusión, pero lo que es profano es la verdad. Mejor aún: lo sagrado aumenta a sus ojos a medida que disminuye la verdad y crece la ilusión, hasta el punto de que el colmo de la ilusión es también para él el colmo de lo sagrado.”
FEUERBACH, prefacio a la segunda edición de La esencia del Cristianismo.
1
Toda la vida de las sociedades en las que dominan las condiciones  modernas de producción se presenta como una inmensa acumulación de  espectáculos. Todo lo que era vivido directamente se aparta en una  representación. 
2
Las imágenes que se han desprendido de cada aspecto de la vida se  fusionan en un curso común, donde la unidad de esta vida ya no puede ser  restablecida. La realidad considerada parcialmente se despliega en su  propia unidad general en tanto que seudo-mundo aparte, objeto de mera  contemplación. La especialización de las imágenes del mundo se  encuentra, consumada, en el mundo de la imagen hecha autónoma, donde el  mentiroso se miente a sí mismo. El espectáculo en general, como  inversión concreta de la vida, es el movimiento autónomo de lo  no-viviente. 
3
El espectáculo se muestra a la vez como la sociedad misma, como una  parte de la sociedad y como instrumento de unificación. En tanto que  parte de la sociedad, es expresamente el sector que concentra todas las  miradas y toda la conciencia. Precisamente porque este sector está  separado es el lugar de la mirada engañada y de la falsa conciencia; y  la unificación que lleva a cabo no es sino un lenguaje oficial de la  separación generalizada. 
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El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizada por imágenes. 
5
El espectáculo no puede entenderse como el abuso de un mundo visual, el  producto de las técnicas de difusión masiva de imágenes. Es más bien una  Weltanschauung que ha llegado a ser efectiva, a traducirse  materialmente. Es una visión del mundo que se ha objetivado. 
6
El espectáculo, comprendido en su totalidad, es a la vez el resultado y  el proyecto del modo de producción existente. No es un suplemento al  mundo real, su decoración añadida. Es el corazón del irrealismo de la  sociedad real. Bajo todas sus formas particulares, información o  propaganda, publicidad o consumo directo de diversiones, el espectáculo  constituye el modelo presente de la vida socialmente dominante. Es la  afirmación omnipresente de la elección ya hecha en la producción y su  consumo corolario. Forma y contenido del espectáculo son de modo  idéntico la justificación total de las condiciones y de los fines del  sistema existente. El espectáculo es también la presencia permanente de  esta justificación, como ocupación de la parte principal del tiempo  vivido fuera de la producción moderna. 
7
La separación misma forma parte de la unidad del mundo, de la praxis  social global que se ha escindido en realidad y en imagen. La práctica  social, a la que se enfrenta el espectáculo atónomo, es también la  totalidad real que contiene el espectáculo. Pero la escisión en esta  totalidad la mutila hasta el punto de hacer aparecer el espectáculo como  su objeto. El lenguaje espectacular está constituido por signos de la  producción reinante, que son al mismo tiempo la finalidad última de esta  producción. 
8
No se puede oponer abstractamente el espectáculo y la actividad social  efectiva. Este desdoblamiento se desdobla a su vez. El espectáculo que  invierte lo real se produce efectivamente. Al mismo tiempo la realidad  vivida es materialmente invadida por la contemplación del espectáculo, y  reproduce en sí misma el orden espectacular concediéndole una adhesión  positiva. La realidad objetiva está presente en ambos lados. Cada noción  así fijada no tiene otro fondo que su paso a lo opuesto: la realidad  surge en el espectáculo, y el espectáculo es real. Esta alienación  recíproca es la esencia y el sostén de la sociedad existente. 
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En el mundo realmente invertido lo verdadero es un momento de lo falso. 
10
El concepto de espectáculo unifica y explica una gran diversidad de  fenómenos aparentes. Sus diversidades y contrastes son las apariencias  de esta apariencia organizada socialmente, que debe ser a su vez  reconocida en su verdad general. Considerado según sus propios términos,  el espectáculo es la afirmación de la apariencia y la afirmación de  toda vida humana, y por tanto social, como simple apariencia. Pero la  crítica que alcanza la verdad del espectáculo lo descubre como la  negación visible de la vida; como una negación de la vida que se ha  hecho visible. 
11
Para describir el espectáculo, su formación, sus funciones, y las  fuerzas que tienden a disolverlo, hay que distinguir artificialmente  elementos inseparables. Al analizar el espectáculo hablamos en cierta  medida el mismo lenguaje de lo espectacular, puesto que nos movemos en  el terreno metodológico de esta sociedad que se manifiesta en el  espectáculo. Pero el espectáculo no es nada más que el sentido de la  práctica total de una formación socio-económica, su empleo del tiempo.  Es el momento histórico que nos contiene. 
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El espectáculo se presenta como una enorme positividad indiscutible e  inaccesible. No dice más que “lo que aparece es bueno, lo que es bueno  aparece”. La actitud que exige por principio es esta aceptación pasiva  que ya ha obtenido de hecho por su forma de aparecer sin réplica, por su  monopolio de la apariencia. 
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El carácter fundamentalmente tautológico del espectáculo se deriva del  simple hecho de que sus medios son a la vez sus fines. Es el sol que no  se pone nunca sobre el imperio de la pasividad moderna. Recubre toda la  superficie del mundo y se baña indefinidamente en su propia gloria. 
14
La sociedad que reposa sobre la industria moderna no es fortuita o  superficialmente espectacular, sino fundamentalmente espectaculista. En  el espectáculo, imagen de la economía reinante, el fin no existe, el  desarrollo lo es todo. El espectáculo no quiere llegar a nada más que a  sí mismo. 
15
Como adorno indispensable de los objetos hoy producidos, como exponente  general de la racionalidad del sistema, y como sector económico avanzado  que da forma directamente a una multitud creciente de imágenes-objetos,  el espectáculo es la principal producción de la sociedad actual. 
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El espectáculo somete a los hombres vivos en la medida que la economía  les ha sometido totalmente. No es más que la economía desarrollándose  por sí misma. Es el reflejo fiel de la producción de las cosas y la  objetivación infiel de los productores. 
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La primera fase de la dominación de la economía sobre la vida social  había implicado en la definición de toda realización humana una evidente  degradación del ser en el tener. La fase presente de la ocupación total  de la vida social por los resultados acumulados de la economía conduce a  un deslizamiento generalizado del tener al parecer, donde todo “tener”  efectivo debe extraer su prestigio inmediato y su función última. Al  mismo tiempo toda realidad individual se ha transformado en social,  dependiente directamente del poder social, conformada por él. Solo se  permite aparecer a aquello que no existe. 
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Allí donde el mundo real se cambia en simples imágenes, las simples  imágenes se convierten en seres reales y en las motivaciones eficientes  de un comportamiento hipnótico. El espectáculo, como tendencia a hacer  ver por diferentes mediaciones especializadas el mundo que ya no es  directamente aprehensible, encuentra normalmente en la vista el sentido  humano privilegiado que fue en otras épocas el tacto; el sentido más  abstracto, y el más mistificable, corresponde a la abstracción  generalizada de la sociedad actual. Pero el espectáculo no se identifica  con el simple mirar, ni siquiera combinado con el escuchar. Es lo que  escapa a la actividad de los hombres, a la reconsideración y la  corrección de sus obras. Es lo opuesto al diálogo. Allí donde hay  representación independiente, el espectáculo se reconstituye. 
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El espectáculo es el heredero de toda la debilidad del proyecto  filosófico occidental que fue una comprensión de la actividad dominada  por las categorías del ver, de la misma forma que se funda sobre el  despliegue incesante de la racionalidad técnica precisa que parte de  este pensamiento. No realiza la filosofía, filosofiza la realidad. Es  vida concreta de todos lo que se ha degradado en universo especulativo. 
20
La filosofía, en tanto que poder del pensamiento separado y pensamiento  del poder separado, jamás ha podido superar la teología por sí misma. El  espectáculo es la reconstrucción material de la ilusión religiosa. La  técnica espectacular no ha podido disipar las nubes religiosas donde los  hombres situaron sus propios poderes separados: sólo los ha religado a  una base terrena. Así es la vida más terrena la que se vuelve opaca e  irrespirable. Ya no se proyecta en el cielo, pero alberga en sí misma su  rechazo absoluto, su engañoso paraíso. El espectáculo es la realización  técnica del exilio de los poderes humanos en un más allá; la escisión  consumada en el interior del hombre. 
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A medida que la necesidad es soñada socialmente el sueño se hace  necesario. El espectáculo es la pesadilla de la sociedad moderna  encadenada que no expresa finalmente más que su deseo de dormir. El  espectáculo es el guardián de este sueño. 
22
El hecho de que el poder práctico de la sociedad moderna se haya  desprendido de ella misma y se haya edificado un imperio independiente  en el espectáculo sólo puede explicarse por el hecho de que esta  práctica poderosa seguía careciendo de cohesión y había quedado en  contradicción consigo misma. 
23
Es la más vieja especialización social, la especialización del poder, la  que se halla en la raiz del espectáculo. El espectáculo es así una  actividad especializada que habla por todas las demás. Es la  representación diplomática de la sociedad jerárquica ante sí misma,  donde toda otra palabra queda excluida. Lo más moderno es también lo más  arcaico. 
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El espectáculo es el discurso ininterrumpido que el orden presente  mantiene consigo mismo, su monólogo elogioso. Es el autorretrato del  poder en la época de su gestión totalitaria de las condiciones de  existencia. La apariencia fetichista de pura objetividad en las  relaciones espectaculares esconde su índole de relación entre hombres y  entre clases: una segunda naturaleza parece dominar nuestro entorno con  sus leyes fatales. Pero el espectáculo no es ese producto necesario del  desarrollo técnico considerado como desarrollo natural. La sociedad del  espectáculo es por el contrario la forma que elige su propio contenido  técnico. Aunque el espectáculo, tomado bajo su aspecto restringido de  “medios de comunicación de masa”, que son su manifestación superficial  más abrumadora, parece invadir la sociedad como simple instrumentación,  ésta no es nada neutra en realidad, sino la misma que conviene a su  automovimiento total. Si las necesidades sociales de la época donde se  desarrollan tales técnicas no pueden ser satisfechas sino por su  mediación, si la administración de esta sociedad y todo contacto entre  los hombres ya no pueden ejercerse si no es por intermedio de este poder  de comunicación instantánea, es porque esta “comunicación” es  esencialmente unilateral; de forma que su concentración vuelve a  acumular en las manos de la administración del sistema existente los  medios que le permiten continuar esta administración determinada. La  escisión generalizada del espectáculo es inseparable del Estado moderno,  es decir, de la forma general de la escisión en la sociedad, producto  de la división del trabajo social y órgano de la dominación de clase. 
25
La separación es el alfa y el omega del espectáculo. La  institucionalización de la división social del trabajo, la formación de  las clases, había cimentado una primera contemplación sagrada, el orden  mítico en que todo poder se envuelve desde el origen. Lo sagrado ha  justificado el ordenamiento cósmico y ontológico que correspondía a los  intereses de los amos, ha explicado y embellecido lo que la sociedad no  podía hacer. Todo poder separado ha sido por tanto espectacular, pero la  adhesión de todos a semejante imagen inmóvil no significaba más que la  común aceptación de una prolongación imaginaria para la pobreza de la  actividad social real, todavía ampliamente experimentada como una  condición unitaria. El espectáculo moderno expresa, por el contrario, lo  que la sociedad puede hacer, pero en esta expresión lo permitido se  opone absolutamente a lo posible. El espectáculo es la conservación de  la inconsciencia en medio del cambio práctico de las condiciones de  existencia. Es su propio producto, y él mismo ha dispuesto sus reglas:  es una entidad seudosagrada. Muestra lo que es: el poder separado  desarrollándose por sí mismo, en el crecimiento de la productividad  mediante el refinamiento incesante de la división del trabajo en  fragmentación de gestos, ya dominados por el movimiento independiente de  las máquinas; y trabajando para un mercado cada vez más extendido. Toda  comunidad y todo sentido crítico se han disuelto a lo largo de este  movimiento, en el cual las fuerzas que han podido crecer en la  separación no se han reencontrado todavía. 
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Con la separación generalizada del trabajador y de su producto se pierde  todo punto de vista unitario sobre la actividad realizada, toda  comunicación personal directa entre los productores. A medida que  aumentan la acumulación de productos separados y la concentración del  proceso productivo la unidad y la comunicación llegan a ser el atributo  exclusivo de la dirección del sistema. El éxito del sistema económico de  la separación es la proletarización del mundo. 
27
Debido al mismo éxito de la producción separada como producción de lo  separado, la experiencia fundamental ligada en las sociedades primitivas  a un trabajo principal se está desplazando, con el desarrollo del  sistema, hacia el no-trabajo, la inactividad. Pero esta inactividad no  está en absoluto liberada de la actividad productiva: depende de ella,  es sumisión inquieta y admirativa a las necesidades y resultados de la  producción; ella misma es un producto de su racionalidad. No puede haber  libertad fuera de la actividad, y en el marco del espectáculo toda  actividad está negada, igual que la actividad real ha sido integralmente  captada para la edificación global de este resultado. Así la actual  “liberación del trabajo”, o el aumento del ocio, no es de ninguna manera  liberación en el trabajo ni liberación de un mundo conformado por ese  trabajo. Nada de la actividad perdida en el trabajo puede reencontrarse  en la sumisión a su resultado. 
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El sistema económico fundado en el aislamiento es una producción  circular del aislamiento. El aislamiento funda la técnica, y el proceso  técnico aisla a su vez. Del automóvil a la televisión, todos los bienes  seleccionados por el sistema espectacular son también las armas para el  reforzamiento constante de las condiciones de aislamiento de las  “muchedumbres solitarias”. El espectáculo reproduce sus propios  supuestos en forma cada vez más concreta. 
29
El origen del espectáculo es la pérdida de unidad del mundo, y la  expansión gigantesca del espectáculo moderno expresa la totalidad de  esta pérdida: la abstracción de todo trabajo particular y la abstracción  general del conjunto de la producción se traducen perfectamente en el  espectáculo, cuyo modo de ser concreto es justamente la abstracción. En  el espectáculo una parte del mundo se representa ante el mundo y le es  superior. El espectáculo no es más que el lenguaje común de esta  separación. Lo que liga a los espectadores no es sino un vínculo  irreversible con el mismo centro que sostiene su separación. El  espectáculo reúne lo separado, pero lo reúne en tanto que separado. 
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La alienación del espectador en beneficio del objeto contemplado (que es  el resultado de su propia actividad inconsciente) se expresa así:  cuanto más contempla menos vive; cuanto más acepta reconocerse en las  imágenes dominantes de la necesidad menos comprende su propia existencia  y su propio deseo. La exterioridad del espectáculo respecto del hombre  activo se manifiesta en que sus propios gestos ya no son suyos, sino de  otro que lo representa. Por eso el espectador no encuentra su lugar en  ninguna parte, porque el espectáculo está en todas. 
31
El trabajador no se produce a sí mismo, produce un poder independiente.  El éxito de esta producción, su abundancia, vuelve al productor como  abundancia de la desposesión. Todo el tiempo y el espacio de su mundo se  le vuelven extraños con la acumulación de sus productos alienados. El  espectáculo es el mapa de este nuevo mundo, mapa que recubre exactamente  su territorio. Las mismas fuerzas que se nos han escapado se nos  muestran en todo su poderío. 
32
El espectáculo en la sociedad corresponde a una fabricación concreta de  la alienación. La expansión económica es principalmente la expansión de  esta producción industrial precisa. Lo que crece con la economía que se  mueve por sí misma sólo puede ser la alienación que precisamente  encerraba su núcleo inicial. 
33
El hombre separado de su producto produce cada vez con mayor potencia  todos los detalles de su mundo, y así se encuentra cada vez más separado  del mismo. En la medida en que su vida es ahora producto suyo, tanto  más separado está de su vida. 
34
El espectáculo es el capital en un grado tal de acumulación que se transforma en imagen.
Capítulo 2
La mercancía como espectáculo
La mercancía no puede ser comprendida en su esencia auténtica sino como categoría universal del ser social total. Solo en este contexto la reificación surgida de la relación mercantil adquiere una significación decisiva, tanto para la evolución objetiva de la sociedad como para la actitud de los hombres hacia ella, para la sumisión de su conciencia a las formas en que esa reificación se expresa…Esta sumisión se acrecienta aún por el hecho de que cuanto más aumentan la racionalización y mecanización del proceso de trabajo,más pierde la actividad del trabajador su carácter de actividad, para convertirse en actitud contemplativa.
LUCKACS, Historia y conciencia de clase.
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En ese movimiento esencial del espectáculo, que consiste en incorporarse  todo lo que en la actividad humana existía en estado fluido para  poseerlo en estado coagulado como cosas que han llegado a tener un valor  exclusivo por su formulación en negativo del valor vivido, reconocemos a  nuestra vieja enemiga, que tan bien sabe presentarse al primer golpe de  vista como algo trivial que se comprende por sí mismo, cuando es por el  contrario tan compleja y está tan llena de sutilezas metafísicas, la  mercancía. 
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Éste es el principio del fetichismo de la mercancía, la dominación de la  sociedad por “cosas suprasensibles aunque sensibles” que se cumple de  modo absoluto en el espectáculo, donde el mundo sensible se encuentra  reemplazado por una selección de imágenes que existe por encima de él y  que al mismo tiempo se ha hecho reconocer como lo sensible por  excelencia. 
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El mundo a la vez presente y ausente que el espectáculo hace ver es el  mundo de la mercancía dominando todo lo que es vivido. Y el mundo de la  mercancía se muestra así tal como es, puesto que su movimiento equivale  al distanciamiento de los hombres entre sí y respecto de su producto  global. 
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La pérdida de cualidad, tan evidente en todos los niveles del lenguaje  espectacular, de los objetos que ensalza y de las conductas que rige, no  hace más que traducir los rasgos fundamentales de la producción real  que anula la realidad: la forma-mercancía es de parte a parte la  igualdad a sí misma, la categoría de lo cuantitativo. Desarrolla lo  cuantitativo y no puede desarrollarse más que en ello. 
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Este desarrollo que excluye lo cualitativo está sujeto a su vez, en  tanto que desarrollo, al salto cualitativo: el espectáculo significa que  ha traspuesto el umbral de su propia abundancia; esto no es todavía  cierto localmente más que en algunos puntos, pero sí lo es ya a la  escala universal que es la referencia original de la mercancía,  referencia que su movimiento práctico, unificando la tierra como mercado  mundial, ha verificado. 
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El desarrollo de las fuerzas productivas ha sido la historia real  inconsciente que ha construido y modificado las condiciones de  existencia de los grupos humanos como condiciones de subsistencia y la  extensión de estas condiciones: la base económica de todas sus  iniciativas. El sector de la mercancía ha sido, en el interior de una  economía natural, la constitución de un excedente de la subsistencia. La  producción de mercancías, que implica el cambio de productos diversos  entre productores independientes, ha podido seguir siendo artesanal  durante mucho tiempo, contenida en una función económica marginal donde  su verdad cuantitativa todavía estaba oculta. Sin embargo, allí donde  encontró las condiciones sociales del gran comercio y de la acumulación  de capitales se apoderó del dominio total sobre la economía. La economía  entera se transformó entonces en lo que la mercancía había mostrado ser  en el curso de esta conquista: un proceso de desarrollo cuantitativo.  Este despliegue incesante del poderío económico bajo la forma de la  mercancía, que ha transformado el trabajo humano en trabajo-mercancía,  en salario, desembocó acumulativamente en una abundancia donde la  cuestión primaria de la subsistencia está sin duda resuelta, pero de  forma que siempre reaparezca: cada vez se plantea de nuevo en un grado  superior. El crecimiento económico libera las sociedades de la presión  natural que exigía su lucha inmediata por la subsistencia, pero aún no  se han liberado de su liberador. La independencia de la mercancía se ha  extendido al conjunto de la economía sobre la cual reina. La economía  transforma el mundo, pero lo transforma solamente en mundo de la  economía. La seudonaturaleza en la cual se ha alienado el trabajo humano  exige proseguir su servicio hasta el infinito, y este servicio, no  siendo juzgado ni absuelto más que por sí mismo, obtiene de hecho la  totalidad de los esfuerzos y de los proyectos socialmente lícitos como  servidores suyos. La abundancia de mercancías, es decir, de la relación  mercantil, no puede ser más que la subsistencia aumentada. 
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La dominación de la mercancía fue ejercida inicialmente de una manera  oculta sobre la economía, que a su vez, en cuanto base material de la  vida social, seguía sin percibirse y sin comprenderse, como algo tan  familiar que nos es desconocido. En una sociedad donde la mercancía  concreta es todavía escasa o minoritaria es la dominación aparente del  dinero la que se presenta como un emisario provisto de plenos poderes  que habla en nombre de una potencia desconocida. Con la revolución  industrial, la división manufacturera del trabajo y la producción masiva  para el mercado mundial, la mercancía aparece efectivamente como una  potencia que viene a ocupar realmente la vida social. Es entonces cuando  se constituye la economía política, como ciencia dominante y como  ciencia de la dominación. 
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El espectáculo señala el momento en que la mercancía ha alcanzado la  ocupación total de la vida social. La relación con la mercancía no sólo  es visible, sino que es lo único visible: el mundo que se ve es su  mundo. La producción económica moderna extiende su dictadura extensiva e  intensivamente. Su reinado ya está presente a través de algunas  mercancías-vedettes en los lugares menos industrializados, en tanto que  dominación imperialista de las zonas que encabezan el desarrollo de la  productividad. En estas zonas avanzadas el espacio social es invadido  por una superposición continua de capas geológicas de mercancías. En  este punto de la “segunda revolución industrial” el consumo alienado se  convierte para las masas en un deber añadido a la producción alienada.  Todo el trabajo vendido de una sociedad se transforma globalmente en  mercancía total cuyo ciclo debe proseguirse. Para ello es necesario que  esta mercancía total retorne fragmentariamente al individuo fragmentado,  absolutamente separado de las fuerzas productivas que operan como un  conjunto. Es aquí por consiguiente donde la ciencia especializada de la  dominación debe especializarse a su vez: se fragmenta en sociología,  psicotecnia, cibernética, semiología, etc., vigilando la autorregulación  de todos los niveles del proceso. 
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Mientras que en la fase primitiva de la acumulación capitalista “la  economía política no ve en el proletario sino al obrero”, que debe  recibir el mínimo indispensable para la conservación de su fuerza de  trabajo, sin considerarlo jamás “en su ocio, en su humanidad”, esta  posición de las ideas de la clase dominante se invierte tan pronto como  el grado de abundancia alcanzado en la producción de mercancías exige  una colaboración adicional del obrero. Este obrero redimido de repente  del total desprecio que le notifican claramente todas las modalidades de  organización y vigilancia de la producción, fuera de ésta se encuentra  cada día tratado aparentemente como una persona importante, con solícita  cortesía, bajo el disfraz de consumidor. Entonces el humanismo de la  mercancía tiene en cuenta “el ocio y la humanidad” del trabajador,  simplemente porque ahora la economía política puede y debe dominar esas  esferas como tal economía política. Así “la negación consumada del  hombre” ha tomado a su cargo la totalidad de la existencia humana 
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El espectáculo es una guerra del opio permanente dirigida a hacer que se  acepte la identificación de los bienes con las mercancías; y de la  satisfacción con la subsistencia ampliada según sus propias leyes. Pero  si la subsistencia consumible es algo que debe aumentar constantemente  es porque no deja de contener la privación. Si no hay ningún más allá de  la subsistencia aumentada, ningún punto en el que pueda dejar de  crecer, es porque ella misma no está más allá de la privación, sino que  es la privación que ha llegado a ser más rica. 
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Con la automatización, que es a la vez el sector más avanzado de la  industria moderna y el modelo en el que se resume perfectamente su  práctica, el mundo de la mercancía tiene que superar esta contradicción:  la instrumentación técnica que suprime objetivamente el trabajo debe al  mismo tiempo conservar el trabajo como mercancía y como único lugar de  nacimiento de la mercancía. Para que la automatización, o cualquier otra  forma menos extrema de incrementar la productividad del trabajo, no  disminuya efectivamente el tiempo de trabajo social necesario a escala  de la sociedad, es preciso crear nuevos empleos. El sector terciario,  los servicios, es la ampliación inmensa de las metas de la armada de  distribución y el elogio de las mercancías actuales; movilización de  fuerzas supletorias que oportunamente encuentran, en la facticidad misma  de las necesidades relativas a tales mercancías, la necesidad de una  organización tal del trabajo hipotecado. 
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El valor de cambio no ha podido formarse más que como agente del valor  de uso, pero esta victoria por sus propios medios ha creado las  condiciones de su dominación autónoma. Movilizando todo uso humano y  apoderándose del monopolio sobre su satisfacción ha terminado por  dirigir el uso. El proceso de cambio se ha identificado con todo uso  posible, y lo ha reducido a su merced. El valor de cambio es el  condotiero del valor de uso que termina haciendo la guerra por su propia  cuenta. 
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Esta constante de la economía capitalista que es la baja tendencial del  valor de uso desarrolla una nueva forma de privación en el interior de  la subsistencia aumentada, que no está ya liberada de la antigua  penuria, puesto que exige la participación de la gran mayoría de los  hombres, como trabajadores asalariados, en la prosecución infinita de su  esfuerzo; y cada uno sabe que tiene que someterse o morir. Es la  realidad de este chantaje, el hecho de que el consumo como uso bajo su  forma más pobre (comer, habitar) ya no existe sino aprisionado en la  riqueza ilusoria de la subsistencia aumentada, la verdadera base de la  aceptación de la ilusión en el consumo de las mercancías modernas en  general. El consumidor real se convierte en consumidor de ilusiones. La  mercancía es esta ilusión efectivamente real, y el espectáculo su  manifestación general. 
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El valor de uso que estaba contenido implícitamente en el valor de  cambio debe ser ahora explícitamente proclamado, en la realidad  invertida del espectáculo, justamente porque su realidad efectiva está  corroida por la economía mercantil superdesarrollada: y la falsa vida  necesita una seudojustificación. 
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El espectáculo es la otra cara del dinero: el equivalente general  abstracto de todas las mercancías. Pero si el dinero ha dominado la  sociedad como representación de la equivalencia central, es decir, del  carácter intercambiable de bienes múltiples cuyo uso seguía siendo  incomparable, el espectáculo es su complemento moderno desarrollado  donde la totalidad del mundo mercantil aparece en bloque, como una  equivalencia general a cuanto el conjunto de la sociedad pueda ser o  hacer. El espectáculo es el dinero que solamente se contempla porque en  él la totalidad del uso ya se ha intercambiado con la totalidad de la  representación abstracta. El espectáculo no es sólo el servidor del  pseudo-uso, él es ya en sí mismo el seudo-uso de la vida. 
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El resultado concentrado del trabajo social, en el momento de la  abundancia económica, se transforma en aparente y somete toda realidad a  la apariencia, que es ahora su producto. El capital ya no es el centro  invisible que dirige el modo de producción: su acumulación lo despliega  hasta en la periferia bajo la forma de objetos sensibles. Toda la  extensión de la sociedad es su retrato. 
51
La victoria de la economía autónoma debe ser al mismo tiempo su  perdición. Las fuerzas que ha desencadenado suprimen la necesidad  económica que fue la base inamovible de las sociedades antiguas. Al  reemplazarla por la necesidad del desarrollo económico infinito no puede  sino reemplazar la satisfacción de las primeras necesidades humanas,  sumariamente reconocidas, por una fabricación ininterrumpida de  seudonecesidades que se resumen en una sola seudonecesidad de mantener  su reino. Pero la economía autónoma se separa para siempre de la  necesidad profunda en la medida en que abandona el inconsciente social  que dependía de ella sin saberlo. “Todo lo que es consciente se  desgasta. Lo que es inconsciente permanece inalterable. Pero una vez  liberado ¿no cae a su vez en ruinas?” (Freud). 
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En el momento en que la sociedad descubre que depende de la economía, la  economía, de hecho, depende de ella. Esta potencia subterránea, que ha  crecido hasta aparecer soberanamente, ha perdido también su poder. Allí  donde estaba el ello económico debe sobrevenir el yo. El sujeto no puede  surgir más que de la sociedad, es decir, de la lucha que reside en ella  misma. Su existencia posible está supeditada a los resultados de la  lucha de clases que se revela como el producto y el productor de la  fundación económica de la historia. 
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La conciencia del deseo y el deseo de la conciencia conforman por igual  este proyecto que, bajo su forma negativa, pretende la abolición de las  clases, es decir la posesión directa de los trabajadores de todos los  momentos de su actividad. Su contrario es la sociedad del espectáculo,  donde la mercancía se contempla a sí misma en el mundo que ha creado.
Capítulo 3
Unidad y división en la apariencia
“Una animada polémica nueva se desarrolla en el pais en el frente de la filosofía, en relación a los conceptos “uno se divide en dos” y “dos se fusionan en uno”. Este debate es una lucha entre los que están por y los que están contra la dialéctica meterialista, una lucha entre dos concepciones del mundo: la concepción proletaria y la concepción burguesa. Los que sostienen que “uno se divide en dos” es la ley fundamental de las cosas, se sitúan del lado de la dialéctica materialista: los que sostienen que la ley fundamental de las cosas es que “dos se fusionan en uno” están contra la dialéctica materialista. Ambos lados han dibujado una nítida linea de demarcación entre ellos y sus argumentos son diametralmente opuestos. Esta polémica refleja en el plano ideológico la aguda y compleja lucha de clases que se desarrolla en China y en el mundo.”
Bandera Roja de Pekín, 21 septiembre 1964.
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El espectáculo, como la sociedad moderna, está a la vez unido y  dividido. Como ella, edifica su unidad sobre el desgarramiento. Pero la  contradicción, cuando emerge en el espectáculo, es a su vez contradicha  por una inversión de su sentido; de forma que la división mostrada es  unitaria, mientras que la unidad mostrada está dividida. 
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Es la lucha de los poderes que se han constituido para la gestión del  propio sistema socioeconómico la que se despliega como contradicción  oficial, cuando corresponde de hecho a la unidad real; esto ocurre tanto  a escala mundial como en el interior de cada nación. 
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Las falsas luchas espectaculares entre formas rivales de poder separado  son al mismo tiempo reales en cuanto expresan el desarrollo desigual y  conflictivo del sistema, los intereses relativamente contradictorios de  las clases o de las subdivisiones de clases que aceptan el sistema y  definen su propia participación en su poder. Del mismo modo que el  desarrollo de la economía más avanzada lo constituye el enfrentamiento  de ciertas prioridades contra otras, la gestión totalitaria de la  economía por una burocracia de Estado y la condición de los países que  se han encontrado ubicados en la esfera de la colonización o  semicolonización están definidas por considerables particularidades en  las modalidades de producción y de poder. Estas diversas oposiciones  pueden darse en el espectáculo según criterios totalmente diferentes,  como formas de sociedad absolutamente distintas. Pero según su realidad  efectiva de sectores particulares la verdad de su particularidad reside  en el sistema universal que las contiene: en el movimiento único que ha  hecho del planeta su campo, el capitalismo. 
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La sociedad portadora del espectáculo no domina solamente por su  hegemonía económica las regiones subdesarrolladas. Las domina en tanto  que sociedad del espectáculo. Donde la base material todavía está  ausente, la sociedad moderna ya ha invadido espectacularmente la  superficie social de cada continente. Define el programa de una clase  dirigente y preside su constitución. Así como presenta los seudobienes a  codiciar ofrece a los revolucionarios locales los falsos modelos de la  revolución. El espectáculo propio del poder burocrático que detentan  algunos paises industriales forma parte precisamente del espectáculo  total, como su seudonegación general y como su sostén. Si el  espectáculo, contemplado en sus diversas localizaciones, pone en  evidencia las especializaciones totalitarias de la palabra y de la  administración social, éstas llegan a fundirse, al nivel del  funcionamiento global del sistema, en una división mundial de tareas  espectaculares. 
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La división de las tareas espectaculares que conserva la generalidad del  orden existente conserva principalmente el polo dominante de su  desarrollo. La raíz del espectáculo está en el terreno de la economía  que se ha vuelto de abundancia, y es de allí de donde proceden los  frutos que tienden finalmente a dominar el mercado espectacular, a pesar  de las barreras proteccionistas ideológico-policiales de no importa qué  espectáculo local que pretenda ser autárquico. 
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El movimiento de banalización que bajo las diversiones cambiantes del  espectáculo domina mundialmente la sociedad moderna, la domina también  en cada uno de los puntos donde el consumo desarrollado de mercancías ha  multiplicado aparentemente los roles y los objetos a elegir. Las  supervivencias de la religión y de la familia -que sigue siendo la forma  principal de herencia del poder de clase-, y por lo tanto de la  represión moral que ellas aseguran, puede combinarse como una misma cosa  con la afirmación redundante del disfrute de este mundo, que  precisamente se ha producido como seudodisfrute que esconde la  represión. A la aceptación beata de lo que existe puede unirse también  como una misma cosa la revuelta puramente espectacular: esto expresa el  simple hecho de que la insatisfacción misma se ha convertido en una  mercancía desde que la abundancia económica se ha sentido capaz de  extender su producción hasta llegar a tratar una tal materia prima. 
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Concentrando en ella la imagen de un rol posible, la vedette,  representación espectacular del hombre viviente, concentra entonces esta  banalidad. La condición de vedette es la especialización de lo vivido  aparente, el objeto de la identificación en la vida aparente sin  profundidad que debe compensar el desmenuzamiento de las  especializaciones productivas efectivamente vividas. Las vedettes  existen para representar diferentes estilos de vida y de comprensión de  la sociedad, libres de ejercerse globalmente. Encarnan el resultado  inaccesible del trabajo social, remedando subproductos de este trabajo  que son mágicamente transferidos por encima de él como su finalidad: el  poder y las vacaciones, la decisión y el consumo que están al principio y  al final de un proceso indiscutido. Allí, es el poder gubernamental  quien se personaliza en seudo-vedette; aquí es la vedette del consumo  quien se hace plebiscitar como seudo-poder sobre lo vivido. Pero así  como las actividades de la vedette no son realmente globales, tampoco  son variadas. 
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El agente del espectáculo puesto en escena como vedette es lo contrario  al individuo, el enemigo del individuo en sí mismo tan claramente como  en los otros. Desfilando en el espectáculo como modelo de  identificación, ha renunciado a toda cualidad autónoma para  identificarse con la ley general de la obediencia al curso de las cosas.  La vedette del consumo, aun siendo exteriormente la representación de  diferentes tipos de personalidad, muestra a cada uno de estos tipos  teniendo igualmente acceso a la totalidad del consumo y encontrando una  felicidad semejante. La vedette de la decisión debe poseer el stock  completo de lo que ha sido admitido como cualidades humanas. Así las  divergencias oficiales se anulan entre sí por el parecido oficial, que  es la presuposición de su excelencia en todo. Khruchtchev se convirtió  en general para decidir sobre la batalla de Kursch no sobre el terreno,  sino en el vigésimo aniversario, cuando se encontraba de jefe de Estado.  Kennedy siguió siendo orador hasta pronunciar su elogio sobre su propia  tumba, puesto que Theodore Sorensen continuó hasta ese momento  redactando los discursos para el sucesor en ese estilo que tanto había  servido para hacer reconocer la personalidad del desaparecido. Las  personalidades admirables en quienes se personifica el sistema son bien  conocidas por no ser lo que son; han llegado a ser grandes hombres  descendiendo por debajo de la más mínima vida individual, y todos lo  saben. 
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La falsa elección en la abundancia espectacular, elección que reside  tanto en la yuxtaposición de espectáculos concurrentes y solidarios como  en la yuxtaposición de roles (significados y contenidos principalmente  en los objetos) que son exclusivos y están a la vez imbricados, se  desarrolla como lucha de cualidades fantasmagóricas destinadas a  apasionar la adhesión a la trivialidad cuantitativa. Así renacen falsas  oposiciones arcaicas, regionalismos o racismos encargados de  transfigurar en superioridad ontológica fantástica la vulgaridad de los  lugares jerárquicos en el consumo. Así se recompone la interminable  serie de enfrentamientos ridículos que movilizan un interés sublúdico,  desde el deporte de competición hasta las elecciones. Donde se ha  instalado el consumo abundante, una oposición espectacular principal  entre jóvenes y adultos proyecta en primer plano los falsos roles;  puesto que en ninguna parte existe el adulto, dueño de su vida, y la  juventud, el cambio de lo existente, no es en modo alguno propiedad de  quienes son ahora jóvenes, sino del sistema económico, el dinamismo del  capitalismo. Son las cosas las que reinan y son jóvenes; las que se  desplazan y se reemplazan a sí mismas. 
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Es la unidad de la miseria lo que se oculta bajo las oposiciones  espectaculares. Si las distintas formas de la misma alienación se  combaten con el pretexto de la elección total es porque todas ellas se  edifican sobre las contradicciones reales reprimidas. Según las  necesidades del estadio particular de miseria que desmiente y mantiene,  el espectáculo existe bajo una forma concentrada o bajo una forma  difusa. En ambos casos, no es más que una imagen de unificación dichosa,  rodeada de desolación y espanto, en el centro tranquilo de la desdicha.  
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El espectáculo concentrado pertenece esencialmente al capitalismo  burocrático, aunque pueda ser importando como técnica del poder estatal  en economías mixtas más atrasadas o en ciertos momentos de crisis del  capitalismo avanzado. La propiedad burocrática está en efecto ella misma  concentrada en el sentido de que el burócrata individual no se  relaciona con la posesión de la economía global más que como  intermediario de la comunidad burocrática, en tanto que miembro de esta  comunidad. Por otro lado la producción de mercancías, menos  desarrollada, se presenta también bajo una forma concentrada: la  mercancía que la burocracia retiene es el trabajo social total, y lo que  ella revende a la sociedad es su subsistencia en bloque. La dictadura  de la economía burocrática no puede dejar a las masas explotadas ningún  margen notable de elección, puesto que ha debido elegir todo por sí  misma, y cualquier otra elección exterior, ya se refiera a la  alimentación o a la música, es ya por consiguiente la elección de su  destrucción total. Debe acompañarse de una violencia permanente. La  imagen compuesta de bien, en su espectáculo, acoge la totalidad de lo  que existe oficialmente y se concentra normalmente en un solo hombre,  que es el garante de su cohesión totalitaria. Cada uno debe  identificarse mágicamente con esta vedette absoluta o desaparecer.  Porque se trata del amo de su no-consumo y de la imagen heroica de un  sentido aceptable para la explotación absoluta que es, de hecho, la  acumulación primitiva acelerada por el terror. Si cada chino debe  aprender a Mao, y ser así Mao, es porque no puede ser otra cosa. Allí  donde domina lo espectacular concentrado domina también la policía. 
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Lo espectacular difuso acompaña a la abundancia de mercancías, al  desarrollo no perturbado del capitalismo moderno. Aquí cada mercancía se  justifica por separado en nombre de la grandeza de la producción total  de objetos, de la que el espectáculo es el catálogo apologético.  Afirmaciones inconciliables disputan sobre la escena del espectáculo  unificado de la economía abundante, igual que las diferentes  mercancías-vedettes sostienen simultáneamente sus proyectos  contradictorios de organización de la sociedad; donde el espectáculo de  los automóviles requiere una circulación perfecta que destruye las  viejas ciudades, el espectáculo de la ciudad misma necesita a su vez  barrios-museos. En consecuencia, la satisfacción ya de por sí  problemática que se atribuye al consumo del conjunto queda  inmediatamente falsificada puesto que el consumidor real no puede tocar  directamente más que una sucesión de fragmentos de esta felicidad  mercantil, fragmentos en los que la calidad atribuida al conjunto está  siempre evidentemente ausente. 
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Cada mercancía determinada lucha por sí misma, no puede reconocer a las  otras, pretende imponerse en todas partes como si fuera la única. El  espectáculo es entonces el canto épico de esta confrontación, que  ninguna desilusión podría concluir. El espectáculo no canta a los  hombres y sus armas, sino a las mercancías y sus pasiones. En esta lucha  ciega cada mercancía, en la medida de su pasión, realiza de hecho en la  inconsciencia algo más elevado: el devenir mundo de la mercancía que es  también el devenir mercancía del mundo. Así, por una astucia de la  razón mercantil, lo particular de la mercancía se desgasta combatiendo,  mientras que la forma-mercancía va hacia su realización absoluta. 
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La satisfacción que la mercancía abundante ya no puede brindar a través  de su uso pasa a ser buscada en el reconocimiento de su valor en tanto  que mercancía: es el uso de la mercancía que se basta a sí mismo; y para  el consumidor, la efusión religiosa hacia la libertad soberana de la  mercancía. Olas de entusiasmo por un determinado producto, apoyado y  difundido por todos los medios de información, se propagan así con gran  intensidad. Un estilo de ropa sacado de una película; una revista lanza  clubs, que a su vez lanzan diversas panoplias. El gadget expresa el  hecho de que, en el momento en que la masa de mercancías se desliza  hacia la aberración, lo aberrante mismo deviene una mercancía especial.  En los llaveros publicitarios, por ejemplo, que no son ya productos sino  regalos suplementarios que acompañan prestigiosos objetos vendidos o  que se producen para el intercambio en su propia esfera, se reconoce la  manifestación de un abandono místico a la trascendencia de la mercancía.  Quien colecciona los llaveros que han sido fabricados para ser  coleccionados acumula las indulgencias de la mercancía, un signo  glorioso de su presencia real entre sus fieles. El hombre reificado  exhibe con ostentación la prueba de su intimidad con la mercancía. Como  en los éxtasis de las convulsiones o los milagros del viejo fetichismo  religioso, el fetichismo de la mercancía alcanza momentos de excitación  ferviente. El único uso que se expresa aquí también es el uso  fundamental de la sumisión. 
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Sin duda, la seudo-necesidad impuesta en el consumo moderno no puede  contrastarse con ninguna necesidad o deseo auténtico que no esté él  mismo conformado por la sociedad y su historia. Pero la mercancía  abundante está allí como la ruptura absoluta de un desarrollo orgánico  de las necesidades sociales. Su acumulación mecánica libera un  artificial ilimitado, ante el que el deseo viviente queda desarmado. La  potencia acumulativa de un artificial independiente lleva consigo por  todas partes la falsificación de la vida social. 
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En la imagen de la unificación dichosa de la sociedad por medio del  consumo, la división real está solamente suspendida hasta el próximo  no-cumplimiento en lo consumible. Cada producto particular que debe  representar la esperanza de un atajo fulgurante para acceder por fin a  la tierra prometida del consumo total es presentado ceremoniosamente a  su vez como la singularidad decisiva. Pero como en el caso de la moda  instantánea de nombres de pila aparentemente aristocráticos que terminan  llevando casi todos los individuos de la misma edad, el objeto al que  se supone un poder singular sólo pudo ser propuesto a la devoción de las  masas porque había sido difundido en un número lo bastante grande de  ejemplares para hacerlo consumible masivamente. El carácter prestigioso  de este producto cualquiera procede de haber ocupado durante un momento  el centro de la vida social, como el misterio revelado de la finalidad  última de la producción. El objeto que era prestigioso en el espectáculo  se vuelve vulgar desde el momento en que entra en casa de este  consumidor, al tiempo que en la de todos los demás. Revela demasiado  tarde su pobreza esencial, que asimila naturalmente de la miseria de su  producción. Pero ya es otro objeto el que lleva la justificación del  sistema y exige ser reconocido. 
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La impostura de la satisfacción debe denunciarse a sí misma  reemplazándose, siguiendo el cambio de los productos y de las  condiciones generales de la producción. Lo que afirmó con la más  perfecta imprudencia su excelencia definitiva cambia sin embargo en el  espectáculo difuso, aunque también en el concentrado, y es únicamente el  sistema el que debe continuar: tanto Stalin como la mercancía pasada de  moda son denunciados por los mismos que los impusieron. Cada nueva  mentira de la publicidad es también la confesión de su mentira  precedente. Cada desplome de una figura del poder totalitario revela la  comunidad ilusoria que la apoyaba unánimemente, y que no era más que un  aglomerado de soledades sin ilusión. 
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Lo que el espectáculo ofrece como perpetuo se funda sobre el cambio y  debe cambiar con su base. El espectáculo es absolutamente dogmático y al  mismo tiempo no puede desembocar realmente en ningún dogma sólido. Nada  se detiene para él; éste es su estado natural y a la vez lo más  contrario a su inclinación. 
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La unidad irreal que proclama el espectáculo enmascara la división de  clases sobre la que reposa la unidad real del modo de producción  capitalista. Lo que obliga a los productores a participar en la  edificación del mundo es también lo que los separa. Lo que pone en  relación a los hombres liberados de sus limitaciones locales y  nacionales es también lo que les aleja. Lo que obliga a profundizar en  lo racional es también lo que da pábulo a lo irracional de la  explotación jerárquica y de la represión. Lo que hace el poder abstracto  de la sociedad hace su no-libertad concreta.
Capítulo 4
El proletariado como sujeto y como representación
“El derecho igualitario de todos a los bienes y placeres de este mundo, la destrucción de toda autoridad, la negación de todo freno moral; he ahí, si descendemos hasta el fondo de las cosas, la razón de ser de la insurrección del 18 de marzo y el programa de la temible asociación que le ha suministrado un ejército.”
Investigación parlamentaria sobre la insurrección del 18 de marzo
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El movimiento real que suprime las condiciones existentes gobierna la  sociedad a partir de la victoria de la burguesía en la economía, y lo  hace visiblemente tras la traducción política de esta victoria. El  desarrollo de las fuerzas productivas ha hecho estallar las antiguas  relaciones de producción y todo orden estático se desploma. Todo lo que  era absoluto se convierte en histórico. 
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Al ser lanzados en la historia, al tener que participar en el trabajo y  las luchas que la constituyen, los hombres se ven forzados a afrontar  sus relaciones de una forma que no sea engañosa. Esta historia no tiene  otro objeto que el que ella realiza sobre sí misma, aunque la visión  metafísica última inconsciente de la época histórica pueda contemplar la  progresión productiva a través de la cual la historia se despliega como  el objeto mismo de la historia. El sujeto de la historia no puede ser  sino lo viviente produciéndose a sí mismo, convirtiéndose en dueño y  poseedor de su mundo que es la historia y existiendo como conciencia de  su juego. 
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Como una misma corriente se desarrollan las luchas de clases de la larga  época revolucionaria inaugurada por el ascenso de la burguesía y el  pensamiento de la historia, la dialéctica, el pensamiento que ya no se  detiene en la búsqueda del sentido de lo existente, sino que se eleva al  conocimiento de la disolución de todo lo que es; y en el movimiento  disuelve toda separación. 
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Hegel ya no tuvo que interpretar el mundo, sino la transformación del  mundo. Al interpretar solamente la transformación Hegel no es sino la  conclusión filosófica de la filosofía. Quiere comprender un mundo que se  hace a sí mismo. Este pensamiento histórico no es todavía sino la  conciencia que siempre llega demasiado tarde y que enuncia la  justificación post festum. De modo que no supera la separación más que  en el pensamiento. La paradoja que consiste en suspender el sentido de  toda realidad en su consumación histórica y en revelar al mismo tiempo  este sentido constituyéndose en consumación de la historia se desprende  del simple hecho de que el pensador de las revoluciones burguesas de los  siglos XVII y XVIII no buscó en su filosofía más que la reconciliación  con el resultado de éstas. “Del mismo modo como filosofía de la  revolución burguesa no expresa todo el proceso de esta revolución, sino  solamente su conclusión última. En este sentido, ésta no es una  filosofía de la revolución, sino de la restauración.” (Karl Korsch.  Tesis sobre Hegel y la revolución). Hegel hizo por última vez el trabajo  del filósofo, la “glorificación de lo que existe”; pero aquello que  existía para él ya no podía ser sino la totalidad del movimiento  histórico. La posición exterior del pensamiento, que en realidad se  mantenía, sólo podía ser enmascarada mediante su identificación con un  proyecto previo del Espíritu, héroe absoluto que ha hecho lo que ha  querido y ha querido lo que ha hecho, y cuya realización coincide con el  presente. Así, la filosofía que muere en el pensamiento de la historia  no puede ya glorificar su mundo más que renegando de él, pues para tomar  la palabra es preciso suponer concluida esta historia total allí donde  ella condujo todo; y cerrar la sesión del único tribunal donde puede ser  dictada la sentencia de la verdad.
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Cuando el proletariado manifiesta por su propia existencia en actos que  este pensamiento de la historia no se ha olvidado el desmentido de la  conclusión es también la confirmación del método. 
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El pensamiento de la historia no puede ser salvado más que  transformándose en pensamiento práctico; y la práctica del proletariado  como clase revolucionaria no puede ser menos que la conciencia histórica  operando sobre la totalidad de su mundo. Todas las corrientes teóricas  del movimiento obrero revolucionario han surgido de un enfrentamiento  crítico con el pensamiento hegeliano, tanto en el caso de Marx como en  el de Stirner o Bakunin. 
79
El carácter inseparable de la teoría de Marx y del método hegeliano es a  su vez inseparable del carácter revolucionario de esta teoría, es  decir, de su verdad. Es en esto en lo que esta primera relación ha sido  generalmente ignorada o mal comprendida, o incluso denunciada como el  punto débil de lo que devenía engañosamente en una doctrina marxista.  Bernstein, en Socialismo teórico y socialdemocracia práctica, revela  perfectamente esta conexión del método dialéctico y de la toma de  posición histórica, lamentando las previsiones poco científicas del  Manifiesto de 1847 sobre la inminencia de la revolución proletaria en  Alemania: “Esta autosugestión histórica, tan errónea como la podría  haber concebido cualquier visionario político, sería incomprensible en  el caso de Marx, que en esta época ya había estudiado seriamente la  economía, si no se viera en ella el resultado de un resto de dialéctica  antitética hegeliana de la que ni Marx ni Engels supieron nunca  deshacerse completamente. En estos tiempos de efervescencia general esto  fue más fatal aún para ellos”. 
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La inversión que Marx efectúa para una “salvación por transferencia” del  pensamiento de las revoluciones burguesas no consiste en reemplazar  trivialmente por el desarrollo materialista de las fuerzas productivas  el recorrido del Espíritu hegeliano yendo a su propio encuentro en el  tiempo, cuya objetivación es idéntica a su alienación y cuyas heridas  históricas no dejan cicatrices. La historia que deviene real ya no tiene  fin. Marx destruyó la posición separada de Hegel ante lo que sucede; y  la contemplación de un agente supremo exterior, sea el que sea. La  teoría no tiene que conocer más que lo que ella hace. Por el contrario  la contemplación del movimiento de la economía, en el pensamiento  dominante de la sociedad actual es la heredera no subvertida de la parte  no-dialéctica del intento hegeliano de componer un sistema circular: es  una aprobación que ha perdido la dimensión del concepto y que no  necesita justificarse en un hegelianismo, puesto que el movimiento que  se trata de ensalzar no es más que un sector sin pensamiento del mundo,  cuyo desarrollo mecánico domina efectivamente el todo. El proyecto de  Marx es el de una historia consciente. Lo cuantitativo que surge en el  desarrollo ciego de las fuerzas productivas simplemente económicas debe  cambiarse por la apropiación histórica cualitativa. La crítica de la  economía política es el primer acto de este fin de la prehistoria: “De  todos los instrumentos de producción, el de mayor poder productivo es la  clase revolucionaria misma”. 
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Lo que ata estrechamente la teoría de Marx al pensamiento científico es  la comprensión racional de las fuerzas que se ejercen realmente en la  sociedad. Sin embargo es fundamentalmente un más allá del pensamiento  científico, donde éste está conservado en tanto que superado: se trata  de una comprensión de la lucha, y en modo alguno de la ley. “Conocemos  una sola ciencia: la ciencia de la historia”, dice La ideología alemana.  
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La época burguesa, que pretende fundar científicamente la historia,  descuida el hecho de que esta ciencia disponible debió más bien ser ella  misma fundada históricamente con la economía. Inversamente, la historia  sólo depende radicalmente de este conocimiento en tanto que sigue  siendo historia económica. El punto de vista de la observación  científica ha podido descuidar por otro lado en qué medida toma parte la  historia en la economía misma -el proceso global que modifica sus  propios datos científicos de base-. Es lo que muestra la vanidad de los  cálculos socialistas que creían haber establecido la periodicidad exacta  de las crisis; y desde que la intervención constante del Estado ha  logrado compensar el efecto de las tendencias a la crisis el mismo  género de razonamiento ve en este equilibrio una armonía económica  definitiva. El proyecto de superar la economía, de la toma de posesión  de la historia, debe conocer - y atraer hacia sí - la ciencia de la  sociedad, no puede ser él mismo científico. En este último movimiento  que cree dominar la historia presente mediante un conocimiento  científico el punto de vista revolucionario sigue siendo burgués. 
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Las corrientes utópicas del socialismo, aunque fundadas a su vez  históricamente en la crítica de la organización social existente, pueden  ser justamente calificadas de utópicas en la medida en que rechazan la  historia -es decir, la lucha real en curso, así como el movimiento del  tiempo más allá de la perfección inmutable de su imagen de sociedad  feliz-, pero no porque rechacen la ciencia. Los pensadores utopistas  están por el contrario enteramente dominados por el pensamiento  científico, tal como se había impuesto en los siglos precedentes. Ellos  buscan el perfeccionamiento de este sistema racional general: no se  consideran en modo alguno como profetas desarmados, puesto que creen en  el poder social de la demostración científica e incluso, en el caso del  saintsimonismo, en la toma del poder por la ciencia. Al respecto, dice  Sombart, “¿Pretendían arrancar mediante luchas lo que debe ser probado?”  No obstante la concepción científica de los utópicos no se extiende a  este conocimiento de que los grupos sociales tienen intereses en una  situación existente, fuerzas para mantenerla, y también formas de falsa  conciencia correspondientes a tales posiciones. Queda muy retrasada  respecto a la realidad histórica del desarrollo de la ciencia misma, que  se ha encontrado en gran parte orientada por la demanda social derivada  de tales factores, que selecciona no solamente lo que puede ser  admitido, sino también lo que puede ser investigado. Los socialistas  utópicos siguen prisioneros del modo de exposición de la verdad  científica, conciben esta verdad según su pura imagen abstracta, tal  como les había sido impuesta en una etapa muy anterior de la sociedad.  Como subrayó Sorel, los utópicos piensan descubrir y demostrar las leyes  de la sociedad sobre el modelo de la astronomía. La armonía a la que  aspiran, hostil a la historia, deriva de un intento de aplicación de la  ciencia a la sociedad menos dependiente de la historia. Intenta hacerse  reconocer con la misma inocencia experimental que el newtonismo, y el  destino feliz constantemente postulado “juega en su ciencia social un  papel análogo al que le corresponde a la inercia en la mecánica  racional” (Materiales para una historia del proletariado). 
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El aspecto determinista-científico en el pensamiento de Marx fue  precisamente la brecha por la cual penetró el proceso de  “ideologización”, todavía vivo él, y en mayor medida en la herencia  teórica legada al movimiento obrero. La llegada del sujeto de la  historia es retrasada todavía para más tarde, y es la ciencia histórica  por excelencia, la economía, quien tiende cada vez en mayor medida a  garantizar la necesidad de su propia negación futura. Pero con ello se  rechaza fuera del campo de la visión teórica la práctica revolucionaria  que es la única verdad de esta negación. Así, es importante estudiar  pacientemente el desarrollo económico, y admitir todavía, con una  tranquilidad hegeliana, la aflicción, lo que sigue siendo, en su  resultado, “un cementerio de buenas intenciones”. Se descubre que ahora,  según la ciencia de las revoluciones, la conciencia llega siempre  demasiado pronto y deberá ser enseñada. “La historia nos ha desmentido, a  nosotros y a todos los que pensaban como nosotros. Ha demostrado  claramente que el estado del desarrollo económico en el continente no se  hallaba todavía ni mucho menos maduro…”, dirá Engels en 1895. Toda su  vida Marx ha mantenido el punto de vista unitario de su teoría, pero la  exposición de su teoría fue planteada sobre el terreno del pensamiento  dominante precisándose bajo la forma de críticas de disciplinas  particulares, principalmente la crítica a la ciencia fundamental de la  sociedad burguesa, la economía política. Esta mutilación, ulteriormente  aceptada como definitiva, es la que ha constituido el “marxismo”. 
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El defecto en la teoría de Marx es naturalmente el defecto de la lucha  revolucionaria del proletariado de su época. La clase obrera no decretó  la revolución en permanencia en la Alemania de 1848; la Comuna fue  vencida en el aislamiento. De esa manera la teoría revolucionaria no  puede alcanzar todavía su existencia propia total. El encontrarse  reducido a defenderla y precisarla en la separación del trabajo  académico en el British Museum implicaba una pérdida en la teoría misma.  Son precisamente las justificaciones científicas extraídas sobre el  futuro del desarrollo de la clase obrera y la práctica organizativa  ligada a estas justificaciones las que se convertirán en los obstáculos  de la conciencia proletaria en un estadio más avanzado. 
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Toda insuficiencia teórica en la defensa científica de la revolución  proletaria puede estar relacionada, tanto por el contenido como por la  forma de la exposición, con una identificación del proletariado con la  burguesía desde el punto de vista de la toma revolucionaria del poder. 
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La tendencia a fundamentar una demostración de la legalidad científica  del poder proletario haciendo inventario de experimentaciones repetidas  del pasado oscurece desde el Manifiesto el pensamiento histórico de  Marx, haciéndole sostener una imagen lineal del desarrollo de los modos  de producción, arrastrada por luchas de clases que terminarían en cada  caso “en una transformación revolucionaria de la sociedad entera o en la  destrucción común de las clases en lucha”. Pero en la realidad  observable de la historia, así como en “el modo de producción asiático”,  como Marx constató en otro lugar, conservaba su inmovilidad a pesar de  todos los enfrentamientos de clase, y ni las sublevaciones de los  siervos vencieron jamás a los barones ni las revueltas de esclavos de la  antigüedad a los hombres libres. El esquema lineal pierde de vista ante  todo el hecho de que la burguesía es la única clase revolucionaria que  ha llegado a vencer; y al mismo tiempo la única para la cual el  desarrollo de la economía ha sido causa y consecuencia de su apropiación  de la sociedad. La misma simplificación condujo a Marx a descuidar el  papel económico del Estado en la gestión de una sociedad: la de clases.  Si la burguesía ascendente pareció liberar la economía del Estado fue  sólo en la medida en que el antiguo Estado se confundía con el  instrumento de una dominación de clase en una economía estática. La  burguesía desarrolló su poderío económico autónomo en el período  medieval de debilitamiento del Estado, en el momento de fragmentación  feudal del equilibrio de poderes. Pero el Estado moderno que con el  mercantilismo comenzó a apoyar el desarrollo de la burguesía y que  finalmente se convirtió en su Estado a la hora de “laissez faire,  laissez passer” va a revelarse ulteriormente dotado de un poder central  en la gestión calculada del proceso económico. Marx pudo sin embargo  describir en el bonapartismo este esbozo de la burocracia estatal  moderna, fusión del capital y del Estado, constitución de un “poder  nacional del capital sobre el trabajo, de una fuerza pública organizada  para la esclavización social”, donde la burguesía renuncia a toda vía  histórica que no sea su reducción a la historia económica de las cosas y  ve bien “estar condenada a la misma nulidad política que las otras  clases”. Aquí están ya puestas las bases sociopolíticas del espectáculo  moderno, que define negativamente al proletariado como el único  pretendiente a la vía histórica. 
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Las dos únicas clases que corresponden efectivamente a la teoría de  Marx, las dos clases puras hacia las cuales conduce todo el análisis de  El Capital, la burguesía y el proletariado, son igualmente las dos  únicas clases revolucionarias de la historia, pero en condiciones  diferentes: la revolución burguesa está hecha; la revolución proletaria  es un proyecto nacido sobre la base de la revolución precedente, pero  difiriendo de ella cualitativamente. Descuidando la originalidad del  papel histórico de la burguesía se enmascara la originalidad concreta de  este proyecto proletario que no puede esperar nada si no es llevando  sus propios colores y conociendo “la inmensidad de sus tareas”. La  burguesía ha llegado al poder porque es la clase de la economía en  desarrollo. El proletariado sólo puede tener él mismo el poder  transformándose en la clase de la conciencia. La maduración de las  fuerzas productivas no puede garantizar un poder tal, ni siquiera por el  desvío de la desposesión acrecentada que entraña. La toma jacobina del  Estado no puede ser su instrumento. Ninguna ideología puede servirle  para disfrazar los fines parciales bajo fines generales, porque no puede  conservar ninguna realidad parcial que sea efectivamente suya. 
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Si Marx, en un periodo determinado de su participación en la lucha del  proletariado, esperó demasiado de la previsión científica, hasta el  punto de crear la base intelectual de las ilusiones del economicismo,  sabemos que él no sucumbió personalmente a ella. En una carta muy  conocida del 7 de diciembre de 1867, acompañando un artículo donde él  mismo critica El Capital, artículo que Engels debía hacer pasar a la  prensa como si procediese de un adversario, Marx ha expuesto claramente  el límite de su propia ciencia: “…La tendencia subjetiva del autor (que  tal vez le imponían su posición política y su pasado), es decir la  manera en que presentaba a los otros el resultado último del movimiento  actual, del proceso social actual, no tiene ninguna relación con su  análisis real”. Así Marx, denunciando él mismo las “conclusiones  tendenciosas” de su análisis objetivo y mediante la ironía del “tal-vez”  al referirse a las opciones extracientíficas que se le habrían impuesto  muestra al mismo tiempo la clave metodológica de la fusión de ambos  aspectos. 
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Es en la lucha histórica misma donde es necesario realizar la fusión de  conocimiento y de acción, de tal forma que cada uno de estos términos  sitúe en el otro la garantía de su verdad. La constitución de la clase  proletaria en sujeto es la organización de las luchas revolucionarias y  la organización de la sociedad en el momento revolucionario: es allí  donde deben existir las condiciones prácticas de la conciencia, en las  cuales la teoría de la praxis se confirma convirtiéndose en teoría  práctica. Sin embargo esta cuestión central de la organización ha sido  la menos enfrentada por la teoría revolucionaria en la época en que se  fundó el movimiento obrero, es decir, cuando esta teoría poseía todavía  el carácter unitario derivado del pensamiento de la historia (que  precisamente se había propuesto tratar de desarrollar como una práctica  histórica unitaria). Allí reside por el contrario la inconsecuencia de  esta teoría, que asume el recuperar los métodos de aplicación estatistas  y jerárquicos adoptados de la revolución burguesa. Las formas de  organización del movimiento obrero desarrolladas a partir de esta  renuncia de la teoría tendieron a su vez a impedir el mantenimiento de  una teoría unitaria, disolviéndola en diversos conocimientos  especializados y parcelarios. Esta alienación ideológica de la teoría ya  no puede reconocer entonces la verificación práctica del pensamiento  histórico unitario que ella ha traicionado, cuando tal verificación  surge en la lucha espontánea de los obreros: solamente puede cooperar en  la represión de su manifestación y su memoria. Si embargo estas formas  históricas aparecidas en la lucha son justamente el medio práctico que  faltaba a la teoría para ser verdadera. Son una exigencia de la teoría,  pero que no había sido formulada teóricamente. El soviet no fue un  descubrimiento de la teoría. Y la más alta verdad teórica de la  Asociación Internacional de los Trabajadores era su propia existencia en  la práctica. 
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Los primeros éxitos de la lucha de la Internacional la llevaban a  liberarse de las influencias confusas de la ideología dominante que  subsistían en ella. Pero la derrota y la represión que pronto halló  hicieron pasar al primer plano un conflicto entre dos concepciones de la  revolución proletaria que contienen ambas una dimensión autoritaria  para la cual la auto-emancipación consciente de la clase es abandonada.  En efecto, la querella que llegó a ser irreconciliable entre los  marxistas y los bakuninistas era doble, tratando a la vez sobre el poder  en la sociedad revolucionaria y sobre la organización presente del  movimiento, y al pasar de uno a otro de estos aspectos, la posición de  los adversarios se invierte. Bakunin combatía la ilusión de una  abolición de las clases por el uso autoritario del poder estatal,  previendo la reconstitución de una clase dominante burocrática y la  dictadura de los más sabios o de quienes fueran reputados como tales.  Marx, que creía que una maduración inseparable de las contradicciones  económicas y de la educación democrática de los obreros reduciría el  papel de un Estado proletario a una simple fase de legislación de nuevas  relaciones sociales objetivamente impuestas, denunciaba en Bakunin y  sus partidarios el autoritarismo de una élite conspirativa que se había  colocado deliberadamente por encima de la Internacional y concebía el  extravagante designio de imponer a la sociedad la dictadura  irresponsable de los más revolucionarios o de quienes se designasen a sí  mismos como tales. Bakunin reclutaba efectivamente a sus partidarios  sobre una perspectiva tal: “Pilotos invisibles en medio de la tempestad  popular, nosotros debemos dirigirla, no por un poder ostensible sino por  la dictadura colectiva de todos los aliados. Dictadura sin banda, sin  título, sin derecho oficial, y tanto más poderosa cuanto que no tendrá  ninguna de las apariencias del poder.” Así se enfrentaron dos ideologías  de la revolución obrera conteniendo cada una una crítica parcialmente  verdadera, pero perdiendo la unidad del pensamiento de la historia e  instituyéndose ellas mismas en autoridades ideológicas. Organizaciones  poderosas, como la social-democracia alemana y la Federación Anarquista  Ibérica sirvieron fielmente a una u otra de estas ideologías; y en todas  partes el resultado ha sido enormemente diferente del que se deseaba. 
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El hecho de considerar la finalidad de la revolución proletaria como  inmediatamente presente constituye a la vez la grandeza y la debilidad  de la lucha anarquista real (ya que en sus variantes individualistas,  las pretensiones del anarquismo resultan irrisorias). Del pensamiento  histórico de las luchas de clases modernas el anarquismo colectivista  retiene únicamente la conclusión, y su exigencia absoluta de esta  conclusión se traduce igualmente en un desprecio deliberado del método.  Así su crítica de la lucha política ha seguido siendo abstracta,  mientras que su elección de la lucha económica sólo es afirmada en  función de la ilusión de una solución definitiva arrancada de un solo  golpe en este terreno, el día de la huelga general o de la insurrección.  Los anarquistas tienen un ideal a realizar. El anarquismo es la  negación todavía ideológica del Estado y de las clases, es decir, de las  condiciones sociales mismas de la ideología separada. Es la ideología  de la pura libertad que todo lo iguala y que aleja toda idea del mal  histórico. Este punto de vista de la fusión de todas las exigencias  parciales ha dado al anarquismo el mérito de representar el rechazo de  las condiciones existentes para el conjunto de la vida, y no alrededor  de una especialización crítica privilegiada; pero siendo considerada  esta fusión en lo absoluto según el capricho individual antes que en su  realización efectiva ha condenado también al anarquismo a una  incoherencia fácilmente constatable. El anarquismo no tiene más que  repetir y poner en juego en cada lucha su misma y simple conclusión  total, porque esta primera conclusión era identificada desde el origen  con la culminación integral del movimiento. Bakunin podía pues escribir  en 1873, al abandonar la Federación Jurasiana: “En los últimos nueve  años se han desarrollado en el seno d e la Internacional más ideas de  las que serían necesarias para salvar el mundo, si las ideas solas  pudieran salvarlo, y desafío a cualquiera a inventar una nueva. El  tiempo ya no pertenece a las ideas, sino a los hechos y a los actos.”  Sin duda esta concepción conserva del pensamiento histórico del  proletariado esta certeza de que las ideas deben llegar a ser prácticas,  pero abandona el terreno histórico suponiendo que las formas adecuadas  de este paso a la práctica están ya encontradas y no variarán más. 
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Los anarquistas, que se distinguen explícitamente del conjunto del  movimiento obrero por su convicción ideológica, van a reproducir entre  ellos esta separación de competencias, proporcionando un terreno  favorable a la dominación informal sobre toda organización anarquista de  los propagandistas y defensores de su propia ideología, especialistas  tanto más mediocres cuanto que por regla general su actividad  intelectual se propone principalmente la repetición de algunas verdades  definitivas. El respeto ideológico de la unanimidad en la decisión ha  favorecido más bien la autoridad incontrolada en la organización misma  de especialistas de la libertad; y el anarquismo revolucionario espera  del pueblo liberado el mismo tipo de unanimidad, obtenida por los mismos  medios. Por otra parte, el rechazo a considerar la oposición de las  condiciones entre una minoría agrupada en la lucha actual y la sociedad  de los individuos libres ha alimentado una permanente separación de los  anarquistas en el momento de la decisión común, como lo muestra el  ejemplo de una infinidad de insurrecciones anarquistas en España,  limitadas y aplastadas en un plano local. 
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La ilusión sostenida más o menos explícitamente en el anarquismo  auténtico es la inminencia permanente de una revolución que deberá dar  razón a la ideología y al modo de organización práctica derivado de la  ideología, llevándose a término instantáneamente. El anarquismo ha  conducido realmente, en 1936, una revolución social y el esbozo más  avanzado que ha existido de un poder proletario. En esta circunstancia  todavía hay que hacer notar, por una parte, que la señal de insurrección  general fue impuesta por el pronunciamiento del ejército. Por otra  parte, en la medida en que esta revolución no había sido concluida en  los primeros días, por el hecho de la existencia de un poder franquista  en la mitad del país, apoyado fuertemente por el extranjero mientras que  el resto del movimiento proletario internacional ya estaba vencido, y  por el hecho de la supervivencia de fuerzas burguesas o de otros  partidos obreros estatistas en el campo de la República, el movimiento  anarquista organizado se ha mostrado incapaz de extender las  semi-victorias de la revolución e incluso de defenderlas. Sus jefes  reconocidos han llegado a ser ministros y rehenes del Estado burgués que  destruía la revolución para perder la guerra civil. 
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El “marxismo ortodoxo” de la II Internacional es la ideología científica  de la revolución socialista que identifica toda su verdad con el  proceso objetivo en la economía y con el progreso de un reconocimiento  de esta necesidad en la clase obrera educada por la organización. Esta  ideología reencuentra la confianza en la demostración pedagógica que  había caracterizado el socialismo utópico, pero ajustada a una  referencia contemplativa hacia el curso de la historia: sin embargo, tal  actitud ha perdido la dimensión hegeliana de una historia total tanto  como la imagen inmóvil de la totalidad presente en la crítica utopista  (al más alto grado, en el caso de Fourier). De semejante actitud  científica, que no podía menos que relanzar en simetría las elecciones  éticas, proceden las frivolidades de Hilferding cuando precisa que  reconocer la necesidad del socialismo no aporta “ninguna indicación  sobre la actitud práctica a adoptar. Pues una cosa es reconocer una  necesidad y otra ponerse al servicio de esta necesidad” (Capital  financiero). Los que han ignorado que el pensamiento unitario de la  historia, para Marx y para el proletariado revolucionario no se  distinguía en nada de una actitud práctica a adoptar debían ser  normalmente víctimas de la práctica que simultáneamente habían adoptado.  
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La ideología de la organización social-demócrata se ponía en manos de  los profesores que educaban a la clase obrera, y la forma de  organización adoptada era la forma adecuada a este aprendizaje pasivo.  La participación de los socialistas de la II Internacional en las luchas  políticas y económicas era efectivamente concreta, pero profundamente  no-crítica. Estaba dirigida, en nombre de la ilusión revolucionaria,  según una práctica manifiestamente reformista. Así la ideología  revolucionaria debía ser destruida por el éxito mismo de quienes la  sostenían. La separación de los diputados y los periodistas en el  movimiento arrastraba hacia el modo de vida burgués a los que ya habían  sido reclutados de entre los intelectuales burgueses. La burocracia  sindical constituía en agentes comerciales de la fuerza de trabajo, para  venderla como mercancía a su justo precio, a aquellos mismos que eran  reclutados a partir de las luchas de los obreros industriales y  escogidos entre ellos. Para que la actividad de todos ellos conservara  algo de revolucionaria hubiera hecho falta que el capitalismo se  encontrara oportunamente incapaz de soportar económicamente este  reformismo cuya agitación legalista toleraba políticamente. Su ciencia  garantizaba tal incompatibilidad; y la historia la desmentía en todo  momento.
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Esta contradicción que Bernstein, al ser el socialdemócrata más alejado  de la ideología política y el más francamente adherido a la metodología  de la ciencia burguesa, tuvo la honestidad de querer mostrar - y el  movimiento reformista de los obreros ingleses lo había mostrado también  al prescindir de la ideología revolucionaria - no debía sin embargo ser  demostrada de modo terminante más que por el propio desarrollo  histórico. Bernstein, por otra parte lleno de ilusiones, había negado  que una crisis de la producción capitalista viniera milagrosamente a  empujar hacia delante a los socialistas que no querían heredar la  revolución más que por esta consagración legítima. El momento de  profundos trastornos sociales que surgió con la primera guerra mundial,  aunque fue fértil en toma de conciencia, demostró por dos veces que la  jerarquía social-demócrata no había educado revolucionariamente a los  obreros alemanes, ni los había convertido en teóricos: la primera cuando  la gran mayoría del partido se unió a la guerra imperialista, la  segunda cuando, en el fracaso, aplastó a los revolucionarios  espartaquistas. El ex-obrero Ebert creía todavía en el pecado, puesto  que confesaba odiar la revolución “como al pecado”. Y este mismo  dirigente se mostró buen precursor de la representación socialista que  debía poco después oponerse como enemigo absoluto al proletariado de  Rusia y de otros países, al formular el programa exacto de esta nueva  alienación: “El socialismo quiere decir trabajar mucho”. 
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Lenin no ha sido, como pensador marxista, sino el kautskista fiel y  consecuente que aplicaba la ideología revolucionaria de este “marxismo  ortodoxo” en las condiciones rusas, condiciones que no permitían la  práctica reformista que la II Internacional llevaba consigo en  contrapartida. La dirección exterior del proletariado, actuando por  medio de un partido clandestino disciplinado, sometido a los  intelectuales convertidos en “revolucionarios profesionales”, constituye  aquí una profesión que no quiere pactar con ninguna profesión dirigente  de la sociedad capitalista (el régimen político zarista era por otra  parte incapaz de ofrecer tal apertura que se basa en un estado avanzado  del poder de la burguesía). Se convierte pues en la profesión de la  dirección absoluta de la sociedad. 
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El radicalismo ideológico autoritario de los bolcheviques se desplegó a  escala mundial con la guerra y el hundimiento ante ella de la  socialdemocracia internacional. El sangriento final de las ilusiones  democráticas del movimiento obrero había hecho del mundo entero una  Rusia, y el bolchevismo, reinando sobre la primera ruptura  revolucionaria que había traído consigo esta época de crisis, ofrecía al  proletariado de todos los países su modelo jerárquico e ideológico para  “hablar en ruso” a la clase dominante. Lenin no reprochó al marxismo de  la II Internacional ser una ideología revolucionaria, sino haber dejado  de serlo. 
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El mismo momento histórico en que el bolchevismo ha triunfado por sí  mismo en Rusia y la social-democracia ha combatido victoriosamente por  el viejo mundo marca el nacimiento acabado de un orden de cosas que es  el centro de la dominación del espectáculo moderno: la representación  obrera se ha opuesto radicalmente a la clase. 
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“En todas las revoluciones anteriores”, escribía Rosa Luxemburgo en la  Rote Fahne del 21 de diciembre de 1918, “los combatientes se enfrentaban  a cara descubierta: clase contra clase, programa contra programa. En la  revolución presente las tropas de protección del antiguo régimen no  intervienen bajo el estandarte de las clases dirigentes, sino bajo la  bandera de un ‘partido social-demócrata’. Si la cuestión central de la  revolución fuera planteada abierta y honradamente: capitalismo o  socialismo, ninguna duda, ninguna vacilación serían hoy posibles en la  gran masa del proletariado.” Así, días antes de su destrucción, la  corriente radical del proletariado alemán descubría el secreto de las  nuevas condiciones que había creado todo el proceso anterior (al que la  representación obrera habría contribuido de modo importante): la  organización espectacular de la defensa del orden existente, el reino  social de las apariencias donde ninguna “cuestión central” puede ser ya  planteada “abierta y honradamente”. La representación revolucionaria del  proletariado en este estadio había llegado a ser a la vez el factor  principal y el resultado central de la falsificación general de la  sociedad. 
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La organización del proletariado sobre el modelo bolchevique, que había  nacido del atraso ruso y de la capitulación del movimiento obrero de los  países avanzados ante la lucha revolucionaria, encontró también en el  atraso ruso todas las condiciones que llevaban esta forma de  organización hacia la inversión contrarrevolucionaria que contenía  inconscientemente en su germen original; y la capitulación reiterada de  la masa del movimiento obrero europeo ante el Hic Rhodus, hic salta del  período 1918-1920, capitulación que incluía la destrucción violenta de  su minoría radical, favoreció el desarrollo completo del proceso y  permitió que el falaz resultado se afirmara ante el mundo como la única  solución proletaria. La apropiación del monopolio estático de la  representación y de la defensa del poder de los obreros, que justificó  al partido bolchevique, le hizo llegar a ser lo que ya era: el partido  de los propietarios del proletario, eliminando en lo esencial las formas  precedentes de propiedad. 
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Todas las condiciones de la liquidación del zarismo examinadas en el  debate teórico siempre insatisfactorio durante veinte años entre las  diversas tendencias de la socialdemocracia rusa - debilidad de la  burguesía, peso de la mayoría campesina, papel decisivo de un  proletariado concentrado y combativo pero extremadamente minoritario en  el país - revelaron finalmente en la práctica sus soluciones, a través  de una premisa que no estaba presente en las hipótesis: la burocracia  revolucionaria que dirigía el proletariado, apoderándose del Estado,  impuso a la sociedad una nueva dominación de clase. La revolución  estrictamente burguesa era imposible; la “dictadura democrática de los  obreros y de los campesinos” estaba vacía de sentido; el poder  proletario de los soviets no podía mantenerse a la vez contra la clase  de los campesinos propietarios, la reacción blanca nacional e  internacional y su propia representación exteriorizada y alienada en  partido obrero de los dueños absolutos del Estado, de la economía, de la  expresión y pronto hasta del pensamiento. La teoría de la revolución  permanente de Trotsky y Parvus, a la cual Lenin se unió de modo efectivo  en abril de 1917, fue la única que llegó a verificarse en los países  atrasados desde el punto de vista del desarrollo social de la burguesía,  pero sólo tras la introducción de este factor desconocido que era el  poder de clase de la burocracia. La concentración de la dictadura en las  manos de la representación suprema de la ideología fue defendida con la  mayor consecuencia por Lenin en los numerosos enfrentamientos de la  dirección bolchevique. Lenin tenía razón contra sus adversarios cada vez  que sostenía la solución implicada en las elecciones precedentes del  poder absoluto minoritario: la democracia negada estatalmente a los  campesinos debía negarse a los obreros, lo que llevaba a negarla a los  dirigentes comunistas de los sindicatos, y en todo el partido, y  finalmente hasta en la cima del partido jerárquico. En el X Congreso, en  el momento en que el soviet de Cronstad era abatido por las armas y  enterrado bajo la calumnia, Lenin pronunciaba contra los burócratas  izquierdistas organizados en “Oposición Obrera” esta conclusión, cuya  lógica extendería Stalin hasta una perfecta división del mundo: “Aquí, o  bien allá con un fusil, pero no con la oposición… Estamos hartos de la  oposición.” 
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Al permanecer la burocracia como única propietaria de un capitalismo de  Estado trató primero de asegurar su poder en el interior mediante una  alianza temporal con el campesinado, después de Cronstadt, y con la  “nueva política económica”, tal y como la defendió en el exterior  utilizando a los obreros regimentados en los partidos burocráticos de la  III Internacional como fuerza de apoyo de la diplomacia rusa, para  sabotear todo movimiento revolucionario y sostener gobiernos burgueses  con cuyo apoyo contaba en política internacional (el poder de  Kuo-Min-Tang en la China de 1925-27, el Frente Popular en España y en  Francia, etc.). Pero la sociedad burocrática debía proseguir su propia  culminación mediante el terror ejercido sobre el campesinado para  realizar la acumulación capitalista primitiva más brutal de la historia.  Esta industrialización de la época estalinista revela la realidad  última de la burocracia: es la continuación del poder de la economía, el  salvamiento de lo esencial de la sociedad mercantil mediante el  mantenimiento del trabajo-mercancía. Es la prueba de la economía  independiente que domina la sociedad hasta el punto de recrear para sus  propios fines la dominación de clase que le es necesaria: lo que  equivale a decir que la burguesía ha creado un poder autónomo que,  mientras subsista esta autonomía, puede hasta llegar a prescindir de la  burguesía. La burocracia totalitaria no es “la última clase propietaria  de la historia” en el sentido de Bruno Rizzi, sino solamente una clase  dominante de sustitución para la economía mercantil. La propiedad  privada del capitalismo decadente es reemplazada por un sub-producto  simplificado, menos diversificado, concentrado en propiedad colectiva de  la clase burocrática. Esta forma subdesarrollada de clase dominante es  también la expresión del subdesarrollo económico; y no tiene otra  perspectiva que superar el retraso de este desarrollo en ciertas  regiones del mundo. El partido obrero, organizado según el modelo  burgués de la separación, ha proporcionado el cuadro jerárquico-estatal a  esta edición suplementaria de la clase dominante. Anton Ciliga anotaba  en una prisión de Stalin que “las cuestiones técnicas de organización  resultaban ser cuestiones sociales” (Lenin y la revolución). 
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La ideología revolucionaria, la coherencia de lo separado de la que el  leninismo constituye el más alto esfuerzo voluntarista, que detenta la  gestión de una realidad que la rechaza, con el stalinismo reencontrará  su verdad en la incoherencia. En este momento la ideología ya no es un  arma, sino un fin. La mentira que ya no es contradicha se convierte en  locura. Tanto la realidad como el fin son disueltos en la proclamación  ideológica totalitaria: todo lo que ella dice es todo lo que es. Es un  primitivismo local del espectáculo, cuyo papel es sin embargo esencial  en el desarrollo del espectáculo mundial. La ideología que aquí se  materializa no ha transformado económicamente el mundo, como el  capitalismo que ha alcanzado el estadio de la abundancia; solo ha  transformado políticamente la percepción. 
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La clase ideológica-totalitaria en el poder es el poder de un mundo  invertido: cuanto más fuerte es, más afirma que no existe, y su fuerza  le sirve antes que nada para afirmar su inexistencia. Es modesta sólo en  este punto, pues su inexistencia oficial debe coincidir también con el  nec plus ultra del desarrollo histórico, que simultáneamente se debería a  su dominio infalible. Expuesta por todas partes, la burocracia debe ser  la clase invisible para la conciencia, de forma que toda la vida social  se vuelve demente. La organización social de la mentira absoluta dimana  de esta contradicción fundamental. 
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El stalinismo fue el reino del terror para la clase burocrática misma.  El terrorismo que funda el poder de esta clase debe golpear también a  esta clase, ya que no posee ninguna garantía jurídica, ninguna  existencia reconocida en tanto que clase propietaria que pudiera  extender a cada uno de sus miembros. Su propiedad real está disimulada, y  no ha llegado a ser propietaria sino a través de la falsa conciencia.  La falsa conciencia solo mantiene su poder absoluto por el terror  absoluto, donde todo verdadero motivo termina por perderse. Los miembros  de la clase burocrática en el poder no tienen derecho de posesión sobre  la sociedad más que colectivamente, en tanto que participantes en una  mentira fundamental: es necesario que representen el papel del  proletariado dirigiendo una sociedad socialista; que sean los actores  fieles al texto de una infidelidad ideológica. Pero la participación  efectiva en esta mentira debe verse reconocida como una participación  verídica. Ningún burócrata puede sostener individualmente su derecho al  poder, pues probar que es un proletario socialista sería manifestarse  como lo contrario de un burócrata; y probar que es un burócrata es  imposible porque la verdad oficial de la burocracia es que no existe.  Así, cada burócrata está en dependencia absoluta con una garantía  central de la ideología que reconoce una participación colectiva de su  “poder socialista” a todos los burócratas que no destruye. Aunque los  burócratas tomados en conjunto deciden sobre todas las cosas, la  cohesión de su propia clase no puede ser asegurada más que mediante la  concentración de su poder terrorista en una sola persona. En esta  persona reside la única verdad práctica de la mentira en el poder: la  fijación indiscutible de su frontera siempre rectificada. Stalin decide  sin apelación quién es finalmente burócrata poseedor; es decir, quién  debe ser llamado “proletario en el poder” o bien “traidor a sueldo de  Mikado y de Wall Street”. Los átomos burocráticos sólo encuentran la  esencia común de su derecho en la persona de Stalin. Stalin es el  soberano del mundo que de esta forma se conoce como persona absoluta,  para cuya conciencia no existe espíritu más elevado. “El soberano del  mundo posee la conciencia efectiva de lo que él es - el poder universal  de la efectividad - en la violencia destructiva que ejerce contra el Sí  mismo de los sujetos que le hacen frente.” Es a la vez el poder que  define el terreno de la dominación y “el poder que arrasa este terreno”.  
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Cuando la ideología, convertida en absoluta por la posesión del poder  absoluto, se ha transformado de conocimiento parcelario en mentira  totalitaria, el pensamiento de la historia ha sido anulado tan  perfectamente que la historia misma, al nivel del conocimiento más  empírico, no puede ya existir. La sociedad burocrática totalitaria vive  en un presente perpetuo, donde todo lo que ha sucedido existe para ella  solamente como un espacio accesible a su política. El proyecto, ya  formulado por Napoleón, de “dirigir monárquicamente la energía de los  recuerdos” ha encontrado su concreción total en una manipulación  permanente del pasado no solamente en las significaciones, sino también  en los hechos. Pero el precio de esta liberación de toda realidad  histórica es la pérdida de la referencia racional que es indispensable a  la sociedad histórica del capitalismo. Sabemos lo que la aplicación  científica de la ideología convertida en locura ha podido costar a la  economía rusa, aunque sólo sea con la impostura de Lyssenko. Esta  contradicción de la burocracia totalitaria administrando una sociedad  industrializada, atrapada entre su necesidad y su rechazo de lo  racional, constituye una de las deficiencias principales con respecto al  desarrollo capitalista normal. Así como la burocracia no puede resolver  como él la cuestión de la agricultura, es finalmente inferior a él en  la producción industrial, planificada autoritariamente sobre las bases  del irrealismo y de la mentira generalizada. 
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El movimiento obrero revolucionario fue aniquilado entre las dos guerras  por la acción conjugada de la burocracia estalinista y del  totalitarismo fascista, que había adoptado su forma de organización como  partido totalitario experimentado en Rusia. El fascismo ha sido una  defensa extremista de la economía burguesa amenazada por la crisis y la  subversión proletaria, el estado de sitio en la sociedad capitalista,  por el que esta sociedad se salva y se aplica una primera  racionalización de urgencia haciendo intervenir masivamente al Estado en  su gestión. Pero tal racionalización está ella misma gravada por la  inmensa irracionalidad de su medio. Si el fascismo se alza en defensa de  los principales aspectos de la ideología burguesa convertida en  conservadora (la familia, la propiedad, el orden moral, la nación)  reuniendo a la pequeña burguesía y a los parados aterrados por la crisis  o desilusionados por la impotencia de la revolución socialista, él  mismo no es fundamentalmente ideológico. Se presenta como lo que es: una  resurrección violenta del mito que exige la participación de una  comunidad definida por seudo-valores arcaicos: la raza, la sangre, el  jefe. El fascismo es el arcaísmo técnicamente equipado. Su ersatz  descompuesto del mito es retomado en el contexto espectacular de los  medios de condicionamiento e ilusión más modernos. Así, es uno de los  factores en la formación del espectáculo moderno, del mismo modo que su  participación en la destrucción del antiguo movimiento obrero hace de él  una de las potencias fundadoras de la sociedad presente; pero como el  fascismo resulta ser también la forma más costosa del mantenimiento del  orden capitalista, debió abandonar normalmente el primer plano de la  escena que ocupan las grandes representaciones de los Estados  capitalistas, eliminado por formas más racionales y más fuertes de este  orden. 
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Cuando la burocracia rusa logró por fin deshacerse de las marcas de la  propiedad burguesa que trababan su reino sobre la economía al  desarrollar ésta para su propio uso y ser reconocida en el exterior  entre las grandes potencias, quiso gozar tranquilamente de su propio  mundo suprimiendo esta parte de arbitrariedad que se ejercía sobre ella  misma: denunció el estalinismo de su origen. Pero tal denuncia sigue  siendo estalinista, arbitraria, inexplicada e incesantemente corregida,  pues la mentira ideológica de su origen no puede jamás revelarse. Así la  burocracia no puede liberarse ni cultural ni políticamente porque su  existencia como clase depende de su monopolio ideológico que, con todo  su peso, es su único título de propiedad. La ideología ha perdido  ciertamente la pasión de su afirmación positiva, pero lo que de ella  subsiste de trivialidad indiferente tiene todavía esta función represiva  de prohibir la menor concurrencia, de tener cautiva la totalidad del  pensamiento. La burocracia está así ligada a una ideología que ya no es  creída por nadie. Lo que era terrorista se ha vuelto irrisorio, pero  esta misma irrisión no puede mantenerse si no es conservando en segundo  plano el terrorismo del que hubiera querido deshacerse. Así, al mismo  tiempo que la burocracia quiere demostrar su superioridad en el terreno  del capitalismo se reconoce como pariente pobre del capitalismo. De la  misma forma que su historia efectiva está en contradicción con su  derecho y su ignorancia groseramente mantenida en contradicción con sus  pretensiones científicas, su proyecto de rivalizar con la burguesía en  la producción de una abundancia mercantil está entorpecido por el hecho  de que tal abundancia lleva en sí misma su ideología implícita y surte  normalmente una libertad indefinidamente extendida de falsas elecciones  espectaculares, seudo-libertad que sigue siendo inconciliable con la  ideología burocrática. 
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En este momento del desarrollo el título de propiedad ideológica de la  burocracias se derrumba ya a escala internacional. El poder que se había  establecido nacionalmente como modelo fundamentalmente  internacionalista debe admitir que no puede pretender sostener su falsa  cohesión más allá de cada frontera nacional. El desigual desarrollo  económico que conocen las burocracias, con intereses concurrentes, que  han logrado poseer su “socialismo” fuera de un solo país, ha conducido  al enfrentamiento público y completo de la mentira rusa y la mentira  china. A partir de este punto cada burocracia en el poder o cada partido  totalitario candidato al poder dejado por el periodo estalinista en  algunas clases obreras nacionales debe seguir su propia vía. Sumándose a  las manifestaciones de negación interior que comenzaron a afirmarse  ante el mundo con la revuelta obrera de Berlín-Este que opuso a los  burócratas su exigencia de “un gobierno de metalúrgicos” y que ya  llegaron una vez hasta el poder con los consejos obreros de Hungría, la  descomposición mundial de la alianza de la mistificación burocrática es,  en último término, el factor más desfavorable para el desarrollo actual  de la sociedad capitalista. La burguesía está en el trance de perder el  adversario que la sostenía objetivamente unificando ilusoriamente toda  negación del orden existente. Tal división del trabajo espectacular ve  su fin cuando el rol seudo-revolucionario se divide a su vez. El  elemento espectacular de la disolución del movimiento obrero va a ser él  mismo disuelto. 
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La ilusión leninista no tiene hoy otra base que las diversas tendencias  trotskistas, en las que la identificación del proyecto proletario con  una organización jerárquica de la ideología sobrevive firmamente a la  experiencia de todos sus resultados. La distancia que separa el  trotskismo de la crítica revolucionaria de la sociedad actual le permite  también observar una distancia respetuosa respecto de posiciones que ya  sostenían cuando se utilizaron en un combate real. Trotski permaneció  hasta 1927 fundamentalmente solidario con la alta burocracia para  intentar apoderarse de ella con el fin de hacerle reemprender una acción  realmente bolchevique en el exterior (se sabe que en ese momento, para  que el famoso “testamento de Lenin” pasara inadvertido, llegó a  desautorizar calumniosamente a su partidario Max Eastman que lo había  divulgado). Trotski fue condenado por su perspectiva fundamental, puesto  que en el momento en que la burocracia se reconoce en su resultado como  clase contrarrevolucionaria en el interior debe escoger también ser  efectivamente contrarevolucionaria hacia el exterior en nombre de la  revolución como el lugar en que ella reside. La lucha posterior de  Trotski por una V Internacional contiene la misma inconsecuencia. Él se  negó toda su vida a reconocer en la burocracia el poder de una clase  separada porque se había convertido durante la segunda revolución rusa  en partidario incondicional de la forma bolchevique de organización.  Cuando Lukàcs mostró en 1923 de esta forma la mediación al fin  descubierta entre la teoría y la práctica, en que los proletarios dejan  de ser “espectadores” de los sucesos ocurridos en su organización para  elegirlos y vivirlos de modo consciente, describía como méritos  efectivos del partido bolchevique todo lo que el partido bolchevique no  era. Lukàcs era todavía, a pesar de su profundo trabajo teórico, un  ideólogo que habla en nombre del poder más vulgarmente exterior al  movimiento proletario, que creía y hacía creer que se encontraba él  mismo, con su personalidad total, en el poder como en lo que le es  propio. Cuando las consecuencias mostraron de qué manera este poder  deniega y suprime a sus lacayos, Lukàcs, desmintiéndose sin cesar, hizo  ver con una nitidez caricatural con qué se había identificado  exactamente: con lo contrario de sí mismo y de lo que había sostenido en  Historia y conciencia de clase. Lukàcs verifica a la perfección la  regla fundamental que juzga a todos los intelectuales de este siglo: lo  que ellos respetan da la medida exacta su propia realidad despreciable.  Lenin sin embargo nunca había fomentado este tipo de ilusiones sobre su  actividad, y admitía que “un partido político no puede examinar a sus  miembros para ver si hay contradicciones entre su filosofía y el  programa del partido”. El partido real cuyo retrato soñado había  presentado Lukàcs a destiempo no era coherente más que para una tarea  precisa y parcial: tomar el poder en el Estado. 
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La ilusión neo-leninista del trotskismo actual, al ser desmentida a cada  instante por la realidad de la sociedad capitalista moderna, tanto  burguesa como burocrática, encuentra normalmente un campo de aplicación  privilegiado en los paises “subdesarrollados” formalmente  independientes, donde la ilusión de una variante cualquiera de  socialismo estatal y burocrático está consciente manipulada por las  clases dirigentes locales como simple ideología del desarrollo  económico. La composición híbrida de estas clases se vincula con más o  menos nitidez con una gradación sobre el espectro burguesía-burocracia.  Su juego a escala internacional entre estos dos polos del poder  capitalista existente, así como sus compromisos ideológicos -  notablemente con el islamismo -, que expresan la realidad híbrida de su  base social, llegan a arrebatar a este último subproducto del socialismo  ideológico de toda otra seriedad que no sea la policial. Una burocracia  ha podido formarse encuadrando la lucha nacional y la revuelta agraria  de los campesinos: entonces tiende, como en China, a aplicar el modelo  estalinista de industrialización en una sociedad menos desarrollada que  la Rusia de 1917. Una burocracia capaz de industrializar la nación puede  formarse a partir de la pequeña burguesía de cuadros del ejército  apoderándose del poder, como muestra el ejemplo de Egipto. En ciertos  puntos, como en Argelia a la salida de su guerra de independencia, la  burocracia que se constituyó como dirección para-estatal durante la  lucha busca el punto de equilibrio de un compromiso para fusionarse con  una débil burguesía nacional. Por último en las antiguas colonias de  África Negra que siguen abiertamente ligadas a la burguesía occidental,  americana o europea, una burguesía se constituye - con frecuencia a  partir del poder de los jefes tradicionales del tribalismo - mediante la  posesión del Estado: en estos paises donde el imperialismo extranjero  sigue siendo el verdadero dueño de la economía llega un momento en que  los compradores han recibido en compensación por su venta de productos  indígenas la propiedad de un estado indígena, independiente de las masas  locales pero no del imperialismo. En este caso se trata de una  burguesía artificial que no es capaz de acumular, sino que simplemente  dilapida tanto la parte de plusvalía del trabajo local que le  corresponde como los subsidios extranjeros de los Estados o monopolios  que son sus protectores. La evidencia de la incapacidad de estas clases  burguesas para llevar a cabo la función económica normal de la burguesía  compone ante cada una de ellas una subversión del modelo burocrático  más o menos adaptado a las particularidades locales, que quiere  apoderarse de su herencia. Pero el éxito mismo de una burocracia en su  proyecto fundamental de industrialización contiene necesariamente la  perspectiva de su fracaso histórico: acumulando el capital, acumula el  proletariado, y crea su propio desmentido en un país donde éste todavía  no existía. 
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En este desarrollo complejo y terrible que ha arrastrado la época de las  luchas de clases hacia nuevas condiciones el proletariado de los países  industriales ha perdido completamente la afirmación de su perspectiva  autónoma y, en último análisis, sus ilusiones, pero no su ser. No ha  sido suprimido. Mora irreductiblemente existiendo en la alienación  intensificada del capitalismo moderno: es la inmensa mayoría de  trabajadores que han perdido todo el poder sobre el empleo de sus vidas y  que, los que lo saben, se redefinen como proletariado, el negativo del  obrero en esta sociedad. Este proletariado es reforzado objetivamente  por el movimiento de desaparición del campesinado así como por la  extensión de la lógica del trabajo en la fábrica que se aplica a gran  parte de los “servicios” y de las profesiones intelectuales. Este  proletariado se halla todavía subjetivamente alejado de su conciencia  práctica de clase, no sólo entre los empleados sino también entre los  obreros que todavía no han descubierto más que la impotencia y la  mistificación de la vieja política. Sin embargo, cuando el proletariado  descubre que su propia fuerza exteriorizada contribuye al  fortalecimiento permanente de la sociedad capitalista, ya no solamente  bajo la forma de su trabajo, sino también bajo la forma de los  sindicatos, los partidos o el poder estatal que él había construido para  emanciparse, descubre también por la experiencia histórica concreta que  él es la clase totalmente enemiga de toda exteriorización fijada y de  toda especialización del poder. Es portador de la revolución que no  puede dejar nada fuera de sí misma, la exigencia de la dominación  permanente del presente sobre el pasado y la crítica total de la  separación; y es aquí donde debe encontrar la forma adecuada en la  acción. Ninguna mejora cuantitativa de su miseria, ninguna ilusión de  integración jerárquica son un remedio durable contra su insatisfacción,  porque el proletariado no puede reconocerse verídicamente en una  injusticia particular que haya sufrido ni tampoco en la reparación de  una injusticia particular, ni de un gran número de injusticias, sino  solamente en la absoluta injusticia de ser arrojado al margen de la  vida. 
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De los nuevos signos de negación, incomprendidos y falsificados por la  organización espectacular, que se multiplican en los países más  avanzados económicamente, se puede ya sacar la conclusión de que una  nueva época ha comenzado: tras la primera tentativa de subversión obrera  ahora es la abundancia capitalista la que ha fracasado. Cuando las  luchas antisindicales de los obreros occidentales son reprimidas en  primer lugar por los propios sindicatos y cuando las revueltas actuales  de la juventud lanzan una primera contestación informe, que implica de  modo inmediato el rechazo de la antigua política especializada, de arte y  de la vida cotidiana, están aquí presentes las dos caras de una lucha  espontánea que comienza bajo el aspecto criminal. Son los signos  precursores del segundo asalto proletario contra la sociedad de clases.  Cuando los hijos perdidos de este ejército todavía inmóvil reaparecen  sobre este terreno, devenido otro y permaneciendo él mismo, siguen a un  nuevo “general Ludd” que, esta vez, los lanza a la destrucción de las  máquinas del consumo permitido.
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“La forma política por fin descubierta bajo la cual la emancipación  económica del trabajo podría realizarse” ha tomado en este siglo una  nítida figura en los Consejos obreros revolucionarios, concentrando en  ellos todas las funciones de decisión y ejecución, y federándose por  medio de delegados responsables ante la base y revocables en todo  momento. Su existencia efectiva no ha sido hasta ahora más que un breve  esbozo, enseguida combatido y vencido por la diferentes fuerzas de  defensa de la sociedad de clases, entre las cuales a menudo hay que  contar su propia falsa conciencia. Pannekoek insistía justamente sobre  el hecho de que la elección de un poder de los Consejos obreros “plantea  problemas” más que aporta una solución. Pero es precisamente en este  poder donde los problemas de la revolución del proletariado pueden tener  su verdadera solución. Es el lugar donde las condiciones objetivas de  la conciencia histórica se reúnen; donde se da la realización de la  comunicación directa activa, donde terminan la especialización, la  jerarquía y la separación, donde las condiciones existentes han sido  transformadas “en condiciones de unidad”. Aquí el sujeto proletario  puede emerger de su lucha contra la contemplación: su conciencia  equivale a la organización práctica que ella se ha dado, porque esta  misma conciencia es inseparable de la intervención coherente en la  historia. 
117
En el poder de los Consejos, que debe suplantar internacionalmente a  cualquier otro poder, el movimiento proletario es su propio producto, y  este producto es el productor mismo. Él mismo es su propio fin. Sólo ahí  la negación espectacular de la vida es negada a su vez. 
118
La aparición de los Consejos fue la más alta realidad del movimiento  proletario en el primer cuarto de siglo, realidad que pasó inadvertida o  disfrazada porque desaparecía con el resto del movimiento que el  conjunto de la experiencia histórica de entonces desmentía y eliminaba.  En el nuevo momento de la crítica proletaria, este resultado vuelve como  el único punto invicto del movimiento vencido. La conciencia histórica  que sabe que tiene en sí misma su único medio de existencia puede  reconocerlo ahora no ya en la periferia de lo que refluye sino en el  centro de lo que aumenta. 
119
Una organización revolucionaria existente ante el poder de los Consejos -  deberá encontrar su propia forma luchando - sabe ya por todas estas  razones históricas que no representa a la clase. Debe reconocerse a sí  misma solamente como una separación radical del mundo de la separación. 
120
La organización revolucionaria es la expresión coherente de la teoría de  la praxis entrando en comunicación no-unilateral con las luchas  prácticas y transformándose en teoría práctica. Su propia práctica es la  generalización de la comunicación y la coherencia en estas luchas. En  el momento revolucionario de la disolución de la separación social, esta  organización debe reconocer su propia disolución en tanto que  organización separada. 
121
La organización revolucionaria no puede ser más que la crítica unitaria  de la sociedad, es decir, una crítica que no pacta con ninguna forma de  poder separado, en ningún lugar del mundo, y una crítica pronunciada  globalmente contra todos los aspectos de la vida social alienada. En la  lucha de la organización revolucionaria contra la sociedad de clases,  las armas no son otra cosa que la esencia de los propios combatientes:  la organización revolucionaria no puede reproducir en sí misma las  condiciones de escisión y de jerarquía de la sociedad dominante. Debe  luchar permanentemente contra su deformación en el espectáculo reinante.  El único límite de la participación en la democracia total de la  organización revolucionaria es el reconocimiento y la autoapropiación  efectiva, por todos sus miembros, de la coherencia de su crítica,  coherencia que debe probarse en la teoría crítica propiamente dicha y en  la relación entre ésta y la actividad práctica. 
122
Mientras la realización cada vez más instalada de la alienación  capitalista a todos los niveles hace cada vez más difícil a los  trabajadores reconocer y nombrar su propia miseria, los pone en la  alternativa de rechazar la totalidad de su miseria o nada, la  organización revolucionaria ha debido aprender que no puede ya combatir  la alienación bajo formas alienadas. 
123
La revolución proletaria se halla enteramente supeditada a esta  necesidad de que, por primera vez, la teoría como inteligencia de la  práctica humana sea reconocida y vivida por las masas. Exige que los  obreros lleguen a ser dialécticos e inscriban su pensamiento en la  práctica; así pide a los hombres sin cualificar mucho más de lo que la  revolución burguesa exigía a los hombres cualificados en quienes delegó  su puesta en práctica: pues la conciencia ideológica parcial edificada  por una parte de la clase burguesa tenía su base en esta parte central  de la vida social, la economía, sobre la que esta clase tenía ya el  poder. El desarrollo mismo de la sociedad de clases hasta la  organización espectacular de la no-vida lleva al proyecto revolucionario  a ser visiblemente lo que ya era esencialmente. 
124
La teoría revolucionaria es ahora enemiga de toda ideología revolucionaria y sabe que lo es.
Capítulo 5
Tiempo e historia
“Oh, caballeros, la vida es corta… Si vivimos, vivimos para marchar sobre la cabeza de los reyes.”
Shakespeare, Enrique IV
125
El hombre, “el ser negativo que es únicamente en la medida que suprime  el Ser”, es idéntico al tiempo. La apropiación por el hombre de su  propia naturaleza es también su comprensión del despliegue del universo.  “La historia misma es una parte de la historia natural, de la  transformación de la naturaleza en hombre” (Marx). A la inversa esta  “historia natural” no tiene existencia efectiva más que a través del  proceso de una historia humana, de la única parte que reencuentra este  todo histórico, como el telescopio moderno cuyo alcance recupera en el  tiempo la fuga de las nebulosas en la periferia del universo. La  historia ha existido siempre, pero no siempre bajo su forma histórica.  La temporalización del hombre, tal como se efectúa por la mediación de  una sociedad, equivale a una humanización del tiempo. El movimiento  inconsciente del tiempo se manifiesta y deviene verdadero en la  conciencia histórica. 
126
El movimiento propiamente histórico, aunque todavía oculto, comienza en  la lenta e insensible formación de “la naturaleza real del hombre”, esta  “naturaleza que nace en la historia humana - en el acto generador de la  sociedad humana -”, pero la sociedad que ya ha dominado una técnica y  un lenguaje, aunque producto de su propia historia, no tiene otra  conciencia que la de un presente perpetuo. Todo conocimiento, limitado a  la memoria de los más ancianos, siempre es allí dirigido por los vivos.  Ni la muerte ni la procreación son comprendidas como una ley del  tiempo. El tiempo permanece inmóvil, como un espacio cerrado. Cuando una  sociedad más compleja llega a tomar conciencia del tiempo su trabajo es  sobre todo negarlo, pues lo que ve en el tiempo no es lo que pasa, sino  lo que vuelve. La sociedad estática organiza el tiempo según su  experiencia inmediata de la naturaleza en el modelo del tiempo cíclico. 
127
El tiempo cíclico domina ya en la experiencia de los pueblos nómadas,  porque se reencuentran ante las mismas condiciones en cada momento de su  travesía: Hegel señala que “la errancia de los nómadas es solamente  formal, puesto que se limita a espacios uniformes”. La sociedad que al  establecerse localmente da al espacio un contenido mediante el  acondicionamiento de lugares individualizados se encuentra por ello  encerrada en el interior de esta localización. El retorno temporal a  lugares parecidos es ahora el puro retorno del tiempo en un mismo lugar,  la repetición de una serie de gestos. El paso del nomadismo pastoril a  la agricultura sedentaria es el final de la libertad perezosa y sin  contenido, el comienzo del trabajo. El modo de producción agrario en  general, dominado por el ritmo de las estaciones, es la base del tiempo  cíclico plenamente constituido. La eternidad le es interior: es aquí  abajo el retorno de lo mismo. El mito es la construcción unitaria del  pensamiento que garantiza el orden cósmico entero alrededor del orden  que esta sociedad ya estableció de hecho dentro de sus fronteras. 
128
La apropiación social del tiempo, la producción del hombre por el  trabajo humano, se desarrollan en una sociedad dividida en clases. El  poder que se ha constituido por encima de la penuria de la sociedad del  tiempo cíclico, la clase que organiza este trabajo social y se apropia  la plusvalía limitada, se apropia igualmente la plusvalía temporal de su  organización del tiempo social: posee para ella sola el tiempo  irreversible de lo viviente. La única riqueza que puede existir  concentrada en el sector del poder para ser materialmente derrochada en  fiesta suntuaria se encuentra allí también gastada como dilapidación de  un tiempo histórico de la superficie de la sociedad. Los propietarios de  la plusvalía histórica poseen el conocimiento y el goce de los  acontecimientos vividos. Este tiempo, separado de la organización  colectiva del tiempo que predomina con la producción repetitiva de la  base de la vida social, fluye por encima de su propia comunidad  estática. Es el tiempo de la aventura y de la guerra, donde los dueños  de la sociedad cíclica recorren su historia personal; y es igualmente el  tiempo que aparece en el choque entre comunidades diferentes, la  perturbación del orden inmutable de la sociedad. La historia surge pues  ante los hombres como un factor extraño, como aquello que no han querido  y contra lo que se creían protegidos. Pero por este desvío vuelve  también la inquietud negativa de lo humano, que había estado en el  origen mismo de todo el desarrollo que se había adormecido. 
129
El tiempo cíclico es en sí mismo el tiempo sin conflicto. Pero el  conflicto se instala en esta infancia del tiempo: la historia lucha ante  todo por ser historia en la actividad práctica de los amos. Esta  historia crea superficialmente a partir de lo irreversible; su  movimiento constituye el tiempo mismo que éste consume en el interior  del tiempo inconsumible de la sociedad cíclica. 
130
Las “sociedades frías” son las que han ralentizado en extremo su parte  de historia; las que han mantenido en un equilibrio constante su  oposición al entorno natural y humano y sus oposiciones internas. Si la  extrema diversidad de las instituciones establecidas para este fin  testimonia la plasticidad de la autocreación de la naturaleza humana,  este testimonio no aparece de manera evidente más que para el observador  exterior, para el etnólogo que vuelve desde el tiempo histórico. En  cada una de estas sociedades una estructuración definitiva ha excluido  el cambio. El conformismo absoluto de las prácticas sociales existentes  con las que se encuentran identificadas para siempre todas las  posibilidades humanas no tiene otro límite exterior que el temor de  volver a caer en la animalidad sin forma. Aquí, para permanecer en lo  humano los hombres deben permanecer iguales a sí mismos. 
131
El nacimiento del poder político, que parece estar en relación con las  últimas grandes revoluciones de la técnica, como la fundición del fuego  en el umbral de un periodo que no conocerá más trastornos en profundidad  hasta la aparición de la industria, es también el momento que comienza a  disolver los lazos de consanguinidad. Desde entonces la sucesión de  generaciones sale de la esfera del puro ciclo natural para devenir  acontecimiento orientado, sucesión de poderes. El tiempo irreversible es  el tiempo del que reina; y las dinastías son su primera medida. La  escritura es su arma. En la escritura el lenguaje alcanza su plena  realidad independiente de mediación entre las conciencias. Pero esta  independencia es idéntica a la independencia general del poder separado  como mediación que constituye la sociedad. Con la escritura aparece una  conciencia que ya no es llevada y transmitida en la relación inmediata  de los vivos: una memoria impersonal, que es la de la administración de  la sociedad. “Los escritos son los pensamientos del estado; los archivos  su memoria.” (Novalis). 
132
La crónica es la expresión del tiempo irreversible del poder y también  el instrumento que mantiene la progresión voluntarista de este tiempo a  partir de su trazado anterior, pues esta orientación del tiempo debe  derrumbarse con la fuerza de cada poder particular; recayendo en el  olvido indiferente del único tiempo cíclico conocido por las masas  campesinas que, en el desplome de los imperios y de sus cronologías, no  cambian jamás. Los poseedores de la historia han asignado al tiempo un  sentido: una dirección que es también una significación. Pero esta  historia se despliega y sucumbe en parte; deja inmutable la sociedad  profunda ya que ella es justamente lo que permanece separado de la  realidad común. Es por esto que la historia de los imperios de Oriente  connota para nosotros la historia de las religiones: estas cronologías  convertidas en ruinas sólo han dejado la historia aparentemente autónoma  de las ilusiones que las envolvían. Los amos que detentan la propiedad  privada de la historia, bajo la protección del mito, la detentan ellos  mismos en primer lugar bajo la forma de la ilusión: en China y en Egipto  tuvieron durante mucho tiempo el monopolio de la inmortalidad del alma;  así también sus primeras dinastías reconocidas son la organización  imaginaria del pasado. Pero esta posesión ilusoria de los amos es  también toda la posesión posible en este momento de una historia común y  de su propia historia. La ampliación de su poder histórico efectivo va  acompañada de una vulgarización de la posesión mítica ilusoria. Todo  esto deriva del simple hecho de que sólo en la medida en que los amos se  encargaron de garantizar míticamente la permanencia del tiempo cíclico,  como en los ritos estacionales de los emperadores chinos, pudieron  liberarse relativamente de él. 
133
Cuando la seca cronología sin explicación del poder divinizado hablando a  sus servidores, que no quiere ser comprendida sino como ejecución  terrestre de los mandamientos del mito, puede ser superada y convertida  en historia consciente, es menester que la participación real en la  historia haya sido vivida por grupos extensos. De esta comunicación  práctica entre aquellos que se reconocen como poseedores de un presente  singular, que han experimentado la riqueza cualitativa de los  acontecimientos como su actividad y el lugar en que habitaban -su época-  nace el lenguaje general de la comunicación histórica. Aquellos para  quienes ha existido el tiempo irreversible descubren en él a la vez lo  memorable y la amenaza del olvido: “Herodoto de Halicarnaso presenta  aquí los resultados de su investigación, para que el tiempo no borre los  trabajos de los hombres…” 
134
El razonamiento sobre la historia es, inseparablemente, razonamiento  sobre el poder. Grecia fue ese momento en que el poder y su  transformación se discuten y se comprenden, la democracia de los amos de  la sociedad. Allí se daba lo inverso de las condiciones conocidas por  el Estado despótico, donde el poder nunca arregla sus cuentas más que  consigo mismo en la inaccesible oscuridad de su punto más concentrado:  por la revolución de palacio, cuyo triunfo o fracaso ponen igualmente  fuera de discusión. Sin embargo, el poder repartido de las comunidades  griegas no existía sino en el consumo de una vida social cuya producción  quedaba separada y estática en la clase servil. Sólo aquellos que no  trabajan viven. En la división de las comunidades griegas y en la lucha  por la explotación de las ciudades extranjeras se ha exteriorizado el  principio de la separación que fundaba interiormente cada una de ellas.  Grecia, que había soñado la historia universal, no logró unirse ante la  invasión; ni siquiera unificar los calendarios de sus ciudades  independientes. En Grecia el tiempo histórico se hizo consciente, pero  no consciente de sí mismo todavía. 
135
Tras la desaparición de las condiciones localmente favorables que habían  conocido las comunidades griegas la regresión del pensamiento histórico  occidental no ha ido acompañada de una reconstitución de las antiguas  organizaciones míticas. Con el choque entre los pueblos del Mediterráneo  en la formación y el hundimiento del Estado romano aparecieron  religiones semi-históricas que pasaban a ser los factores fundamentales  de la nueva conciencia del tiempo y la nueva armadura del poder  separado. 
136
Las religiones monoteístas han sido un compromiso entre el mito y la  historia, entre el tiempo cíclico dominando todavía la producción y el  tiempo irreversible en que se enfrentan y recomponen los pueblos. Las  religiones surgidas del judaísmo son el reconocimiento universal  abstracto del tiempo irreversible que se encuentra democratizado,  abierto a todos, pero en lo ilusorio. El tiempo todo se orienta hacia un  único acontecimiento final: “El reino de Dios está cerca.” Estas  religiones nacieron sobre el suelo de la historia y allí se  establecieron. Y aún se mantienen allí en oposición radical con la  historia. La religión semi-histórica establece un punto de partida  cualitativo en el tiempo, el nacimiento de Cristo, la huida de Mahoma,  pero su tiempo irreversible -al introducir una acumulación efectiva que  en el Islam podría tomar la figura de una conquista o en el cristianismo  de la Reforma la de un acrecentamiento del capital- se invierte de  hecho en el pensamiento religioso como una cuenta regresiva: la espera,  en el tiempo que disminuye, del acceso al otro mundo verdadero, la  espera del Juicio final. La eternidad salió del tiempo cíclico. Es su  más allá. Es el elemento que introduce la irreversibilidad del tiempo,  que suprime la historia en la historia misma, colocándose como puro  elemento puntual en que el tiempo cíclico ha vuelto a entrar y es  abolido del otro lado del tiempo irreversible. Bossuet dirá todavía: “Y  por medio del tiempo que pasa entramos en la eternidad que no pasa”. 
137
La edad media, ese mundo mítico inconcluso que tenía su perfección fuera  de él, es el momento en que el tiempo cíclico, que rige todavía la  parte principal de la producción, es realmente corroído por la historia.  Se reconoce una cierta temporalidad irreversible a todos  individualmente en la sucesión de las edades de la vida, en la vida  considerada como un viaje, un paso sin retorno por un mundo cuyo sentido  está en otra parte: el peregrino es el hombre que sale de este tiempo  cíclico para ser efectivamente ese viajero que cada uno es como signo.  La vida histórica personal encuentra siempre su cumplimiento en la  esfera del poder, en la participación en las luchas emprendidas por el  poder y en las luchas por la disputa del poder; pero el tiempo  irreversible del poder está dividido hasta el infinito, bajo la  unificación general del tiempo orientado de la era cristiana, en un  mundo de la confianza armada, donde el juego de los amos gira alrededor  de la fidelidad y de la contestación de la fidelidad debida. Esta  sociedad feudal, nacida del choque entre “la estructura organizativa del  ejército conquistador tal como se desarrolló durante la conquista” y  “las fuerzas productivas encontradas en el país conquistado” (La  ideología alemana) - y es preciso considerar su lenguaje religioso en la  organización de estas fuerzas productivas - ha dividido la dominación  de la sociedad entre la Iglesia y el poder estatal, a su vez subdividido  en las complejas relaciones de señorío y vasallaje de las tenencias  territoriales y de las comunas urbanas. En esta diversidad de la vida  histórica posible, el tiempo irreversible que comportaba  inconscientemente la sociedad profunda, el tiempo vivido por la  burguesía en la producción de mercancías, la fundación y la expansión de  las ciudades, el descubrimiento comercial de la tierra - la  experimentación práctica que destruye para siempre toda organización  mítica del cosmos - se reveló lentamente como el trabajo desconocido de  la época cuando la gran empresa histórica oficial de este mundo fracasó  con las Cruzadas. 
138
Al declinar la Edad Media el tiempo irreversible que invade la sociedad  se experimenta por la conciencia vinculada con el antiguo orden bajo la  forma de una obsesión por la muerte. Es la melancolía de la disolución  de un mundo, el último en que la seguridad del mito equilibraba todavía  la historia; y para esta melancolía todo lo terrestre se encamina  solamente hacia su corrupción. Las grandes revueltas de los campesinos  de Europa son también su intento de responder a la historia que les  arrancaba violentamente del sueño patriarcal que había garantizado la  tutela feudal. Es la utopía milenarista de la realización terrenal del  paraíso, en la que vuelve al primer plano lo que estaba en el origen de  la religión semihistórica, cuando las comunidades cristianas, como el  mesianismo judaico del que provenían, en respuesta a los problemas y a  la desdicha de la época, esperaban la realización inminente del reino de  Dios y añadían un factor de inquietud y de subversión en la sociedad  antigua. Habiendo llegado a compartir el poder en el imperio, el  cristianismo desmintió en su momento como simple superstición lo que  subsistía de esta esperanza: tal es el sentido de la afirmación  agustiniana, arquetipo de todos los satisfecit de la ideología moderna,  según la cual la Iglesia establecida era desde hacía mucho tiempo ese  reino del que se había hablado. La revuelta social del campesinado  milenarista se define naturalmente en primer lugar como una voluntad de  destrucción de la Iglesia. Pero el milenarismo se despliega en el mundo  histórico y no sobre el terreno del mito. Las esperanzas revolucionarias  modernas no son, como cree mostrar Norman Cohn en La persecución del  milenio, secuelas irracionales de la pasión religiosa del milenarismo.  Todo lo contrario, es el milenarismo, lucha de clase revolucionaria  hablando por última vez el lenguaje de la religión, el que constituye ya  una tendencia revolucionaria moderna a la que falta todavía la  conciencia de no ser histórica. Los milenaristas tenían que fracasar  porque no podían reconocer la revolución como su operación propia. El  hecho de que esperasen para actuar un signo exterior de la decisión de  Dios es la traducción en el pensamiento de una práctica en la que los  campesinos sublevados siguen a jefes armados fuera de ellos mismos. La  clase campesina no podía alcanzar una conciencia justa del  funcionamiento de la sociedad y de la forma de llevar su propia lucha:  debido a que le faltaban esas condiciones de unidad en su acción y en su  conciencia expresó su proyecto y condujo sus guerras según la  imaginería del paraíso terrestre. 
139
La nueva posesión de la vida histórica, el Renacimiento, que encuentra  en la antigüedad su pasado y su derecho, lleva consigo la ruptura gozosa  con la eternidad. Su tiempo irreversible es el de la acumulación  infinita de conocimientos, y la conciencia histórica surgida de la  experiencia de las comunidades democráticas y de las fuerzas que las  destruyen volverá a tomar con Maquiavelo el razonamiento sobre el poder  desacralizado, a decir lo indecible del Estado. En la vida exhuberante  de las ciudades italianas, en el arte de las fiestas, la vida se conoce  como un goce del paso del tiempo. Pero este goce del pasar debería ser  él mismo pasajero. La canción de Lorenzo de Médicis, considerada por  Buckhardt como la expresión “del espíritu mismo del Renacimiento”, es el  elogio que esta frágil fiesta de la historia ha pronunciado sobre sí  misma: “Qué bella es la juventud - que se va tan deprisa.” 
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El movimiento constante de monopolización de la vida histórica por el  Estado de la monarquía absoluta, forma de transición hacia la dominación  completa de la clase burguesa, hace aparecer en su verdad lo que es el  nuevo tiempo irreversible de la burguesía. Es al tiempo de trabajo, por  primera vez librado de lo cíclico, al que la burguesía está ligada. El  trabajo se ha convertido con la burguesía en trabajo que transforma las  condiciones históricas. La burguesía es la primera clase dominante para  quien el trabajo es un valor. Y la burguesía que suprime todo  privilegio, que no reconoce ningún valor que no derive de la explotación  del trabajo, ha identificado precisamente con el trabajo su propio  valor como clase dominante y ha hecho del progreso del trabajo su propio  progreso. La clase que acumula las mercancías y el capital modifica  continuamente la naturaleza modificando el trabajo mismo, desencadenando  su productividad. Toda la vida social se ha concentrado ya en la  pobreza ornamental de la Corte, atavío de la fría administración estatal  que culmina en el “oficio de rey”; y toda libertad histórica particular  ha debido consentir su pérdida. La libertad del juego temporal  irreversible de los feudales se consumió en sus últimas batallas  perdidas con las guerras de la Fronde o el levantamiento de los  escoceses en favor de Carlos Eduardo. El mundo ha cambiado de base. 
141
La victoria de la burguesía es la victoria del tiempo profundamente  histórico, porque es el tiempo de la producción económica que transforma  la sociedad de modo permanente y de arriba a abajo. Durante tanto  tiempo como la producción agraria sigue siendo el trabajo principal, el  tiempo cíclico que continúa presente en el fondo de la sociedad sostiene  las fuerzas coaligadas de la tradición, que van a frenar el movimiento.  Pero el tiempo irreversible de la economía burguesa extirpa estas  supervivencias en toda la extensión del mundo. La historia que había  aparecido hasta entonces como el movimiento de los individuos de la  clase dominante únicamente, y por tanto escrita como historia de  acontecimientos, es ahora comprendida como el movimiento general, y en  este severo movimiento los individuos son sacrificados. La historia que  descubre su base en la economía política conoce ahora la existencia de  lo que era su inconsciente, pero sigue no obstante sin poder sacarlo a  la luz. Es solamente esta prehistoria ciega, una nueva fatalidad que  nadie domina, lo que la economía mercantil ha democratizado. 
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La historia que se halla presente en toda la profundidad de la sociedad  tiende a perderse en la superficie. El triunfo del tiempo irreversible  es también su metamorfosis en tiempo de las cosas, porque el arma de su  victoria ha sido precisamente la producción en serie de objetos según  las leyes de la mercancía. El principal producto que el desarrollo  económico ha hecho pasar de la rareza lujosa al consumo corriente ha  sido por tanto la historia, pero solamente en tanto que historia del  movimiento abstracto de las cosas que domina todo uso cualitativo de la  vida. Mientras que el tiempo cíclico anterior había sostenido una parte  creciente de tiempo histórico vivido por algunos individuos y grupos, la  dominación del tiempo irreversible de la producción tiende a eliminar  socialmente este tiempo vivido. 
143
De este modo la burguesía ha hecho conocer y ha impuesto a la sociedad  un tiempo histórico irreversible, pero negándole su uso. “Hubo historia,  pero ya no”, porque la clase de los poseedores de la economía, que no  puede romper con la historia económica, debe también rechazar como una  amenaza inmediata todo otro empleo irreversible del tiempo. La clase  dominante, compuesta por especialistas de la posesión de las cosas que  son ellos mismos, por esa razón, una posesión de cosas, debe unir su  suerte al mantenimiento de esta historia reificada, a la permanencia de  una nueva inmovilidad en la historia. Por primera vez el trabajador, en  la base de la sociedad, no es materialmente extraño a la historia ya que  ahora la sociedad se mueve irreversiblemente por su base. En la  reivindicación de vivir el tiempo histórico que hace el proletariado  encuentra éste el simple centro inolvidable de su proyecto  revolucionario; y cada una de las tentativas de ejecución de este  proyecto aniquiladas hasta ahora marca un punto de partida posible de la  nueva vida histórica. 
144
El tiempo irreversible de la burguesía dueña del poder comenzó por  presentarse bajo su propio nombre, como un origen absoluto, el año I de  la República. Pero la ideología revolucionaria de la libertad general  que había abatido los últimos restos de organización mítica de los  valores y toda reglamentación tradicional de la sociedad permitía ver ya  la voluntad real que había vestido a la romana: la libertad de comercio  generalizada. La sociedad de la mercancía, descubriendo entonces que  debía reconstruir la pasividad que le había sido necesario sacudir  fundamentalmente para establecer su propio reino puro, “encuentra en el  cristianismo con su culto al hombre abstracto… el complemento religioso  más conveniente” (El Capital). La burguesía ha concluido entonces con  esta religión un compromiso que se expresa también en la presentación  del tiempo: abandonando su propio calendario su tiempo irreversible  vuelve a amoldarse a la era cristiana cuya sucesión continúa. 
145
Con el desarrollo del capitalismo el tiempo irreversible se ha unificado  mundialmente. La historia universal llega a ser una realidad, ya que el  mundo entero se reúne bajo el desarrollo de ese tiempo. Pero esta  historia que es la misma en todas partes a la vez no es todavía otra  cosa que la negación intra-histórica de la historia. Es el tiempo de la  producción económica, recortado en fragmentos abstractos iguales, que se  manifiestan sobre todo el planeta como el mismo día. El tiempo  irreversible unificado es el del mercado mundial, y corolariamente el  del espectáculo mundial. 
146
El tiempo irreversible de la producción es en primer lugar la medida de  las mercancías. Así que el tiempo que se afirma oficialmente en toda la  extensión del mundo como el tiempo general de la sociedad, no  significando más que los intereses especializados que lo constituyen no  es más que un tiempo particular.
Capítulo 6
El tiempo espectacular
“No tenemos nada nuestro, salvo el tiempo, del que gozan hasta quienes no tienen morada”
Baltasar GRACIÁN, El Cortesano
147
El tiempo de la producción, el tiempo-mercancía, es una acumulación  infinita de intervalos equivalentes. Es la abstracción del tiempo  irreversible, en que todos los segmentos deben probar sobre el  cronómetro su igualdad cuantitativa única. Este tiempo es, en toda su  realidad efectiva, lo que es en su carácter intercambiable. En esta  dominación social del tiempo-mercancía “el tiempo lo es todo, el hombre  no es nada; a lo sumo es el esqueleto del tiempo” (Miseria de la  Filosofía). Es el tiempo desvalorizado, la inversión completa del tiempo  como “campo de desarrollo humano”.
148
El tiempo general del no-desarrollo humano existe también bajo el  aspecto complementario de un tiempo consumible que vuelve hacia la vida  cotidiana de la sociedad, a partir de esta producción determinada, como  un tiempo seudocíclico.
149
El tiempo seudo-cíclico no es de hecho más que el disfraz consumible del  tiempo-mercancía de la producción. Contiene sus rasgos esenciales de  unidades homogéneas intercambiables y de supresión de la dimensión  cualitativa. Pero siendo el subproducto de este tiempo destinado al  retraso la vida cotidiana concreta -y al mantenimiento de este retraso-  debe cargarse de seudovalorizaciones y aparecer en una sucesión de  momentos falsamente individualizados.
150
El tiempo seudocíclico es el del consumo de la supervivencia económica  moderna, la supervivencia aumentada, donde lo vivido cotidiano queda  privado de decisión y sometido ya no al orden natural, sino a la  seudonaturaleza desarrollada en el trabajo alienado; y por tanto este  tiempo reencuentra naturalmente el viejo ritmo cíclico que regulaba la  supervivencia de las sociedades preindustriales. A la vez el tiempo  seudocíclico se apoya sobre las huellas naturales del tiempo cíclico  componiendo nuevas combinaciones homólogas: el día y la noche, el  trabajo y el descanso semanales, el retorno de los períodos de  vacaciones.
151
El tiempo seudocíclico es un tiempo que ha sido transformado por la  industria. El tiempo que se basa en la producción de mercancías es él  mismo una mercancía consumible, que reúne todo lo que antes se hallaba  diferenciado, en la fase de disolución de la vieja sociedad unitaria, en  vida privada, vida económica, vida política. Todo el tiempo consumible  de la sociedad moderna viene a ser tratado como materia prima de nuevos  productos diversificados que se imponen en el mercado como empleos del  tiempo socialmente organizados. “Un producto que ya existe bajo una  forma que somete lo propio al consumo puede sin embargo convertirse a su  vez en materia prima de otro producto.” ( El Capital ). 
152
En su sector más avanzado, el capitalismo concentrado se orienta hacia  la venta de bloques de tiempo “totalmente equipados”, cada uno de los  cuales constituye una sola mercancía unificada que ha integrado cierto  número de mercancías diversas. Es así como puede aparecer en la economía  en expansión de los “servicios” y entretenimientos la fórmula de pago  calculado “todo incluido” para el hábitat espectacular, los  seudodesplazamientos colectivos de las vacaciones, el abono al consumo  cultural y la venta de la sociabilidad misma en “conversaciones  apasionantes” y “encuentros de personalidades”. Esta clase de mercancía  espectacular, que evidentemente no puede tener curso más que en función  de la penuria acrecentada de las realidades correspondientes, figura con  la misma evidencia entre los artículos-piloto de la modernización de  las ventas al ser pagable a crédito. 
153
El tiempo seudocíclico consumible es el tiempo espectacular, a la vez  como tiempo del consumo de imágenes, en el sentido restringido, y como  imagen del consumo del tiempo en toda su extensión. El tiempo del  consumo de imágenes, médium de todas las mercancías, es de modo  implícito el campo donde se ejercen plenamente los instrumentos del  espectáculo y el fin que estos presentan globalmente como lugar y como  figura central de todos los consumos particulares: se sabe que el ahorro  de tiempo buscado constantemente por la sociedad moderna - ya se trate  de la velocidad en los transportes o del uso de las sopas en sobre - se  traduce positivamente para la población de los Estados Unidos en el  hecho de que la sola contemplación de la televisión le ocupa por término  medio entre tres y seis horas diarias. La imagen social del consumo del  tiempo, por su parte, está exclusivamente dominada por los momentos de  ocio y de vacaciones, momentos representados a distancia y postulados  como deseables como toda mercancía espectacular. Esta mercancía es aquí  explícitamente dada como el momento de la vida real, cuyo retorno  cíclico se trata de esperar. Pero incluso en estos momentos asignados a  la vida sigue siendo todavía el espectáculo el que se deja ver y  reproducir, alcanzando un grado más intenso. Lo que ha sido representado  como la vida real se revela simplemente como la vida realmente  espectacular. 
154
Esta época, que se muestra a sí misma su tiempo como siendo  esencialmente el retorno precipitado de múltiples festividades es  igualmente una época sin fiesta. Lo que era en el tiempo cíclico el  momento de participación de una comunidad en el gasto lujoso de la vida  es imposible para la sociedad sin comunidad y sin lujo. Cuando sus  seudofiestas vulgarizadas, parodias del diálogo y de la donación,  incitan a un gasto económico adicional, sólo devuelven una decepción  siempre compensada con la promesa de una nueva decepción. El tiempo de  la supervivencia moderna debe alabarse en el espectáculo tanto más  abiertamente cuanto que su valor de uso ha disminuido. La realidad del  tiempo ha sido reemplazada por la publicidad del tiempo. 
155
Mientras que el consumo del tiempo cíclico en las sociedades antiguas  estaba en consonancia con el trabajo real de estas sociedades, el  consumo seudocíclico de la economía desarrollada se encuentra en  contradicción con el tiempo irreversible abstracto de su producción. En  tanto que el tiempo cíclico era tiempo de la ilusión inmóvil, vivido  realmente, el tiempo espectacular es el tiempo de la realidad que se  transforma, vivido ilusoriamente. 
156
Lo que es siempre nuevo en el proceso de producción de cosas no se  reencuentra en el consumo, que sigue siendo el retorno ampliado de lo  mismo. Puesto que el trabajo muerto continúa dominando el trabajo vivo,  en el tiempo espectacular el pasado domina el presente. 
157
Como otro aspecto en la deficiencia de la vida histórica general, la  vida individual todavía no tiene historia. Los seudoacontecimientos que  se presentan en la dramatización espectacular no han sido vividos por  quienes han sido informados de ellos; y además se pierden en la  inflación de su reemplazamiento precipitado a cada pulsación de la  maquinaria espectacular. Por otro lado lo que ha sido realmente vivido  no tiene relación con el tiempo irreversible oficial de la sociedad y  está en oposición directa al ritmo seudocíclico del subproducto  consumible de este tiempo. Esta vivencia individual de la vida cotidiana  separada queda sin lenguaje, sin concepto, sin acceso crítico a su  propio pasado que no está consignado en ninguna parte. No se comunica.  Es incomprendida y olvidada en beneficio de la falsa memoria  espectacular de lo no-memorable. 
158
El espectáculo, como organización social presente de la parálisis de la  historia y de la memoria, del abandono de la historia que se erige sobre  la base del tiempo histórico, es la falsa conciencia del tiempo. 
159
Para llevar a los trabajadores al estatuto de productores y consumidores  “libres” del tiempo-mercancía la condición previa ha sido la  expropiación violenta de su tiempo. El retorno espectacular del tiempo  sólo ha llegado a ser posible a partir de esta primera desposesión del  productor. 
160
La parte irreductiblemente biológica que sigue presente en el trabajo,  tanto en la dependencia de lo cíclico natural en la vigilia y el sueño  como en la evidencia del tiempo irreversible individual del desgaste de  una vida, se contemplan sólo como accesorios desde el punto de vista de  la producción moderna; y como tales, estos elementos son desatendidos en  las proclamas oficiales del movimiento de la producción y de los  trofeos consumibles que son la traducción accesible de esta incesante  victoria. Inmovilizada en el centro falsificado del movimiento de su  mundo, la conciencia espectadora ya no distingue en su vida el pasaje  hacia su realización y hacia su muerte. Quien ha renunciado a gastar su  vida no tiene ya que reconocer su muerte. La publicidad de los seguros  de vida le insinúa solamente que es culpable de morir sin haber  asegurado la regulación del sistema después de esta pérdida económica; y  la del american way of death insiste sobre su capacidad de mantener en  este encuentro la mayor parte de las apariencias de la vida. Bajo el  resto de bombardeos publicitarios está rotundamente prohibido envejecer.  Se trataría de administrar cada uno en su caso un “capital-juventud”  que, por haber estado mediocremente empleado, no puede sin embargo  pretender adquirir la realidad durable y acumulativa del capital  financiero. Esta ausencia social de la muerte es idéntica a la ausencia  de la vida. 
161
El tiempo es la alienación necesaria, como mostraba Hegel, el medio  donde el sujeto se realiza perdiéndose, se transforma en otro para  llegar a ser la verdad de sí mismo. Pero su contrario es justamente la  alienación dominante, que es sufrida por el productor de un presente  ajeno. En esta alienación espacial la sociedad que separa de raiz el  sujeto de la actividad que le sustrae le separa en primer lugar de su  propio tiempo. La alienación social superable es justamente la que ha  prohibido y petrificado las posibilidades y los riesgos de la alienación  viviente en el tiempo. 
162
Bajo las modas aparentes que se anulan y recomponen en la superficie  futil del seudotiempo cíclico contemplado, el gran estilo de la época es  siempre el que está orientado por la necesidad evidente y secreta de la  revolución. 
163
La base natural del tiempo, el cálculo sensible del transcurso del  tiempo, se vuelve humano y social al existir para el hombre . Es el  estado limitado de la práctica humana, el trabajo en diferentes  estadios, el que hasta ahora ha humanizado, y también ha deshumanizado,  el tiempo como tiempo cíclico y tiempo separado irreversible de la  producción económica. El proyecto revolucionario de una sociedad sin  clases, de una vida histórica generalizada, es el proyecto de la  descomposición de la medida social del tiempo en beneficio de un modelo  lúdico de tiempo irreversible de los individuos y de los grupos, modelo  en el cual están simultáneamente presentes tiempos independientes  federados. Es el programa de una realización total en el entorno del  tiempo del comunismo que suprime “todo lo que existe independientemente  de los individuos”. 
164
El mundo posee ya el sueño de un tiempo cuya conciencia tiene ahora que poseer para vivirlo realmente.
Capítulo 7
El acondicionamiento del territorio
“Y quien llega a ser Señor de una ciudad acostumbrada a vivir libre y al punto no la destruye, que tema ser destruido por ella, porque ésta tiene siempre por refugio en sus rebeliones el nombre de la libertad y sus viejas costumbres, las cuales ni por el paso del tiempo ni por beneficio alguno se olvidarán jamás. Y por más que se haga o se provea, si no se expulsa o dispersa a sus habitantes, estos no olvidarán en ningún momento ese nombre ni esas costumbres…”
Maquiavelo, El Príncipe
165
La producción capitalista ha unificado el espacio, que ya no está  limitado por sociedades exteriores. Esta unificación es al mismo tiempo  un proceso extensivo e intensivo de banalización. La acumulación de  mercancías producidas en serie para el espacio abstracto del mercado, al  mismo tiempo que debía romper todas las barreras regionales y legales y  todas las restricciones corporativas de la edad media que mantenían la  calidad de la producción artesanal, debía también disolver la autonomía y  calidad de los lugares. Esta fuerza de homogeneización es la artillería  pesada que ha derribado todas las murallas chinas.
166
Es para llegar a ser cada vez más idéntico a sí mismo, para aproximarse  mejor a la monotonía inmóvil, para lo que el espacio libre de la  mercancía es, a partir de ahora, incesantemente modificado y  reconstruido.
167
Esta sociedad que suprime la distancia geográfica acoge interiormente la distancia en tanto que separación espectacular.
168
Subproducto de la circulación de mercancías, la circulación humana  considerada como un consumo, el turismo, se reduce fundamentalmente al  ocio de ir a ver aquello que ha llegado a ser banal. La organización  económica de la frecuentación de lugares diferentes es ya por sí misma  la garantía de su equivalencia. La misma modernización que ha retirado  del viaje el tiempo le ha retirado también la realidad del espacio.
169
La sociedad que modela todo su entorno ha edificado su técnica especial  para trabajar la base concreta de este conjunto de tareas: su territorio  mismo. El urbanismo es esta toma de posesión del medio ambiente natural  y humano por el capitalismo que, desarrollándose lógicamente como  dominación absoluta, puede y debe ahora rehacer la totalidad del espacio  como su propio decorado.
170
La necesidad capitalista satisfecha en el urbanismo, en tanto que  congelación visible de la vida, puede expresarse - empleando términos  hegelianos - como la predominancia absoluta de “la apacible coexistencia  del espacio” sobre “el inquieto devenir en la sucesión del tiempo”.
171
Si todas las fuerzas técnicas de la economía capitalista deben ser  comprendidas como operantes de separaciones, en el caso del urbanismo se  trata del equipamiento de su base general, del tratamiento del suelo  que conviene a su despliegue; de la técnica misma de la separación.
172
El urbanismo es la realización moderna de la tarea ininterrumpida que  salvaguarda el poder de clase: el mantenimiento de la atomización de los  trabajadores que las condiciones urbanas de producción habían  reagrupado preligrosamente. La lucha constante que ha debido sostenerse  contra todos los aspectos de esta posibilidad de reunirse encuentra en  el urbanismo su campo privilegiado. El esfuerzo de todos los poderes  establecidos después de las experiencias de la Revolución francesa para  acrecentar los medios de mantener el orden en la calle culminará  finalmente en la supresión de la calle. “Con los medios de comunicación  de masas que eliminan las grandes distancias el aislamiento de la  población ha demostrado ser un modo de control mucho más eficaz”,  constata Lewis Mumford en La ciudad a través de la historia. Pero el  movimiento general del aislamiento que es la realidad el urbanismo debe  también contener una reintegración controlada de los trabajadores según  las necesidades planificables de la producción y el consumo. La  integración en el sistema debe recuperar a los individuos en tanto que  individuos aislados en conjunto: tanto las fábricas como las casas de  cultura, los pueblos de veraneo como “las grandes urbanizaciones” están  especialmente organizados para los fines de esta seudo-colectividad que  acompaña también al individuo aislado en la célula familiar: el empleo  generalizado de receptores del mensaje espectacular hace que su  aislamiento se encuentre poblado de imágenes dominantes, imágenes que  solamente por este aislamiento adquieren su pleno poder.
173
Por primera vez una nueva arquitectura, que en cada época anterior  estaba reservada a la satisfacción de las clases dominantes, se  encuentra directamente destinada a los pobres. La miseria formal y la  extensión gigantesca de esta nueva experiencia de hábitat proceden  conjuntamente de su carácter de masa, que está implicado a la vez por su  destinación y por las condiciones modernas de construcción. La decisión  autoritaria, que ordena abstractamente el territorio en territorio de  la abstracción, está evidentemente en el centro de estas condiciones  modernas de construcción. La misma arquitectura aparece en todas partes  donde comienza la industrialización de los países atrasados en este  aspecto como terreno adecuado al nuevo género de existencia social que  se trata de implantar allí. Tan claramente como en las cuestiones del  armamento termo-nuclear o de la natalidad - donde se ha alcanzado la  posibilidad de manipular la herencia - el umbral traspasado en el  crecimiento del poder material de la sociedad y el retraso en la  dominación consciente de este poder se despliegan en el urbanismo .
174
El momento actual es ya el de la autodestrucción del medio urbano. La  explosión de las ciudades sobre los campos cubiertos por “masas informes  de residuos urbanos” (Lewis Mumford) es presidida de forma inmediata  por los imperativos del consumo. La dictadura del automóvil,  producto-piloto de la primera fase de la abundancia mercantil, se ha  inscrito en el terreno con la dominación de la autopista, que disloca  los antiguos centros e impone una dispersión cada vez más pujante. Al  mismo tiempo los momentos de reorganización inconclusa del tejido urbano  se polarizan pasajeramente alrededor de “las fábricas de distribución”  que son los gigantescos hipermercados edificados sobre un terreno  desnudo, con un parking por pedestal; y estos templos del consumo  precipitado están ellos mismos en fuga en el movimiento centrífugo que  los rechaza a medida que se convierten a su vez en centros secundarios  sobrecargados, porque han acarreado una recomposición parcial de la  aglomeración. Pero la organización técnica del consumo no es más que el  primer plano de la disolución general que ha llevado a la ciudad a  autoconsumirse de esta manera.
175
La historia económica, que se ha desarrollado enteramente alrededor de  la oposición ciudad-campo, ha alcanzado un momento de éxito que anula a  la vez los dos términos. La parálisis actual del desarrollo histórico  total en beneficio únicamente de la continuación del movimiento  independiente de la economía hace del momento en que empiezan a  desaparecer la ciudad y el campo, no la superación de su división, sino  su hundimiento simultáneo. El desgaste recíproco de la ciudad y el  campo, producto del decaimiento del movimiento histórico por el que la  realidad urbana existente debería ser sobrepasada, aparece en esta  mezcla ecléctica de sus elementos descompuestos que recubre las zonas  más avanzadas de la industrialización.
176
La historia universal nació en las ciudades y llegó a su mayoría de edad  en el momento de la victoria decisiva de la ciudad sobre el campo. Marx  considera como uno de los mayores méritos revolucionarios de la  burguesía el hecho de que “ha sometido el campo a la ciudad”, cuyo aire  emancipa. Pero si la historia de la ciudad es la historia de la  libertad, lo ha sido también de la tiranía, de la administración estatal  que controla el campo y la ciudad misma. La ciudad no ha podido ser  hasta ahora más que el terreno de lucha por la libertad histórica, y no  su posesión. La ciudad es el medio ambiente de la historia porque es a  la vez concentración del poder social que hace posible la empresa  histórica y la conciencia del pasado. La tendencia actual a la  liquidación de la ciudad no hace en consecuencia más que expresar de  otra manera el retraso de una subordinación de la economía a la  conciencia histórica, de una unificación de la sociedad recuperando los  poderes que se han separado de ella.
177
“El campo muestra justamente el hecho contrario, el aislamiento y la  separación”. (La ideología alemana). El urbanismo que destruye las  ciudades reconstituye un seudo-campo, en el cual se han perdido tanto  las referencias naturales del campo antiguo como las relaciones sociales  directas y directamente puestas en cuestión de la ciudad histórica. Es  un nuevo campesinado ficticio el que recrean las condiciones de hábitat y  de control espectacular en el actual “territorio acondicionado”: la  dispersión en el espacio y la mentalidad limitada, que siempre han  impedido al campesinado emprender una acción independiente y afirmarse  como potencia histórica creadora, vuelven a caracterizar a los  productores -el movimiento de un mundo que ellos mismos fabrican  quedando tan completamente fuera de su alcance como lo estaba el ritmo  natural de los trabajos para la sociedad agraria. Pero cuando este  campesinado, que fue la base inmóvil del “despotismo oriental” y cuya  misma dispersión llamaba a la centralización burocrática, reaparece como  producto de las condiciones de crecimiento de la burocratización  estatal moderna, su apatía ha de ser ahora históricamente fabricada y  mantenida: la ignorancia natural ha hecho lugar al espectáculo  organizado del error. Las “nuevas ciudades” del seudo-campesinado  tecnológico inscriben claramente en el terreno la ruptura con el tiempo  histórico sobre el cual fueron construidas; su divisa puede ser: “Aquí  nunca ocurrirá nada y nunca ha ocurrido nada”. Es muy evidente, debido a  que la historia que debe librarse en las ciudades todavía no ha sido  liberada, que las fuerzas de la ausencia histórica comienzan a componer  su propio paisaje exclusivo.
178
La historia que amenaza a este mundo crepuscular es también la fuerza  que puede someter el espacio al tiempo vivido. La revolución proletaria  es esta crítica de la geografía humana a través de la cual los  individuos y las comunidades deben construir los lugares y los  acontecimientos que corresponden a la apropiación, no ya solamente de su  trabajo, sino de su historia total. En este espacio movedizo del juego y  de las variaciones elegidas del juego se puede reencontrar la autonomía  del lugar sin reintroducir una vinculación exclusiva al suelo y con  ello recobrar la realidad del viaje, y de la vida comprendida como un  viaje que tiene en sí mismo todo su sentido.
179
La mayor idea revolucionaria referente al urbanismo no es ella misma  urbanística, tecnológica o estética. Es la decisión de reconstruir  íntegramente el territorio según las necesidades de poder de los  Consejos de trabajadores, de la dictadura anti-estatal del proletariado,  del diálogo ejecutorio. Y el poder de los Consejos, que no puede ser  efectivo más que transformando la totalidad de las condiciones  existentes, no podrá asegurarse una tarea menor si quiere ser reconocido  y reconocerse a sí mismo en su mundo.
Capítulo 8
La negación y el consumo de la cultura
“¿Viviremos suficiente para ver una revolución política? ¿Nosotros, los contemporáneos de estos alemanes? Amigo mío, usted cree lo que desea creer… Cuando se juzga Alemania según su historia presente, no me discutirá usted que toda su historia está falsificada y que toda su vida pública actual no representa el estado real del pueblo. Lea los periódicos que usted quiera, convénzase de que no se deja de celebrar -y usted admitirá que la censura no impide a nadie el dejar de hacerlo- la libertad y la felicidad nacional que poseemos…”
Ruge, Carta a Marx, marzo de 1843.
180
La cultura es la esfera general del conocimiento y de las  representaciones de lo vivido en la sociedad histórica dividida en  clases; lo que viene a decir que es el poder de generalización  existiendo aparte, como división del trabajo intelectual y trabajo  intelectual de la división. La cultura se ha desprendido de la unidad de  la sociedad del mito, cuando “el poder de unificación desaparece de la  vida del hombre y los contrarios pierden su relación y su interacción  vivientes y adquieren autonomía…” (Diferencia entre los sistemas de  Fichte y Schelling). Al ganar su independencia, la cultura comienza un  movimiento imperialista de enriquecimiento que es al mismo tiempo el  ocaso de su independencia. La historia que crea la autonomía relativa de  la cultura y las ilusiones ideológicas sobre esta autonomía se expresan  también como historia de la cultura. Y toda la historia conquistadora  de la cultura puede ser comprendida como la historia de la revelación de  su insuficiencia, como una marcha hacia su autosupresión. La cultura es  el lugar donde se busca la unidad perdida. En esta búsqueda de la  unidad, la cultura como esfera separada está obligada a negarse a sí  misma.
181
La lucha entre la tradición y la innovación, que es el principio del  desarrollo interno de la cultura de las sociedades históricas, no puede  proseguirse más que a través de la victoria permanente de la innovación.  Pero la innovación en la cultura es acarreada nada más que por el  movimiento histórico total que, al tomar conciencia de su totalidad,  tiende a superar sus propias presuposiciones culturales y va hacia la  supresión de toda separación.
182
El impulso de los conocimientos de la sociedad, que contiene la  comprensión de la historia como núcleo de la cultura, toma de sí mismo  un conocimiento sin vuelta atrás que se ha expresado por la destrucción  de Dios. Pero esta “condición primera de toda crítica” es también la  obligación primera de una crítica infinita. Allí donde ninguna regla de  conducta puede ya mantenerse, cada resultado de la cultura la hace  avanzar hacia su disolución. Como la filosofía en el momento en que ha  conseguido su plena autonomía, toda disciplina devenida autónoma debe  desplomarse, en primer lugar en cuanto pretensión de explicación  coherente de la totalidad social, y finalmente incluso en cuanto  instrumentación parcelaria utilizable dentro de sus propias fronteras.  La falta de racionalidad de la cultura separada es el elemento que la  condena a desaparecer, puesto que en ella la victoria de lo racional ya  está presente como exigencia.
183
La cultura emergió de la historia que ha disuelto el modo de vida del  viejo mundo, pero en tanto que esfera separada no es todavía sino la  inteligencia y la comunicación sensible que siguen siendo parciales en  una sociedad parcialmente histórica. Es el sentido de un mundo demasiado  poco sensato.
184
El fin de la historia de la cultura se manifiesta mediante dos perfiles  opuestos: el proyecto de su superación en la historia total y la  organización de su mantenimiento como objeto muerto en la contemplación  espectacular. El primero de estos movimientos ha unido su suerte a la  crítica social, y el otro a la defensa del poder de clase.
185
Cada uno de los dos frentes del fin de la cultura existe de un modo  unitario, tanto en todos los aspectos de los conocimientos como en todos  los aspectos de las representaciones sensibles -en lo que era el arte  en el sentido más general. En el primer caso se oponen la acumulación de  conocimientos fragmentarios que se vuelven inutilizables, porque la  aprobación de las condiciones existentes debe finalmente renunciar a sus  propios conocimientos, y la teoría de la praxis que detenta en  solitario la verdad de todos ellos por ser la única que detenta el  secreto de su uso. En el segundo caso se oponen la autodestrucción  crítica del antiguo lenguaje común de la sociedad y su recomposición  artificial en el espectáculo mercantil, la representación ilusoria de lo  no-vivido.
186
Al perder la comunidad de la sociedad del mito, la sociedad debe perder  todas las referencias de un lenguaje realmente común, hasta el momento  en que la escisión de la comunidad inactiva puede ser superada mediante  el acceso a la real comunidad histórica. El arte, que fue ese lenguaje  común de la inacción social, desde que se constituye como arte  independiente en el sentido moderno, emergiendo de su primer universo  religioso y llegando a ser producción individual de obras separadas,  experimenta, como caso particular, el movimiento que domina la historia  del conjunto de la cultura separada. Su afirmación independiente es el  comienzo de su disolución.
187
El hecho de que el lenguaje de la comunicación se ha perdido, he aquí lo  que expresa positivamente el movimiento de descomposición moderna de  todo arte, su aniquilación formal. Lo que este movimiento expresa  negativamente es el hecho de que debe reencontrarse un lenguaje común  -no ya en la conclusión unilateral que, para el arte de la sociedad  histórica, llegaba siempre demasiado tarde, hablando a otros de lo que  ha sido vivido sin diálogo real, y admitiendo esta deficiencia de la  vida-, pero que debe ser reencontrado en la praxis, que reúne en sí  misma la actividad directa y su lenguaje. Se trata de poseer  efectivamente la comunidad del diálogo y el juego con el tiempo que han  sido representados por la obra poético-artística.
188
Cuando el arte independizado representa su mundo con sus colores  resplandecientes, un momento de la vida ha envejecido y no se deja  rejuvenecer con colores resplandecientes. Sólo se deja evocar en el  recuerdo. La grandeza del arte no comienza a aparecer hasta el  crepúsculo de la vida. 
189
El tiempo histórico que invade el arte se expresó primeramente en la  esfera misma del arte a partir del barroco. El barroco es el arte de un  mundo que ha perdido su centro: el último orden mítico reconocido por la  edad media, en el cosmos y en el gobierno terrestre -la unidad de la  Cristiandad y el fantasma de un Imperio- ha caído. El arte del cambio  debe llevar en sí el principio efímero que descubre en el mundo. Ha  elegido, dice Eugenio d’Ors, “la vida contra la eternidad”. El teatro y  la fiesta, la fiesta teatral, son los momentos dominantes de la  realización barroca, en la cual ninguna expresión artística particular  toma su sentido más que por su referencia al decorado de un lugar  construido, a una construcción que debe ser en sí misma el centro de  unificación; y este centro es el pasaje, que se inscribe como un  equilibrio amenazado en el desorden dinámico de todo. La importancia, a  veces excesiva, adquirida por el concepto de barroco en la discusión  estética contemporánea traduce la toma de conciencia de la imposibilidad  de un clasicismo artístico: los esfuerzos en favor de un clasicismo o  neoclasicismo normativos, después de tres siglos, no han sido sino  breves construcciones ficticias hablando el lenguaje exterior del  Estado, el de la monarquía absoluta o el de la burguesía revolucionaria  vestida a la romana. Desde el romanticismo al cubismo se trata  finalmente de un arte cada vez más individualizado de la negación,  renovándose perpetuamente hasta la disgregación y la negación consumadas  de la esfera artística, que ha seguido el curso general del barroco. La  desaparición del arte histórico que estaba ligado a la comunicación  interna de una élite, que tenía su base social semi-independiente en las  condiciones parcialmente lúdicas vividas todavía por las últimas  aristocracias, traduce también el hecho de que el capitalismo conoce el  primer poder de clase que se declara despojado de toda cualidad  ontológica: y cuyo poder enraizado en la simple gestión de la economía  es igualmente la pérdida de toda soberanía humana. El conjunto barroco,  que para la creación artística es también una unidad perdida hace mucho  tiempo, se reencuentra de alguna manera en el consumo actual de la  totalidad del pasado artístico. El conocimiento y el reconocimiento  históricos de todo el arte del pasado, retrospectivamente constituido en  arte mundial, lo relativizan en un desorden global que constituye a su  vez un edificio barroco a un nivel más elevado, edificio en el cual  deben fundirse la producción misma de un arte barroco y todos sus  resurgimientos. Las artes de todas las civilizaciones y de todas las  épocas, por primera vez, pueden ser todas conocidas y admitidas en  conjunto. Es una “colección de recuerdos” de la historia del arte que,  al hacerse posible, es también el fin del mundo del arte. En esta época  de los museos, cuando ya ninguna comunicación artística puede existir,  todos los momentos antiguos del arte pueden ser igualmente admitidos,  pues ninguno de ellos padece ya ante la pérdida de sus condiciones de  comunicación particulares en la pérdida actual de las condiciones de  comunicación en general.
190
El arte en su época de disolución, en tanto que movimiento negativo que  persigue la superación del arte en una sociedad histórica donde la  historia no es vivida todavía, es a la vez un arte del cambio y la  expresión pura del cambio imposible. Cuanto más grandiosa es su  exigencia, más se aleja de él su verdadera realización. Este arte es  forzosamente de vanguardia y no lo es. Su vanguardia es su desaparición.
191
El dadaísmo y el surrealismo son las dos corrientes que marcaron el fin  del arte moderno. Son, aunque sólo de manera relativamente consciente,  contemporáneos de la última gran ofensiva del movimiento revolucionario  proletario; y el fracaso de este movimiento, que les dejó encerrados en  el mismo campo artístico cuya caducidad habían proclamado, es la razón  fundamental de su inmovilización. El dadaísmo y el surrealismo están a  la vez ligados y en oposición. En esta oposición que constituye también  para cada uno de ellos la parte más consecuente y radical de su  aportación aparece la insuficiencia interna de su crítica, desarrollada  tanto por el uno como por el otro de un modo unilateral. El dadaismo ha  querido suprimir el arte sin realizarlo; y el surrealismo ha querido  realizar el arte sin suprimirlo. La posición crítica elaborada después  por los situacionistas mostró que la supresión y la realización del arte  son los aspectos inseparables de una misma superación del arte.
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El consumo espectacular que conserva la antigua cultura congelada,  incluida la repetición recuperada de sus manifestaciones negativas,  llega a ser abiertamente en su sector cultural lo que es implícitamente  en su totalidad: la comunicación de lo incomunicable. Allí la  destrucción extrema del lenguaje puede encontrarse vulgarmente  reconocida como un valor positivo oficial, puesto que se trata de  publicitar una reconciliación con el estado de cosas dominante, en el  cual toda comunicación es jubilosamente proclamada ausente. La verdad  crítica de esta destrucción, en tanto que vida real de la poesía y del  arte modernos, es evidentemente ocultada, pues el espectáculo, que tiene  la función de hacer olvidar la historia en la cultura, aplica en la  seudo-novedad de sus medios modernistas la misma estrategia que lo  constituye en profundidad. Así puede presentarse como nueva una escuela  de neo-literatura que admite simplemente que contempla lo escrito por sí  mismo. Por otra parte, junto a la simple proclamación de la belleza que  se presume suficiente de la disolución de lo comunicable, la tendencia  más moderna de la cultura espectacular - y la más vinculada con la  práctica represiva de la organización de la sociedad - busca recomponer,  por medio de “trabajos de equipo”, un medio neo-artístico complejo a  partir de elementos descompuestos; particularmente en las búsquedas de  integración de residuos artísticos o híbridos estético-técnicos en el  urbanismo. Esto es la traducción, en el plano de la seudo-cultura  espectacular, del proyecto general del capitalismo desarrollado que  tiende a recuperar al trabajador parcelario como “personalidad bien  integrada en el grupo”, tendencia descrita por los sociólogos  norteamericanos recientes (Riesman, Whyte, etc.). Es en todas partes el  mismo proyecto de una reestructuración sin comunidad.
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La cultura integralmente convertida en mercancía debe también pasar a  ser la mercancía vedette de la sociedad espectacular. Clark Kerr, uno de  los ideólogos más avanzados de esta tendencia, ha calculado que el  complejo proceso de producción, distribución y consumo de los  conocimientos acapara ya anualmente el 29 por 100 del producto nacional  de los Estados Unidos; y prevé que la cultura debe tener en la segunda  mitad de este siglo el rol motor en el desarrollo de la economía, que  fue el del automóvil en su primera mitad, y el de los ferrocarriles en  la segunda mitad del siglo precedente.
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El conjunto de conocimientos que continúan desarrollándose actualmente  como pensamiento del espectáculo debe justificar una sociedad sin  justificaciones y constituirse en ciencia general de la falsa  conciencia. Ella está enteramente condicionada por el hecho de que no  puede ni quiere pensar su propia base material dentro del sistema  espectacular.
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El pensamiento de la organización social de la apariencia está él mismo  oscurecido por la infra-comunicación generalizada que defiende. No sabe  que el conflicto está en el origen de todas las cosas de su mundo. Los  especialistas del poder del espectáculo, poder absoluto en el interior  de su sistema de lenguaje sin respuesta, están absolutamente corrompidos  por su experiencia del desprecio y del éxito del desprecio confirmada  por el conocimiento del hombre despreciable que es realmente el  espectador.
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En el pensamiento especializado del sistema espectacular se opera una  nueva división de tareas a medida que el perfeccionamiento mismo de este  sistema plantea nuevos problemas: por un lado la crítica espectacular  del espectáculo es emprendida por la sociología moderna que estudia la  separación con la única ayuda de los instrumentos conceptuales y  materiales de la separación; por otro lado la apología del espectáculo  se constituye en pensamiento del no-pensamiento, en asalariado del  olvido de la práctica histórica, en las diversas disciplinas donde  arraiga el estructuralismo como olvido titulado. Por tanto, la falsa  desesperación de la crítica no dialéctica y el falso optimismo de la  simple publicidad del sistema son idénticos en tanto que pensamiento  sometido.
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La sociología que ha comenzado a poner en discusion, sobre todo en los  Estados Unidos, las condiciones de existencia que entraña el desarrollo  actual, aunque ha podido aportar muchos datos empíricos, no conoce de  ningún modo la verdad de su propio objeto, porque no encuentra en sí  misma la crítica que le es inmanente. De suerte que la tendencia  sinceramente reformista de esta sociología no se apoya más que sobre la  moral, el sentido común, los llamamientos a la mesura totalmente sin  sentido, etc. Tal manera de criticar, como no conoce lo negativo que es  el corazón de su mundo, no hace más que insistir en la descripción de  una especie de excedente negativo que considera que le estorba  deplorablemente en su apariencia exterior, como una proliferación  parasitaria irracional. Esta buena voluntad indignada, que ni siquiera  como tal consigue reprobar más que las consecuencias exteriores del  sistema, se cree crítica olvidando el carácter esencialmente apologético  de sus presuposiciones y de su método.
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Quienes denuncian lo absurdo o los peligros de la incitación al  despilfarro en la sociedad de la abundancia económica no saben para qué  sirve el despilfarro. Condenan con ingratitud, en nombre de la  racionalidad económica, a los buenos guardianes irracionales sin los  cuales el poder de esta racionalidad económica se derrumbaría. Y  Boorstein por ejemplo, que describe en La imagen el consumo mercantil  del espectáculo americano, no alcanza a formular jamás el concepto de  espectáculo porque cree poder dejar fuera de esta desastrosa exageración  la vida privada, o la noción de “mercancía honesta”. No comprende que  la mercancía misma ha hecho las leyes cuya aplicación “honesta” debe dar  lugar tanto a la realidad específica de la vida privada como su  ulterior reconquista por el consumo social de imágenes.
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Boorstein describe los excesos de un mundo que se nos ha vuelto extraño  como excesos extraños a nuestro mundo. Pero la base “normal” de la vida  social, a la cual se refiere implícitamente cuando califica el reino  superficial de las imágenes en términos de juicio psicológico o moral  como el producto de “nuestras pretensiones extravagantes”, no tiene  ninguna realidad ni en su libro ni en su época. Como la vida humana real  de la que habla Boorstein se encuentra para él en el pasado, incluido  el pasado de la resignación religiosa, no puede comprender toda la  profundidad de una sociedad de la imagen. La verdad de esta sociedad no  es otra cosa que la negación de esta sociedad.
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La sociología que cree poder aislar del conjunto de la vida social una  racionalidad industrial que funciona aparte puede llegar ya a aislar del  movimiento industrial global las técnicas de reproducción y  transmisión. Por eso Boorstein encuentra como causa de los resultados  que describe la confluencia lamentable, casi fortuita, de un aparato  técnico de difusión de imágenes demasiado grande y de una excesiva  atracción de los hombres de nuestra época por lo seudo-sensacional. De  este modo el espectáculo se debe al hecho de que el hombre moderno sería  demasiado espectador. Boorstein no comprende que la proliferación de  “pseudo-acontecimientos” prefabricados que él denuncia deriva del simple  hecho de que los hombres, en la realidad masiva de la vida social  actual, no viven por ellos mismos los acontecimientos. Es porque la  historia misma acosa a la sociedad moderna como un espectro por lo que  encontramos la seudo-historia construida en todos los niveles del  consumo de la vida para preservar el equilibrio amenazado del actual  tiempo congelado.
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La afirmación de la estabilidad definitiva de un breve período de  congelación del tiempo histórico es la base innegable, inconsciente y  conscientemente proclamada, de la actual tendencia a una sistematización  estructuralista. El punto de vista en que se sitúa el pensamiento  anti-histórico del estructuralismo es el de la eterna presencia de un  sistema que nunca fue creado y jamás tendrá fin. El sueño de la  dictadura de una estructura previa inconsciente sobre toda praxis social  ha podido ser abusivamente extraido de los modelos de estructuras  elaborados por la lingüística y la etnología (ver el análisis del  funcionamiento del capitalismo), modelos ya abusivamente comprendidos en  sus circunstancias, simplemente porque un pensamiento universitario de  cuadros medios, pronto colmados, pensamiento integralmente inmerso en el  elogio maravillado del sistema existente, remite llanamente toda  realidad a la existencia del sistema.
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Como en toda ciencia social histórica, siempre es necesario tener en  cuenta para la comprensión de las categorías “estructuralistas” que las  categorías expresan formas de existencia y condiciones de existencia.  Así como no se aprecia el valor de un hombre según el concepto que él  tiene de sí mismo, no se puede evaluar - y admirar - esta sociedad  determinada tomando como indiscutiblemente verídico el lenguaje que se  habla a sí misma. “No se pueden considerar tales épocas de  transformación según la conciencia que de ellas tiene la época; muy por  el contrario, se debe explicar la conciencia recurriendo a las  contradicciones de la vida material…” La estructura es hija del poder  presente. El estructuralismo es el pensamiento garantizado por el  Estado, que piensa las condiciones presentes de la “comunicación”  espectacular como un absoluto. Su forma de estudiar el código de  mensajes en sí misma no es sino el producto y el reconocimiento de una  sociedad donde la comunicación existe bajo la forma de una cascada de  señales jerárquicas. De forma que no es el estructuralismo quien sirve  para probar la validez trans-histórica de la sociedad del espectáculo;  por el contrario es la sociedad del espectáculo imponiéndose como  realidad masiva la que sirve para probar el sueño frío del  estructuralismo.
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Sin duda, el concepto crítico de espectáculo puede ser también  vulgarizado en cualquier fórmula vacía de la retórica  sociológico-política para explicar y denunciar todo abstractamente y así  servir a la defensa del sistema espectacular. Pues es evidente que  ninguna idea puede llevar más allá del espectáculo existente, sino  solamente más allá de las ideas existentes sobre el espectáculo. Para  destruir efectivamente la sociedad del espectáculo son necesarios  hombres que pongan en acción una fuerza práctica. La teoría crítica del  espectáculo no es verdadera más que uniéndose a la corriente práctica de  la negación de la sociedad, y esta negación, la recuperación de la  lucha de la clase revolucionaria, llegará a ser consciente de sí misma  desarrollando la crítica del espectáculo, que es la teoría de sus  condiciones reales, de las condiciones prácticas de la opresión actual y  desvela inversamente el secreto de lo que ella puede ser. Esta teoría  no espera el milagro de la clase obrera. Considera la nueva formulación y  la realización de las exigencias proletarias como una tarea de largo  aliento. Para distinguir artificialmente entre lucha teórica y lucha  práctica - ya que sobre la base aquí definida la constitución misma y la  comunicación de tal teoría ya no puede concebirse sin una práctica  rigurosa - es seguro que el encadenamiento oscuro y difícil de la teoría  crítica deberá ser también la porción de movimiento práctico actuando a  escala de la sociedad.
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La teoría crítica debe comunicarse en su propio lenguaje. Es el lenguaje  de la contradicción, que debe ser dialéctico en su forma como lo es en  su contenido. Es crítica de la totalidad y crítica histórica. No es un  “grado cero de la escritura”, sino su inversión. No es una negación del  estilo, sino un estilo de la negación.
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Incluso en su estilo la exposición de la teoría dialéctica es un  escándalo y una abominación según las reglas del lenguaje dominante y  para el gusto que ellas han educado, porque en el empleo positivo de los  conceptos existentes incluye a la vez la inteligencia de su fluidez  recobrada, de su necesaria destrucción.
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Este estilo que contiene su propia crítica debe expresar la dominación  presente sobre todo su pasado. Por medio de él el modo de exposición de  la teoría dialéctica da testimonio del espíritu negativo que hay en  ella. “La verdad no es como el producto en el cual no se encuentra  rastro alguno de la herramienta” (Hegel). Esta conciencia teórica del  movimiento, en la que la huella misma del movimiento debe estar  presente, se manifiesta por la inversión de las relaciones establecidas  entre los conceptos y por el desvío de todas las adquisiciones de la  crítica anterior. La inversión del genitivo es esta expresión de las  revoluciones históricas, consignada en la forma del pensamiento que fue  considerada como el estilo epigramático de Hegel. Preconizando la  sustitución del sujeto por el predicado según el uso sistemático hecho  por Feuerbach el joven Marx alcanzó el empleo más consecuente de este  estilo insurreccional que de la filosofía de la miseria extrae la  miseria de la filosofía. El desvío arrastra a la subversión las  conclusiones críticas pasadas que se han fijado como verdades  respetables, es decir, transformadas en mentiras. Kierkegaard ya lo  empleó de modo deliberado, añadiéndole su propia denuncia: “Pero pese a  tantas idas y venidas, así como la mermelada siempre va a parar a la  despensa, siempre terminas deslizando algún dicho que no te pertenece y  que inquieta por el recuerdo que despierta” (Migajas filosóficas). Es la  obligación de la distancia hacia lo que ha sido falsificado como verdad  oficial lo que determina este empleo del desvío, confesado así por  Kierkegaard en el mismo libro: “Una única observación todavía a  propósito de tus numerosas alusiones referentes todas al prejuicio de  que yo mezclo a mis dichos conceptos prestados. No lo niego aquí ni  ocultaré tampoco que esto era voluntario y que en una nueva continuación  de este folleto, si alguna vez la escribo, me propongo llamar al objeto  por su verdadero nombre y revestir el problema con una investidura  histórica”.
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Las ideas se mejoran. El sentido de las palabras participa en ello. El  plagio es necesario. El progreso lo implica. Da más precisión a la frase  de un autor, se sirve de sus expresiones, elimina una idea falsa, la  reemplaza por la idea justa.
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El desvío es lo contrario de la cita, de la autoridad teórica  falsificada siempre por el solo hecho de haberse convertido en cita;  fragmento arrancado de su contexto, de su movimiento y finalmente de su  época como referencia global y de la opción precisa que ella era en el  interior de esta referencia, exactamente reconocida o errónea. El desvío  es el lenguaje fluido de la anti-ideología. Aparece en la comunicación  que sabe que no puede pretender que detenta ninguna garantía en sí misma  y de modo definitivo. Es en el mayor grado el lenguaje que ninguna  referencia antigua y supracrítica puede confirmar. Es por el contrario  su propia coherencia, en sí misma y con los hechos practicables, la que  puede confirmar el antiguo núcleo de verdad que transmite. El desvío no  ha fundado su causa sobre nada exterior a su propia verdad como crítica  presente.
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Aquello que, en la formulación teórica, se presenta abiertamente como  desviado, al desmentir toda autonomía durable de la esfera de lo teórico  expresado, y haciendo intervenir por esta violencia la acción que  trastorna y arrebata todo orden existente, recuerda que esta existencia  de lo teórico no es nada en sí misma y no puede conocerse sino con la  acción histórica y la corrección histórica que es su verdadera  fidelidad.
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Solamente la negación real de la cultura conservará su sentido. Ella ya  no puede ser cultural. De tal forma que es lo que permanece, de alguna  manera, al nivel de la cultura, aunque en una acepción diferente por  completo.
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En el lenguaje de la contradicción la crítica de la cultura se presenta  unificada: en cuanto que domina el todo de la cultura - su conocimiento  como su poesía - y en cuanto que ya no se separa más de la crítica de la  totalidad social. Es esta crítica teórica unificada la única que va al  encuentro de la práctica social unificada.
Capítulo 9
La ideología materializada
“La conciencia de sí está en sí y para sí cuando y porque está en sí y para sí para otra conciencia de sí; es decir, que no existe sino como ser reconocido”
Hegel, Fenomenología del espíritu.
212
La ideología es la base del pensamiento de una sociedad de clases en el  curso conflictual de la historia. Los hechos ideológicos no han sido  jamás simples quimeras, sino la conciencia deformada de las realidades, y  como tales factores reales ejerciendo a su vez una real acción  deformante; con mayor razón la materialización de la ideología que  entraña el éxito concreto de la producción económica autonomizada, en la  forma del espectáculo, confunde prácticamente con la realidad social  una ideología que ha podido rehacer todo lo real según su modelo.
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Cuando la ideología, que es la voluntad abstracta de lo universal y su  ilusión, se encuentra legitimada por la abstracción universal y la  dictadura efectiva de la ilusión en la sociedad moderna, ya no es la  lucha voluntarista de lo parcelario sino su triunfo. A partir de aquí la  pretensión ideológica adquiere una especie de llana exactitud  positivista: ya no es una elección histórica sino una evidencia. En una  afirmación tal los nombres particulares de las ideologías se desvanecen.  La parte misma del trabajo propiamente ideológico al servicio del  sistema ya no se concibe más que como reconocimiento de un “pedestal  epistemológico” que aspira a estar más allá de todo fenómeno ideológico.  La ideología materializada carece de nombre propio, así como carece de  programa histórico enunciable. Esto equivale a decir que la historia de  las ideologías ha terminado.
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La ideología, cuya lógica interna conduce hacia la “ideología total”, en  el senido de Mannheim, despotismo del fragmento que se impone como  seudosaber de un todo fijado, visión totalitaria, se realiza desde ahora  en el espectáculo inmovilizado de la no-historia. Su realización es  también su disolución en el conjunto de la sociedad. Con la disolución  práctica de esta sociedad debe desaparecer la ideología, la última  sinrazón que bloquea el acceso a la vida histórica.
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El espectáculo es la ideología por excelencia porque expone y manifiesta  en su plenitud la esencia de todo sistema ideológico: el  empobrecimiento, el sometimiento y la negación de la vida real. El  espectáculo es materialmente la “expresión de la separación y el  alejamiento entre el hombre y el hombre”. La “nueva dominación del  engaño” concentrada allí tiene su base en esta producción, por cuyo  intermedio “con la masa de objetos crece… el nuevo dominio de seres  extraños a los que se halla sometido el hombre”. Es el estadio supremo  de una expansión que ha vuelto la necesidad contra la vida. “La  necesidad del dinero es pues la verdadera necesidad producida por la  economía política, y la única necesidad que ella produce” (Manuscritos  económico-filosóficos). El espectáculo extiende a toda la vida social el  principio que Hegel en la Realfilosofía de Iena concibe como el del  dinero; es “la vida de lo que está muerto, moviéndose en sí misma”.
216
Al contrario del proyecto resumido en las Tesis sobre Feuerbach (la  realización de la filosofía en la praxis que supera la oposición entre  el idealismo y el materialismo), el espectáculo conserva a la vez, e  impone en el seudo-concreto de su universo, los caracteres ideológicos  del materialismo y del idealismo. El lado contemplativo del viejo  materialismo que concibe el mundo como representación y no como  actividad - y que idealiza finalmente la materia - se cumple en el  espectáculo, donde las cosas concretas son automáticamente dueñas de la  vida social. Recíprocamente, la actividad fantaseada del idealismo se  cumple igualmente en el espectáculo por la mediación técnica de signos y  señales - que finalmente materializan un ideal abstracto.
217
El paralelismo entre la ideología y la esquizofrenia establecido por  Gabel (La falsa conciencia) debe ser emplazado en este proceso económico  de materialización de la ideología. La sociedad ha llegado a ser lo que  la ideología ya era. La desinserción de la praxis y la falsa conciencia  antidialéctica que la acompaña, he aquí lo que se impone a todas horas  en la vida cotidiana sometida al espectáculo; que es preciso comprender  como una organización sistemática de la “aniquilación de la facultad de  encuentro” y como su reemplazamiento por un hecho social alucinatorio.  En una sociedad donde nadie puede ser reconocido por los demás, cada  individuo se vuelve incapaz de reconocer su propia realidad. La  ideología se encuentra en su medio; la separación ha establecido su  mundo.
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“En los cuadros clínicos de la esquizofrenia”, dice Gabel, “la  decadencia de la dialéctica de la totalidad (con la disociación como  forma extrema) y la decadencia de la dialéctica del devenir (con la  catatonia como forma extrema) parecen muy solidarias.” La conciencia  espectacular, prisionera en un universo degradado, reducido por la  pantalla del espectáculo detrás de la cual ha sido deportada su propia  vida, no conoce más que los interlocutores ficticios que le hablan  unilateralmente de su mercancía y de la política de su mercancía. El  espectáculo en toda su extensión es su “indicio en el espejo”. Aquí se  pone en escena la falsa salida de un autismo generalizado.
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El espectáculo, que es la eliminación de los límites entre el yo y el  mundo mediante el aplastamiento del yo asediado por la  presencia-ausencia del mundo es igualmente la eliminación de los límites  entre lo verdadero y lo falso mediante el reflujo de toda verdad vivida  bajo la presencia real de la falsedad que asegura la organización de la  apariencia. El que sufre pasivamente su destino cotidianamente alienado  es empujado entonces hacia una locura que reacciona ilusoriamente ante  este sino recurriendo a técnicas mágicas. El reconocimiento y el consumo  de mercancías están en el centro de esta seudorespuesta a una  comunicación sin respuesta. La necesidad de imitación que experimenta el  espectador es precisamente la necesidad infantil, condicionada por  todos los aspectos de su desposesión fundamental. Según los términos que  Gabel aplica a un nivel patológico totalmente distinto “la necesidad  anormal de representación compensa aquí un sentimiento torturante de  estar al margen de la existencia”.
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Si la lógica de la falsa conciencia no puede conocerse a sí misma  verídicamente la búsqueda de la verdad crítica sobre el espectáculo debe  ser también una crítica verdadera. Tiene que luchar prácticamente entre  los enemigos irreconciliables del espectáculo y aceptar estar ausente  allí donde ellos están ausentes. Son las leyes del pensamiento  dominante, el punto de vista exclusivo de la actualidad, que reconoce la  voluntad abstracta de la eficacia inmediata cuando se arroja hacia los  compromisos del reformismo o de la acción común con los residuos  seudorevolucionarios. Con ello el delirio se ha reconstituido en la  misma posición que pretende combatirlo. Por el contrario, la crítica que  va más allá del espectáculo debe saber esperar.
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Emanciparse de las bases materiales de la verdad invertida, he aquí en  qué consiste la autoemancipación de nuestra época. Esta “misión  histórica de instaurar la verdad en el mundo” no pueden cumplirla ni el  individuo aislado ni la muchedumbre automatizada y sometida a las  manipulaciones, sino ahora y siempre la clase que es capaz de ser la  disolución de todas las clases devolviendo todo el poder a la forma  desalienante de la democracia realizada, el Consejo, en el cual la  teoría práctica se controla a sí misma y ve su acción. Únicamente allí  donde los individuos están “directamente ligados a la historia  universal”; únicamente allí donde el diálogo se ha armado para hacer  vencer sus propias condiciones.
Guy Debord: La sociedad del espectáculo. Trad. revisada por Maldeojo para el Archivo Situacionista (1998).
 
 
 
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