martes, 21 de junio de 2011

El trabajo de luto. Más allá del empleo (Antonio Negri y Giuseppe Cocco)

El Trabajo de luto [1]. Más allá del empleo
Antonio Negri y Giuseppe Cocco.
El movimiento de marzo de 2006 en Francia muestra una potencia que recuerda a todo el mundo el Mayo de 1968. Fueron los mismos jóvenes manifestantes que explicitaron esa referencia simbólica en cada manifestación, en los ataques casi rituales a las barreras levantadas por la policía para impedir la ocupación de la Sorbona. Mas no es sólo eso.
Después de la promulgación de la ley del CPE [Contrato de Primer Empleo, que autoriza contrataciones por un período experimental de dos años (reducidos, tras las protestas, a 12 meses) para trabajadores de menos de 26 años, período en que éstos pueden ser despedidos sin justificación alguna] por el presidente Jacques Chirac, una inédita manifestación nocturna de más de 10 mil jóvenes atravesó Paris de sur a norte y fue a parar al Sacré Coeur -monumento funerario de la derrota de la Comuna de Paris-, donde los manifestantes escribieron “1871-2006″, identificándose con los “communards” [miembros de la Comuna de Paris de 1871].
Obviamente, el movimiento actual tiene raíces problemáticas y completamente diferentes a las del “joli mai” de 1968. El Mayo de 68 surgió como una primavera de vida contra la opresión del pleno empleo industrial, al tiempo que el movimiento de 2006 nace ante la angustia de la crisis del pleno empleo.
En el 68, la subjetividad estudiantil, al mismo tiempo que era producto de un largo período de prosperidad económica, se rebelaba exactamente contra lo que significaba la “seguridad” opresora de un futuro preestablecido, donde la masificación de la enseñanza y de la universidad ya eran una prefiguración del resultado de la sociedad disciplinaria bajo el régimen de fábrica.
Al contrario, el movimiento contra el CPE parece estar luchando contra la falta de esa seguridad y exactamente contra una ley que viene a profundizar el nivel de precariedad del empleo y tornar cada vez más incierto el “futuro” de los jóvenes que actualmente en formación.
Desde el inicio de los años 90, una subjetividad de nuevo tipo se constituyó a partir de las más diversas figuras de esa precariedad: los estudiantes de las escuelas técnicas, los trabajadores audiovisuales, los alumnos en prácticas, los inmigrantes ilegales (”sin papeles”), los jóvenes de las periferias y ahora los estudiantes universitarios, juntos en las mil figuras de la precariedad metropolitana.
El capitalismo global de las redes procura y precisa capturar un trabajo difuso en los territorios sociales buscando reducir la cooperación social en un conjunto desordenado de fragmentos que compiten entre sí. El capitalismo, organizando la producción directamente en la metrópoli, reconoce la dimensión múltiple que asume un trabajo que se torna productivo sin pasar por la relación salarial.
Al mismo tiempo, el comando se reorganiza en el nivel global y estatal exactamente sobre el límite que separa la multiplicidad libre del trabajo en cuanto potencia de la vida de los fragmentos atomizados de la vida dispuesta para trabajar.
Sobre esa escisión, a veces imperceptible y a veces escandalosa, los diferentes estatutos del trabajo se organizan en una modulación que indica, en el extremo, formas de actividad libre (formas de vida que producen otras formas de vida) al tiempo que, en el extremo opuesto, emergen las formas de una nueva esclavitud (de subordinación de toda la vida a la dinámica de la acumulación).
En Francia, a lo largo de las dos últimas décadas del siglo pasado, las luchas de resistencia consiguieron trabar la ofensiva neoliberal. Eso fue posible porque el enfrentamiento podía ser diluido en los “márgenes” de la sociedad: si los sectores “centrales” de las fuerzas de trabajo conseguían mantener parte de sus conquistas, la precarización era impuesta a los inmigrantes ilegales y a los jóvenes franceses (oriundos de las inmigraciones norte-africana y africana) segregados en las periferias metropolitanas y discriminados (y fragmentados) por un racismo cada vez más declarado y organizado en fuerza política.
Impasse real
Ahora, esos márgenes no existen ya: fueron quemados en las hogueras de la insurrección de las periferias de octubre y noviembre de 2005, cuando esos jóvenes “entraron en la política”. El CPE es hijo legítimo del devenir político de los “banlieues”: fragmentación social y segregación espacial que sólo pueden ser gobernadas por la explicitación de la normalidad del estado de excepción. El estado de excepción no se limita a la suspensión de los derechos constitucionales de reunión y manifestación pública de las periferias. Por el contrario, se torna efectivo procedimiento de gestión y control del mercado de trabajo, exactamente por la generalización de la precariedad.
Eso “obliga” al gobierno del primer-ministro francés, Dominique de Villepin, a generalizar el enfrentamiento. Imposible explicar de otra manera el hecho de que el propio Villepin haya asumido la paternidad del CPE hasta el punto en que una eventual retirada implicase su propia caída. Tras el CPE y la gestión de la crisis parece haber menos “cálculo” político que una emergencia de un impasse real: ¿cómo conseguir reanimar un proyecto de integración social que pase por el “pleno” empleo en la medida en que éste sólo puede ser alcanzado por la profundización de su “precarización” y, entonces, por la perdida de sus capacidades inclusivas?
La lucha contra el desempleo de las periferias pasaría por la amplificación de la fragmentación social. Se intenta enfrentar a los jóvenes franceses de ascendencia africana y árabe con sus coetáneos blancos o, de modo general, más integrados. La integración de la periferia exigiría, entonces, la periferización del centro.
Mas ese impasse no es específico sólo del gobierno sino que atraviesa también el propio movimiento y sobre todo a sus bases más organizadas. Y eso en la medida en que se resumiría a defender una integración por el “empleo” definitivamente limitada a sectores cada vez más limitados de la población. Para el movimiento contra el CPE, el desafió es abandonar las amarras del “empleo del pasado” y aprehender su propia excepcionalidad productiva: ir más allá de la defensa de la legislación de la era industrial y afirmar que flexibilidad y movilidad no significan necesariamente precariedad y riesgo.
Si el paso de un empleo a otro, de la formación al empleo, son hoy las dimensiones ontológicas del trabajo, es preciso reconocer la dimensión productiva de todas esas situaciones, algo que sólo puede acontecer por la implementación de una renta de “existencia”, algo como la construcción de un común que permita a las singularidades ser móviles y flexibles de manera libre y productiva de nuevo común.
Ese desafío es un rompecabezas que sólo luchas como la del CPE pueden “resolver”. El homenaje de los adolescentes parisinos a la Comuna de Paris puede ser mucho más actual de lo que se piensa.
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Antonio Negri es filósofo italiano, autor, con Michael Hardt, de “Multitudd”.
Giuseppe Cocco es científico político de la Universidad Federal do Rio de Janeiro.
Traducción: AutSoc (con la supervisión de Leonardo Palma)
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[1] En el psicoanálisis el “Trabajo de luto” es una elaboración, por parte del sujeto, de la pérdida sufrida donde no se niega el acontecimiento del fin de una existencia, el no existir más del objeto sino que vive la pérdida, construyendo sobre ella. Progresivamente, se desliga del objeto perdido y deja de identificarse con él.
Refiriéndonos a nuestro texto “el desafío es abandonar las amarras del “empleo del pasado y aprehender su propia excepcionalidad productiva” significa la elaboración del luto por hacer. Ese es el actual desafío del movimiento.
(la presente nota es una aclaración de leonardo palma sobre el título del artículo que nosotros hemos subtitulado ‘Más allá del empleo’)

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