lunes, 20 de junio de 2011

Micropolítica y segmentaridad [extracto]. (Gilles Deleuze y Félix Guattari)

 Extracto del capitulo “Micropolítica y segmentaridad” del libro Mil Mesetas.
Extraido de: http://mesetas.net/turbulencias
Estamos segmentarizados por todas partes y en todas direcciones. El hombre es un animal segmentario. La segmentaridad es una característica específica de todos los estratos que nos componen. Habitar, circular, trabajar, jugar: lo vivido está segmentarizado espacial y socialmente. La casa está segmentarizada según el destino de sus habitaciones; las calles, según el orden de la ciudad; la fábrica, según la naturaleza de los trabajos y las operaciones. Estamos segmentarizados binariamente, según grandes oposiciones duales: las clases sociales, pero también los hombres y las mujeres, los adultos y los niños, etc. Estamos segmentarizados circularmente, en círculos cada vez más amplios, discos o coronas cada vez más anchos, como en la “carta” de Joyce: mis asuntos, los asuntos de mi barrio, de mi ciudad, de mi país, del mundo… Estamos segmentarizados linealmente, en una línea recta, líneas rectas en la que cada segmento representa un episodio o un “proceso”: apenas terminamos un proceso y ya empezamos otro, eternos pleitistas o procesados, familia, escuela, ejército, oficio, la escuela nos dice, “ya no estás en la familia”, el ejército dice, “ya no estás en la escuela”… Unas veces los segmentos diferentes remiten a individuos o grupos diferentes, otras es el mismo individuo o grupo el que pasa de un segmento al otro. Pero esas figuras de segmentariedad, la binaria, la circular, la lineal, siempre están incluidas la una en la otra, e incluso pasan la una a la otra, se transforman según el punto de vista. Así ocurre ya entre los primitivos: Lizot muestra cómo la Casa común está organizada circularmente, de dentro a fuera, en una serie de coronas en las que se ejercen tipos de actividades localizables (cultos y ceremonias, intercambio de bienes, vida familiar, por último, desperdicios y deposiciones). Pero al mismo tiempo “cada una de estas coronas está fraccionada transversalmente, cada segmento corresponde a un linaje particular y está subdividido entre diferentes grupos de parientes” (1). En un contexto más general, Lévi-Strauss muestra cómo la organización dualista de los primitivos remite a una forma circular, y pasa también a una forma lineal que engloba “un número indeterminado de grupos” (como mínimo tres) (2).
¿Por qué recurrir a los primitivos cuando se trata de nuestra vida? Lo cierto es que la noción de segmentariedad ha sido construida por los etnólogos para explicar las llamadas sociedades primitivas, sin aparato de Estado central fijo, sin poder global ni instituciones políticas especializadas. Los segmentos sociales tienen, en ese caso, una cierta flexibilidad, según las tareas y las situaciones, entre los dos polos extremos de la fusión y de la escisión; una gran comunicabilidad entre heterogéneos, de suerte que la conexión entre un segmento y otro puede hacerse de múltiples maneras; una construcción local que excluye el que se pueda determinar de antemano un dominio de base (económico, político, jurídico, artístico); propiedades extrínsecas de situación o de relaciones irreductibles a las propiedades intrínsecas de estructura; una actividad continuada que hace que la segmentariedad no sea captada independientemente de una segmentación en acto, que actúa por brotes, separaciones, reuniones. La segmentariedad primitiva es la de un código polívoco, basado en los linajes, sus situaciones y relaciones variables, y, a la vez, la de una territorialidad itinerante, basada en divisiones locales enmarañadas. Los códigos y territorios, los linajes clánicos y las territorialidades tribales organizan un tejido de segmentariedad relativamente flexible (3).
No obstante, nos parece difícil sostener que las sociedades de Estado, o incluso nuestros Estados modernos, sean menos segmentarios. La oposición clásica entre lo segmentario y lo centralizado no parece muy pertinente. El Estado no sólo se ejerce en los segmentos que mantiene o deja subsistir, sino que posee en sí mismo su propia segmentariedad, y la impone. La oposición que los sociólogos establecen entre central y segmentario quizá tenga un trasfondo biológico: el gusano anélido y el sistema nervioso centralizado. Pero el propio sistema nervioso central es un gusano, aún más segmentarizado que los otros, a pesar e incluidas todas las vicariancias. Entre central y segmentario no hay oposición. El sistema político moderno es un todo global, unificado y unificante, pero precisamente porque implica un conjunto de subsistemas yuxtapuestos, imbricados, ordenados, de suerte que el análisis de las decisiones pone de manifiesto todo tipo de compartimentaciones y de procesos parciales que no se continúan entre sí sin que se produzcan desfases o desviaciones. La tecnocracia procede por división del trabajo segmentario (incluso en la división internacional del trabajo). La burocracia sólo existe gracias a la compartimentación de los despachos, y sólo funciona gracias a las “desviaciones de objetivo” y a los “disfuncionamientos” correspondientes. La jerarquía no sólo es piramidal, el despacho del jefe está tanto al final del pasillo como en lo alto del edificio. En resumen, diríase que la vida moderna no ha suprimido la segmentariedad, sino que, por el contrario, la ha especialmente endurecido.
Más que oponer lo segmentario y lo centralizado, habría, pues, que distinguir dos tipos de segmentariedad, una “primitiva” y flexible, otra “moderna” y dura. Y esta distinción coincidiría con cada una de las figuras precedentes:
1) Las oposiciones binarias (hombres-mujeres, los de arriba-los de abajo, etc.) son muy fuertes en las sociedades primitivas, pero es evidente que son el resultado de máquinas y agenciamientos que no son binarios de por sí. En un grupo, la binaridad social hombres-mujeres moviliza reglas según las cuales unos y otras eligen sus cónyuges respectivos en grupos a su vez diferentes (de ahí que existan como mínimo tres grupos). En ese sentido, Lévi-Strauss muestra cómo la organización dualista nunca tiene valor por sí misma en una sociedad de ese tipo. Por el contrario, lo propio de las sociedades modernas, o más de Estado, es la utilización de máquinas duales que funcionan como tales, que proceden simultáneamente por relaciones biunívocas, y sucesivamente por opciones binarizadas. Las clases, los sexos, van de dos en dos, y los fenómenos de tripartición derivan de un desplazamiento de lo dual, más bien que a la inversa. Lo hemos visto claramente en el caso de la máquina de Rostro, que se distingue a este respecto de las máquinas de cabezas primitivas. Diríase que las sociedades modernas han elevado la segmentariedad dual al nivel de una organización suficiente. La cuestión no es, pues, saber si las mujeres, o los de abajo, tienen un estatuto mejor o peor, sino de qué tipo de organización deriva ese estatuto.
2) Del mismo modo hay que señalar que la segmentariedad circular no implica necesariamente, entre los primitivos, que los círculos sean concéntricos o que tengan un mismo centro. En un régimen flexible, los centros actúan ya como otros tantos nudos, ojos o agujeros negros; pero no resuenan todos juntos, no se precipitan sobre un mismo punto, no convergen en un mismo agujero negro central. Hay una multiplicidad de ojos animistas que hace que cada uno de ellos, por ejemplo, esté afectado de un espíritu animal particular (el espíritu-serpiente, el espíritu pájaro carpintero, el espíritu-caimán…). Cada agujero está ocupado por un ojo animal diferente. Sin duda, vemos aparecer aquí y allá operaciones de endurecimiento y de centralización: todos los centros deben pasar por un solo círculo que a su vez sólo tiene un centro. El chamán establece lazos de unión entre todos los puntos o espíritus, dibuja una constelación, un conjunto irradiante de raíces que remite a un árbol central. ¿Nacimiento de un poder centralizado en el que un sistema arborescente disciplina los brotes de rizoma primitivo? (5). Y el árbol juega aquí el doble papel de principio de dicotomía o de binaridad y de eje de rotación… Pero el poder del chamán todavía está muy localizado, depende estrechamente de un segmento particular, está condicionado por las drogas, y cada punto continúa emitiendo sus sencuencias independientes. No se podrá decir lo mismo de las sociedades modernas o incluso de los Estados. Por supuesto, lo centralizado no se opone a lo segmentario, y los círculos siguen siendo distintos. Pero devienen concéntricos, definitivamente arborizados [arbrificados en el original en castellano]. La segmentariedad deviene dura, en la medida en que todos los centros resuenan, todos los agujeros negros caen en un punto de acumulación, como un punto de entrecruzamiento situado en algún sitio detrás de todos los ojos. El rostro del padre, el rostro del maestro, el rostro del coronel, el rostro del patrón, entran en redundancia, remiten a un centro de significancia que recorre los diversos círculos y vuelve a pasar por todos los segmentos. Las microcabezas flexibles, las rostrificaciones animales son sustituidas por un macrorostro cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna. Ya no estamos ante n ojos en el cielo, o en devenires animales y vegetales, sino ante un ojo central ordenador que barre todos los rayos. El Estado central no se ha constituido por la abolición de una segmentariedad circular, sino por concentricidad de los distintos círculos o por la puesta en resonancia de los centros. En las sociedades primitivas ya hay tantos centros de poder; o, si se prefiere, en las sociedades de Estado sigue habiendo otros tantos. Pero éstas actúan como aparatos de resonancia, organizan la resonancia, mientras que aquellas la inhiben (6).
3) Por último, desde el punto de vista de la segmentariedad lineal, diríase que cada segmento está subrayado, rectificado, homogeneizado de por sí, pero también con relación a los otros. No sólo cada uno tiene su unidad de medida, sino que hay equivalencia y traducibilidad de las unidades entre sí. Pues, el ojo central tiene como correlato un espacio en el que se desplaza, y permanece invariable con relación a sus desplazamientos. A partir de la ciudad griega y de la reforma de Clístenes, aparece un espacio político homogéneo e isótopo que va a sobrecodificar los segmentos de linajes, al tiempo que los distintos núcleos se ponen a resonar en un centro que actúa como denominador común (7). Y posteriormente a la ciudad griega, Paul Virilio muestra cómo el Imperio Romano impone una razón de Estado lineal o geométrica, que implica un plano general de los campos y de las plazas fuertes, un arte universal de “limitar trazando”, una reordenación de los territorios, una sustitución del espacio por los lugares y las territorialidades, una transformación del mundo en ciudad, en una palabra, una segmentariedad cada vez más dura (8). Pues los segmentos, subrayados o sobrecodificados, parecen haber perdido su capacidad de brotar, su relación dinámica con segmentaciones en acto, haciéndose y deshaciéndose. Si hay una “geometría” primitiva (protogeometría), esa es una geometría operatoria en la que las figuras son inseparables de sus afectos, las líneas de su devenir, los segmentos de su segmentación: hay “redondeles”, pero no círculo, “alineamientos”, pero no recta, etc. Por el contrario, la geometría de Estado, o más bien la relación del Estado con la geometría, se manifestará por la primacía del elemento-teorema, que sustituye las formaciones morfológicas flexibles por esencias ideales o fijas, los afectos por las propiedades, las segmentaciones en acto por los segmentos predeterminados. La geometría y la aritmética adquieren la potencia de un escalpelo. La propiedad privada implica un espacio sobrecodificado y cuadriculado por el catastro. No sólo cada línea tiene sus segmentos, sino que los segmentos de una corresponden a los de otra: por ejemplo, el régimen del asalariado hará corresponder segmentos monetarios, segmentos de producción y segmentos de bienes de consumo.
Podemos resumir las principales diferencias entre la segmentaridad dura y la segmentaridad flexible. Bajo el modo duro, la segmentaridad binaria vale por sí misma y depende de grandes máquinas de binarización directa, mientras que, bajo el otro modo, las binaridades resultan de “multiplicidades de n dimensiones”. En segundo lugar, la segmentaridad circular tiende a devenir concéntrica, es decir, hace coincidir todos sus núcleos en un solo centro que no cesa de desplazarse, pero que permanece invariante en su desplazamiento, que remite a una máquina de resonancia. Por último, la segmentaridad lineal pasa por una máquina de sobrecodificación que constituye el espacio homogéneo more geometrico, y traza segmentos determinados en su sustancia, su forma y sus relaciones. Se señalará que el árbol siempre expresa esta segmentaridad endurecida. El Árbol es nudo de arborescencia o principio de dicotomía; eje de rotación que asegura la concentricidad; estructura o red que cuadricula lo posible. Pero, si oponemos una segmentaridad arborificada a la segmentación rizomática, no sólo es para indicar dos estados de un mismo proceso, sino también para separar dos procesos diferentes. Pues las sociedades primitivas funcionan esencialmente por códigos y territorialidades. E incluso es la distinción de esos dos elementos, sistema tribal de territorios, sistema clánico de linajes, la que impide la resonancia (9). Por el contrario, las sociedades modernas, o de Estado, han sustituido los códigos inoperantes por una sobrecodificación unívoca, y las territorialidades perdidas por una territorialización específica (que se hace precisamente en un espacio geométrico sobrecodificado). La segmentaridad siempre aparece como el resultado de una máquina abstracta; pero la máquina abstracta que actúa en la dura es distinta de la que actúa en la flexible.
No basta, pues, con oponer lo centralizado y lo segmentario. Pero tampoco basta con oponer dos segmentaridades, una flexible y primitiva, otra moderna y endurecida. Pues las dos se distinguen perfectamente, pero son inseparables., están enmarañadas la una con la otra. Las sociedades primitivas tienen núcleos de dureza, de arborificación que anticipan el Estado en la misma medida en que lo conjuran. Y a la inversa, nuestras sociedades continúan inmersas en un tejido flexible sin el cual los segmentos duros no se desarrollarían. No se puede reservar la segmentaridad flexible para los primitivos. La segmentaridad flexible ni siquiera es la pervivencia del salvaje en nosotros, es una función perfectamente actual e inseparable de la otra. Toda sociedad, pero también todo individuo, están, pues, atravesados por las dos segmentaridades a la vez: una molar y otra molecular. Si se distinguen es porque no tienen los mismos términos, ni las mismas relaciones, ni la misma naturaleza, ni el mismo tipo de multiplicidad. Y si son inseparables es porque coexisten, pasan la una a la otra, según figuras diferentes como entre los primitivos o entre nosotros -pero siempre en presuposición la una con la otra-. En resumen, todo es política, pero toda política es a la vez macropolítica y micropolítica. Supongamos unos conjuntos del tipo percepción o sentimiento: su organización molar, su segmentaridad dura, no impide todo un mundo de microperceptos inconscientes, de afectos inconscientes, segmentaciones finas que no captan o no experimentan las mismas cosas, que tribuyen [sic] de otra forma, que actúan de otra forma. Una micropolítica de la percepción, del afecto, de la conversación, etc. Si consideramos los grandes conjuntos binarios, como los sexos o las clases, vemos claramente que también entran en agenciamientos moleculares de otra naturaleza, y que hay una doble dependencia recíproca. Pues los dos sexos remiten a múltiples combinaciones moleculares, que ponen en juego no sólo el hombre en la mujer y la mujer en el hombre, sino la relación de cada uno en el otro con el animal, la planta, etc.: mil pequeños sexos. Y las clases sociales remiten a “masas” que no tienen el mismo movimiento, la misma distribución, ni los mismos objetivos ni las mismas maneras de luchar. Las tentativas de distinguir masa y clase tienden efectivamente hacia el siguiente límite: que la noción de masa es una noción molecular, que procede por un tipo de segmentaciones irreductibles a la segmentación molecular de clase. Sin embargo, las clases están talladas en las masas, las cristalizan. Y las masas no cesan de fluir, de escaparse de las clases. Pero su presuposición recíproca no impide la diferencia de punto de vista, de naturaleza, de escala y de función (la noción de masa, así entendida, tiene una acepción totalmente distinta que la propuesta por Canetti).
No basta con definir la burocracia por una segmentaridad dura, con compartimentación de los despachos contiguos, jefe de despacho en cada segmento, y centralización correspondiente al final del pasillo o en lo alto del edificio. Pues al mismo tiempo hay toda una segmentación burocrática, una flexibilidad y una comunicación entre despachos, una perversión burocrática, una inventiva o creatividad permanentes que se ejercen incluso contra los reglamentos administrativos. Si Kafka es el teórico más importante de la burocracia es porque muestra cómo, a un cierto nivel (pero, ¿cuál?, no es localizable), las barreras entre despachos dejan de ser “límites precisos”, están inmersas en un medio molecular que las disuelve, al mismo tiempo que hace proliferar el jefe en microfiguras imposibles de reconocer, de identificar, y que no son más discernibles que centralizables: otro régimen, que coexiste con la separación y la totalización de los segmentos duros (10). Por la misma razón se dirá que el fascismo implica un régimen molecular que no se confunde ni con segmentos molares ni con su centralización. Sin duda, el fascismo ha inventado el concepto de Estado totalitario, pero no hay razón para definir el fascismo por una noción que él mismo ha inventado: hay Estados totalitarios sin fascismo, del tipo estalinista o del tipo dictadura militar. El concepto de Estado totalitario sólo tiene valor a escala macropolítica para una segmentaridad dura y para un modo especial de totalización y de centralización. Pero el fascismo es inseparable de núcleos moleculares, que pululan y saltan de un punto a otro, en interacción, antes de resonar todos juntos en el Estado nacionalsocialista. Fascismo rural y fascismo de ciudad o de barrio, joven fascismo y fascismo de ex-combatiente, fascismo de izquierda y de derecha, de pareja, de familia, de escuela o de despacho: cada fascismo se define por un microagujero negro, que vale por sí mismo y comunica con los otros antes de resonar en un gran agujero negro central generalizado (11). Hay fascismo cuando una máquina de guerra se instala en cada agujero, en cada nicho. Incluso cuando el Estado nacionalsocialista se instale, tendrá necesidad de la persistencia de esos microfascismos que le proporcionan un medio de acción incomparable sobre las “masas”. Daniel Guérin tiene razón cuando dice que si Hitler conquistó el poder, más bien el Estado mayor alemán, fue porque disponía previamente de microorganizaciones que le proporcionaban “un medio incomparable, irreemplazable, para penetrar en todas las células de la sociedad”, segmentaridad flexible y molecular, flujos capaces de impregnar cada tipo de células. Y a la inversa, si el capitalismo ha acabado por considerar la experiencia fascista como catastrófica, si ha preferido aliarse con el totalitarismo estalinista, mucho más sabio y tratable a su gusto, es porque éste tenía una segmentaridad y una centralización más clásicas y menos fluentes. Si el fascismo es peligros se debe a su potencia micropolítica o molecular, puesto que es un movimiento de masa: un cuerpo canceroso, más bien que un organismo totalitario. El cine americano ha mostrado a menudo esos núcleos moleculares, fascismo de banda, de gang, de secta, de familia, de pueblo, de barrio, de automóvil, y del que no se libra nadie. Nada mejor que el microfascismo para dar una respuesta a la pregunta global: ¿por qué el deseo desea su propia represión, cómo puede desear su represión? Por supuesto, las masas no sufren pasivamente el poder; tampoco “quieren” ser reprimidas en una especie de histeria masoquista; ni tampoco son engañadas, por un señuelo ideológico. Pero, el deseo siempre es inseparable de agenciamientos complejos que pasan necesariamente por niveles moleculares, microformaciones que ya moldean las posturas, las actitudes, las percepciones, las anticipaciones, las semióticas, etc. El deseo nunca es una energía pulsional indiferenciada, sino que es el resultado de un montaje elaborado, de un engineering de altas interacciones: toda una segmentaridad flexible relacionada con energías moleculares y que eventualmente determina al deseo a ser ya fascista. Las organizaciones de izquierda no son las últimas en segregar sus microfascismos. Es muy fácil ser antifascista al nivel molar, sin ver el fascita que uno mismo es, que uno mismo cultiva y alimenta, mima, con moléculas personales y colectivas.
Habría que evitar cuatro errores relacionados con esta segmentaridad flexible y molecular. El primero es axiológico y consistiría en creer que basta con un poco de flexibilidad para ser “mejor”. Pero el fascismo es todavía más peligroso a causa de sus microfascismos, y las segmentaciones finas tan nocivas como los segmentos más endurecidos. El segundo es psicológico, como si lo molecular perteneciera al dominio de la imaginación y sólo remitiera a lo individual o a lo interindividual. Pero hay tanto de Real-social en una línea como en la otra. El tercero consistiría en pensar que las dos formas se distinguen simplemente por las dimensiones, como una forma pequeña y una forma grande; y si bien es cierto que lo molecular actúa en el detalle y pasa por pequeños grupos, no por ello deja de ser coextensivo a todo el campo social, tanto como la organización molar. Por último, la diferencia cualitativa entre las dos líneas no impide que se impulsen o coincidan, de suerte que siempre hay entre ellas una relación proporcional, ya sea directa o inversamente proporcional.
En efecto, en un primer caso, cuanto más fuerte es la organización molar, más suscita una molecularización de sus elementos, de sus relaciones y aparatos elementales. Cuando la máquina deviene planetaria o cósmica, los agenciamientos tienden cada vez más a miniaturizarse, a devenir microagenciamientos. Según la fórmula de Gorz, el capitalismo mundial ya sólo tiene como elemento de trabajo un individuo molecular, o molecularizdo, es decir, de “masa”. La administración de una gran seguridad molar organizada tiene como correlato una microgestión de pequeños miedos, toda una inseguridad molecular permanente, hasta el punto de que la fórmula de los ministerios del interior podría ser: una macropolítica de la sociedad para y por una micropolítica de la inseguridad (12). No obstante, el segundo caso todavía es más importante, en la medida en que los movimientos moleculares ya no logran perfeccionar, sino combatir y socavar la gran organización mundial. Es lo que decía el presidente Giscard d’Estaing en su lección de geografía política y militar: cuanto más se equilibran las cosas entre el Este y el Oeste, en una máquina dual, sobrecodificante y supermilitarizada, más se “desestabilizan” en la otra línea, del Norte al Sur. Siempre hay un palestino, pero también un vasco, un corso, para provocar “una desestabilización regional de la seguridad” (13). Como consecuencia, los dos grandes conjuntos molares, al Este y al Oeste, están constantemente trabajados por una segmentación molecular, con fisura en zig-zag, que hace que tengan dificultad para retener sus propios segmentos. Como si constantemente una línea de fuga, incluso si comienza por un minúsculo arroyo, fluyese entre los segmentos y escapase a su centralización, eludiese su totalización. Así se presentan los profundos movimientos que sacuden una sociedad, aunque sean necesariamente “representados” como un enfrentamiento entre segmentos molares. Se dice equivocadamente (sobre todo en el marxismo) que una sociedad se define por sus contradicciones. Pero eso sólo es cierto a gran escala. Desde el punto de vista de la micropolítica, una sociedad se define por sus líneas de fuga, que son moleculares. Siempre fluye o huye algo, que escapa a las organizaciones binarias, al aparato de resonancia, a la máquina de sobrecodificación: todo lo que se incluye dentro de lo que se denomina “evolución de las costumbres”, los jóvenes, las mujeres, los locos, etc. Mayo del 68, en Francia, era molecular, y sus condiciones tanto más imperceptibles desde el punto de vista de la macropolítica. En esas circunstancias, se da el caso de que personas muy moderadas o muy viejas capten mejor el acontecimiento que los hombres políticos más avanzados, o que se creían tales desde el punto de vista de la organización. Como decía Gabriel Tarde, habría que saber qué campesinos, y en qué regiones del Mediodía, han empezado a negar el saludo a los propietarios del entorno. A este respecto, un viejo propietario desfasado puede evaluar mejor las cosas que uno progresista. En Mayo del 68 ocurrió lo mismo: todos los que lo juzgaban en términos de macropolítica no comprendieron nada del acontecimiento, puesto que algo inasignable huía. Los hombres políticos, los partidos, los sindicatos, y muchos hombres de izquierda, cogieron una gran rabieta; repetían sin cesar que no se daban las “condiciones”. Daba la impresión de que se les había privado provisionalmente de toda la maquinaria dual que los convertía en los únicos interlocutores válidos. Extrañamente, de Gaulle e incluso Pompidou comprendieron mucho mejor que los otros. Un flujo molecular se escapaba, primero minúsculo, luego cada vez más inasignable… No obstante, lo contrario también es cierto: las fugas y los movimientos moleculares no serían nada si no volvieran a pasar por las grandes organizaciones molares, y no modificasen sus segmentos, sus distribuciones binarias de sexos, de clases, de partidos.
Así pues, la cuestión es que lo molar y lo molecular no sólo se distinguen por la talla, la escala o la dimensión, sino por la naturaleza del sistema de referencia considerado. Por eso quizá habría que reservar las palabras “línea” y “segmentos” para la organización molar, y buscar otras palabras que conviniesen más a la composición molecular. En efecto, cada vez que se puede asignar una línea de segmentos bien determinados vemos que se prolonga, bajo otra forma, en un flujo de cuantos. Y cada vez, se puede situar un “centro de poder” como frontera entre los dos y definirlo no por su ejercicio absoluto en un dominio, sino por las adaptaciones y conversiones relativas que efectúa entre la línea y el flujo.

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