lunes, 20 de junio de 2011

Los hombres son hierba. (Gregory Bateson)

La metáfora y el mundo del proceso mental
Esta es la grabación de una conferencia que tenía la intención de dar en la reunión de los Miembros de Lindisfarne de Green Gulch, en junio de 1980. Hubiera deseado estar ahí ustedes, pero cuando pareció que no iba a poder ir a Green Gulch para estar reunión hablé con Bill Thompson y le sugerí dictar una grabación que pudieran escuchar, si él lo deseaba. En caso contrario, estoy seguro de que cualquiera de esta sala será perfectamente capaz de lanzarse el primero para hablarles en esta reunión. Bill me aconsejó que hablase sobre lo que más ha estado ocupando mi mente durante los últimos dos o tres meses, y que les ofreciese esto como base para sus discusiones. He estado pensando en dos cosas. Una es muy general, tal vez demasiado general, y la otra es bastante concreta. Si estuviese entre ustedes, preferiría hablar sobre el asunto concreto, esperando para el otro una discusión que pudiera serme útil, pero dado que por lo visto éste no será el caso, dejen que les plantee el asunto general que, en efecto, viene a ser un estudio de casi todo lo que he hecho en mi vida. El es­tudio de una línea de ideal en la que siempre he intentado moverme, aunque esta dirección, por supuesto, se define y se vuelve a definir de proyecto en proyecto. Yo me crié en medio de la genética mendeliana, y el vocabulario [37] que utilizábamos entonces era muy curioso. Solíamos hablar de los factores mendelianos. La palabra «factor» era una palabra utilizada para evitar «causa», y a la vez para evi­tar decir «idea» u «orden». Recordarán que en el siglo XIX hubo batallas profundas y sangrientas relacionadas con el concepto lamarckiano de la herencia de los caracteres adqui­ridos. Y este concepto fue declarado tabú porque se creía, in­correctamente creo, que introducía necesariamente un com­ponente sobrenatural en la explicación biológica. Me parece a mí que encajaría con muy poca modificación con el panorama general de la explicación biológica, aunque esto ciertamente alteraría la base de la biología desde sus fundamentos hacia arriba, y alteraría nuestras ideas sobres nuestra relación con la mente, nuestra relación con los demás, nuestra relación con la libre voluntad, y así sucesivamente. En una palabra, nuestra espistemología entera. Aquí, con lo que acabo de decir, se fi­jarán en la suposición de que la epistemología, y las teorías de la mente, así como las de la evolución, son casi la misma cosa, y la epistemología es un término algo más general que abarca­rá las teorías de la evolución y las teorías de la mente.
Las batallas sostenidas en este campo fueron feroces y san­grientas y, con pocas excepciones, nadie querría volver a sufrir dichas batallas. De modo que todavía estamos sufriendo sus consecuencias. En todo caso, parecía más seguro en aquel tiem­po calificar a los agentes causales o los componentes explicati­vos de la genética, como factores, antes que como órdenes o recuerdos. Darwin, como seguramente sabrán, se rajó ante la cuestión de la mente y la materia en las últimas páginas del Origen de las Especies. Allí sugiere que, mientras su teoría evo­lutiva explicaba lo que había ocurrido con las cosas vivas una vez la evolución biológica había empezado en la superficie de la Tierra, es posible que aquella vasta herencia no comenzase en la Tierra, sino que llegara a la Tierra en forma de bacteria, tal vez sobre ondas luminosas o lo que fuera, una teoría que siempre he encontrado un poco infantil. Un miembro de la fa­milia Darwin me dijo una vez que probablemente lo escribió porque le tenía miedo a su esposa, que era una cristiana ardorosa [38]. Sea como sea, el problema mente/cuerpo o el problema mente/materia se evitaba en aquellos primeros días del siglo XX. Todavía se evita en gran parte en las escuelas de zoología, y los términos «factor mendeliano», «alelo», etc., eran todos ellos eufemismos bastante convenientes para evitar reconocer que el campo de investigación estaba totalmente dividido. Mi padre, en el 1890, se había propuesto realizar aproxi­madamente (y esto es realmente curioso) lo que yo he estado intentando hacer durante los últimos meses. A saber, preguntar, si separamos, por el bien de la investigación, el mundo del proceso mental del mundo de la causa y la materia, ¿qué aspecto tendría ese mundo del proceso mental? Y él lo habría llamado, creo, las leyes de la variación biológica, y yo estaría dispues­to a aceptar ese título para lo que estoy haciendo, incluyendo, tal vez, tanto la variación biológica como la mental, para que no olvidemos nunca que el pensar es variación mental.
Y, por supuesto, entro en este campo con muchas herramientas de las que no disponía mi padre. Tal vez valga la pena mencionarlas rápidamente: hay toda una cibernética, toda una teoría de la información, y aquel campo que supongo que podríamos llamar la teoría de la comunicación, aunque, como verán, no me gusta mucho esta palabra. La teoría de la organización resultaría un poco mejor, o la teoría de la resonancia tal vez mejor todavía. Además, y esto es muy importante, mantengo una actitud bastante distinta hacia Lamarck, y hacia lo sobrenatural, y hacia «Dios». Hace cien años era peligroso pensar en estas cosas, y existía la opinión de que la manera de clasificar estas cosas podrá resultar equivocada. Personalmente creo que la manera en que uno clasifica la herencia de los caracteres adquiridos [¿será éste el caso de la Percepción Extra-Sensorial (PES)?] es en gran parte Una cuestión de gustos, sólo que la acompaña, como en todos las cuestiones de gustos, la amenaza de que existen muchas maneras de llevar a cabo esta clasificación, las cuales, de hecho, conducirán al desas­tre. Si ustedes quieren opinar que estas formas de clasificación son equivocadas, me parece muy bien, pero personal­mente quiero saber más sobre toda la trama mental de la que [39] estamos hablando. Y por lo tanto, la palabra «equivocada» o las palabras «mal gusto» o lo que sea, adquirirán un significa­do en la historia natural. Y eso es lo que realmente estoy in­tentando hacer: descubrir, explorar. Y empiezo desde una po­sición que es un poco más libre para tener una visión global que la posición de la generación anterior.
Por otra parte, empiezo desde una posición en la que ten­go cierta idea de la naturaleza respecto de lo que quisiera lla­mar «información». A saber, que esta «materia» no es preci­samente esto, una cosa, y que el lenguaje entero del materia­lismo, aunque sea bueno para describir las relaciones entre las cosas materiales, para meditar sobre las cosas, es un método fatal para describir las relaciones entre las cosas y meditar so­bre su organización. En otras palabras, el lenguaje materialis­ta o mecanicista es inadecuado para mi uso, y simplemente debo tener el coraje suficiente para descartarlo. Esto signifi­ca, por supuesto, que dentro de mi mundo o universo mental, no reconozco ninguna cosa y, obviamente, no existen cosas en el pensamiento. Las neuronas pueden ser canales para algo, pero en sí no son cosas en el terreno del pensamiento, a no ser que uno piense en ellas, lo cual es otra cosa aparte. En el pen­samiento, lo que tenemos son ideas. No existen ni cerdos, ni palmeras, ni gente, ni libros, ni agujas, ni… ¿Saben? Nada. Sólo hay ideas de cerdos y palmeras y gente y lo que sea. Sólo ideas, nombres, y cosas por el estilo. Esto le coloca a uno en un mundo que resulta totalmente extraño. Me encuentro es­capando de su contemplación y, en esencia, corriendo hacia un mundo de materialismo, lo cual parece ser lo que hacen to­dos, limitados sólo por la disciplina de que dispongan. Me siento obligado a pedir que me den una libra, un poco de masa, un poco de tiempo, un poco de longitud, alguna combi­nación de esta llamada energía. Que me den poder, que me den todo lo demás. Que me den ubicación, pues en el mundo mental no hay sitio. Solo hay el sí y el no, sólo ideas de ideas, sólo informaciones sobre mensajes: y las informaciones son noticias, esencialmente, de diferencias, o la diferencia entre diferencias, etc. Lo que se produce perpetuamente en las obras [40] De los filósofos más eruditos, al igual que en las de personas como yo mismo, es una rápida carrera hacia los lenguajes y estilos y conceptos del materialismo mecánico para escapar de la increíble desnudez —a primera vista— del mundo mental.
Ahora, fíjense en que al desechar nuestros mecanismos preferidos para la explicación, muchas cosas familiares de las que profundamente desaparecen con el agua del baño, y yo pienso, ¡menudo alivio! Notablemente, la separación entre Dios y Su creación: este tipo de cosa ya no existe. Notablemente, la separación entre la mente y la materia: ya no nos preocuparemos por esto excepto para observarlo por curiosidad, como una idea monstruosa que casi nos liquidó. Y así progresivamente.
Creo que ya es hora de proporcionarle a mi mundo mental algunos muebles. De momento, lo único que tienen es la idea de que está lleno de ideas y mensajes e informaciones, y que el filtro intangible que hay entre el mundo material y mecánico y el mundo del proceso mental es simplemente este filtro de la diferencia. Que mientras diez libras de avena son reales en el sentido del materialismo, la proporción (y repito la palabra proporción: no quiero decir la diferencia sustractiva —el con­traste, si quieren, sí—) entre cinco libras y diez libras no for­ma parte del mundo material. No tiene masa, no tiene ningu­na característica física —es una idea—. Y siempre existe este movimiento hacia un primer derivado entre el mundo mecánico y el mundo del proceso mental. Derivé este punto de Alfred Korzybski aproximadamente en 1970. Los que están aquí puede que se acuerden de la reunión de Lindisfarne en la que A. M. Young y yo tuvimos una confrontación, tal vez una confrontación bastante desafortunada. Él decía tal vez lo mis­mo y lo ampliaba de maneras determinadas, que significaban, como yo lo veía, que iba a olvidarse de la ley de las dimensio­nes, y de toda la clasificación lógica, según su comprensión de la vida mental. Yo consideraba que esto era un error muy gra­ve: no sé cuál de los dos tenía razón. En cualquier caso, ésta es la primera característica positiva que les he ofrecido sobre el mundo mental. [41].
Ahora dejen que introduzca otra familia completa de proporciones descriptivas, descriptivas de la epistemología, sobre las cuales no queda muy claro si pertenecen al aspecto mecánico o al aspecto del proceso mental. Yo prefiero el segundo, pero considerémoslo. Éstas son las proposiciones que san Agustín, hace mucho tiempo, llamó las verdades eternas, a las cuales Warren McCulloch, un buen amigo mío, siempre les tuvo cariño, si se le puede tener cariño a algo tan imperso­nal. Las verdades eternas de san Agustín eran proposiciones, como por ejemplo: «tres más siete son diez». Y él afirmaba que siempre habían sido diez y que siempre serían diez. Él no se interesaba, por supuesto, por esta división entre lo mental y lo mecánico, o lo físico de lo que estoy hablando, así que no entró en esto, por lo que yo sé. Pero nosotros sí que nos inte­resamos por esto. Creo que existe un contraste entre lo que llamo cantidad y lo que llamo patrón, y en este contraste veo que el número, al menos en sus formas más simples, las for­mas más pequeñas, es inevitablemente de la categoría y na­turaleza del patrón y no de la naturaleza de la cantidad. Por lo tanto, el número quizá sea el más simple de todos los patro­nes. En cualquier caso, san Agustín era matemático, y sobre todo aritmético, y parece que él creía que los números eran cosas muy especiales, una creencia que no será desconocida para los que de entre ustedes hayan reflexionado un poco so­bre la numerología pitagórica y otras cosas relacionadas con ello. Por lo tanto, después de todo, los contrastes entre los nú­meros son mucho más complejos que las simples proporcio­nes. Se podría decir, supongo, que los contrastes —diferen­cias de patrones— entre los números disminuyeron a medida que los números se hacían más y más grandes, pero no estoy seguro de que los números nos permitan decir tal cosa. Lo que parece estar claro es que, al menos en los números más pe­queños, las diferencias de patrones, entre tres y cinco por ejemplo, son realmente drásticas, y de hecho forman criterios taxonómicos importantes en los campos biológicos. Después de todo, estoy interesado en este terreno del patrón o número o proceso mental como terreno biológico, y las criaturas biológicas [42] plantas y animales, realmente parecen creer que tienen mucha mayor conexión con el número que con la cantidad, aunque por encima de un determinado nivel cuantitativo una determinada magnitud numérica, como señalé en Mind and Nature, los números se convierten en cantidades, y por lo tanto, una rosa tiene cinco sépalos, cinco pétalos, muchos estambres, y luego un gineceo con un sistema de pistilos basado en el cinco. El contraste entre los cuatro lados de un cuadrado y los tres lados de un triángulo no es cuatro menos tres, resultando uno, ni siquiera es la proporción entre cuatro y tres. Son las diferencias muy elaboradas del patrón y de la simetría que se obtienen entre los dos números como patrones. Por lo tanto, parece que este aspecto de los patrones de los números pertenece como mínimo al mundo mental de los organismos. Ahora quiero introducir otro componente en este mundo, el cual reconozco que es más bien sorprendente. Des­de hace mucho tiempo quedó claro que la lógica era una herramienta muy elegante para la descripción de los sistemas lineales de la causalidad —si A, luego B, y si A y B, luego C, y así sucesivamente—. Nunca ha quedado claro que la lógica se pueda utilizar para la descripción del patrón y el aconteci­miento biológico. De hecho, queda muy claro que es inade­cuada, al menos para la descripción de los sistemas causales circulares y los sistemas recurrentes que generan las paradojas. Ahora bien, con éstas uno puede arreglárselas, tal vez por completo, no lo sé, con una corrección del sistema lineal me­diante el recurso al tiempo. Se puede concluir la paradoja de Epiménides con la declaración: afirmativo en el momento A, y si es afirmativo en el momento A, entonces es negativo en el momento B; si es negativo en el momento B, entonces es afir­mativo en el momento C; y así sucesivamente. Pero no creo que sea realmente así en la naturaleza. Quiero decir que se puede hacer en cualquier página de un libro, pero ya es otra cosa decir que éstas son sucesiones causales lógicas, o lo que sea, que de hecho se dan en los organismos y en sus relaciones y en las tautologías de la embriología, etc. Les parecerá una solución muy improbable. [42].
Por otro lado, hay otra solución que quisiera presentarles. ¿Podría alguien escribir estos dos silogismos juntos en la pizarra, por favor? El primero es un silogismo del estilo que tradicionalmente se llama Barbara:
Los hombres mueren. Sócrates es hombre. Sócrates muere.
Y el otro silogismo tiene, creo yo, un nombre bastante lamentable, del cual hablaré en unos minutos, y es así:
La hierba muere. Los hombres mueren. Los hombres son hierba.
Gracias. Ahora, estos dos silogismos coexisten en un mun­do incómodo, y un crítico me señaló el otro día en Inglaterra que la mayor parte de mi pensamiento toma la forma de la se­gunda clase de secuencia y que esto estaría muy bien si yo fue­ra poeta, pero que resulta poco elegante en un biólogo. Bue­no, es cierto que los eruditos o alguien así estudiaron varios ti­pos de silogismos, cuyos nombres, gracias a Dios, se han olvi­dado, y señalaron el «silogismo de la hierba», como yo deno­mino este estilo, y dijeron: «eso está mal, eso no es válido, no es suficientemente sólido para utilizarlo a modo de prueba. No suena lógico». Y el crítico dijo que «ésta es la manera en la que le gusta pensar a Gregory Bateson y no estoy convenci­do». Bien, tuve que reconocer que pienso de esta manera, y no estaba muy seguro de lo que quería decir con la palabra «convencido». Tal vez sea una característica de la lógica, pero no de toda forma de pensamiento. De modo que estudié pro­fundamente este segundo tipo de silogismo que se llama, a propósito, «afirmación de la premisa menor». Y me pareció que ésta era realmente la manera en que solía pensar, y tam­bién me pareció que era la manera en que pensaban los poe­tas. También me pareció que tenía otro nombre, y su nombre [44] era metáfora. Y me pareció que tal vez, aunque no siempre era lógicamente válida, podría ser una contribución muy útil a los principios de la vida. La vida quizá no siempre pregunta qué es lo lógicamente válido. Me sorprendería mucho que lo hiciese.Ahora bien, y con estas cuestiones en la cabeza, empecé a ligar. Les diré que el silogismo de la hierba tiene una historia muy interesante. De hecho, fue ampliado por un hombre llamado E. von Domarus, un psiquiatra holandés de la primera mitad de este siglo, que escribió un ensayo en un librito muy interesante, prácticamente desaparecido, llamado Languaje and Thought in Schizophrenia. Y lo que señaló fue los esquizofrénicos tienden a hablar, y quizá también a pensar, con silogismos que tienen la estructura general del silogismo de la hierba. E investigó a fondo la estructura de este silogismo­ y descubrió que es distinto del silogismo de Sócrates, ya que el de Sócrates identifica a éste como miembro de una clase, y le coloca hábilmente entre la clase de los que morirán, mientras que el silogismo de la hierba no trata del mismo tipo de clasificación. El silogismo de la hierba trata de la ecuación de predicados, no de las clases y sujetos de las clases, sino de identificación de predicados. Muere —muere, lo que muere es igual a aquella otra cosa que muere—. Y von Domarus, que era un hombre amable y, ya saben, honrado, dijo que esto está muy mal, y es la manera en que piensa el poeta, y es la manera en la que piensan los esquizofrénicos, y deberíamos evitarlo. Tal vez.
Verán, si es cierto que el silogismo de la hierba no requiere sujetos como materia de su construcción, y si es cierto que silogismo en Barbara (el silogismo de Sócrates) sí que los requiere, entonces también es cierto que el silogismo en Barbara no sirvió de mucho en un mundo biológico hasta la in-ron del lenguaje y la distinción entre sujetos y predicados. En otras palabras, parece que hasta hace cien mil años, tal vez como máximo hace un millón de años, no había silogismos en la forma Barbara en este mundo, y que sólo había los de la forma Bateson, y aun así, los organismos seguían sin problemas [45 mas. Consiguieron organizarse en su embriología para tener dos ojos, uno a cada lado de la nariz. Consiguieron organizar­se en su evolución. De modo que había predicados compartidos entre el caballo y el hombre, lo que los zoólogos de hoy llaman homología. Y se hizo evidente que la metáfora no era simplemente bonita poesía, no era ni buena ni mala lógica, sino que, de hecho, era la lógica sobre la cual se había construido el mundo biológico, la característica principal y el pegamen­to organizador de este mundo del proceso mental que he estado intentando dibujar para ustedes de una u otra manera.
Bueno, espero que esto les haya entretenido, que les haya proporcionado algo en lo que pensar, y espero que haya he­cho algo para librarles de pensar en términos materiales y ló­gicos, en la sintaxis y terminología de la mecánica, cuando de hecho, están intentando pensar en cosas vivas.
Eso es todo.*
* Este ensayo es la transcripción de la cinta grabada por Gregory Bateson como discurso de apertura de la reunión anual de los miembros de Lindisfarne del 9 de Junio de 1980, en Wheelwright Center, Green Gulch. Se dictó algunas semanas antes en Esalen Instituto en Big Sur. donde se dio cuenta de que su salud no le iba a permitir asistir a la reunión en persona. Bateson murió al mediodía del 4 de junio de 1980, en la casa de huéspedes del Centro Zen en San Francisco.

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