domingo, 19 de junio de 2011

La cuestión de la organización para la I.S. (Guy Debord)

La cuestión de la organización para la I.S.
Por Guy Debord

1
Todo lo que se conoce hasta ahora de la I.S. pertenece a una época que venturosamente ha acabado (puede decirse con más precisión que era la “segunda época”, si se cuenta como una primera la actividad centrada sobre la superación del arte, en 1957-1962).

2
Las nuevas tendencias revolucionarias de la sociedad actual, aunque sean todavía débiles y confusas, ya no están relegadas a una marginación clandestina: este año hacen acto de presencia en la calle.

3
Paralelamente, la I.S. ha salido del silencio; y debe -obrando con estrategia- explotar ahora esta abertura. No puede evitarse la boga, aquí y allá, del término “situacionista”. Debemos actuar de modo que este fenómeno (normal) nos sirva más que nos perjudique. “Lo que nos sirve”, a mis ojos no se diferencia de lo que sirve para unificar y radicalizar las luchas dispersas. Esta es la tarea de la I.S. en tanto que organización. Aparte de lo anterior, el término “situacionista” podría designar vagamente una determinada época del pensamiento crítica (bastante bien está ya con haberlo iniciado) pero a la cual nadie está vinculado más que por lo que hace personalmente, sin referencia a una comunidad organizacional. Aunque mientras dicha comunidad exista, deberá conseguir distinguirse de quien habla de ella sin ser ella.

4
Cabe decir, en cuanto a las labores en que nos hemos reconocido anteriormente, que actualmente es necesario poner el acento menos sobre la elaboración teórica, que debe continuar, que sobre su comunicación esencialmente sobre la unión práctica con lo que surge (aumentando ahí rápidamente nuestras posibilidades de intervención, de crítica, de apoyo ejemplar).

5
El movimiento que comienza a duras penas es el comienzo de nuestra victoria (es decir, la victoria de lo que sosteníamos y demostrábamos desde hace varios años). Pero esta victoria no debe ser capitalizada por nosotros (cada afirmación de un momento de la crítica revolucionaria, en este sentido, reclama ya -al nivel en que se encuentra- la exigencia de que toda organización coherente avanzada sepa perderse en la sociedad revolucionaria). En las corrientes subversivas actuales y próximas, hay mucho que criticar. No sería nada elegante que nosotros hiciésemos esta necesaria crítica dejando a la I.S. por encima de la misma.

6
La I.S. debe ahora demostrar su eficacia en un período ulterior de la actividad revolucionaria o bien desaparecer.

7
Para tener posibilidades de alcanzar tal eficacia, hace falta ver y declarar algunas verdades sobre la I.S., que evidentemente eran ya verdaderas de antemano. Pero en el período actual en que este “verdadero se verifica”, ha venido a ser urgente precisarlo.

8
Como la I.S. nunca fue considerada por nosotros como un fin, sino como un momento de una actividad histórica, la fuerza de las cosas nos obliga ahora a demostrarlo. La “coherencia” de la I.S. alude a la relación, tendente a la coherencia, entre todas nuestras tesis formuladas, entre ellas y nuestra acción; de ahí nuestra solidaridad para las cuestiones (muchas, no todas) en que cualquiera de nosotros debe comprometer la responsabilidad de los otros. Esto no puede ser una garantía absoluta para nadie que se reputase como que había adquirido también nuestras bases teóricas que sacase automáticamente de ellas la buena conducta indiscutible. Ni la exigencia (mucho menos el reconocimiento) de una excelencia igual de todos sobre todas las cuestiones o actuaciones.

9
La coherencia se adquiere y se verifica mediante la participación igualitaria en el conjunto de una práctica común, que a la vez descubra los defectos y aporte los remedios. Esta práctica exige reuniones formales, que suspendan las decisiones, la transmisión de todas las informaciones, el examen de todas las faltas constatadas.

10
Dicha práctica requiere en estos momentos más participantes en la I.S., tomados entre quienes confirmen su coherencia y demuestren sus capacidades. El pequeño número, bastante injustamente seleccionado hasta ahora, ha sido causa y consecuencia de una sobreestimación ridícula concedida “oficialmente” a todos los miembros de la I.S. por el mero hecho de que lo sean, aún cuando muchos no hubiesen probado en absoluto capacidades mínimas reales (veánse las exclusiones desde hace un año, garnautimas o inglesas). Esa limitación numérica pseudo-cualitativa aumenta exageradamente la importancia de toda disputa particular, al mismo tiempo que la suscita.

11
Un producto directo de esta ilusión selectiva, en el exterior, ha sido el reconocimiento mitológico de pseudo-grupos autónomos, situados gloriosamente al nivel de la I.S. cuando no eran más que sus débiles admiradores (por tanto, a la fuerza, a corto plazo sus sucios detractores). Me parece que nosotros no podemos reconocer grupo autónomo sin medio de trabajo práctico autónomo; ni el éxito duradero de un grupo autónomo sin acción unida con los obreros (sin que desde luego caiga por debajo de nuestra “definición mínima de las organizaciones revolucionarias”). Todos los tipos de experiencias recientes han mostrado el confusionismo recuperado del término “anarquista” y creo que debemos oponemos a él por todos los medios.

12
Estimo que es preciso admitir en la I.S. la posibilidad de tendencias a propósito de diversas preocupaciones u opciones tácticas, a condición de que no sean puestas en cuestión nuestras bases generales. Es preciso, igualmente, ir hacia una completa autonomía práctica de los grupos nacionales, a medida que ellos sepan constituirse realmente.

13
Al contrario de las costumbres de los excluidos que, en 1966, pretendían alcanzar –inactivadamente- en la I.S. una realización total de la transparencia y de la amistad (se estaba casi hastiado de criticar su fastidiosa compañía), y que consiguientemente daban rienda suelta en secreto a los celos más estúpidos, bulos indignos de escuela primaria, complots tan ignominiosos como irracionales, sólo debemos no admitir entre nosotros relaciones históricas (una confianza crítica, el conocimiento de las posibilidades o limitaciones de cada uno), pero sobre la base de la lealtad fundamental que exige el proyecto revolucionario que se definió desde hace más de un siglo.

14
Nosotros no tenemos derecho a equivocarnos en la ruptura. Deberemos equivocarnos aún en la adhesión -con más o menos frecuencia: las exclusiones no han marcado casi nunca un progreso teórico de la I.S. (no descubríamos en dichas ocasiones una definición más precisa de lo que es inaceptable– lo sorprendente del garnautismo se refiere justamente que era una excepción a tal regla). Las exclusiones han respondido casi siempre a presiones objetivas que las condiciones existentes reservan a nuestra acción: esto corre el peligro por tanto de reproducirse a niveles más elevados. Los “nahismos” de todas clases, podrían renacer; de lo único que se trata empero es de estar en disposición de destruirlos.

15
Para concordar la forma de este debate con lo que yo creo que debe ser su contenido propongo que este texto sea comunicado a determinados camaradas próximos a la I.S. o susceptibles de formar parte de ella, y que solicitemos su opinión sobre esta cuestión.

I.S.

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