De todas las respuestas a la lingüística de Saussure, dos tienen aquí una especial relevancia: la primera, la “antilingüística”, puede rastrearse —en la modernidad— desde la partida de Rimbaud hacia Abisinia; hasta el “temo que mientras aún tenemos gramática todavía no hemos matado a Dios” de Nietzsche; hasta el dadá; hasta “el mapa no es el territorio” de Korzybski; hasta los recortes e “irrupciones en la Habitación Gris” de Borroughs; al ataque de Zerzan contra el lenguaje mismo como mediación y como representación.
La segunda, la lingüística de Chomsky, con su defensa de una “gramática universal” y sus tres diagramas, representa (creo yo) un intento de “salvar” al lenguaje descubriendo “invariables ocultas”, de manera muy similar a la manera en que ciertos científicos están intentando “salvar” a la física de la “irracionalidad” de la mecánica cuántica. Bien que de Chomsky como anarquista podría haberse esperado que se alineara con los nihilistas, de hecho su hermosa teoría tiene más en común con el platonismo o el sufismo que con el anarquismo. La metafísica tradicional describe el lenguaje como luz pura brillando a través del cristal coloreado de los arquetipos; Chomsky habla de gramáticas “innatas”. Las palabras son hojas, los tallos son frases, las lenguas madre son ramas, las familias del lenguaje son troncos, y las raíces están en el “cielo”… o en el ADN. Yo llamo a esto “hermetalingüística” —hermética y metafísica—. El nihilismo (o la “heavymetalingüística” en honor de Borroughs) me parece haber llevado al lenguaje a un callejón sin salida y haber amenazado con describirlo como “imposible” (una gran —aunque deprimente— conquista) mientras Chomsky mantiene la promesa y la esperanza de una revelación de última hora, que yo encuentro igualmente difícil de aceptar. A mí también me gustaría “salvar” el lenguaje, pero sin recurrir a ningún “Fantasma”, o a supuestas reglas sobre Dios, los dados y el Universo.
Volviendo a Saussure, y a sus notas sobre los anagramas en la poesía Latina publicados póstumamente, encontramos ciertas pistas de un proceso que de alguna forma se escapa de la dinámica significante/significado. Saussure se ve confrontado con la sugerencia de algún tipo de “meta”-lingüística que ocurre dentro del lenguaje, más que venir impuesta como un imperativo categórico desde “fuera”. Tan pronto como el lenguaje entra en juego, como en los poemas acrósticos que estudió, parece resonar con una complejidad que se autoamplifica. Saussure intentó cuantificar los anagramas pero sus números continuaban alejándose de él (como si quizás hubiera ecuaciones no lineales presentes). Además, empezó a encontrar los anagramas por todas partes, incluso en la prosa Latina. Empezó a preguntarse si es que estaba alucinando —o si los anagramas eran un proceso inconsciente natural de libertad condicional—. Terminó abandonando el proyecto.
Me pregunto: si pudiéramos triturar la cantidad suficiente de datos de este tipo a través de un ordenador, ¿podríamos quizás empezar a modelar el lenguaje en términos de un sistema dinámico complejo? Las gramáticas en tal caso no serían “innatas”, sino que emergerían del caos como “órdenes más altos” en evolución espontánea, en el sentido de Prigogine de “evolución creativa”. Las gramáticas podrían concebirse como “Atractores Extraños”, como el esquema oculto que “causó” los anagramas; esquemas “reales” pero que sólo tienen “existencia” en términos de los subesquemas que manifiestan. Si el significado es elusivo, quizás sea porque la conciencia misma, y por tanto el lenguaje, es fractal.
Encuentro esta teoría más satisfactoriamente anarquista que la antilingüística o la de Chomsky. Sugiere que el lenguaje puede superar la representación y la mediación, no porque sea innato, sino porque es caos. Sugeriría que toda la experimentación dadaísta (Feyerabend describió su escuela de epistemología científica como “dadá anarquista”) en la poesía sonora, el gesto, el recorte, los lenguajes animales, etc., todo esto estaría dirigido no a descubrir ni a destruir el significado, sino a crearlo. El nihilismo señala sombríamente que el lenguaje crea el significado de manera “arbitraria”. La Lingüística del Caos lo ratifica de buena gana, pero añade que el lenguaje puede superar al lenguaje, que el lenguaje puede crear libertad en la confusión y la desintegración de la tiranía semántica.
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