Existe hoy solo una civilización, una única máquina global de  domesticación. Los continuos esfuerzos de la Modernidad para desencantar  e instrumentalizar el mundo natural no-cultural han producido una  realidad en la que virtualmente nada queda fuera del sistema. Esta  trayectoria ya era visible en los tiempos de las primeras urbes. Desde  aquellos tiempos Neolíticos nos hemos acercado mucho más a completar la  des-realización de la naturaleza, culminando hoy en un estado de  emergencia mundial. La aproximación a la ruina es una visión común,  nuestro obvio no-futuro. Casi no es necesario  destacar que ninguna de las pretensiones de la Modernidad/Ilustración  (en lo que concierne a la libertad, la razón, el individuo) son válidas.  La modernidad es esencialmente globalización, masificación,  estandarización. La auto-evidente conclusión de una inexorable expansión  indefinida de las fuerzas productivas da el golpe final a la creencia  en el progreso. A medida que la industrialización de China avanza a  sobre-marcha, tenemos otro caso gráfico a la vista.
Historia de la renuncia
Desde el Neolítico, ha habido un constante incremento de la dependencia  con la tecnología, la cultura material de la civilización. Como  Horkheimer y Adorno lo destacaron, la historia de la civilización es la  historia de la renuncia. Se obtiene menos de lo que se pone. Este el  fraude de la tecnocultura, y el corazón oculto de la domesticación, el  empobrecimiento creciente de uno mismo, de la sociedad, de la Tierra.  Mientras tanto, los sujetos modernos tienen esperanza que, de alguna  manera, la promesa de mayor modernidad sanará las heridas que los  afligen.
Un aspecto definitorio del mundo presente es el desastre  auto-construido, que se anuncia diariamente. Pero la crisis que enfrenta  la biosfera es razonablemente menos destacada y notoria, por lo menos  en el Primer Mundo, que la diaria alineación, desesperación y captura en  una rutinaria red que controla sin sentido.
La influencia sobre los más pequeños eventos o circunstancias nos vacía a  medida que el sistema de producción e intercambio destruye nuestras  locales peculiaridades, distinciones y costumbres. Se han ido las  anteriores pre-eminencias del lugar, reemplazadas progresivamente por lo  que Pico Ayer llama la cultura de aeropuerto, sin raíces, urbana,  homogénea.
La Modernidad encuentra sus bases originales en el colonialismo, así  como la civilización –en un nivel más fundamental- se funda en la  dominación. Algunos querrían olvidar este elemento pivotal de la  conquista, o trascenderlo, como en la fácil nueva trans-modernidad de la  pseudo-resolución de Enrique Dussel (The Invention of the Americas,  1995). Scott Lash usa una manipulación similar en Another Modernity: A  Different Rationality (1999), un pobre título sin sentido dada su  reafirmación del mundo de la tecnocultura. Un fracaso más tortuoso es  Alternative Modernity (1995), en el que Andrew Feenberg observa  sabiamente que la tecnología no es un valor que uno debe elegir a favor o  en contra, sino un desafío sin fin a desplegar y multiplicar mundos. El  triunfante mundo de la civilización tecnificada, que conocemos como  modernización, globalización o capitalismo, nada tiene que temer de  tales evasiones vacías.
Paradójicamente, la mayoría de los trabajos de análisis social brindan  soporte a una acusación del mundo moderno, pero fracasan al confrontar  las consecuencias del contexto que desarrollan. David Abrahams, por  ejemplo, en The Spell of the Sensuous (1995) brinda una revisión muy  crítica de las raíces de la totalidad anti-vida, sólo para concluir con  una nota absurda. Ocultando las conclusiones lógicas de todo su libro  (que debería ser un llamado a oponerse a los horribles lineamientos de  la tecno-civilización), Abrahams decide que este movimiento hacia el  abismo, después de todo está, basado en la tierra y es orgánico. De  manera que tarde o temprano debe aceptar la invitación de la gravedad y  volver a la tierra. Una manera sorprendentemente irresponsable de  concluir su análisis.
Richard Stivers ha estudiado el ethos contemporáneo dominante de la  soledad, el aburrimiento, la enfermedad mental, etc., especialmente en  su Shades of Loneliness: Pathologies of Technological Society (1998).  Pero su trabajo cae en el quietismo, tal como su crítica en Technology  as Magic que termina en un esquivar similar: la lucha no es contra la  tecnología, que una manera simplista de entender el problema, sino  contra un sistema tecnológico que es ahora nuestro medio-vital
En The Enigma of Health (1996) Hans George Gadamer nos aconseja traer  nuevamente los logros de la sociedad moderna, con todo su aparato  automatizado, burocrático y tecnológico, al servicio del ritmo que  sostiene adecuadamente la vida corporal. Nueve páginas antes, Gadamer  observa que es precisamente este aparato de objetivación el que produce  nuestro violento extrañamiento de nosotros mismos.
La lista de ejemplos podría llenar una pequeña biblioteca, y el show del  horror sigue. Un dato entre miles es el asombroso nivel de dependencia  de esta sociedad con la droga tecnológica. Trabajo, descanso,  recreación, no-ansiedad/depresión, función sexual, realizaciones  deportivas -¿Qué se escapa? Por ejemplo, el uso de antidepresivos está  ascendiendo entre los preescolares, (New York Times, April 2, 2004).
Cuestionando el consenso
Aparte del doble-lenguaje de incontables teóricos semi-críticos, sin  embargo, está el peso de la inercia no-apologética de innumerables voces  que aconsejan que la modernidad es simplemente inevitable y deberíamos  desistir de cuestionarla. Dicen que es claro que en ningún lugar en el  mundo hay escapatoria de la modernización y es inalterable. Tal  fatalismo se aprecia bien en el título de Michel Dertourzos What Will  Be: How the New World of Information Will Change Our Lives (1997)
Poco asombra que la nostalgia prevalezca, el apasionado deseo por todos  lo que nos ha sido quitado de nuestras vidas. Las pérdidas se acumulan  en todas partes, junto a la protesta contra nuestro desarraigo y  llamados por un retorno a casa. Como siempre, los partidarios de  incrementar nuestra domesticación nos hablan de abandonar nuestros  deseos y crecer. Norman Jacobson (“Escape from Alienation: Challenges to  the Nation-State,” Representations 84: 2004) advierte que la nostalgia,  si abandona el mundo del arte o la leyenda, se hace peligrosa, una  amenaza al Estado-Nación. Este medroso izquierdista aconseja realismo,  no fantasías: Aprender a vivir alienado es equivalente, en la esfera  política, a dejar la seguridad de la cobija en nuestra infancia. La  civilización, como bien sabía Freud, debe ser defendida contra el  individuo y todas las instituciones son parte de esa defensa.
¿Cómo salimos de aquí, de este barco de la muerte? La nostalgia sola es  poco adecuada para un proyecto de emancipación. El mayor obstáculo para  dar el primer paso es tan obvio como profundo. Si entender viene  primero, debería ser claro que no se puede aceptar la totalidad y a la  vez formular una auténtica crítica y una visión cualitativamente  diferente de esa totalidad. Esta inconsistencia fundamental resulta en  la relumbrante incoherencia de algunos de los trabajos citados antes.
Regreso a la impactante alegoría de Walter Benjamín del significado de  la Modernidad: Su rostro está vuelto al pasado. Donde percibimos una  cadena de eventos, ve una sola catástrofe que se mantiene apilando ruina  sobre ruina y la arroja a sus pies. El ángel querría quedarse,  despertar a los muertos y reparar lo que ha sido aplastado. Pero una  tormenta sopla del Paraíso: ha apresado sus alas con tal violencia que  el ángel ya no puede cerrarlas. La tormenta lo impulsa irresistiblemente  al futuro, al que da la espalda, mientras que la pila de desperdicios  delante suyo crece hasta el cielo. Esta tormenta es lo que llamamos  progreso.(1940)
Hubo un tiempo en que esta tormenta no rugía, cuando la naturaleza no  era un adversario a ser conquistado, domesticada en lo que es estéril y  sustituto. Pero hemos estado viajando a velocidad acelerada, levantando  ráfagas de progreso a nuestras espaldas, hacia un mayor desencanto, cuya  empobrecida totalidad hace ahora peligrar tanto la vida como la salud.
La complejidad sistemática fragmenta, coloniza, rebasa nuestra vida  diaria. Su motor, la división del trabajo, minimiza la humanidad en sus  profundidades, des-capacitándonos y pacificándonos. Esta especialización  estupidizante, que nos da ilusión de competencia, es clave, permitiendo  predicar la domesticación.
Antes de la domesticación, Ernest Séller (Sword, Plow and Book, 1989)  anotó que simplemente no había posibilidad de un crecimiento comparable  en complejidad con la división del trabajo y diferenciación social. Por  supuesto, hay un fuerte consenso que una regresión de la civilización  acarrearía un alto costo –apoyado por atemorizantes escenarios  ficticios, muchos de los cuales no reflejan más que los actuales  productos de la modernidad
La gente ha comenzado a cuestionar la Modernidad. Ya un espectro está  rondando su fachada que se desmorona. En 1980 Jurgen Habermas temía que  las ideas antimodernidad junto con un toque adicional de premodernidad  habían alcanzado alguna popularidad. Una gran marea de tal pensar parece  inevitable, y comienza a resonar en filmes populares, novelas, música,  fanzines, shows de TV, etc.
Y es también un hecho triste que el daño acumulado haya causado una gran  pérdida de optimismo y esperanza. La negativa a romper con la totalidad  corona y consolida este pesimismo inductor-de-suicidio. Sólo visiones  completamente fuera de la realidad corriente constituyen nuestro primer  paso a la liberación. No podemos permitirnos continuar operando en los  términos del enemigo. (Esta posición puede parecer extrema; el  abolicionismo del siglo XIX también parecía extremo cuando sus  adherentes declararon que sólo aceptaban una eliminación de la  esclavitud y que las reformas eran pro-esclavitud).
Marx entendió la sociedad moderna como un estado de permanente  revolución, en perpetuo movimiento innovador. La posmodernidad trae más  de lo mismo, a medida que el cambio acelerado hace a todo lo humano  (como nuestras relaciones más cercanas) frágil y deshecho. La realidad  de este movimiento y fluidez ha sido elevada a virtud por pensadores  posmodernos, que celebran la indecisión como condición universal. Todo  es fluir, fuera de contexto, cada imagen o punto de vista es efímero y  tan válido como cualquier otro.
Este es el punto de vista de la totalidad posmoderna, la posición desde  la cual los posmodernos condenan toda otra perspectiva. El fundamento  histórico de la posmodernidad es desconocido en sí mismo, por tener una  aversión fundamental a descripciones generales y totalidades. Ignorando  la idea central de Kaczynki (Industrial Society and Its Future, 1996)  que el significado y la libertad son progresivamente proscriptas por la  sociedad tecnológica moderna, los posmodernos tampoco se interesaran en  el hecho que Max Weber escribió lo mismo casi un siglo antes. O que el  movimiento de la sociedad, por así decirlo, es la verdad histórica que  los posmodernos analizan tan en abstracto, como si fuera una novedad que  ellos solos (parcialmente) entienden.
Evitando asir la lógica del sistema como un todo, vía un número de áreas  de pensamiento prohibidas, la posición de estos fraudes turbadores  anti-totalidad es ridiculizada por una realidad que es más totalizada y  global que nunca. La rendición de los posmodernos es un reflejo exacto  de los sentimientos de desamparo que atraviesa la cultura. La  indiferencia ética y la auto-absorción estética unen sus manos a la  parálisis moral, en la actitud posmoderna de rechazo de la resistencia.  No sorprende que un no-occidental como Ziauddin Sardan (Postmodernism  and the Other, 1998) juzgue que la posmodernidad preserva –aún aumenta-  todas las estructuras clásicas y modernas de opresión y dominación.
La moda cultural predominante puede que no disfrute mucho más de su vida  enconchada. Después de todo, es sólo la última oferta en el mercado  minorista de la representación. Por su naturaleza, la cultura simbólica  genera distancia y mediación, supuestamente cargas inexorables de la  condición humana. La mismidad ha sido sólo una trampa del lenguaje, dice  Althusser. Estamos sentenciados a no ser más que los modos a través de  los cuales el lenguaje progresa autónomamente, nos informa Derrida
Lo simbolico es imperio
La resultante del imperialismo de lo simbólico es el triste lugar común  de que el humano concreto no juega ningún rol esencial en el  funcionamiento de la razón o la mente. Al contrario, es vital para  eliminar la posibilidad de que las cosas hayan sido alguna vez  diferentes. La posmodernidad resueltamente elimina al sujeto del origen,  la noción que no siempre estuvimos definidos y reificados por la  cultura simbólica. La simulación en computadoras es el último avance en  la representación, su poder de des-corporeizar fantasías es exactamente  paralela a la esencia central de la modernidad
La instancia posmoderna se niega a admitir la triste realidad, con  claras raíces y dinámica esencial. La tormenta del progreso de Benjamín  presiona hacia adelante en todos los frentes. Interminables evasiones  estético-textuales se apilan para la clasificación de cobardías. Thomas  Lamarre ofrece una típica apología posmoderna sobre el tema: La  Modernidad aparece como un proceso o ruptura y reinscripción:  modernidades alternativas involucran una apertura a la alteridad dentro  de la modernidad Occidental, en el propio proceso de repetición o  reinscripción. Es como si la modernidad misma es deconstrucción.  (Impacts of Modernities, 2004).
Sólo que no lo es, como si destacar esto fuera necesario.  ¡Deconstrucción y destotalización no tienen nada en común! La  deconstrucción juega su papel en el mantenimiento de todo el sistema,  que es una verdadera catástrofe, la actual, avanzando.
La era de la comunicación virtual coincide con la abdicación posmoderna,  una era de debilitamiento de la cultura simbólica. La conexión  debilitada y abaratada encuentra su análogo en la fetichización del  siempre-cambiante, significado sin base textual. Tragado por un ambiente  que es más y más un inmenso agregado de símbolos, la deconstrucción  abraza su prisión y declara ser el único mundo posible. Pero la  depreciación de los simbólico, incluyendo el analfabetismo y el cinismo  acerca de la narrativa en general, pueden conducir en la dirección de  poner en cuestión todo el proyecto civilizatorio. El fracaso de la  civilización en su nivel más fundamental se hace tan claro como sus  multiplicadores efectos mortales en lo personal, lo social y en lo  ambiental.
Las oraciones deben confinarse a los museos si la vacuidad de la  escritura persiste predijo Georges Bataille. El lenguaje y lo simbólico  son las condiciones de posibilidad del conocimiento, de acuerdo a  Derrida y el resto. Sin embargo, vemos al mismo tiempo una constante  disminución en la comprensión. La aparente paradoja de una absorbente  dimensión de representación y una disminución del significado hace  finalmente que la primera se haga susceptible –primero de duda, luego de  subversión.
Husserl trató de establecer una aproximación al significado basándose en  el respeto a la experiencia/fenómeno tal como se nos presenta, antes de  ser re-presentada por la lógica del simbolismo. No es pequeña sorpresa  que este esfuerzo haya sido un objetivo central de la posmodernidad, que  ha entendido la necesidad de extirpar esta visión. Jean Luc Nancy  expresa sucintamente esta oposición, decretando que No tenemos idea, ni  memoria, ni presentimiento de un mundo que sostenga (sic) al hombre en  su seno. (The Birth to Presence, 1993). Cuan desesperadamente aquellos  que colaboran con la reinante pesadilla se resisten al hecho de que,  durante los dos millones de años antes de nuestra civilización, esta  tierra era precisamente un lugar que no nos abandonó y nos sostuvo en su  seno.
Amenazados por la enfermedad de la información y la fiebre del tiempo,  nuestro desafío es explorar el continuo de la historia, como se dio  cuenta Benjamín es su último y mejor pensamiento. El vacío, la  homogeneidad, la uniformidad deben dar lugar al presente  no-intercambiable. El progreso histórico está hecho de tiempo, que  firmemente ha devenido una monstruosa materialidad, regulando y midiendo  la vida. El tiempo de no-domesticación, de no-tiempo, permitirá en cada  momento estar pleno de conciencia, sentimiento, sabiduría y  re-encantamiento. Se puede restaurar la verdadera duración de las cosas  cuando eliminemos al tiempo y a las otras mediaciones de lo simbólico.  Derrida, enemigo jurado de esta posibilidad, basa su negativa en la  alegada eterna existencia de la cultura simbólica: la historia no puede  terminar, porque el juego constante del movimiento simbólico no puede  terminar. Este auto-de-fe es un voto contra la presencia, autenticidad, y  todo lo que es directo, concreto, particular, único y libre. Estar  atrapado en lo simbólico es solamente nuestra situación actual, no una  sentencia eterna.
Un mundo de simulaciones
Es el lenguaje el que habla, en la frase de Heidegger. Pero ¿Fue siempre  así? Este mundo está lleno de imágenes, simulaciones –como resultado de  elecciones que pueden parecer irreversibles. Una especie, en unos pocos  miles de años, ha destruido la comunidad y creado una ruina. Una ruina  llamada cultura. Los lazos de estrechez a la tierra y a los otros –fuera  de la domesticación, ciudades, guerras, etc.- han sido dañados, pero  ¿no pueden sanarse?
Bajo el signo de la civilización unitaria ha sido develado, el posible  ataque fatal contra cualquier cosa viva y distinta, para que todos lo  veamos. La Globalización, de hecho, sólo ha intensificado lo que estaba  en marcha mucho antes de la modernidad. La colonización y uniformización  incansablemente sistematizada puesta primero en movimiento para  controlar y domar, ahora tiene enemigos que la ven tal como es y lo que  acarrea al final, a menos que sea derrotada. La elección al comienzo de  la historia fue, como ahora, la de la presencia versus la representación
Gadamer describe la medicina, básicamente, como la restauración de lo  que pertenece a la naturaleza. La curación, como la remoción de todo lo  que trabaja contra la maravillosa capacidad de la vida de renovarse a si  misma. El espíritu de la anarquía, creo, es similar. Quitemos lo que  bloquea nuestro camino y todo está allí, esperando por nosotros.)
John Zerzan
 
 
 
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