La dimensión del tiempo parece estar atrayendo  una gran atención, a juzgar por la cantidad de películas recientes que  ponen el énfasis en ella; Regreso al Futuro, Terminator, Peggy Sue se  Casó, etcétera. El libro de Stephen Hawking "Breve Historia del Tiempo"  (1989) fue un best-seller y se convirtió, aún más sorprendentemente, en  una popular película. Destaca además la cantidad de libros dedicados al  tiempo; son muchos también los que no, pero que aun así destacan la  palabra en sus títulos, como "El Color del Tiempo: Claude Monet" de  Virginia Spate (1992). Tales referencias tienen que ver, aun  indirectamente, con el pánico, el golpe ante la consciencia del tiempo,  el atemorizador sentir de nuestro ser atado a él. El tiempo es cada vez  más una manifestación clave del estrangulamiento y la humillación que  caracterizan la existencia moderna. Ilumina este paisaje deformado al  completo, y lo hará de forma incluso más ruda hasta que este paisaje y  las fuerzas que le dan forma sean alterados hasta ser irreconocibles.
Mi contribución a esta materia tiene poco que ver con la fascinación que  ejerce el tiempo sobre los productores del TV y los directores de cine,  o con el actual interés académico en las concepciones geológicas del  tiempo, la historia de la tecnología del reloj o la sociología del  tiempo, ni con las observaciones personales y consejos sobre su uso.  Ninguno de estos aspectos ni excesos del tiempo merecen tanta atención  como el significado y la lógica internos del tiempo; ya que a pesar del  hecho de que la característica del tiempo de generar reacciones de  perplejidad se ha convertido, según la estimación de John Michon, en  "casi una obsesión intelectual" (1988), nuestra sociedad es  sencillamente incapaz de manejarse con él.
Con el tiempo nos enfrentamos a un enigma filosófico, a un misterio  psicológico, y a un puzzle de lógica. Considerando el tratamiento común  del concepto de la abstracción del tiempo como si tuviera una existencia  concreta y material, no resulta sorprendente que algunos hayan dudado  de su existencia desde que la humanidad empezó a distinguir el "tiempo  en sí mismo" de los cambios visibles y tangibles en el mundo. Como  señaló Michael Ende (1984): "Hay en el  mundo un gran secreto que es aun así algo ordinario Todos nosotros somos  parte de él, todo el mundo es consciente de él, pero muy pocos piensan  sobre él alguna vez. La mayor parte de nosotros tan sólo lo aceptan y  nunca se preguntan sobre él. Este secreto, es el tiempo".
Pero, ¿qué es el "tiempo"? Spengler declaró que a nadie debería  permitírsele preguntar. El físico Richard Feynman (1988) respondió, "No  me preguntes. Es demasiado difícil para pensar sobre ello". Ni  empíricamente ni en la teoría el laboratorio tiene el poder de hallar el  flujo del tiempo, puesto que no existe instrumento que pueda registrar  su paso. Pero, ¿por qué tenemos una sensación tan fuerte de que el  tiempo pasa irremediablemente y en una determinada dirección, si  realmente no es así? ¿Por qué tiene esta "ilusión"  tal poder sobre nosotros? Del mismo modo podríamos preguntarnos por qué  la alienación tiene tal poder sobre nosotros. El paso del tiempo nos es  íntimamente familiar, el concepto del tiempo es burlonamente esquivo;  ¿por qué debería este hecho parecer bizarro, en un mundo cuya  supervivencia depende de la mistificación de sus categorías más básicas?
Hemos ido cogidos de la mano con este proceso de dar substancia al  tiempo; de tal modo que parece un hecho de la naturaleza, un poder que  existiera por derecho propio. El crecimiento de nuestro sentido del  tiempo -la aceptación del tiempo- es un proceso de adaptación a un mundo  en que cada vez es más común conceder substancia "real" a conceptos  abstractos. Es una dimensión construída, el aspecto más elemental de la  cultura. La naturaleza inexorable del tiempo proporciona el modelo  definitivo de dominación.
Cuanto más avanzamos en el tiempo, más empeora. Habitamos una era de  desintegración de la experiencia, según Adorno. La presión del tiempo,  como la de su progenitor esencial, la división del trabajo, fragmenta y  dispersa todo tras él. Uniformidad, equivalencia y separación, son  productos laterales de la fuerza bruta del tiempo. Belleza y significado  del mundo que aún-no-es-cultura, dados de forma intrínseca, se mueven  sin pausa hacia su aniquilación bajo un reloj único tan ancho como una  cultura. La aserción de Paul Ricoeur (1985) de que "no somos capaces de  producir un concepto del tiempo que sea a la vez cosmológico, biológico,  histórico e individual", falla cuando pretende captar el proceso de  convergencia de estas dimensiones.
Respecto a este concepto "ficticio" que sostiene y acompaña a todas las  formas de encarcelamiento, como bien indicó Bernard Aaronson (1972), "el  mundo está lleno de propaganda apoyando su existencia". Escribió el  poeta Denise Levertov (1974) que "Toda consciencia es consciencia del  tiempo", mostrando la profundidad con la que nos encontramos alienados  en el tiempo. Nos hemos militarizado bajo su imperio, a medida que el  tiempo y la alienación siguen profundizando en su intrusión, su ruptura  de las bases de nuestra vida diaria. "¿Significa esto," se pregunta  David Carr (1988), "que la 'lucha' en nuestra existencia consiste en  superar el tiempo en sí mismo?". Quizá sea exáctamente este el último  enemigo a sobrepasar.
Para entendernos con este adversario omnipresente pero al tiempo  fantasma, es quizá más sencillo hablar de lo que el tiempo no es. No es  sinónimo, por razones bastante obvias, de cambio. Tampoco es secuencia  de cambios, ni órden de sucesión. El perro de Pavlov, por ejemplo, debe  haber aprendido que el sonido de una campana era seguido de su  alimentación; ¿de qué otro modo podría haber sido condicionado a salivar  ante el sonido? Pero a pesar de ese efecto de causalidad los perros no  poseen una consciencia del tiempo, por lo que el antes y el después no  pueden considerarse constituídos como tiempo.
De alguna forma tienen relación con esto los inadecuados intentos para  tenerlo todo en cuenta,... excepto nuestro inevitable sentido del  tiempo. El neurólogo Gooddy (1988), bastante en la línea de Kant, lo  describe como una de nuestras cosas "subconscientes asumidas sobre el  mundo". Algunos lo han descrito, sin resultar de mucha más ayuda, como  un producto de la imaginación; y el filósofo J.J.C. Smart (1980) decidió  que era un sentimiento que "surge de la confusión metafísica".  McTaggart (1908), F.H. Bradley (1930) y Dummett (1978) han estado entre  los pensadores del siglo XX que se han decidido contra la experiencia  del tiempo por sus características contradictorias desde un punto de  vista lógico, pero parece bastante claro que la presencia del tiempo  tiene causas bastante más profundas que la mera confusión mental.
No hay nada siquiera remotamente similar al tiempo. Es tan antinatural y  a la vez tan universal como la alienación. Chacalos (1988) apunta que  el presente es una noción tan intratable y confusa como el tiempo en sí.  ¿Qué es el presente? Sabemos que siempre es ahora; uno está confinado  dentro de él, y no puede experimentar ninguna otra "parte" del tiempo.  Sin embargo, hablamos de esas otras partes con toda confianza; aquellas  que llamamos "pasado" y "futuro". Pero mientras que las cosas que  existen en otro lugar del espacio que no es este siguen existiendo, las  cosas que no existen ahora, como observa Sklar (1992), no existen en  absoluto.
El tiempo fluye necesariamente; sin su paso no habría sentido del  tiempo. Sea lo que sea lo que fluye, sin embargo, fluye respecto al  tiempo. Es decir, que el tiempo fluye respecto de sí mismo, lo cual no  tiene sentido respecto al hecho de que nada puede fluir respecto de sí.  No tenemos vocabulario disponible para la explicación abstracta del  tiempo, excepto un vocabulario en que el tiempo ya se encuentra  pre-supuesto, implícito. Lo que es necesario es cuestionar todas estas  cosas dadas. La metafísica, con unas limitaciones que le ha impuesto la  división del trabajo desde su nacimiento, es demasiado estrecha para tal  labor.
¿Qué es lo que causa que el tiempo fluya, qué es lo que lo mueve hacia  el futuro? Sea lo que sea, ha de encontrarse más allá de nuestro tiempo,  ha de ser más profundo y poderoso. Ha de depender como lo indicó Conly  (1975), de "fuerzas elementales que están operando continuamente".
William Spanos (1987) ha destacado que ciertas palabras en Latín para  "cultura" no sólo significan agricultura o domesticación, sino que son  traducciones de los términos en Griego para la imagen espacial del  tiempo. Somos, en la base, "atadores de tiempo" en el léxico de Alfred  Korzybski (1948); la especie, debido a esta característica, crea una  clase simbólica de vida, un mundo artificial. Este atar-el-tiempo se  revela en un "enorme aumento en el control sobre la naturaleza". El  tiempo se convierte en real porque tiene consecuencias, y esta eficacia  nunca ha sido más dolorosamente visible que ahora.
La vida, en su trazado más sencillo, se dice que es un viaje a través  del tiempo; un viaje a través de la alienación es uno de los secretos  más públicos. "Ningún reloj golpea para el que se encuentra feliz", dice  un proverbio alemán. El paso del tiempo, una vez sin sentido, es ahora  el ritmo inevitable que nos restringe y coarta, espejando a la ciega  autoridad en sí misma. Guyau (1890) determinó el flujo del tiempo como  "la distinción entre lo que uno necesita y lo que uno tiene" y por tanto  "donde se hace incipiente el remordimiento". Carpe diem, dice la  máxima, pero la civilización nos fuerza siempre a hipotecar el presente  al futuro.
El tiempo se dirige continuamente hacia una mayor rigidez de la  regularidad y la universalidad. El mundo tecnológico del Capital  cartografía su proceso a su través, no podría existir en su ausencia.  "La importancia del tiempo", escribió Bertrand Russell (1929), descansa  "más en su relación con nuestros deseos que en su relación con la  verdad". Hay un ánsia que es tan palpable como el tiempo; y la negación  del deseo no puede ser organizada de forma más definitiva que a través  de la vasta construcción que llamamos tiempo.
El tiempo, como la tecnología, nunca es neutral; está, como bien juzgó  Castoriadis (1991), "siempre apropiándose de significado". Todo lo que  personas como Ellul {N del T: Jacques Ellul, filósofo y teólogo crítico con la tecnología}  han dicho sobre la tecnología, de hecho, se aplica y con más  profundidad al tiempo. Ambas condiciones son pervasivas, omnipresentes,  básicas, y en general se toman como existentes de por sí como la propia  alienación. El tiempo, como la tecnología, no es sólo un hecho  determinante sino también un elemento cuya función es envolver; en el  sentido de que es el envoltorio en que la sociedad dividida se  desarrolla. Así, requiere que sus sujetos sufran, sean "realistas",  serios, y sobre todo, devotos al trabajo. Es autónomo en su aspecto de  totalidad, como la tecnología; va hacia adelante para siempre por sí  mismo, sin necesidad de nada externo.
Pero al igual que la división del trabajo que precede y pone en  movimiento al tiempo y a la tecnología, se trata de un fenómeno  socialmente aprendido. Los humanos, y el resto del mundo, se encuentran  sincronizados respecto al tiempo y a su manifestación técnica, en lugar  de ser al revés. En el núcleo de toda esta dimensión -tal y como lo es a  la alienación per se-, se encuentra el sentimiento de ser un espectador  impotente. Todo rebelde, por consiguiente, también se rebela contra el  tiempo y su severa constancia. La redención ha de implicar, en un  sentido muy fundamental, la redención respecto al tiempo.
El Tiempo y el Mundo Simbólico
"El tiempo es el accidente entre accidentes", según Epicuro.  Examinándolo más de cerca, sin embargo, su génesis resulta menos  misteriosa. Muchos han pensado, de hecho, que nociones como "el pasado",  "el presente" y "el futuro" son más lingüísticas que reales o físicas.  El teórico neo-freudiano Lacan, por ejemplo, decidió que la experiencia  del tiempo es esencialmente un efecto del lenguaje. Una persona sin  lenguaje seguramente no tendría sensación del paso del tiempo.  R.A.Wilson (1980), acercándose bastante más a la cuestión, sugirió que  el lenguaje habría comenzado por la necesidad de expresar el tiempo  simbólico. Gosseth (1972) argumentó que el sistema de tiempos verbales  encontrado en los lenguajes indo-europeos se desarrolló a la vez que una  consciencia de un tiempo universal o abstracto. El tiempo y el lenguaje  son co-términos, decidió Derrida (1982): "estar en uno es estar en el  otro". El tiempo es una construcción simbólica inmediatamente anterior,  relativamente hablando, a todas las demás, y que necesita el lenguaje  para actualizarse.
Paul Valery (1962) se refirió a la caída de la especie en el tiempo como  señal de una alienación de la naturaleza; "a través de una forma de  abuso, el hombre crea el tiempo", escribió. En la época carente de  tiempo antes de su caída, que ha sido con mucha diferencia la mayor  parte de nuestra existencia como humanos, la vida, se ha dicho a menudo,  tenía un ritmo pero no una progresión. Era el estado en el que el alma  podía "recolectar, en su ser completo" en palabras de Rousseau, en la  ausencia de estructuras temporales, "donde el tiempo no es nada para el  alma". Las actividades en sí, habitualmente del tipo del ocio, eran los  puntos de referencia antes del tiempo y la civilización; la naturaleza  proveía de las señales necesarias, de forma bastante independiente al  "tiempo". La humanidad ha debido ser consciente de recuerdos y  propósitos mucho antes de que se hicieran distinciones explícitas entre  pasado, presente y futuro (Fraser, 1988). Más allá, tal como estimó el  lingüista Whorf (1956), "las comunidades pre-literarias [primitivas],  lejos de ser subracionales, podrían mostrar a la mente humana  funcionando en un plano superior y más complejo de racionalidad que la  de los hombres civilizados".
La inmensamente oculta clave para el mundo simbólico es el tiempo; de  hecho, se encuentra en el origen de la actividad simbólica humana. El  tiempo por tanto ocasiona la primera alienación, la ruta fuera de la  riqueza y completitud aborígen. "Fuera de la simultaneidad de la  experiencia, el evento del Lenguaje," dice Charles Simic (1971) "es  emerger hacia el tiempo lineal". Investigadores como Zohar (1982)  consideran que las facultades de la  telepatía y la precognición han  sido sacrificadas por la evolución en la vida simbólica. Si esto suena  absurdo, el sobrio positivista Freud (1932) vio la telepatía como de  forma bastante posible "el método original arcaico a través del que los  individuos se entienden unos a otros". Si la percepción y apercepción  del tiempo se relacionan con la misma esencia de la vida cultural  (Gurevich, 1976), el advenimiento de este sentido del tiempo y su  cultura concomitante representan un empobrecimiento, incluso una  desfiguración, mediante el tiempo.
Las consecuencias de esta intrusión del tiempo a través del lenguaje,  indican que este último no es menos inocente, neutral, o libre de  prejuicios, que lo anterior. El tiempo no es sólo, como dijo Kant, la  fundación de todas nuestras representaciones, sino que, por este hecho,  es también la fundación de nuestra adaptación a un mundo  cualitativamente reducido, simbólico. Nuestra experiencia en este mundo  se encuentra bajo una presión omnipresente para ser representación, para  ser casi inconscientemente degradada en símbolos y medidas. "El  tiempo," escribió el místico alemán Meister Eckhart, "es lo que impide  que la luz nos alcance".
La consciencia del tiempo es lo que nos permite manejarnos con nuestro  entorno simbólicamente; no hay tiempo apartado de esta hostil  alienación. Es a través de una simbolización progresiva que el tiempo se  internaliza, como si fuera algo dado; es retirado de la esfera de la  producción cultural consciente. "El tiempo se convierte en humano en la  medida en que se actualiza en la narrativa", es otra forma de decirlo  (Ricoeur 1984). La creciente simbolización en este proceso constituye un  firme estrangulamiento del deseo instintivo; la represión desarrolla el  despliegue del sentido del tiempo. La inmediatez le deja paso,  sustituida por las mediaciones que hacen posible la historia; el  lenguaje está en la primera línea de fuego.
Uno empieza a ver a través de banalidades como "el tiempo es una  cualidad incomprensible intrínseca al mundo" (Sebba 1991). Número, arte,  religión, hacen su aparición en este mundo "intrínseco"; fenómenos sin  existencia física de una vida en la que se pretende hacerlos reales.  Estos ritos emergentes, como sostiene Gurevitch (1964), llevan a "la  producción de nuevos contenidos simbólicos, apoyando la percepción de  dirección, de avance del tiempo". Los símbolos, incluyendo por supuesto  el tiempo, tienen ahora vida propia, en esta progresión acumulativa e  interactiva. "La Realidad del Tiempo y la Existencia de Dios", de David  Braine (1988) es ilustrativo; argumenta que es precisamente la realidad  del tiempo lo que prueba la existencia de Dios, la perfecta lógica de la  civilización.
Todo ritual es un intento, a través del simbolismo, de regresar al  estado sin tiempo. El ritual es un gesto de abstracción respecto de ese  estado; sin embargo, se trata de un paso en falso que tan sólo aleja  más. La "carencia del tiempo" de los números es parte de esta  trayectoria, y contribuye mucho al "tiempo" como concepto fijo. De  hecho, Blumenberg (1983) parece dar en la diana al asegurar que "el  tiempo no se mide como algo que ha estado siempre presente; al  contrario, es producido, por primera vez, a través de su medición". Para  expresar el tiempo debemos, de alguna forma, cuantificarlo; el número  es por tanto esencial. Incluso cuando el tiempo ya ha hecho su  aparición, una existencia social dividida más lentamente trabaja en pos  de su progresiva consideración como real a través del mero uso del  número. El sentido del tiempo que pasa no es vívidamente aceptado por  las gentes tribales, por ejemplo, quienes no lo marcan con calendarios  ni relojes.
Tiempo: un significado original de la palabra en el antiguo griego es  división. Número, cuando se añade a tiempo, potencia la división o  separación. Los no-civilizados a menudo han considerado "mala suerte"  contar criaturas vivientes, y generalmente se resisten a adoptar la  práctica (por ejemplo, Dobrizhoffer 1822). La intuición para el número  no era precisamente espontánea e inevitable, pero "ya se hallaba  presente en las civilizaciones tempranas", informa Schimmel (1992); "uno  siente como si los números son una realidad que parecería que tuviese  un fuerte campo magnético a su alrededor". No es sorprendente que entre  las antiguas culturas con un surgir del sentido del tiempo más fuerte  -egipcia, babilonia, maya- veamos los números asociados con figuras  rituales y deidades; de hecho, los mayas y los babilonios ambos tenían  números-dioses (Barrow 1992).
Más tarde el reloj, con su rostro de números, animó a la sociedad a  abstraer y cuantificar la experiencia del tiempo aún más. Cada reloj que  mide el tiempo es una medida que une al que observa el reloj al "flujo  del tiempo". Y nosotros descuidadamente nos engañamos pensando que  sabemos lo que el tiempo es porque sabemos qué hora es. Si nos  deshicieramos de los relojes, nos recuerda Shallis (1982), el tiempo  objetivo también desaparecería. Más fundamental, si nos deshiciéramos de  la especialización y la tecnología, la alienación desaparecería.
La matematización de la naturaleza fue la base de la que surgió el  racionalismo moderno y la ciencia en el Oeste. Esto apareció a partir de  los deseos del número y la medida en conexión con enseñanzas similares  sobre el tiempo, al servicio del capitalismo mercantil. La continuidad  del número y el tiempo como un lugar geométrico fueron fundamentales  para la Revolución Científica, que proyectó el dictado de Galileo para  medir todo aquello que es medible y hacer medible lo que no lo es. El  tiempo matemáticamente divisible es necesario para la conquista de la  naturaleza, e incluso para los rudimentos de la tecnología moderna.
A partir de entonces, el tiempo simbólico basado en números se hizo  terriblemente real, una construcción abstracta "deprivada de, e incluso  contraria a, toda experiencia interna y externa humana" (Syzamosi 1986).  Bajo esta presión, el dinero y el lenguaje, la mercadería y la  información, se han vuelto firmemente menos distinguibles, y la división  del trabajo más extrema.
Simbolizar es expresar la consciencia del tiempo, puesto que el símbolo  encarna la estructura del tiempo (Darby 1982). Más clara aún es la  formulación de Meerloo: "Entender un símbolo y su desarrollo es entender  en un pequeño destello la historia humana". El contraste es la vida del  no civilizado; vivida en un inmenso presente que no puede trasladarse a  la reducida expresión del momento que nos trae el presente matemático. A  medida que lo contínuo dejó camino a una dependencia en aumento de  sistemas de símbolos significantes (lenguaje, número, arte, ritual,  mito) halaldos forzosamente fuera del ahora, la siguiente abstracción,  la historia, empezó a desarrollarse. El tiempo histórico no es más  inherente a la realidad que las formas del tiempo más tempranas y  caóticas; es, al contrario, una imposición sobre ella. 
En un contexto llevado poco a poco a estados cada vez más sintéticos, la  observación astronómica se llena de nuevos significados. En alguna  ocasión perseguida por su propio valor, llega a proveer el vehículo para  realizar rituales y coordinar las actividades de una sociedad compleja.  Con la ayuda de las estrellas, el año y sus divisiones existen como  instrumentos de la autoridad organizativa (Leach 1954). La creación de  un calendario es básica respecto a la formación de una civilización. El  calendario fue el primer artefacto simbólico que regulaba la conducta  social a través de la medida del paso del tiempo. Y la cuestión aquí no  se halla en nuestro control del tiempo, sino en su opuesto: el control a  través del tiempo, en un mundo de una alienación muy real. Uno recuerda  que nuestra palabra "calendario" viene de las calendas latinas, el  primer día del mes, cuando habían de resolverse las cuentas de negocios.
Hora de Rezar, Hora de Trabajar
"Ningún momento es enteramente presente", dijo el estoico Crisifo,  mientras el concepto del tiempo avanzaba aún más gracias a la subyacente  doctrina judeocristiana de un camino lineal e irreversible entre la  Creación y la Salvación. Esta visión del tiempo esencialmente histórica  es el núcleo central de la Cristiandad; todas las nociones básicas de un  tiempo medible en una sóla dirección pueden encontrarse en los escritos  del siglo quinto de San Agustín. Con la difusión de la nueva religión,  la regulación estricta del tiempo en el plano práctico era necesaria  para ayudar a mantener la disciplina de la vida monástica. Las campanas  que llamaban a los monjes a rezar ocho horas al día se escuchaban mucho  más allá de los confines del monasterio, y así una regulación del tiempo  fue impuesta en la sociedad en general. La población siguió mostrando  una "fuerte indiferencia sobre el tiempo" a través de la era feudal,  según Marc Bloch (1940), pero no es casual que los primeros relojes  públicos adornaran las catedrales en el Oeste. Es de destacar a este  respecto el hecho de que la existencia de horas precisas para rezar se  convirtiera en la principal externalización de la creencia medieval  islámica.
La invención del reloj mecánico fue uno de los giros más importantes en  la historia de la ciencia y la tecnología; de hecho, de todo el arte y  cultura humanos (Synge 1959). La mejora en su exactitud proporcionó a la  autoridad grandes oportunidades para la opresión. Un devoto temprano de  los relojes mecánicos elaborados, por ejemplo, fue el Duque Gian  Galeazzo Visconti, descrito en 1381 como "un gobernante sedado pero  industrioso, con un gran amor por el órden y la precisión" (Fraser,  1988). Como escribió Weizenbaum (1976), el reloj empezó a crear  "literalmente una nueva realidad,... que fue y sigue siendo una versión  empobrecida de la anterior".
Se introdujo un cambio cualitativo. Incluso cuando nada sucedía, el  tiempo no dejaba de fluir. A partir de aquella época, los hechos se  localizaron en este envoltorio homogéneo, esta fuente de medidas  objetivas; y este movimiento lineal provocó resistencia. Los más  extremos fueron los movimientos milenaristas que aparecieron en varias  partes de Europa entre los siglos XIV y XVII. Habitualmente se  concretaron en movimientos de clases desfavorecidas que pretendían  recrear el estado igualitario original de la naturaleza y que se oponían  explícitamente al tiempo histórico. Estas explosiones utópicas fueron  destruídas, pero restos de los conceptos anteriores del tiempo  persistieron como un estrato "inferior", más profundo, de la consciencia  del pueblo en muchas áreas.
Durante el Renacimiento, el dominio por parte del tiempo alcanzó un  nuevo nivel a medida que los relojes públicos fueron marcando las  veinticuatro horas del día y se añadieron nuevas agujas para marcar los  segundos. El gran descubrimiento de la época fue un sentido de la  dominante presencia del tiempo, y nada lo retrata más gráficamente que  la figura del Padre Tiempo. El arte del Renacimiento fusionó al dios  griego Cronos con el romano Saturno para crear la deidad que representa  el poder del Tiempo, armada con una mortal escita simbolizando su  asociación con la agricultura y la domesticación. El Baile de la Muerte y  otros artefactos que recuerdan el final de la vida precedieron al Padre  tiempo, pero el tema se convierte en el tiempo en lugar de la muerte.
El siglo XVII fue el primero en el que la gente se consideró a sí misma  como parte de un determinado siglo. El "Nacimiento Masculino del Tiempo"  (1603) y "Un Discurso Acerca de un Nuevo Planeta" (1605) de Francis  Bacon, abrazaron la profundización en esta dimensión y mostraron cómo un  sentido aumentado del tiempo podía servir al nuevo espíritu científico.  "Elegir el tiempo es ahorrar tiempo", escribió, así como "La verdad es  la hija del tiempo". Descartes le siguió, introduciendo la idea del  tiempo como carente de límites; este autor fue uno de los primeros  defensores de la idea moderna del progreso, cercanamente relacionada a  la del tiempo lineal sin límites. Esto quedaría expresado de una forma  muy característica en su famosa invitación para convertirnos en  "maestros y poseedores de la naturaleza".
El universo mecanicista de Newton fue el logro supremo de la Revolución  Científica en el siglo diecisiete, y se basó en su concepción de "el  tiempo Absoluto, verdadero y metamático, respecto de sí y de su propia  naturaleza, fluyendo sin variación alguna, ni relación con nada eterno".  El tiempo es entonces el gran gobernante; no da cuentas a nadie, no es  influido por nada, y es totalmente independiente del entorno: consiste  en el modelo perfecto de una autoridad imposible de asaltar, y que  garantiza una alienación imposible de alterar. La física clásica de  Newton de hecho sigue siendo, a pesar de los avances científicos, la que  da lugar al concepto dominante del tiempo.
El aspecto de un tiempo abstracto e independiente, encontró su paralelo  en la aparición de una clase trabajadora creciente, formalmente libre,  forzada a vender su fuerza de trabajo como un bien abstracto en el  mercado. Antes de la llegada de las fábricas pero aún sujeta al poder  disciplinario del tiempo, esta fuerza de trabajo era el opuesto al  Tiempo de la monarquía: libre e independiente pero tan sólo en nombre.  Según afirma Foucault (1973), fue a partir de este momento que el Oeste  se convirtió en una "sociedad carcelaria". Quizá más al grano va el  proverbio balcánico, "un reloj es un cerrojo".
En 1749 Rousseau tiró su reloj, un rechazo simbólico de la ciencia y  civilización modernas. Más acordes con el espíritu de los tiempos, sin  embargo, fueron los regalos de cincuenta y un relojes a Maria Antonieta  en su matrimonio. La palabra "watch" en inglés es ciertamente apropiada,  puesto que la gente tendría que "observar" (watch) el tiempo más y más;  los relojes -watches- acabarían por convertirse en uno de los  principales productos de la era industrial.
William Blake y Goethe atacaron a Newton, símbolo de la nueva era y su  ciencia, por su distanciamiento de la vida respecto a lo sensual, su  reducción de lo natural a lo medible. El ideólogo capitalista Adam  Smith, por otro lado, se hizo eco de Newton y lo impulsó, pidiendo un  establecimiento profundo de las rutinas. Smith, como Newton, trabajó  bajo el hechizo de un tiempo cada vez más poderoso y sin remordimientos,  promoviendo una división del trabajo aún mayor así como el concepto del  progreso absoluto.
Los Puritanos habían proclamado como el primer y en principio mayor de  los pecados el hecho de "perder el tiempo" (Weber, 1921); esto se  convirtió, un siglo después, en el "tiempo es dinero" de Ben Franklin.  El sistema de producción en fábricas fue iniciado por fabricantes de  relojes, y el reloj fue el símbolo del órden, la disciplina y la  represión, requeridos para crear un proletariado industrial.
El gran sistema de Hegel a principios del siglo XIX fue el heraldo del  "empuje en el tiempo" que es el de la Historia; el tiempo es nuestro  "destino y necesidad", declaró. Postone (1993) destacó que el "progreso"  del tiempo abstracto se encuentra estrechamente relacionado con el  "progreso" del capitalismo como forma de vida. Oleadas de industrialismo  ahogaron la resistencia de los luditas; evaluando este periodo en  general, Lyotard (1988) afirmó que "la enfermedad del tiempo se hizo  entonces incurable".
Una sociedad de clases cada vez más compleja requiere un sistema incluso  mayor de señales de tiempo. Las luchas contra el tiempo, como apuntaron  Thompson (1967) y Hohn (1984), fueron sustituídas por luchas "sobre" el  tiempo; es decir, la resistencia a ser encadenado al tiempo y a sus  demandas inherentes fue derrotada, y sustituida generalmente por  disputas acerca de un determinio justo de los horarios o la duración de  la jornada laboral (en un discurso en la Primera Internacional el 28 de  Julio de 1868 Karl Marx abogó, por cierto, por la edad de nueve años  como el momento de empezar a trabajar).
El reloj descendió de la catedral al juzgado, al banco y a la estación  de ferrocarriles, y por último al bolsillo y a la muñeca de cada  ciudadano decente. El tiempo debía volverse más "democrático" para  colonizar realmente la subjetividad. El sometimiento de la naturaleza  externa, como entendieron Adorno y otros, es exitoso tan sólo en la  medida en que se conquista la naturaleza interna. El despliegue de las  fuerzas de producción, por decirlo de otra manera, dependía de la  victoria del tiempo en su larga guerra contra una consciencia más libre.  El industrialismo trajo consigo una extensión pública más completa del  tiempo, desarrollando el que sería su rostro más depredador hasta el  momento. Fue esto lo que Giddens (1981) vio como "la clave para las  transformaciones más profundas de la vida social del día a día  consecuencia de la extensión del capitalismo".
"El tiempo desfila", en un mundo cada vez más dependiente del tiempo y  de un tiempo cada vez más unificado. Un único y enorme reloj pende sobre  el mundo y lo domina. Lo invade todo; en su corte no hay apelación  posible. La estandarización del tiempo a nivel mundial señala la  victoria de la sociedad mecanizada, un universalismo que deshace las  particularidades del mismo modo en que los ordenadores dirigen hacia la  homogenización del pensamiento.
Paul Virilio (1986) ha llegado tan lejos como para preveer que "la  pérdida del espacio material lleva al gobierno exclusivo del tiempo".  Una noción más provocativa invierte el nacimiento de la historia  respecto a la madurez del tiempo. De hecho, según Virilio (1991), nos  encontramos ya viviendo dentro de un sistema de temporalidad tecnológica  en el que la historia ha sido eclipsada; "la cuestión principal se  convierte cada vez menos en nuestra relación con la historia; se trata  de nuestra relación con el tiempo". 
 
 
 
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