Evidentemente las ciencias sociales, por si mismas, se limitan la  perspectiva y la profundidad de visión que permitirían una  reconstrucción como esta. En el apartado de los orígenes y del  desarrollo de la humanidad, el abanico de disciplinas y subdisciplinas  cada día más ramificado –antropología, arqueología, paleontología,  etología, paleobotánica, etnoantropología, etc- reflejan el efecto  reductor y incapacitante del que la civilización ha dado muestras desde  sus inicios.
La literatura especializada puede, a pesar de todo, proporcionar una  idea altamente apreciable, a condición de abordarla con el método y la  vigilancia apropiados, a condición de tener la decisión de atravesar los  límites. De hecho las deficiencias en el pensamiento ortodoxo  corresponden a las exigencias de una sociedad cada vez más frustrante.  La insatisfacción con la vida se transforma en desconfianza frente a las  mentiras oficiales que sirven para justificar estas condiciones de  existencia; esta desconfianza, permite así mismo esbozar un cuadro más  fiel del desarrollo de la humanidad. Se ha explicado exhaustivamente la  renuncia y la sumisión que caracterizan la vida moderna por las  “características de la naturaleza humana”. Así mismo, el límite de  nuestra existencia precivilizada, hecha de privaciones, de brutalidad y  de ignorancia acaba por hacer aparecer la autoridad como un beneficio  que nos salva del salvajismo. Aun se invoca al “hombre de las cavernas” y  al “hombre de neanderthal” para indicarnos donde estaríamos sin la  religión, el Estado y los trabajos forzados.
Ahora bien, esta visión ideológica de nuestro pasado ha sido  radicalmente modificada en el curso de las últimas décadas gracias al  trabajo de universitarios como Marshall Shalin. Se ha asistido a un  cambio casi completo en la ortodoxia antropológica de importantes  consecuencias. Se admite a partir de ahora que antes de la domesticación  –antes de la invención de la agricultura, la existencia humana pasaba  esencialmente en el ocio, que descansaba en la intimidad con la  naturaleza, sobre una sabiduría sensual, fuente de igualdad entre sexos y  de buena salud corporal. Tal fue nuestra naturaleza humana durante  aproximadamente dos millones de años, antes de nuestra sumisión a los  curas, los reyes y los patrones.
Recientemente se ha hecho otra revelación sorprendente, ligada a la  primera y dándole otra amplitud, que muestra lo que hemos sido y lo que  podríamos ser. El principal motivo de rechazo a las nuevas descripciones  de la vida de los cazadores recolectores consiste, en considerar este  modo de vida con condescendencia, como el máximo a que podía llegar la  especie en los primeros estadios de su evolución. Así los que aun  propagan esta visión consideran que habría un largo período de gracia y  de existencia pacífica y que los humanos simplemente no tenían la  capacidad mental para cambiar su simplicidad por complejidad social y  técnica. Se ha dado otro golpe decisivo al culto a la civilización  cuando hoy en día vemos que la vida humana ignoró durante mucho tiempo  la alienación y la dominación, pero también que, como han demostrado las  investigaciones llevadas a término en los años 80 por los arqueólogos  John Fowlett, Thomas Wynn y otros, los humanos de la época poseían una  inteligencia como mínimo igual a la nuestra. La antigua tesis de la  “ignorancia” fue borrada de un plumazo y nuestros orígenes aparecían con  una luz nueva.
Con la finalidad de colocar la cuestión de nuestra capacidad mental en  su contexto, es útil pasar revista a las diversas interpretaciones (a  menudo cargadas de ideología) de los orígenes y del desarrollo de la  humanidad. Robert Ardrey pinta un cuadro patriarcal y sanguinario de la  prehistoria, como han hecho en un grado ligeramente menor, Desmond  Morris y Lionel Tiger. En la misma dirección, Sigmund Froid y Konrad  lorenz han descrito la depravación innata de la especie, aportando así  su piedra en el edificio de la aceptación de la jerarquía y del poder.
Afortunadamente un cuadro mucho más plausible ha acabado por emerger,  correspondiendo a un conocimiento global de la vida paleolítica. El  compartir y repartir los alimentos ha sido finalmente considerado como  un aspecto importante en la vida de las primeras sociedades humanas.  Jane Goodall y Richard Leakey, entre otros, han llegado a la conclusión  este ha sido uno de los elementos clave en el acceso al estadio de Homo,  hace al menos dos millones de años. Esta teoría avanzada, en los  inicios de los años 70 por Linton, Zihlman, Tanner y Isaac, ha acabado  por ser la dominante.
Uno de los elementos convincentes a favor de la tesis de la cooperación,  contra la de la violencias generalizada y de la dominación de los  machos, es la de la disminución, ya en los primeros estadios de la  evolución, de la diferencia de talla entre machos y hembras. El  dimorfismo sexual era inicialmente muy pronunciado: caninos prominentes o  “dientes de combate” entre los machos y caninos mucho más pequeños  entre las hembras. La desaparición de los grandes caninos entre los  machos apuntala la tesis según la que la hembra de la especie operó una  selección a favor de los machos sociables y compartidores. La mayor  parte de los simios actuales tienen los caninos más largos y gruesos  entre los machos que entre las hembras, la hembra no tiene elección.
La división sexual del trabajo es otra cuestión fundamental en los  principios de la humanidad; es aceptada casi sin discusión e incluso  expresada por el orden mismo de la expresión cazadores recolectores (a  partir de ahora recolectores cazadores). Actualmente se admite que la  recolección de alimentos vegetales, que durante mucho tiempo se  consideró un dominio exclusivo de las mujeres y de importancia  secundaria frente a la caza, sobrevalorada como actividad masculina,  constituía la principal fuente de alimentos. Siendo así que las mujeres  no dependían, de manera significativa de los hombres para alimentarse,  parece probable que, al contrario de toda división del trabajo, la  flexibilidad y el reparto era la regla.
Como muestra Zihlman, una flexibilidad general de comportamiento habría  sido la característica principal de los primeros tiempos de la especie  humana. Joan Gero ha demostrado que los útiles de piedra podían haber  sido utilizados tanto por hombres como por mujeres, y Poirier nos dice  que “ninguna prueba arqueológica apoya la teoría según la cual los  primeros humanos han practicado la división sexual del trabajo”. No  parece que la busca de alimento haya obedecido a una división del  trabajo sistemática, fuese la que fuese, y es muy probable que la  especialización por sexo se hiciese muy tarde en el curso de la  evolución humana.
Así, si la primera adaptación de nuestra especie se centró en la  recolección, ¿cuando apareció la caza? Binford sostiene que ninguna  señal tangible de prácticas carniceras indica un consumo de productos  animales hasta la aparición, relativamente reciente, de humanos  anatómicamente modernos. El examen al microscopio electrónico de dientes  fósiles encontradas en Africa Oriental indican un régimen esencialmente  compuesto por frutos, igualmente el examen similar de útiles de piedra  provenientes de Koobi Fora, en Kenia, de 1,5 millones de años de  antigüedad muestran que se usaban para cortar vegetales.
La situación “natural” de la especie es evidentemente la de una dieta  formada en gran parte por alimentos vegetales ricos en fibra, al  contrario de la alimentación moderna de alto contenido en materias  grasas y proteínas animales, con su secuela de desordenes crónicos.  Nuestros primeros antepasados utilizaban “su conocimiento detallado del  entorno, en una especie de cartografía cognitiva” para procurarse las  plantas que servían a su subsistencia. Al contrario, testimonios  arqueológicos de la existencia de caza no aparecen sino muy lentamente a  lo largo del tiempo.
Por otra parte numerosos elementos vienen a contradecir la tesis de que  la caza estaba muy extendida durante los tiempos prehistóricos. Por  ejemplo las pilas de osamentas en las que antes se veía una prueba de  matanzas masivas de mamíferos, han resultado al examinarlas vestigios de  inundaciones o de guaridas de animales. Según esta nueva aproximación,  las primeras cacerías significativas habrían aparecido hace 200.000  años, o más tarde. Adrienne Zihlman, llegó a la conclusión de que “la  cacería apareció relativamente tarde en la evolución”, y “no existía  antes de los últimos 100.000 años”. Los investigadores no han encontrado  pruebas de cacerías importantes de grandes rumiantes antes de una fecha  aun más cercana, al final del paleolítico superior, justo antes de la  aparición de la agricultura.
Los objetos más antiguos conocidos son los útiles de piedra tallada de  Hadar, en el Africa Oriental. Gracias a los métodos de datación  precisos, utilizados hoy en día, se estima que podrían remontarse a 3,1  millones de años. El principal motivo para atribuir estos objetos a la  mano del hombre es que se trata de útiles fabricados utilizando otro  útil, característica encontrada sólo en humanos –en el estado actual de  nuestros conocimientos -. El Homo habilis designa lo que se considera la  primera especie humana conocida, este nombre ha sido asociado a los  primeros útiles de piedra. Los objetos corrientes en madera o hueso,  menos duraderos y más raros en los inventarios arqueológicos, eran  también utilizados por el Homo habilis en Africa y Asia, y testimonian  una adaptación “remarcablemente simple y eficaz”.
En este estadio nuestros antepasados tenían un cerebro y un cuerpo más  pequeño que el nuestro, pero Poitier hace notar que “su anatomía  postcraniana era muy parecida a la de los humanos modernos”, y Holloway  afirma que los estudios de las marcas endocraneales de este período  indican una organización cerebral fundamentalmente moderna. Igualmente,  ciertos útiles de más de dos millones de años de antigüedad prueban el  predominio de los diestros, por la manera en que están talladas las  piedras. La tendencia a utilizar prioritariamente una mano, se traduce  entre los modernos en caracteres típicamente humanos, estos son la  lateralización pronunciada del cerebro y la separación marcada de los  dos hemisferios cerebrales. Klein concluye que esto “implica casi con  certeza capacidades cognitivas y de comunicación fundamentalmente  humanas.
Según la ciencia oficial, el Homo erectus es otro gran antecesor del  Homo sapiens; habría aparecido hace caso 1,75 millones de años en el  momento en que los humanos salían de los bosques para esparcirse por las  sabanas africanas, más secas y más abiertas. A pesar de que el volumen  del cerebro no se corresponde con la capacidad intelectual, el volumen  craneal del Homo erectus es en este punto similar al de los hombres  modernos del mismo género, y han de haber tenido muchos comportamientos  idénticos.
Como dice Johanson y Edey: “si hay que comparar Homo erectus dotado de  un cerebro más grande que el de Homo sapiens –sin considerar sus otras  particularidades- será necesario permutar sus nombres específicos” el  Homo neanderthalensis, que nos habría precedido directamente, poseía un  cerebro ligeramente más grande que el nuestro. Por tanto este  desafortunado hombre de neanderthal no se puede describir como una  criatura primitiva y tosca –según la ideología hobessiana dominante, a  pesar de su inteligencia manifiesta y su fuerza colosal.
Por otra parte, desde hace poco tiempo, la misma clasificación como  especie constituye una hipótesis dudosa. Efectivamente, nuestra atención  estaba atraída por el hecho de que especímenes fósiles provenientes de  diversas especies de Homo “presentase rasgos morfológicos intermedios”,  cosa que contradice, por obsoleta, la división arbitraria de la  humanidad en categorías sucesivas y separadas. Fegan, por ejemplo, nos  enseña que “es muy difícil trazar una frontera taxonómica clara entre  Homo erectus y Homo sapiens arcaico de una parte y Homo sapiens  anatómicamente moderno de otra”. Igualmente, Foley hace notar que “las  distinciones anatómicas entre Homo erectus y Homo sapiens son pequeñas”.  Jelinek afirma rotundamente que “no hay ninguna buena razón anatómica o  cultural” para separar erectus y sapiens en dos especies, y concluye  que los humanos desde el paleolítico medio, por lo menos, “pueden  considerarse como Homo sapiens”. El formidable retroceso en el pasado en  la datación de la aparición de la inteligencia, de la que hablaremos  más adelante, se ha de ver desde la confusión actual sobre el tema de  las especies, a medida que el modelo evolucionista prácticamente  dominante llega a sus límites.
Pero la controversia sobre la clasificación de las especies no nos  interesa más que en relación con el conocimiento de la manera de vivir  de nuestros antepasados. A pesar del carácter mínimo que se puede  esperar encontrar después de miles de años, se entrevé un poco la  textura de aquella vida y de los aspectos, a menudo elegantes, que  precedieron a la división del trabajo.
El “puñado de útiles” de la región de la garganta de Olduvaï, hecha  célebre por Leakey, contiene “al menos seis tipos de útiles claramente  identificables” que se remontan a 1,7 millones de años aproximadamente.  Es allí donde aparece el hacha acheliana con su gran belleza simétrica,  que fue utilizada durante un millón de años. Con su forma de lámina  remarcablemente equilibrada, respira gracia y facilidad de uso, para ser  un objeto bien anterior a la época de la simbolización. Isaac ha hecho  notar “las necesidades de útiles afilados pueden ser satisfechas por las  diversas formas engendradas a partir del modelo “oldovisciense” de  piedra tallada”, y se pregunta como se ha podido pensar que un  “incremento de la complejidad equivale a una mejor adaptación”. En esta  época lejana, según señales de corte sobre osamentas, los hombres se  servían de los tendones y pieles arrancadas de los cadáveres de animales  para confeccionar cuerdas, sacos y fieltros. Otros elementos hacen  pensar que las pieles servían de tapicería mural y de asientos en los  habitáculos, y algas de jergón para dormir.
El uso del fuego se remonta a casi dos millones de años y, podría haber  aparecido antes, si no fuese por las condiciones tropicales reinantes en  Africa en los inicios de la humanidad. El dominio del fuego, permitía  incendiar las cuevas para eliminar los insectos y calentar el suelo,  elementos de confort que aparecen tempranamente en el paleolítico.
Algunos arqueólogos consideran aun que todos los humanos anteriores  al Homo sapiens –del que la aparición oficial se remonta al menos a  300.000 años- son considerablemente más primitivos que nosotros,  “hombres completos”. Per, a parte de las pruebas citadas anteriormente,  de la existencia de un cerebro anatómicamente “moderno” entre los  primeros humanos, esta inferioridad se ve de nuevo contradecida por  trabajos recientes, que demuestran la presencia de una inteligencia  humana acabada casi desde el nacimiento de la especie humana. Thomas  Wynn estima que la fabricación del hacha acheliana exige “un grado de  inteligencia, característico de adultos completamente modernos”. Gowlett  examina el “pensamiento operatorio” necesario en el uso del martillo,  del reparto de fuerza al escoger el ángulo de fractura apropiado, según  una secuencia ordenada, y la flexibilidad necesaria para modificar el  proceso sobre la marcha, ha deducido que eran necesarias capacidades de  manipulación, de concentración, de visualización de la forma en tres  dimensiones y de planificación, y que estas exigencias “eran comunes  entre los primeros humanos, hace al menos dos millones de años, y esto  es una certeza, no una hipótesis”.
La duración del período paleolítico sorprende por la débil  transformación de las técnicas. Según Gerhard Kraus, la innovación, “a  lo largo de dos millones de años y medio, medida por la evolución del  utillaje de piedra es prácticamente nula”. Considerada a la luz de lo  que ahora sabemos de la inteligencia prehistórica, este estancamiento es  especialmente descorazonador para muchos especialistas de las ciencias  sociales. Para Wymer, “es difícil comprender un desarrollo de una tal  lentitud”. Al contrario, a mi, me parece muy plausible, que la  inteligencia, la conciencia de la riqueza que proporciona la existencia  del recolector cazador, sea la razón de la marcada ausencia de  “progreso”. Parece evidente que la especie ha, deliberadamente, rehusado  la división del trabajo, la domesticación y la cultura simbólica hasta  una fecha reciente.
El pensamiento contemporáneo, en su salsa postmoderna, niega la realidad  de una división entre naturaleza y cultura; a pesar de todo, dada la  capacidad de juicio de los seres humanos antes de la llegada de la  civilización, la realidad fundamental es que durante un tiempo muy largo  ha escogido la naturaleza en detrimento de la cultura. Es corriente  igualmente encontrara simbólico todo gesto u objeto humano, posición  que, de una manera general forma parte del rechazo de la distinción  entre naturaleza y cultura. Ahora bien, es de la cultura como  manipulación de formas simbólicas de base de lo que tratamos aquí. Me  parece igualmente claro que ni el tiempo reificado, ni el leguaje  escrito, con certeza, ni probablemente el lenguaje hablado (al menos  durante buena parte del período), ni ninguna otra forma de contabilidad o  arte habían tenido un lugar en la vida humana prehistórica – a pesar de  una inteligencia capaz de inventarlos.
Quisiera manifestar, de pasada, mi acuerdo con Goldschmidt cuando  escribe que “la dimensión oculta de la construcción del mundo simbólico  es el tiempo”. Como afirma Norman O.Brown, “la vida no se encorseta ni  se sitúa en un tiempo histórico”, afirmación que considero una llamada  al hecho de que el tiempo como materialidad no es inherente a la  realidad, Sión un hecho cultural, quizás el primer hecho cultural  impuesto a la realidad. Es a medida que evoluciona esta dimensión  elemental de la cultura simbólica que se establece la separación con la  naturaleza.
Cohen ha avanzado que los símbolos “indispensables para el desarrollo y  el mantenimiento del orden social”, Esto implica -como indican más  precisamente aun muchas pruebas tangibles- que antes de la emergencia de  los símbolos, la condición de desorden que los hace necesarios, no  existía. En línea análoga, Leví-Strauss remarcó que el pensamiento  mítico progresa siempre a partir de la conciencia de oposición hacia su  resolución. ¿Entonces, que son los conflictos, las “oposiciones2?. Entre  los miles de memorias y estudios tratando temas concretos, la  literatura sobre el paleolítico, no propone casi nada sobre esta  cuestión esencial. Se podría avanzar la hipótesis razonable que la  división del trabajo, que pasa desapercibida por la lentitud extrema de  su progresión e insuficientemente comprendida por su novedad, comenzó a  causar grietas ínfimas en la comunidad humana y a suscitar prácticas  nocivas frente a la naturaleza. A finales del paleolítico superior, hace  15.000 años, empieza a observarse en Oriente Medio una recolección  especializada de plantas y una caza también más especializada. La  aparición repentina de actividades simbólicas (por ejemplo actividades  rituales y artísticas) en el paleolítico superior es innegable, para los  arqueólogos una de las “grandes sorpresas” de la prehistoria, dada su  ausencia en el paleolítico medio. Pero los efectos de la división del  trabajo y la especialización hicieron sentir su presencia en tanto que  ruptura de la totalidad del orden natural- una ruptura que es necesario  explicar.
Lo que es sorprendente es que esta transición hacia la civilización  pueda todavía ser juzgada como inocua. Foster, parece hacerle apología  cuando concluye que “el mundo simbólico se ha revelado como  extraordinariamente adaptativo. Sino, ¿como Homo sapiens ha podido  llegara ser materialmente el amo del mundo?”. Hay ciertamente razones,  como las que se pueden ver en “la manipulación de los símbolos, la  esencia misma de la cultura”, pero parece olvidar que esta adaptación  consiguió iniciar la separación del hombre y la naturaleza, así como la  destrucción progresiva de esta, hasta la terrible amplitud actual de  estos dos fenómenos.
Parece razonable afirmar que el mundo simbólico nació con la formulación  del lenguaje, aparecido de una manera u otra a partir de la “matriz de  comunicación no verbal extendida” y del contacto interindividual. No hay  consenso sobre la fecha de aparición del lenguaje, pero no existe  ninguna prueba de su existencia antes de la explosión cultural de  finales del paleolítico superior. El lenguaje parece haber operado como  un agente inhibidor, como medio de someter la vida a un control mayor,  de poner trabas a las olas de sensaciones a las que el individuo  pre-moderno era receptivo. Visto así, se habría producido verosimilmente  un alejamiento a partir de esta época, de la vida de apertura y de  comunicación con la naturaleza, en dirección a una vida orientada hacia  la dominación y la domesticación que siguieron a la aparición de la  cultura simbólica. No existe por otra parte, ninguna prueba definitiva  que permita creer que el pensamiento humano es, por el hecho de pensar  con palabras, el más evolucionado –por poco que se tenga la honestidad  de apreciar el grado de acabamiento de un pensamiento. Existen numerosos  casos de enfermos que habiendo perdido, después de un accidente o de  otra degradación del cerebro, el sentido de la palabra, comprendida la  capacidad de hablar silenciosamente con uno mismo, son de hecho capaces  de pensar coherentemente de todas las maneras. Estos datos nos convencen  de que la “aptitud intelectual humana es de un empuje extraordinario,  incluso en ausencia de lenguaje”.
En términos de simbolización en la acción, Goldschmidt acierta cuando  estima que “la invención del ritual en el paleolítico superior podría  ser el elemento estructural que dio un mayor impulso a la expansión de  la cultura”. El ritual ha jugado el papel de eje en lo que Hodder ha  denominado “el despliegue incesante de estructuras simbólicas y  sociales” que han acompañado la llegada de la mediación social. Es como  un medio de consolidar la cohesión social como el ritual fue esencial;  los rituales totémicos por ejemplo, refuerzan la autoridad del clan.
Se empieza a analizar el papel de la domesticación, o la “doma de la  naturaleza en la ordenación cultural del salvajismo por medio del  ritual. Todas las evidencias no indican que, la mujer como categoría  cultural, a saber, un ser salvaje o peligroso, data de este período. Las  figurillas rituales de “Venus” aparecen hace 25.000 años, y parecen ser  un ejemplo de las primeras representaciones simbólicas de la mujer con  finalidades de representación y de dominación. Más concretamente aun, la  sumisión de la naturaleza salvaje se manifiesta en esta época por la  caza sistemática de los grandes mamíferos, actividad de la que el ritual  es parte integrante.
Se puede considerar también la práctica chamánica del ritual como una  regresión en relación con el estadio donde todos compartían una  conciencia que hoy consideraríamos extrasensorial. Cuando sólo los  expertos pretenden poder acceder a una percepción superior, que antes  era de disfrute común, se acentúan y facilitan nuevos renunciamientos a  favor de la división del trabajo. El retorno a la felicidad por el  ritual es un tema mítico casi universal, con, entre otras maravillas, la  promesa de la disolución del tiempo medible eternidad. Este tema del  ritual pone el dedo en la llaga que pretende curar, como hace la cultura  simbólica en general.
El ritual como medio de organizar las emociones, como método de  orientación y de constricción cultural, gobierna el arte, faceta de la  expresión ritual. Para Grans “no hay demasiadas dudas que las diversas  formas del arte profano proceden del arte ritual”. Se detecta el  comienzo de un malestar, el sentimiento de que una autenticidad directa,  más antigua … está a punto de desaparecer. La Barre tiene razón al  considerar que “el arte, como la religión nace del deseo insatisfecho”.  Al principio abstraída por el lenguaje, después de una manera más  orientada por el ritual y el arte, la cultura entra en escena para  responder artificiallmente a las angustias espirituales o sociales.
El ritual y la magia dominaron, probablemente, los orígenes del arte (en  el paleolítico superior) y sin duda jugaron un papel esencial, mientras  la división del trabajo se imponía progresivamente, en la coordinación y  la conducta de la comunidad. En el mismo orden de ideas, Pfeiffer vio  en las célebres pinturas parietales europeas del paleolítico superior el  primer método de iniciar a los niños en unos sistemas sociales que se  habían vuelto complejos, la educación fue entonces necesaria para el  mantenimiento de la disciplina y del orden. Y el arte podría haber  contribuido en el control de la naturaleza, por ejemplo facilitando el  desarrollo de una noción primitiva de territorio.
La aparición de la cultura simbólica, transformada por su necesidad de  manipular y de dominar, abrió la vía a la domesticación de la  naturaleza. Después de dos millones de años de vida humana pasados  respetando la naturaleza, en equilibrio con otras especies, la  agricultura modificó toda nuestra existencia y nuestra manera de  adaptarnos, de una manera desconocida hasta el momento. Nunca antes una  especie había conocido un cambio radical tan profundo y rápido. La  autodomesticación por el lenguaje, por el ritual y el arte inspira la  dominación de animales y plantas que le siguen. Aparecida hace solo  10.000 años, la agricultura ha triunfado rápidamente pues la dominación  genera por si misma, y exige continuamente, su reforzamiento. Una vez  difundida, la voluntad de producir ha sido tanto más productiva cuanto  más se ejercía eficazmente, y de hecho tanto más predominante y  adaptativa.
La agricultura permite un grado creciente de división del trabajo, crea  los fundamentos materiales de la jerarquía social y inicia la  destrucción del medio. Los curas, los reyes y el trabajo obligatoria, la  desigualdad sexual, la guerra … son algunas de las consecuencias  inmediatas.
Mientras que los humanos del paleolítico tenían un régimen alimenticio  extraordinariamente variado, se alimentaban de varios miles de plantas  diferentes, la agricultura redujo notablemente sus fuentes de  aprovisionamiento.
Dada la inteligencia y el basto saber práctico de la humanidad durante  la edad de piedra, se puede hacer la pregunta “¿porqué la agricultura no  ha aparecido, por ejemplo, un millón de años antes, en lugar de solo  8.000 años?” . Antes he aportado una breve respuesta al formular la  hipótesis de una lenta e insidiosa progresión de la alienación,  fundamentada sobre la división del trabajo y la simbolización. Pero al  considerar sus desastrosas consecuencias resulta un fenómeno espantoso.  Así, como dice Binford: “la cuestión no es argumentar porqué la  agricultura de desarrollo tan tarde, sino ¿porqué se ha desarrollado tan  rápido?”. El final del modo de vida recolector cazador ha implicado un  descenso de la talla, de la estatura y de la robustez del esqueleto, y  aparece la caries dental, las carencias alimentarias y las enfermedades  infecciosas. Se observa “en conjunto una bajada de la calidad –y  seguramente de la duración - de la vida humana” concluyen Cohen y  Aremelagos.
Otra consecuencia ha sido la invención del número, inútil antes de la  existencia de la propiedad de las cosechas, las bestias y la tierra, que  es una de las características de la agricultura. El desarrollo de la  numeración ha hecho crecer la necesidad de tratar a la naturaleza como  una cosa a dominar. La escritura era también necesaria para la  domesticación, para las primeras formas de transacción comercial y de  administración política. Leví Strauss ha demostrado de una manera  convincente que la función primera de la comunicación escrita ha sido  favorecer la explotación y la sumisión, las ciudades y los imperios, por  ejemplo, hubieran sido imposibles sin ella. Se ve aquí claramente  uniéndose a la lógica de la simbolización y al crecimiento de capital.
Conformismo, repetición y regularidad son las claves de la civilización  triunfante, reemplazando la espontaneidad, el asombro y el  descubrimiento característicos de la sociedad humana preagrícola que  sobrevivió de esta manera durante mucho tiempo. Clark habla de “la  amplitud del tiempo de ocio” del recolector cazador, y concluye que “fue  esto y el modo de vida agradable que lo acompañaba, y no las penurias y  el largo trabajo cotidiano, lo que explica porqué la vida social fue  tan estática”.
Uno de los mitos más vivos y más extendidos es la existencia de una edad  de oro, caracterizada por la paz y la inocencia, antes de que, alguna  cosa, destruyera aquel mundo idílico y nos redujese a la miseria y el  sufrimiento. El Eden, a cualquiera que sea el nombre que se le dé, era  el mundo de nuestros antepasados recolectores cazadores; este mito  expresa la nostalgia de aquellos que trabajan sin respiro y en la  servidumbre, ante una vida libre y mucho más fácil, pero ya perdida.
El rico ambiente habitado por los humanos antes de la domesticación y la  agricultura, hoy en día ha desaparecido prácticamente. Para los raros  recolectores cazadores supervivientes, quedan solamente las tierras  marginales, los sitios aislados y no reivindicados por la agricultura y  la conurbación. A pesar de esto, los escasos recolectores cazadores que  consiguen todavía escapar a la presión enorme de la civilización, están  en el punto de mira para transformarlos en esclavos (es decir,  campesinos, sujetos políticos, asalariados), están todos ellos  influenciados por los pueblos exteriores.
Duffy nota así, que los recolectores cazadores que ha estudiado, los  Mbouti de África Central, han sido aculturados por los  agricultores-ciudadanos de los alrededores durante centenares de años y,  en menor medida por generaciones de contacto con la administración  colonial y los misioneros. Por tanto parece ser que una voluntad de vida  auténtica que viene del fondo de los siglos persiste entre ellos,  “tratad de imaginar”, nos pide Duffy, “un modo de vida donde la tierra,  el alojamiento y la alimentación son gratuitos, y donde no hay  dirigentes, ni patronos, ni políticos, ni crimen organizado, ni  impuestos, ni leyes. Calculad la ventaja de pertenecer a una sociedad  donde todo se reparte, donde no hay ricos ni pobres y donde el bienestar  no significa la acumulación de bienes materiales”. Los Mbouti nunca han  domesticado animales ni han cultivado vegetales.
Entre los miembros de las bandas no agrícolas existe una combinación  remarcablemente sana de baja cantidad de trabajo y abundancia material.  Bodley ha descubierto que los San (conocidos con el nombre de  bosquimanos) del árido desierto de Kalahari, en el Sur de África,  trabajan menos y menos horas que sus vecinos agricultores. De hecho en  períodos de sequía, es a los San a quien se dirigen los agricultores  para sobrevivir. Según Tanaka, pasan “una parte extraordinariamente  corta de tiempo trabajando, y la mayor parte en descansar y distraerse”,  otros observadores han notado la vitalidad y la libertad de los San  comparadas con las de los campesinos sedentarios, así como la seguridad  relativa y la falta de preocupaciones de su vida.
Flood ha remarcado que los aborígenes de Australia consideran que “el  trabajo requerido para labrar y plantar no está compensado por las  ventajas que reporta”. En un plano general, Tanaka ha revelado la  abundancia y equilibrio de los alimentos vegetales en todas las primeras  sociedades humanas así como en todas las sociedades de recolectores  cazadores modernos. De la misma manera, Festinger habla del acceso entre  los humanos del paleolítico “a considerables cantidades de comida sin  gran esfuerzo”, añadiendo que “los grupos contemporáneos de recolectores  cazadores se desenvuelven muy bien, incluso cuando han sido  arrinconados hacia hábitats muy marginales.
Como Hole y Flannery han resumido “ningún grupo sobre la tierra dispone  de más ocio que los recolectores cazadores, que consagran lo mejor del  tiempo al juego, a la conversación y al relax”. Disponen de más tiempo  libre, añade Binford “que los obreros industriales y agrícolas modernos,  incluso más que los profesores de arqueología”.
Como dice Veneigen, los no domesticados saben que solo el presente puede  ser total. Esto significa que viven la vida con una inmediatez, una  densidad y una pasión incomparablemente más grande de cómo la vivimos  nosotros. Se ha dicho que ciertas jornadas revolucionarias valen siglos;  mientras, “nosotros contemplamos el antes y el después y suspiramos por  lo que no es….”.
Los Mbouti estiman que “con un presente convenientemente pleno, las  cuestiones del pasado y el futuro se arreglan por sí solas”. Los  primitivos no tienen necesidad de recuerdos y no dan, generalmente,  ninguna importancia a los aniversarios ni al recuento de la edad. En  cuanto al porvenir, tienen tan pocos deseos de dominar lo que todavía no  existe como de dominar la naturaleza. Su conciencia de una sucesión de  instantes mezclándose en el flujo y el reflujo del mundo natural, no  impide la noción de las estaciones, pero no constituye una conciencia  separada del tiempo que les impida el presente.
Pero aunque los recolectores cazadores actuales comen más carne que sus  antepasados prehistóricos, los alimentos vegetales constituyen todavía  lo esencial de su menú en las regiones tropicales y subtropicales. Los  San del Kalahari y los Hazda de África Oriental, donde la caza mayor es  más abundante que en el Kalahari, dependen de la recolección en un 80%  de su alimentación. La rama ¡Kung de los San recolecta más de un  centenar de vegetales diferentes y no presentan ninguna carencia  alimentaria: Su régimen se parece al sano y variado de los recolectores  cazadores australianos. El régimen global de los recolectores cazadores  es mejor que el de los agricultores, la carestía es muy rara y su estado  global de salud es generalmente superior, con muchas menos enfermedades  crónicas.
Laure Van der Post se maravillaba ante la exuberancia de la risa de los  San –una carcajada que sale “del centro del vientre, una risa que no se  oye nunca entre civilizados”, El juzga que es una señal de gran vigor y  de una claridad de sentidos que se resiste todavía a los asaltos de la  civilización. Truswell y Hansen podrían decir la misma cosa de otro San,  que había sobrevivido a un combate con las manos desnudas contra un  leopardo, herido, había conseguido herir también al animal.
Los habitantes de las islas Andaman, al oeste de Tailandia, no se  someten a ningún dirigente; ignoran toda representación simbólica y no  crían ningún tipo de animal doméstico. Se ha observado igualmente entre  ellos la ausencia de agresividad, la violencia y la enfermedad; sus  heridas curan con una rapidez sorprendente, y su vista, igual que su  oído, es singularmente aguda. Se dice que han declinado desde la  intrusión de los europeos a mediados del siglo XIX, pero presentan  todavía rasgos físicos remarcables, como una inmunidad natural a la  malaria, una piel suficientemente elástica para no presentar casi las  arrugas que asociamos a la vejez y dientes de una fuerza increíble,  Cipriani cuenta haber visto chicos de 10 a 15 años doblando clavos entre  las mandíbulas. Hay muchos testimonios de una costumbre de vigor en  Andaman, consistente en recolectar la miel sin ningún vestido protector:  “no les pican nunca, viéndoles tenía la impresión de estar frente a  algún misterio antiguo, perdido para el mundo civilizado”.
De Vries ha hecho todo tipo de comparaciones permitiendo establecer la  superioridad de los recolectores cazadores en materia de salud, entre  ellas la ausencia de enfermedades degenerativas y mentales, así como la  capacidad de dormir sin dificultades ni molestias. También notó que  estas cualidades se erosionan poco a poco con el contacto con la  civilización.
En el mismo orden de ideas, se dispone de gran número de pruebas no  solamente del vigor psíquico y emocional de los primitivos sino también  de su remarcada capacidad sensorial. Darwin ha descrito a los habitantes  del extremo sur de América que vivían casi desnudos en condiciones de  frío extremas. Igualmente Peasley ha observado aborígenes australianos  que pasaban la noche en el desierto a muy bajas temperaturas “sin ningún  tipo de vestido”.
Levi-Straus ha explicado su sorpresa al saber que una determinada tribu  de América del Sur pueden ver el planeta Venus a plena luz del día,  proeza comparable a la de los Dogon de África, que consideran Sirio B  como la estrella más importante, una estrella visible sólo con potentes  telescopios. En la misma vía, Boyden ha descrito la capacidad de los  bosquímanos para ver, a ojo desnudo, cuatro de las lunas de Júpiter.
En el libro The Harmless People, E. Marshall ha explicado como un  bosquímano se había dirigido con precisión hacia un punto situado en una  basta planicie, “sin matojos ni árboles para marcar el lugar”, y había  señalado con el dedo una hebra de hierba con un filamento de liana casi  invisible que había marcado meses antes, en la estación de las lluvias,  cuando era verde. El tiempo se había tornado caluroso y al volver a  pasar por aquel sitio, obtuvo una suculenta raíz donde había marcado con  su ligadura.
También en el desierto del Kalahari, Van der Post ha reflexionado sobre  la comunicación entre los San y la naturaleza, hablando de un nivel de  experiencia que “se podría incluso llamar mística”. Por ejemplo parecen  saber lo que se experimenta cuando se es un elefante, un león, un  antílope, un lagarto, un ratón, una mantis, un boabab, una cobra o un  amarillis, por citar solo algunos de los seres entre los que transcurre  su vida”. Parece casi banal comentar que a menudo se queda uno  sorprendido ante la habilidad de los recolectores cazadores para seguir  una pista desafiando toda explicación racional.
Rohrlich-Leavitt ha hecho notar que “los datos de los que disponemos  muestran que generalmente los recolectores cazadores no buscan delimitar  un territorio propio y marcan una ligamen bilocal; ignoran la agresión  colectiva y rechazan la competencia entre grupos, reparten libremente  los recursos, aprecian el igualitarismo y la autonomía personal en el  cuadro de la cooperación de grupo y son indulgentes y tiernos con los  niños”. Decenas de estudios hacen del reparto y del igualitarismo el  carácter distintivo de estos grupos. Lee ha hablado de “la universalidad  (del reparto) entre los recolectores cazadores”, igual que en la obra  de Marshall se reseña una “ética de la generosidad y de la humildad”  demostrando una tendencia fuertemente igualitaria entre los recolectores  cazadores. Tanaka proporciona un ejemplo típico: “el rasgo de carácter  más apreciado es la generosidad, y el más despreciado la avaricia y el  egoísmo”.
Baer a reportado que “el igualitarismo y el sentido democrático, la  autonomía personal y la individualización, el sentido protector y el  instinto alimentador” como las virtudes cardinales de los no  civilizados; y Lee ha hablado “de una aversión absoluta por las  distinciones jerárquicas entre los pueblos recolectores cazadores del  mundo entero”. Leacock y Lee ha precisado que “toda presunción de  autoridad” en el seno del grupo “provoca el enfado o la cólera entre los  ¡Kung, como se había reportado también entre los Mbouti, los Hazda y  los montañeses de Naskapi entre otros. “Hasta el padre de una familia  extendida no pueden decir a sus hijos y a sus hijas lo que han de hacer.  La mayoría de los individuos parecen actuar bajo sus propias reglas  internas”, ha descrito Lee sobre los ¡Kung de Botswana. Ingold ha  estimado que “la mayor parte de las sociedades de recolectores  cazadores, han dado un valor supremo al principio de la autonomía  individual”, equivalente al descubrimiento de Wilson de “una ética de la  independencia” que es común a las “sociedades abiertas en cuestión”. El  antropólogo de campo Radin ha llegado ha decir que “en la sociedad  primitiva se deja campo libre a todas las formas concebibles de  expresión de la personalidad. No se emite ningún juicio moral sobre  ningún aspecto de la personalidad humana como tal”.
Observando la estructura social de los Mbouti, Turnbull se ha  sorprendido al encontrar “un vacío aparente, una ausencia de sistema  interno casi anárquico”. Según Duffy, “los Mbouti son naturalmente  igualitarios: no tienen ni jefes ni reyes, y las decisiones que  conciernen a la banda son tomadas por consenso”. En este tema, como en  otros muchos, se encuentra una diferencia enorme entre recolectores  cazadores y los campesinos. Las tribus de agricultores bantús, como los  Saga, que rodean a los San, están organizados por la aristocracia, la  jerarquía y el trabajo, mientras que los San no conocen otra cosa que el  igualitarismo, la autonomía y el compartir. La domesticación es el  principio que preside esta diferencia radical.
La dominación en el seno de una sociedad no es posible sin la dominación  de la naturaleza. Por el contrario en las sociedades de recolectores  cazadores, no existe ninguna jerarquía entre la especie humana y las  otras especies animales, de la misma manera que las relaciones que unen a  los recolectores cazadores son no jerárquicas. Es característico, los  recolectores cazadores consideran a los animales que cazan como iguales,  y este tipo de relación fundamentalmente igualitaria ha durado hasta la  llegada de la domesticación.
Cuando el alejamiento progresivo de la naturaleza se convirtió en  dominación social patente (agricultura) no cambiaron solamente los  comportamientos sociales. Los relatos de los marineros y exploradores  que llegaron a las tierras “recién descubiertas” aseguraban que ni los  pájaros ni los mamíferos tenían miedo de los invasores humanos. Algunos  grupos de recolectores cazadores no cazaban antes de tener contacto con  el exterior, por ejemplo los Tasadai de Filipinas; y si la mayor parte  de estos supervivientes practican la caza “no se trata de un acto  agresivo” y suscita incluso una especie de arrepentimiento. Hewitt ha  notado lazos de simpatía que unen cazador y cazado entre los bosquímanos  que contactó en el siglo XIX.
Por lo que hace a la violencia entre recolectores cazadores, Lee ha  descubierto que “los ¡Kung encuentran horroroso luchar y encuentran  estúpida a la gente que se pelea”. Según la narración de Duffy, los  Mbouti “consideran toda violencia entre individuos con mucho horror y  disgusto, y no lo representan nunca en sus danzas o en sus juegos  teatrales”. El homicidio y el suicidio, concluye Bodley, son “realmente  excepcionales” entre los plácidos recolectores cazadores. La naturaleza  guerrera de los pueblos indígenas de América ha sido, a menudo,  fabricada a fragmentos para dar una apariencia de legitimidad a la  conquista de los europeos; los recolectores cazadores comanches  conservaron sus maneras no violentas durante siglos antes de la invasión  europea, y solo llegaron a ser violentos con el contacto con una  civilización dedicada al pillaje.
Entre numerosos grupos de recolectores cazadores, el desarrollo de la  cultura simbólica, que condujo rápidamente a la agricultura, estaba  ligado, a través del ritual, con la vida social alienada. Bloch ha  descubierto una correlación entre los niveles de ritual y de jerarquía. Y  Woodburn ha establecido una conexión entre la falta de ritual y la  ausencia de papeles especializados y de jerarquía entre los Hazda de  Tanzania.
El estudio de Turner sobre los Ndembou de África Occidental ha revelado  una profusión de estructuras rituales y de ceremonias destinadas a  equilibrar los conflictos nacidos del hundimiento de una sociedad  anterior más unida. Estas ceremonias y estas estructuras tienen una  función política de integración. El ritual es una actividad repetitiva;  las consecuencias de las reacciones que engendra tienen el efecto de un  contrato social. El ritual hace comprender que la práctica simbólica, a  través de la pertenencia a un grupo y de las reglas sociales, esta  indisolublemente unida a la dominación. El ritual nutre la aceptación de  la dominación, y, como se ha demostrado a menudo, conduce a la creación  de rols de mando y de estructuras políticas centralizadas. El monopolio  de las instituciones ceremoniales prolonga netamente la noción de  autoridad y podría, incluso ser la autoridad formal original.
Entre las tribus de agricultores de Papua, la autoridad y la desigualdad  que ella implica está fundada sobre la participación en la iniciación  ritual jerárquica o sobre la mediación de un chaman. Vemos en el rol de  chaman una práctica concreta donde el ritual sirve para la dominación de  algunos individuos sobre el resto de la sociedad.
Radin ha descrito “la misma tendencia marcada”, entre los chaman y  hombres medicina de los pueblos tribales de Asia y América del Norte “a  organizar y desarrollar la teoría según la cual solo ellos están en  comunicación con lo sobrenatural”. Esta exclusividad parece darles un  poder a expensas de los otros; Lommel ha constatado “un aumento de la  influencia psicológica del chaman desequilibrando la de los otros  miembros del grupo”. Esta práctica tiene implicaciones muy evidentes  sobre las relaciones de poder en otros dominios de la vida, y contrasta  con períodos anteriores en que las autoridades religiosas estaban  ausentes.
Los Batuques de Brasil tienen entre ellos chamanes que afirman dominar  ciertos espíritus y tratan de vender sus servicios sobrenaturales a  clientes, de una manera parecida a los gurus de las sectas modernas.
Según Muller, los especialistas en este tipo de “control mágico de la  naturaleza, acaban naturalmente por controlar también a los hombres”. De  hecho, el chaman es a menudo el individuo más influyente de las  sociedades pre-agrícolas y está en posición de poder institucionalizar  el cambio. Johannessen propone la tesis de que la resistencia a la  innovación que era la cultura de la recolección fue vencida por los  chamanes, por ejemplo entre los indios de Arizona y Nuevo Méjico.  Igualmente Marquard sugiere que las estructuras de autoridad ritual han  jugado un papel importante en la puesta en marcha y la organización de  la producción agrícola en América del Norte. Otros especialistas en los  grupos americanos han visto un ligamen importante entre el papel de los  chamanes en la dominación de la naturaleza y la puesta bajo tutela de  las mujeres.
Berndt ha demostrado la importancia entre los aborígenes australianos de  la división sexual ritual del trabajo en el desarrollo de los rols  sexuales negativos, y Randolph ha hecho notar que “la actividad ritual  es necesaria para crear tanto hombres como mujeres adecuados”. No existe  en la naturaleza ninguna razón para la división entre sexos, explica  Bendre. “Debieron ser creadas por la prohibición y el tabú, se  convirtieron en naturales mediante la ideología del ritual”.
Pero la sociedad de recolectores cazadores por su misma naturaleza,  rechaza el ritual y su potencialidad de domesticar a las mujeres. La  estructura (¿ausencia de estructura?) de las bandas igualitarias,  incluso aquellas más centradas en la caza, comporta, en efecto, la  garantía de la autonomía de los dos sexos: Esta garantía se basa en que  los productos de subsistencia están disponibles por igual para las  mujeres que para los hombres, y además el éxito de la banda depende de  la cooperación fundamentada sobre la autonomía. Las esferas de cada sexo  están a menudo separadas de una manera u otra, pero en la medida en que  la contribución de las mujeres es al menos igual a la de los hombres,  la igualdad social entre sexos constituye “un carácter mayor” de las  sociedades de recolectores cazadores. De hecho numerosos antropólogos  han constatado que en los grupos de recolectores cazadores el estatus de  las mujeres es superior al que tienen en los otros tipos de sociedad.
Para todas las grandes decisiones, ha observado Turnbull entre los  Mbouti, “los hombres y las mujeres tiene igualmente voz en las  asambleas, la caza y la recolección son igual de importantes una que la  otra”. Existe una diferenciación sexual –sin duda más marcada que entre  sus antepasados lejanos- “pero sin ninguna idea de superioridad o de  subordinación”. Según Post y Taylor, entre los ¡Kung, los hombres hacen,  de hecho, jornadas más largas que las mujeres.
Respecto al tema de la división sexual del trabajo, corriente entre los  recolectores cazadores contemporáneos, es necesario precisar que esta  división no es de ningún modo universal. No más de lo que era en la  época de Tácito, cuando escribía a propósito de los Fenni de la región  báltica, que “las mujeres siguiendo sus propios deseos cazan como los  hombres, y consideran su suerte mejor que la de las otras que se  lamentan en los campos”, o también, cuando el historiador bizantino  Procopio descubría, en el siglo VI, que los Serithifinni de la región  que es actualmente Finlandia “no trabajan nunca el campo, ni hacen  cultivar a sus mujeres, sino que sus mujeres se juntan con los hombres  para cazar”.
Las mujeres tiwi de la isla Melville cazan normalmente, como las mujeres  agta de Filipinas. En la sociedad Mbouti, hay poca especialización  según el sexo. “Incluso la caza es una actividad común”, hace notar  Turnbull, certificando que, entre los esquimales tradicionales, es (o  era) una empresa cooperativa llevada a cabo por todo el grupo familiar.
Darwin descubrió en 1871 otro aspecto de la igualdad sexual; “entre las  tribus totalmente bárbaras, las mujeres tienen más poder para elegir,  rechazar o seducir a sus amantes o, y en consecuencia, para cambiar su  marido, de lo que se podría creer”. Los ¡Kungs y los Mbouti son buenos  ejemplos de esta autonomía femenina, como han hecho notar Marshall y  Thomas. “Aparentemente las mujeres cambian de marido cada vez que están  insatisfechas con su compañero. Marshall ha descubierto también que la  violación es extraordinariamente rara, casi desconocida, entre los  ¡Kung.
Un curioso fenómeno concerniente a las mujeres recolectoras cazadoras,  es su capacidad de impedir la preñez en ausencia de todo tipo de  anticonceptivo. Diversas hipótesis han sido formuladas y rechazadas, por  ejemplo que la fertilidad esté ligada a la cantidad de grasa del  cuerpo. La explicación que parece plausible se apoya en el hecho de que  los humanos no domesticados están más en harmonía con su ser físico que  nosotros. Los sentidos y los procesos físicos no les son extraños ni se  les hacen grandes; el dominio sobre la fecundidad es sin duda menos  misterioso para aquellos para los que el cuerpo no se ha vuelto un  objeto externo sobre el que se actúa.
Los pigmeos del Zaire celebran las primeras menstruaciones de las chicas  con una gran fiesta de gratitud y alegría. La mujer joven experimenta  el orgullo y el placer, y todo el grupo demuestra su felicidad. Por el  contrario, entre los aldeanos agricultores, una mujer que tiene la  menstruación es considerada impura y peligrosa, y se la tiene en  cuarentena por un tabú. Dramper se impresionó por las relaciones  distendidas y igualitarias entre hombres y mujeres San, con su suavidad y  respeto mutuo, tipo de relación que perdura, mientras los san continúan  siendo recolectores cazadores.
Duffy ha descubierto que todos los niños de un campamento Mbouti llaman  padre a todos los hombres y madre a todas las mujeres. Los niños de los  recolectores cazadores se benefician de más atención y cuidados y más  tiempo de dedicación que los de las familias nucleares aisladas por la  civilización. Taylor ha descrito “un contacto casi permanente” con sus  madres y con otros adultos de los que se benefician los niños  bosquimanos. Los bebes ¡Kung estudiados por Ainsworth presentan una  precocidad marcada del desarrollo de las primeras actitudes cognitivas y  motrices. Eso se atribuye tanto a la estimulación favorecida por una  libertad de movimientos sin trabas, como al nivel de calor y proximidad  física entre los padres y los niños.
Draper ha podido observar que la “competición en los juegos está  prácticamente ausente entre los ¡Kung, igual que Shostack observa que  “los chicos y chicas ¡Kung juegan de una manera parecida y comparten la  mayor parte de los juegos”. Ha descubierto también que no se prohibe a  los niños los juegos sexuales experimentales, esta situación es pareja a  la libertad de los jóvenes Mbouti durante la pubertad “se libran con  deleite y alegría a la actividad sexual preconyugal”. Y los Zoumi “no  tienen ninguna noción de pecado”, como dice Ruth Benedict en la misma  línea de ideas, “la castidad como estilo de vida está mal considerada…..  Las relaciones agradables entre sexos no son más que un aspecto de las  relaciones agradables entre humanos…. La sexualidad es un hecho banal en  una vida feliz”.
Coontz y Henderson recogen numerosos apoyos a la idea de que las  relaciones entre sexos son extremadamente igualitarias en las sociedades  de los recolectores cazadores más rudimentarias. Las mujeres juegan un  papel esencial en la agricultura tradicional, pero no se benefician con  el estatus correspondiente a su contribución, al contrario de lo que  pasaba en las sociedades de recolectores cazadores. Con la llegada de la  agricultura, fueron domesticadas igual que las plantas y los animales.  La cultura que se estableció por la instauración del orden nuevo, exigía  la sumisión autoritaria de los instintos de la libertad y la  sexualidad. Todo desorden ha de ser perseguido, lo que es más elemental y  espontáneo atado con cuerda corta. La creatividad de las mujeres y su  ser mismo en tanto que personas sexuadas son aplastados para dar lugar  al papel, expresado en las grandes religiones campesinas, de la Gran  madre, es decir, el ser fecundo y nutricio, suministrador de hombres y  de alimentos.
Los hombres de la tribu de los Munduruc, cultivadores de América del  Sur, utilizan una misma fórmula para hablar de la sumisión de las  plantas y de las mujeres: “las domamos con la banana”. Incluso Simone de  Beauvoir ha reconocido en la equivalencia arado/falo el símbolo de la  autoridad masculina sobre la mujer. Entre los jíbaros de la amazonia,  otro grupo de agricultores, las mujeres son las bestias de carga y la  propiedad personal de los hombres; “la captura de mujeres adultas  constituye el motivo de muchas guerras” para estas tribus de las  planicies de América del Sur. Así, el trato brutal y el aislamiento de  las mujeres parecen ser funciones de las sociedades agrícolas y, en  estos grupos, las mujeres continúan hoy en día ejecutando la mayor parte  del trabajo.
La caza de cabezas es practicada por los grupos mencionados más arriba,  forma parte de la guerra endémica que libran por la posesión de las  tierras cultivables; la caza de cabezas y el estado de guerra casi  permanente existen también entre las tribus de agricultores de las  llanuras altas de Papua-Nueva Guinea. Las investigaciones del matrimonio  Lemski han llegado a la conclusión de que la guerra es muy rara entre  los recolectores cazadores, pero se torna extremadamente frecuente en  las sociedades agrícolas. Como expresa sucintamente Wilson: “la  venganza, la querella, la matanza, la batalla y la guerra parece  aparecer con los pueblos domesticados y los caracteriza”.
Los conflictos tribales, afirma Godelier, “se explican principalmente  por la dominación colonial” y no se ha de considerar que su origen  reside “en el funcionamiento de las estructuras pre-coloniales”. Es  cierto que el contacto con la civilización puede haber tenido un efecto  desestabilizador y provocar una degeneración, pero puede suponerse que  el marxismo ortodoxo de Godelier (de aquí su resistencia a preguntarse  sobre la relación entre domesticación y producción) no es ajeno a un  juicio como este. Así se puede decir que los esquimales de Cooper, que  conocen una tasa significativa de homicidios en el seno del grupo, deben  esta violencia al impacto de las influencias exteriores, pero hay que  hacer notar que ellos crían perros para trineo desde hace mucho tiempo.
Arens ha afirmado que, el fenómeno del canibalismo es una ficción  inventada y extendida por los agentes de la conquista exterior. Pero  existen pruebas de esta práctica entre, aquí también, los pueblos  tocados por la domesticación. Los estudios de Hogg, por ejemplo, revelan  su presencia entre determinadas tribus africanas fundadas sobre la  agricultura y moldeadas por el ritual. El canibalismo es generalmente  una forma cultural de control del caos, en el que las víctimas  representan la animalidad o todo aquello que ha de ser domado. Es  significativo que uno de los grandes mitos de los habitantes de las  islas Fidji “como los fidjianos fueron caníbales”, es literalmente un  cuento sobre la plantación. Igualmente los aztecas pueblo fuertemente  domesticado y sensible a la cronología, practicaba el sacrificio humano  como un rito destinado a calmar las fuerzas rebeldes y mantener el  equilibrio de una sociedad muy jerarquizada. Como Norbeck ha señalado,  las sociedades no domesticadas, “culturalmente empobrecidas” no conocen  el canibalismo ni el sacrificio humano.
En cuanto a uno de los elementos subyacentes fundamentales de la  violencia en las sociedades más complejas, las fronteras, Barnes, ha  descubierto que “en la literatura etnográfica, los testimonios de luchas  territoriales entre recolectores cazadores son extremadamente raras.  Las fronteras ¡Kung son vagas y nunca vigiladas, los territorios de los  Pandaram cabalgan los unos sobre los otros, los Hazda se desplazan  libremente de una región a otra, las nociones de frontera y violación de  frontera tienen poco sentido o ninguno entre los Mbouti; y los  aborígenes australianos rechazan cualquier demarcación territorial o  social. Una mentalidad fundada sobre la hospitalidad y no sobre la  exclusión.
“Lo mío y lo tuyo, semilla de discordia, no tiene lugar entre ellos”,  escribía Pietro el 1511 a propósito de los indígenas que encontró en el  décimo viaje de Cristóbal colon. Según Post, los bosquímanos no tienen  “ningún sentido de posesión” y Lee observa que no operan “con ninguna  dicotomía marcada entre los recursos del ambiente natural y la riqueza  social”. Como ya hemos dicho, existe una línea de demarcación entre  naturaleza y cultura, y los no civilizados han elegido la primera.
Existen muchos recolectores cazadores que podrían transportar todo lo  que necesitan en una sola mano, y a grosso modo mueren con todo lo que  tenían al venir al mundo. Hubo un tiempo en que la humanidad lo  compartía todo; con la irrupción de la agricultura la propiedad se  volvió esencial, y una especie pretendió poseer el mundo. Nos  encontramos ante una distorsión que la imaginación difícilmente podría  haber concebido.
Shalin ha hablado de esto de una manera elocuente: “los pueblos  primitivos del mundo tienen pocas posesiones, pero no son pobres. La  pobreza no es una determinada cantidad pequeña de bienes; no es una  relación entre medios y finalidades, es antes que nada, una relación  entre las personas. La pobreza es un estatus social. Y en tanto que tal  es una invención de la civilización”.
La “tendencia habitual” de los recolectores cazadores “a rechazar la  agricultura hasta que les es impuesta de modo absoluto”, expresa una  división entre naturaleza y cultura, bien presente en las ideas de los  Mbouti según las que cualquiera que se vuelva aldeano, deja de ser  Mbouti. Saben que la banda de recolectores cazadores y los pueblos  campesinos son sociedades opuestas con valores antagonistas.
Llega sin embargo un momento en que el factor crucial de la  domesticación se pierde de vista “las poblaciones de recolectores  cazadores de la costa oeste de América del Norte, conocidos por los  historiadores, son atípicos con relación a otros cazadores  recolectores”. Como dice Kelly, “las tribus de la costa Nordeste rompen  todos los estereotipos sobre los recolectores cazadores”. Estos  cazadores recolectores tenían su principal medio de subsistencia en la  pesca, presentaban rasgos ajenos, como la jerarquía, la guerra y la  esclavitud. Per casi siempre se olvida el hecho de que cultivaban tabaco  y criaban perros.
Así pues, incluso esta célebre anomalía comporta caracteres que la  relacionan con la domesticación. En la práctica, el ritual más que nada,  después de la producción, parece afirmar y favorecer, con las formas de  dominación que le acompañan, los diferentes aspectos del declinar de la  vida humana después de una larga y feliz era anterior.
Thomas proporciona otros ejemplos tomados de América del Norte, los  chochonis del Gran valle y las tres sociedades que la componen, los  chochonis de las montañas Kawich, los chochonis del río Reese y los  chochonis del valle de Owens. Los tres grupos conocían diferentes  niveles de agricultura, marcados por un sentido creciente del territorio  (o de la propiedad) y de la jerarquía y correspondiéndose estrechamente  a los diferentes grados de domesticación.
“DEFINIR” un mundo desalienado seria imposible, incluso indeseable,  pero creo que podemos y debemos intentar desenmascarar el no-mundo de  hoy en día y como hemos llegado a él. Hemos tomado un camino malo y  monstruoso con la cultura simbólica y la división del trabajo; nos hemos  ido de un lugar de encanto, de comprensión y de totalidad para ir a  parar a la ausencia en que nos encontramos, en el corazón de la teoría  del progreso. Vacía y cada vez más vacía, la lógica de la domesticación,  con sus exigencias de total dominación, nos muestran la ruina de una  civilización que arruina todo lo demás. Presumir de la inferioridad de  la naturaleza favorece la dominación de sistemas culturales que no  tardaran en volver la tierra inhabitable.
El postmodernismo nos dice que una sociedad sin relaciones de poder no  puede ser más que una abstracción. ¡¡Es mentira!!. Al menos si no  aceptamos la muerte de la naturaleza y de todo aquello que fue y podría  ser de nuevo.
Turnbull ha hablado de la intimidad de los Mbouti y el bosque, y de su  manera de danzar como si hiciesen el amor con el bosque. En una vida  donde los seres son iguales, una vida que no es una abstracción y que se  esfuerza por mantenerse hoy en día, ellos “DANZAN CON EL BOSQUE, DANZAN  CON LA LUNA”.
 
 
 
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